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domingo, 29 de junio de 2014

La renovación de China

Por Michael Spencer Premio Nobel Economía

MILÁN – Pese a la desaceleración económica de China, debatida de forma tan generalizada, el crecimiento anual del PIB sigue superando el siete por ciento, lo que no constituye un gran motivo de alarma... al menos de momento. La cuestión es si las medidas adoptadas por el Gobierno para aplicar las reformas estructurales y transformar el modelo de crecimiento de la economía están funcionando, es decir, si los desequilibrios internos siguen amenazando los resultados económicos a largo plazo. En vista de que China sigue siendo el más importante motor de crecimiento de la economía mundial, la respuesta tiene importancia para todo el mundo.

Para evaluar la estabilidad económica de China, hay que tener en cuenta los conflictos y las tensiones que afectan al país, ninguno de los cuales contribuye a impulsar el crecimiento. Para empezar, las disputas territoriales de China con muchos de sus vecinos, incluidos el Japón, Vietnam y las Filipinas, están socavando la paz regional, por no hablar de la integración económica.

Además, la relación de China con los Estados Unidos está deteriorándose por el conflicto que representa la orientación del “eje” de la política exterior de los EE.UU. hacia Asia y las disputas sobre la ciberseguridad. China ha restringido ya el acceso a su mercado a algunas empresas tecnológicas radicadas en los EE.UU., a lo que pueden seguir más medidas de ese tipo.

Entretanto, la campaña anticorrupción del Presidente Xi Jinping, empeño esencial para aumentar la rendición de cuentas y la legitimidad del Gobierno en un momento en que está aplicando profundas reformas sistemáticas, está revolucionando el sistema político nacional de China, pero en un momento de tensión internacional cada vez mayor existe el riesgo de que la campaña de Xi se convierta en un asalto más amplio a la disidencia política, atribuida a las “corruptas” influencias extranjeras.

Desde que China lanzó hace más de tres decenios su proceso de “reforma y apertura”, se ha beneficiado de su disposición a tener en cuenta –si no adaptar– ideas extranjeras. En muchos sectores –los de la política económica en una economía de mercado, la gestión empresarial, la tecnología, la energía, el medio ambiente y la atención de salud, por nombrar sólo algunos– el aprendizaje selectivo ha acelerado el desarrollo de China (y ha beneficiado a los países que han aprovechado las enseñanzas resultantes de la experiencia china). Mezclar las influencias exteriores con una legítima campaña anticorrupción socavaría su dinámica positiva y tendría posibles consecuencias graves para el intento por parte de China de transformar su modelo de crecimiento y lograr la categoría de país de renta elevada.

Lo bueno es que los datos –aunque incompletos– muestran avances en la transformación económica de China. El crecimiento débil en los más importantes mercados de exportación de China (en particular, Europa, América del Norte y el Japón), junto con un aumento rápido de los salarios y los ingresos interiores, está orientando la parte comercializable de la economía hacia los componentes de valor elevado de las cadenas mundiales de suministro. Entretanto, la inflación, los salarios en aumento y la apreciación nominal del renminbi han elevado el tipo de cambio real y efectivo, si bien esa tendencia ha quedado mitigada, en cierta medida, por el persistente valor alto del euro. La forma como las empresas aborden esa transición, que ya está contribuyendo a la desaceleración del crecimiento de China, determinará los avances de la transformación.

China no tiene otra opción que la de cambiar su modelo de crecimiento. Su participación en los mercados mundiales es ahora tan grande, que la economía podría resultar limitada por la demanda por primera vez en cuatro decenios. La única forma de evitar ese resultado es la de aplicar un programa equilibrado que comprenda una inversión con rendimientos elevados, servicios estatales de gran valor y un mayor nivel de consumo de los hogares.

La inversión pública y privada, que ha hecho de motor principal del crecimiento de China a lo largo de los cuatro últimos decenios, puede desempeñar un papel fundamental en la expansión de la demanda interna, pero sólo si los rendimientos son elevados. Si bien las inversiones de escaso rendimiento engendran demanda agregada, no aumentan la renta futura ni el potencial productivo, por lo que no fomentan un crecimiento sostenible.

Así las cosas, los dirigentes de China deben recurrir a una combinación de reformas del sector financiero y mayores incentivos para el sector público a fin de aumentar el acceso al capital en sectores con potenciales tasas elevadas de rendimiento. En realidad, ese proceso ya está en marcha con la concesión de licencias a nuevos bancos privados y el desarrollo del sistema bancario paralelo de China.

En vista de la limitada capacidad de la demanda de inversión para impulsar el crecimiento, se necesitan también unos servicios estatales de gran valor y un aumento del consumo de los hogares. Así las cosas, el consumo privado representa un porcentaje inhabitualmente pequeño del PIB de China, pero los salarios en aumento, a consecuencia en parte de los incrementos obligatorios del salario mínimo en algunas regiones, están aumentando los ingresos de los hogares y ya hay algunas pruebas de que se ha invertido la tendencia descendente del porcentaje del PIB correspondiente al consumo.

Pensemos en el sector del equipo de telecomunicaciones, que ha tenido un crecimiento anual de más de un 15 por ciento en los dos últimos años. El volumen bruto de bienes manufacturados en las ventas minoristas en línea se acerca a los dos billones de yuanes (316.000 millones de dólares) y crece a una tasa anual de entre el 40 y el 60 por ciento. Muchos otros segmentos industriales que atienden la demanda interna están creciendo también con tasas de dos cifras, lo que indica que el consumo interno está haciendo ya una importante contribución al crecimiento del PIB de China.

Pero persiste la cuestión de si el aumento de la participación del consumo es sostenible, es decir, si es consecuencia del aumento de la participación de los ingresos o de un apalancamiento en aumento. Si está apoyado por un apalancamiento excesivo, que en realidad lo que hace es trasladar el consumo futuro al presente, China podría afrontar una importante desaceleración... o incluso una crisis grave.

No cabe duda de que el apalancamiento ha aumentado con tasas insostenibles en los últimos años, pero, en vista de que el aumento de la deuda comenzó a partir de una base escasa, no necesariamente propiciará una crisis... siempre y cuando se aplique una gestión de riesgos apropiada. Lo más importante es que se deben regular las actividades de los bancos paralelos de forma que aumente la transparencia y los disuada de correr riesgos excesivos, sin por ello dejar de permitir que el sector siga contribuyendo al desarrollo del sector financiero al brindar opciones de ahorro a los hogares y crédito a las empresas pequeñas y medianas.

En cuanto al sector bancario oficial, la liberalización de los tipos de interés de los depósitos, prevista para 2016, reducirá la represión financiera y las subvenciones de las inversiones implícitas, lo que, a su vez, debería contribuir a reequilibrar el lado de la demanda de la modalidad de crecimiento.

Se trata de unos cambios estructurales complejos y que no se pueden sincronizar, por lo que es probable que vayan acompañados de una disminución de las tasas de crecimiento. El Gobierno ha expresado su disposición a aceptar un crecimiento algo menor en pro de una economía más estable y sostenible, pero no quedará claro desde el principio si una desaceleración es el principio de una tendencia o un aspecto temporal de una transición compleja. Velar por que se trate de lo segundo requerirá la paciencia y la disciplina –tanto en la política interior como en la exterior– apropiadas para la importante transformación que ahora está en marcha.

Traducido del inglés por Carlos Manzano


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