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domingo, 16 de noviembre de 2014

El crecimiento en la nueva economía climática

Por Michael Spence, a Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at NYU’s Stern School of Business


MILÁN – Por mucho tiempo se ha considerado que las medidas para reducir las emisiones de dióxido de carbono y mitigar el cambio climático se oponen de manera fundamental al crecimiento económico. De hecho, a menudo se cita la fragilidad de la recuperación económica como una justificación para demorarlas. Pero un informe reciente, “La nueva economía climática: Mejor crecimiento, mejor clima”, realizado por la Comisión Global sobre Economía y Clima, refuta este razonamiento. El informe concluye que las iniciativas para contrarrestar el cambio climático, lejos de perjudicar el crecimiento económico, podrían impulsarlo de manera considerable, y relativamente pronto.

Cualquiera que haya estudiado el desempeño de la economía desde el comienzo de la crisis financiera de 2008 entiende que los daños a los balances (como el exceso de deuda y pasivos sin financiar y no generadores de deuda) pueden desacelerar el crecimiento, detenerlo abruptamente o hasta revertirlo. Y quienes estén familiarizados con el crecimiento en los países en desarrollo saben que la falta de inversión en capital humano, infraestructura, base tecnológica y conocimiento de la economía acaba por producir balances que no pueden ser la base de un crecimiento sostenido.

El cambio climático no es demasiado distinto de estos patrones de crecimiento insostenibles o defectuosos. En esencia, también es un problema de hoja de balances, basado en la cantidad de CO2 en la atmósfera.

A su ritmo actual, al mundo le quedan solo entre 3 y 4 décadas (o menos) antes de que el CO2 atmosférico alcance niveles que afecten los patrones climáticos, con consecuencias catastróficas para el medio ambiente y, a su vez, los sistemas económicos y sociales. Permitir que el agotamiento del “capital natural” del mundo (los recursos y ecosistemas que los sostienen) es, en esencia, otra forma de subinversión destructiva.

La inmensa cantidad de evidencia científica en la que se basan las actuales proyecciones climáticas hace improbable que el mundo pueda prescindir del todo de realizar ajustes. Sin embargo, no será fácil solucionar los complejos problemas de coordinación y distribución que generarán y, convencidas de que no nos podemos permitir una decidida estrategia de mitigación en momentos en que debemos hacer frente a tantos otros retos, las autoridades se podrían ver tentadas a postergar la toma de medidas concretas.

En “La nueva economía climática” se argumenta que esa sería una muy mala idea. Su meticulosa evaluación de los estudios, la experiencia y las innovaciones recientes ha llevado a la clara conclusión de que actuar ahora sería mucho menos costoso que esperar. De hecho, apenas supondría costes.

Las vías de crecimiento económico que utilizan bajos niveles de carbono no son tan diferentes de las que utilizan altos niveles… pero estas últimas pueden acabar por conducir al precipicio de un catastrófico desastre. Dicho de otra manera, los costes netos de reducir las emisiones de CO2 (en términos de crecimiento, ingresos y otros parámetros de rendimiento económico y social) no son tan altos en el corto y mediano plazo. Considerando lo que hoy sabemos sobre las consecuencias de la vía de altos niveles de carbono para el ambiente natural y, a su vez, la calidad de vida y la salud, estos costes podrían en realidad ser negativos.

Pero hay una condición importante: las medidas se deben adoptar ya mismo. Los costes económicos de retrasarlas se elevan de manera no lineal a medida que pasa el tiempo. Si se postergan 15 años o más será imposible alcanzar los objetivos de mitigación, sean cuales sean sus costes para ese entonces.

¿Cómo pasamos a adoptar la vía de bajos niveles de carbono? El informe señala los beneficios de construir la infraestructura y los edificios de uso eficiente de la energía para sustentar la economía global de bajos niveles de carbono de 2050, incorporando estrategias de bajo carbono a los procesos de planificación municipal y aprovechando el potencial de Internet para mejorar la eficiencia. Si a esto se añaden los costes en declive de las fuentes de energía alternativas y el incesante avance de la tecnología, las metas mundiales de reducción del carbono no parecen tan lejanas ni costosas.

Tras evaluar las tecnologías, las opciones de políticas y el análisis que se incluyen en el informe, se podría concluir que las vías de crecimiento con bajo uso de carbono serían ligeramente menos pronunciadas que sus contrapartes con alto uso, ya que exigirían más inversión y menos consumo. Sin embargo, sería difícil juzgarlas como inferiores si se consideran sus ventajas en el mediano y largo plazo.

El informe además arroja luz sobre otro punto importante del debate climático: ¿es esencial la cooperación global para mitigar el cambio climático? Para una economía en particular, ¿actuar en solitario implica vías de crecimiento claramente inferiores, por ejemplo, al dañar la competitividad de su sector comercial? Si la respuesta es positiva, una buena coordinación internacional de políticas tendría que ser una condición necesaria para progresar.

No parece ser el caso. Parte importante de la agenda de políticas de un país individual para apoyar el paso a una vía de bajo consumo de carbono (por ejemplo, mejorar la eficiencia del uso de la energía) no tiene por qué producir desaceleración económica: de hecho, las iniciativas de este tipo incluso podrían conducir a mayores índices de crecimiento, en comparación con continuar por un camino de alto uso de carbono. En un primer examen, son mejores las estrategias de bajo uso de carbono, ya que implican una visión completamente diferente y mucho más favorable de las estructuras de incentivos.

Esto significa que, aunque la coordinación internacional ha de ser un factor importante para el éxito de largo plazo de las medidas de mitigación del cambio climático, sus complicaciones no deberían retrasar los avances, lo que es una buena noticia si se consideran las dificultades para desarrollar e implementar una estrategia global.

La evidencia científica ha eliminado las dudas que legítimamente se habían planteado acerca de la escala de los riesgos del cambio climático. Ahora el análisis de la Comisión Global ha refutado en gran parte los argumentos económicos para la inacción. Si a esto le sumamos la creciente preocupación pública sobre el cambio climático, es posible que hayamos llegado a punto en que se cumplen las condiciones para tomar medidas decisivas.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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