Matthew Lynn, El Economista
Durante la mayor parte de sus cuatro años de vida, la crisis de la Eurozona ha seguido un guión muy sencillo. Los países derrochadores del sur, con sus mercados laborales excesivamente regulados, sistemas fiscales deficientes y renqueantes industrias, se permitieron perder la competitividad hasta unos niveles nefastos comparados con sus rivales del norte y estuvieron al borde de la quiebra. Los países del norte marchaban por delante y se resistían a rescatar a sus vecinos del sur.
Sin embargo, las cifras de este año sugieren que la crisis ha cambiado: la economía alemana encoge, Finlandia está casi en recesión, al igual que Bélgica y Holanda, Francia está plana y podría encoger muy pronto. Por el contrario, España y Portugal se expanden a la mayor velocidad de la Eurozona, Grecia se ha estabilizado e incluso Chipre muestra signos de mejora.
¿Esta crisis nunca se acaba?El repentino revés de la fortuna tiene dos consecuencias. La primera es que sugiere que esta crisis nunca se acaba. Como el agua dentro de un globo, se mueve de un sitio a otro pero su cantidad sigue siendo la misma. La Eurozona está atrapada en una depresión permanente que no parece tener salida. La segunda es que la teoría de un sur no competitivo y gastón se ha hecho añicos y la élite política tendrá que dar con una explicación mejor de los fracasos del continente. Ambas situaciones cambiarán el debate del euro y obligarán al norte a cuestionarse asuntos espinosos que hasta ahora había evitado. Las últimas cifras del crecimiento (si es que se puede llamar así) en Europa han sido sobrias. Alemania alcanzó los titulares con un descenso del 0,2% del PIB en el segundo trimestre de este año, un rendimiento pésimo para el país que se supone que es el centro neurálgico de la Eurozona. Si nos acercamos más a los números, emerge un patrón curioso: al sur le ha estado yendo bastante mejor, mientras que el norte empeora.
Fijémonos primero en el norte. Alemania, como todos sabemos, ha tenido un mal trimestre, con una producción en descenso. Finlandia, que no puede estar más al norte en la Eurozona, apenas ha logrado arañar un crecimiento del 0,1% y eso después de dos trimestres consecutivos de encoger al 0,3%. Holanda sólo ha conseguido crecer al 0,5% y encogió el trimestre anterior. Bélgica sólo ha tenido un mísero crecimiento del 0,1% y Austria nada más el 0,2%. Francia se situó en cero.
Al sur del continente hay signos alentadores, por lo menos según los últimos estándares catastróficos de la región. España resucita y registra una expansión del 0,6% en el trimestre, casi tan fuerte como la del Reino Unido. Portugal se apunta un crecimiento del 0,6% también, más que respetable para un país que tuvo que ser rescatado hace tres años.
Hasta la maltrecha Grecia empieza a dar señales de vida. En el último trimestre, su economía se encogió al 0,2% pero ha sido su descenso más bajo desde 2008, antes del inicio de la euro-crisis, y mucho mejor que el 0,5% de caída que preveían casi todos los economistas. Es posible que la economía interrumpa su descenso a finales de año. La velocidad del declive de Chipre también se ralentiza. Únicamente Italia sigue de capa caída, con una bajada del 0,2% del PIB que amenaza con prolongar una depresión que parece haber durado desde que se unió al euro.
Hace tres años se acuñó el término peyorativo PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) para referirse a los países de la periferia de la Eurozona. Sin embargo, este año con la excepción de Italia, son los PIIGS los que rinden por delante de los otros. Recordemos que Irlanda, el último miembro del quinteto, podría expandirse en más del 3% gracias al sólido rendimiento de sus exportadores. Resulta que los cerdos vuelan. Y eso tendrá tres grandes consecuencias.
