Al sumarse al bloqueo norteamericano, el colapso de la Unión Soviética agravó las dificultades de la economía cubana para realizar las gestiones de importación. En ese contexto el monopolio gubernamental del comercio exterior y las restricciones aduaneras se convirtieron en elementos de rigidez que impiden toda maniobra.
No obstante, favorecidos por el ambiente de las reformas económicas y alentados por las facilidades para viajar al extranjero, la ampliación de las relaciones con América Latina, los intercambios familiares con Estados Unidos y cierta tolerancia aduanera, elementos privados, con razonable eficacia desplegaron una actividad importadora que cubrió parte de las necesidades de La Habana de artículos de la industria ligera.
En un ambiente semilegal, prosperó el comercio minorista de ropa, equipos eléctricos, bombas de agua, efectos de plomería, componentes de computadoras, herramientas ligeras, materiales, artículos para el hogar, bisutería y otros traídos legalmente desde Ecuador, Venezuela, Panamá México y Estados Unidos por las llamadas “mulas” que viajaban también desde el lugares tan distantes como Rusia.
La gestión mular fue enrarecida por intermediarios que adquirían las mercancías no en Ecuador sino en los mercados estatales y los revendían, lo cual generó quejas. En lugar de regular y ordenar el proceso, la solución fue prohibir ese comercio, cortar la cadena de abastos y regresar a la escasez. No obstante el precedente está vigente.
Para un país que soporta 50 años de un asfixiante bloqueo norteamericano, las regulaciones aduaneras que restringen la entrada de mercancías que procedentes de Estados Unidos y de otros países traídas por viajeros cubanos y emigrados residentes allí, son contradictorias y probablemente absurdas.
Según las resoluciones aduaneras, una vez por año, los cubanos, pagando impuestos razonables en moneda nacional, pueden traer por ejemplo dos televisores y otros equipos en cantidades muy limitadas. ¿Qué ocurrirá si fueran autorizadas cantidades significativamente mayores?
Obviamente habría quienes con capital suficiente y la participación de cubanos instalados en Estados Unidos y otros países, importarían cantidades de equipos y materiales para vender, lo cual al ser autorizado y controlado se convertiría en operaciones comerciales legales.
Es probable que entonces Estados Unidos invoque la Ley de Comercio con el Enemigo y prohíba la gestión. En todo caso ese será su problema y entonces el Departamento del Tesoro tendría que perseguir a comerciantes privados y no al Estado cubano y Cuba daría un contenido económico a las relaciones pueblo a pueblo.
De funcionar como funcionaron las arrias de mulas de Ecuador, México y Venezuela, pudieran ingresar al país miles de equipos. En este caso el Estado daría paso al costado y cedería parte de su monopolio comercial en favor de una táctica guerrillera. Algunos nativos ganarían dinero; mientras otros pudieran adquirir un televisor más barato y la aduana se liberaría de engorrosos controles.
Tal vez los precios bajarían y aunque pequeña, se abriría una brecha en el bloqueo. En cualquier caso, lo que es bueno para el pueblo lo es también para el Estado popular. La lucha contra el bloqueo imperialista no concierne sólo al gobierno, sino también al pueblo que lo sufre y puede intentarlo de otra manera. Allá nos vemos.
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