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martes, 16 de diciembre de 2014

Gente de altura

Como mismo hay mariposas que se siembran y florecen solas, puede aparecer -allí de repente- a pie por el camino, a más de 500 metros sobre el nivel del mar, una muchacha muy joven, loma abajo de Las Guásimas y rumbo a San Pablo de Yao, donde está su casa
Por HERIBERTO ROSABAL
Fotos: MARTHA VECINO
16 de diciembre de 2014
Su mundo está aquí
No hay lugareño, de los que conocí, que no quiera seguir en sus montañas
Subir la Sierra es como ir al encuentro con uno mismo y a las cosas como son. La Maestra digo, allá en Oriente. Buey Arriba, bien arriba. O Pilón, por los rumbos de la Loma de la Vigía. A comunidades y barriecitos como Las Guásimas, Cirugía, Caridad de Mota, Patricio, Las Nenas, El Zapato, Ojo de Agua, Sevilla, Río Chiquito, Aguacatico, La Yagua, El Cilantro. Unos a los que vas y conoces, y otros de los que te cuentan. Todos sembrados en la piel de las montañas, lindando con las nubes.
Privilegio de esas alturasEs de algún modo ponerse ante el espejo. Porque se compara la vida allí arriba con el vivir de aquí abajo. Y a quienes proceden del bullicio urbano, el asfalto, las multitudes, los autos, la prisa y el abandono de perros sin dueño en cualquier esquina, les parece que por aquellas alturas son mássanos el ambiente y las personas. Se sienten otros el aire y la luz.
 cerca un río que corre aprisa entre piedras redondas y pulidas
Por ejemplo, como mismo hay mariposas que se siembran y florecen solas, puede aparecer allí de repente a pie por el camino, a más de 500 metros sobre el nivel del mar, una muchacha muy joven, loma abajo de Las Guásimas y rumbo a San Pablo de Yao, donde está su casa.
Luego de montarse en el jeep -que más que rodar brinca y corcovea-, cuenta que esinstructora de arte, da clases a niños en Las Guásimas, Cirugía, Pinar Quemado y Brazo Buey, donde hace su servicio social, y además estudia en Bayamo, en la Universidad. Dice también que nunca ha estado en La Habana, que a donde más lejos ha ido es a Las Tunas, que le gusta su trabajo y quisiera seguir haciéndolo en sus montañas, “si el transporte no estuviera tan malo”.
Rosario Pompa tiene 19 años y más de tres veces por semana en ocasiones recorre a pie los 10 o 12 kilómetros entre Yao y Las Guásimas, para cumplir su tarea. Y lo dice así, como si fuera lo más ordinario del mundo.
Por estos altos lugares puede pedírsele al chofer de la bestia con ruedas, es decir, el jeep corcoveante, que por favor haga un alto para lavarse las manos y la cara en un manantial -oiga usted eso, en un manantial-, y ver de cerca un río que corre aprisa entre piedras redondas y pulidas. Y es posible oír a otra joven, también maestra, decir por qué le gusta vivir en estas alturas. “Creo que por la belleza”, dice Misaly Monpié, nacida y criada en Patricio, Loma de la Vigía, Pilón, sin mencionar el famoso sentido de pertenencia.
Todos aman la belleza de la serranía
Y es posible oír a una joven maestra, decir por qué le gusta vivir en estas alturas. “Creo que por la belleza”
Ellos gozan del privilegio de vivir cerca del cieloNo hay lugareño, de los que conocí, que no quiera seguir en sus montañas y no coincida: “Esto hay que mejorarlo, para que no se siga yendo gente”. Porque sucede que muchos emigran al llano justo cuando más falta hacen brazos para el café, cultivo principal y primer renglón económico de la montaña, que cayó en picada durante mucho tiempo y ahora intenta levantarse.
Ellos gozan del privilegio de vivir cerca del cielo
No hay que ser muy listo para entender el conflicto y el deseo actual de estos cubanos que, aunque gozan del privilegio de vivir cerca del cielo, a veces tienen más problemas de los que uno imagina y de los que no sabe, tan metido como está en su creencia de que, para problemas, estos nuestros de aquí abajo.
Andando por aquella serranía da gusto encontrar personas como Gilberto Abeal, hombre atento, vecino de Cirugía, quien llegó a ese lugar con nueve años, hijo de padres naturales de la Coruña, en Galicia, España. Hace de eso ya 72 años. “Montañés de toda la vida”, dice orgulloso.
O como la enfermera Yanelis Polanco, que puso por primera vez los pies en ese mismo asentamiento 11 años atrás, para el servicio social, se enamoró y se quedó, tal vez para siempre. O como Olivia del Carmen, quien vino como maestra y hoy sigue siéndolo, 32 años después, en la recóndita comunidad.
Buenas gentes, las de estas alturas, que ofrecen el café de bienvenida mientras aclaran, aunque no hace falta: “Aquí arriba hay muchos apellidos, pero una sola familia”.
Desde allá arriba se sienten otros el aire, la luz y el mar
Desde allá arriba se sienten otros el aire, la luz y el mar

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