Primero, deja claro que la crisis no tiene un final claro. Cuando era sólo la periferia la que tenía problemas, los políticos de la Eurozona dieron por hecho que en cuanto los países del sur empezaran a recuperarse, toda la zona volvería a crecer a un ritmo decente. Era la base de la expectativa de que el continente rindiera mucho mejor este año pero las esperanzas se han ido al traste.
La crisis no ha hecho más que moverse de sitio y no parece querer irse. A medida que el sur mejora, el norte se apaga. Y se vuelve más y más intratable con cada año que pasa.
Segundo, cambia el guión. En Alemania en particular, la opinión generalizada era que la periferia se lo había buscado. Sus economías no eran competitivas y sus políticos se gastaban demasiado dinero prestado. Para mejorar, tenían que hacer reformas (es decir, parecerse más a Alemania). Sin embargo, la regresión del rendimiento ha tirado por la borda ese guion.
Si es cierto, ¿cómo es posible que los españoles, con un mercado laboral notoriamente ineficiente, vayan mejor que los alemanes? ¿Y por qué están tan mal Finlandia y Bélgica? A medida que el sur mejora, cada vez parece más que la clave de la crisis es una escasez crónica de demanda y no el fracaso de las reformas en la periferia. A veces afectará al norte y otras al sur pero siempre estará dentro de la eurozona.
Por último, ¿quién rescatará al sistema? Mientras avanzaba la crisis, se suponía en todo momento que los países septentrionales de alto rendimiento acabarían rescatando a los de bajo rendimiento del sur. Pero si Alemania, Austria y demás están sufriendo también, no se puede esperar que subvencionen a sus vecinos. ¿Quién va a pagar la cuenta?
En los tres últimos años, los líderes de la eurozona han insistido en que el problema fundamental de la eurozona era la falta de competitividad en la periferia. Se propusieron arreglarlo obligando a hacer reformas. Los últimos datos demuestran que el análisis era erróneo desde el principio y, por lo tanto, la cura también lo es. ¿Cuál es el plan B? Por desgracia, nadie lo sabe aún.
Durante la mayor parte de sus cuatro años de vida, la crisis de la Eurozona ha seguido un guión muy sencillo. Los países derrochadores del sur, con sus mercados laborales excesivamente regulados, sistemas fiscales deficientes y renqueantes industrias, se permitieron perder la competitividad hasta unos niveles nefastos comparados con sus rivales del norte y estuvieron al borde de la quiebra. Los países del norte marchaban por delante y se resistían a rescatar a sus vecinos del sur.
Sin embargo, las cifras de este año sugieren que la crisis ha cambiado: la economía alemana encoge, Finlandia está casi en recesión, al igual que Bélgica y Holanda, Francia está plana y podría encoger muy pronto. Por el contrario, España y Portugal se expanden a la mayor velocidad de la Eurozona, Grecia se ha estabilizado e incluso Chipre muestra signos de mejora.
¿Esta crisis nunca se acaba?El repentino revés de la fortuna tiene dos consecuencias. La primera es que sugiere que esta crisis nunca se acaba. Como el agua dentro de un globo, se mueve de un sitio a otro pero su cantidad sigue siendo la misma. La Eurozona está atrapada en una depresión permanente que no parece tener salida. La segunda es que la teoría de un sur no competitivo y gastón se ha hecho añicos y la élite política tendrá que dar con una explicación mejor de los fracasos del continente. Ambas situaciones cambiarán el debate del euro y obligarán al norte a cuestionarse asuntos espinosos que hasta ahora había evitado. Las últimas cifras del crecimiento (si es que se puede llamar así) en Europa han sido sobrias. Alemania alcanzó los titulares con un descenso del 0,2% del PIB en el segundo trimestre de este año, un rendimiento pésimo para el país que se supone que es el centro neurálgico de la Eurozona. Si nos acercamos más a los números, emerge un patrón curioso: al sur le ha estado yendo bastante mejor, mientras que el norte empeora.
