Por: Paul Krugman Premio Nobel Economía
Acabo de terminar de escribir una reseña del nuevo libro de Tim Geithner, Stress Test [Prueba de resistencia]. No he mencionado en ella algo que me ha parecido sorprendente y refrescante: ¡Geithner se ríe del síndrome de Simpson-Bowles!
“Había muchas políticas acertadas en el plan de Simpson-Bowles", escribe, "como los recortes en el despilfarro de los subsidios agrarios y el aumento del gasto en infraestructuras para impulsar el crecimiento, pero los recortes de las subvenciones y las reformas tributarias fueron bastante retrógrados y el ahorro en sanidad, muy pequeño. A pesar de todo, el plan se convertiría en algo mítico para las élites de Washington por ser un símbolo de la seriedad bipartidista noble”.
Así es. Y esto me lleva a otra reflexión: conozco un lugar donde la seriedad bipartidista noble funciona de verdad, donde la gente importante se une para que exista un consenso sobre lo que se debe hacer y, a continuación, se informa a la ciudadanía acerca de lo que respaldará. Se llama Europa, y no le va demasiado bien.
Bien es cierto que también en Estados Unidos tenemos nuestros problemas (sobre todo, el hecho de que hay unos locos que, a efectos prácticos, tienen el poder de bloquear la política).
Pero resulta curioso que en Europa las voces críticas simplemente no se oigan. El economista Lars Svensson se puede pasar años señalando que el Riksbank está tirando el dinero y nadie hace ni caso hasta que interviene alguien de fuera. A cualquier economista con un ápice de sensatez le aterroriza que la zona euro se precipite hacia la deflación, pero a los ortodoxos les sorprende escuchar que esto sea un problema.
Es cierto que a veces hace falta que la gente se una para hacer lo correcto. Pero en los últimos años, siempre se ha cumplido la máxima de que cuando la gente importante llega a un consenso sobre algo, se equivoca por completo.
Expectativas más limitadas
El rendimiento de la deuda soberana española es ahora aproximadamente igual que el de la estadounidense. Esto nos dice dos cosas, una buena y una mala. La buena es que los inversores ya no le tienen mucho miedo a un derrumbe inminente del euro. La mala es que esperan que la depresión económica de Europa se prolongue mucho tiempo.
Respecto a lo segundo, oirán a algunos decir que, como la zona euro vuelve a tener un crecimiento positivo, la crisis ha terminado. En relación con esto, me parece útil señalar que durante el largo estancamiento de Japón la economía estuvo creciendo la mayor parte del tiempo. De hecho, casi todo el tiempo estuvo creciendo más deprisa de lo que crece ahora Europa.
Así que cuando la gente me pregunta si es posible que Europa tenga una década perdida similar a la japonesa, respondo que la verdadera pregunta es si es posible que eso no suceda; veo más difícil predecir la recuperación que el estancamiento.
Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times
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