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viernes, 25 de julio de 2014

Vivir sin coche

Por Paul Krugman Premio Nobel Economia
He estado siguiendo el debate sobre los servicios de coche a través de teléfonos inteligentes como Uber, Lyft y otros, y tengo algunas reflexiones poco originales al respecto. Bueno, en sentido estricto son originales, porque no las he leído en ningún otro lugar, pero seguro que se oyen por ahí. Por tanto, esto solo es a título indicativo.

En cualquier caso, los nuevos servicios de coche compartidos mediante la tecnología serán muy beneficiosos si mucha gente –no solo gente en Manhattan- puede acceder a ellos y evita tener que comprarse un automóvil propio. Y si piensan en ello, pueden ver cómo podría funcionar.

Ahora mismo, si vives en un lugar sin un transporte público excepcionalmente bueno, es muy difícil arreglárselas sin coche. Pero, si lo piensas, el hecho de tener un coche le supone un gasto bastante considerable a mucha gente. Es un bien de equipamiento caro que la mayor parte del tiempo no se utiliza; requiere aparcamiento (y a menudo una estructura de aparcamiento) tanto en el origen como en el destino; y requiere mantenimiento y es una gran molestia en general.

Por tanto, unos servicios de conductor fiables y de respuesta rápida podrían liberar a mucha gente de la necesidad de invertir todos esos recursos en algo que solo usa de vez en cuando. Y desde un punto de vista social, reduciría la necesidad de invertir tanto capital en algo que no se usa la mayor parte del tiempo.

Sin embargo, existe un problema evidente: la hora punta. Los picos en el uso del coche se producen dos veces al día, y parece que eso exigiría que tuviésemos a mano casi tantos coches como tenemos ahora, aunque los proporcionasen empresas como Uber.

Pero aquí es donde entra en juego la subida del precio. Si viajar durante las horas punta es más caro que durante las horas valle, la gente tendrá un incentivo para reducir esas horas punta. La gente que no se desplaza diariamente a trabajar evitará viajar en horas punta; algunas personas encontrarán otras formas de desplazarse; otras personas (y las empresas) reorganizarán sus horarios para aprovechar los desplazamientos más baratos en las horas valle. Por tanto, pueden imaginarse una sociedad que sigue dependiendo principalmente de los coches para desplazarse, pero que logra hacerlo con una cantidad de coches significativamente menor de la que necesitamos actualmente.

Naturalmente, los automóviles no son los únicos bienes de consumo en los que algo como esto podría funcionar. La gente en Nueva York no necesita neveras (y en concreto congeladores) tan grandes como las de las afueras, porque es fácil bajar a la calle y comprar comida; los pedidos por Internet y el reparto podrían causar un efecto parecido fuera de la ciudad. Pero, sin duda alguna, los coches son el gran premio.

Lo repito, estoy seguro de que esto se le ha ocurrido a alguien en algún lugar, pero me divierto pensando en ello.

Traducción de News Clips.
© 2014 The New York Times

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