Fijémonos primero en el norte. Alemania, como todos sabemos, ha tenido un mal trimestre, con una producción en descenso. Finlandia, que no puede estar más al norte en la Eurozona, apenas ha logrado arañar un crecimiento del 0,1% y eso después de dos trimestres consecutivos de encoger al 0,3%. Holanda sólo ha conseguido crecer al 0,5% y encogió el trimestre anterior. Bélgica sólo ha tenido un mísero crecimiento del 0,1% y Austria nada más el 0,2%. Francia se situó en cero.
Al sur del continente hay signos alentadores, por lo menos según los últimos estándares catastróficos de la región. España resucita y registra una expansión del 0,6% en el trimestre, casi tan fuerte como la del Reino Unido. Portugal se apunta un crecimiento del 0,6% también, más que respetable para un país que tuvo que ser rescatado hace tres años.
Hasta la maltrecha Grecia empieza a dar señales de vida. En el último trimestre, su economía se encogió al 0,2% pero ha sido su descenso más bajo desde 2008, antes del inicio de la euro-crisis, y mucho mejor que el 0,5% de caída que preveían casi todos los economistas. Es posible que la economía interrumpa su descenso a finales de año. La velocidad del declive de Chipre también se ralentiza. Únicamente Italia sigue de capa caída, con una bajada del 0,2% del PIB que amenaza con prolongar una depresión que parece haber durado desde que se unió al euro.
Hace tres años se acuñó el término peyorativo PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) para referirse a los países de la periferia de la Eurozona. Sin embargo, este año con la excepción de Italia, son los PIIGS los que rinden por delante de los otros. Recordemos que Irlanda, el último miembro del quinteto, podría expandirse en más del 3% gracias al sólido rendimiento de sus exportadores. Resulta que los cerdos vuelan. Y eso tendrá tres grandes consecuencias.
Primero, deja claro que la crisis no tiene un final claro. Cuando era sólo la periferia la que tenía problemas, los políticos de la Eurozona dieron por hecho que en cuanto los países del sur empezaran a recuperarse, toda la zona volvería a crecer a un ritmo decente. Era la base de la expectativa de que el continente rindiera mucho mejor este año pero las esperanzas se han ido al traste.
La crisis no ha hecho más que moverse de sitio y no parece querer irse. A medida que el sur mejora, el norte se apaga. Y se vuelve más y más intratable con cada año que pasa.
Segundo, cambia el guión. En Alemania en particular, la opinión generalizada era que la periferia se lo había buscado. Sus economías no eran competitivas y sus políticos se gastaban demasiado dinero prestado. Para mejorar, tenían que hacer reformas (es decir, parecerse más a Alemania). Sin embargo, la regresión del rendimiento ha tirado por la borda ese guion.
Si es cierto, ¿cómo es posible que los españoles, con un mercado laboral notoriamente ineficiente, vayan mejor que los alemanes? ¿Y por qué están tan mal Finlandia y Bélgica? A medida que el sur mejora, cada vez parece más que la clave de la crisis es una escasez crónica de demanda y no el fracaso de las reformas en la periferia. A veces afectará al norte y otras al sur pero siempre estará dentro de la eurozona.
Por último, ¿quién rescatará al sistema? Mientras avanzaba la crisis, se suponía en todo momento que los países septentrionales de alto rendimiento acabarían rescatando a los de bajo rendimiento del sur. Pero si Alemania, Austria y demás están sufriendo también, no se puede esperar que subvencionen a sus vecinos. ¿Quién va a pagar la cuenta?
En los tres últimos años, los líderes de la eurozona han insistido en que el problema fundamental de la eurozona era la falta de competitividad en la periferia. Se propusieron arreglarlo obligando a hacer reformas. Los últimos datos demuestran que el análisis era erróneo desde el principio y, por lo tanto, la cura también lo es. ¿Cuál es el plan B? Por desgracia, nadie lo sabe aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por opinar