Mi blog sobre Economía

martes, 25 de noviembre de 2014

El médico cubano con ébola evoluciona de forma positiva, según confirman los médicos



Ginebra, 25 nov (EFE).- El médico cubano Félix Báez Sarría, que contrajo el ébola en Sierra Leona, evoluciona de forma positiva y la presencia del virus en su sangre se ha reducido notablemente, dijeron hoy médicos del Hospital Cantonal de Ginebra.

"Se observa una mejora de su estado clínico... su estado ha mejorado de forma importante. No tiene fiebre y ha comenzado a alimentarse", dijo el jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos, Jerome Pugin, responsable de la atención al profesional cubano.

La mejora se observa desde ayer y los tratamientos experimentales que se le han administrado -una combinación de plasma artificial que contienen anticuerpos y de un antiviral- parecen tener el impacto deseado.

"La tasa del virus en su sangre es muy débil, apenas detectable en algunos líquidos biológicos. En los próximos días podría pasar al estado de no infeccioso", dijo por su parte el jefe del servicio de enfermedades infecciosas, Laurent Kaiser.

El paciente fue repatriado a Suiza el pasado jueves con problemas de coagulación sanguínea, gastrointestinales y respiratorios, extremadamente débil, y su mejoría empezó a notarse al sexto día de comenzar a ser tratado, relató Pugin en conferencia de prensa.

Aunque estable, el paciente ingresó en el hospital suizo en estado grave, lo que hizo temer a los médicos que su estado pudiera degradarse muy rápidamente.

En las últimas horas, Báez ha mostrado claros signos de mejora, se ha sentado en un sillón, empieza a recuperar la energía y su estado anímico es bueno, describió el responsable de la Unidad de Cuidados Intensivos.

Kaiser, por su parte, explicó que ante enfermedades para las que no existe certidumbre de la eficacia de una u otra terapia, como ocurre con el ébola, se opta por no apostar por un tratamiento único.

En este caso "se busca un equilibrio entre los posibles efectos secundarios y benéficos" de los distintos tratamientos elegidos, apuntó.

El medicamento elegido fue el ZMab, una versión mejorada del Zmap -primer tratamiento administrado a extranjeros que se contagiaron de ébola en África Occidental- y que tiene la ventaja de ser mejor tolerado y con menor riesgo de alergias.

Keiser dijo a Efe que Suiza obtuvo ese fármaco a través de Francia y España, cuyas autoridades "respondieron de inmediato a nuestra petición de colaboración".

Indicó que ayer se administró al médico cubano todo el Zmab (tratamiento basado en anticuerpos que neutralizan el virus) con el que contaba el hospital y que por el momento se continuará únicamente con el antiviral.

Sobre su probable evolución, los médicos explicaron que para declarar a Báez curado tendrá que dar negativo a la presencia del virus en su sangre en dos pruebas, con un intervalo de tres días.

Cuando eso ocurra se decidirá si son necesarias pruebas complementarias para declarar al paciente "no infeccioso".

El director del hospital, Bertrand Levrat, enfatizó por su parte que el médico cubano está "en el buen camino, pero no curado".

"Es prematuro decir eso", señaló para intentar rebajar las expectativas generadas por la mejora de Báez, quien todos los días está en comunicación telefónica con su familia en Cuba.

Según el hospital, entre 40 y 50 personas trabajan en la atención del enfermo y todas las que entran en su habitación, con el equipamiento de protección apropiado, lo hacen de forma voluntaria.

Báez formaba parte de una brigada de más de un centenar de sanitarios cubanos enviados a Sierra Leona, en coordinación con la Organización Mundial de la Salud (OMS), para luchar contra la epidemia de ébola.

La OMS ha asumido los gastos totales de su hospitalización y tratamiento.

El coral se erosiona más con el aumento de la acidez del mar

Los arrecifes de coral se erosionan a medida que aumenta la acidez en los océanos, como consecuencia del cambio climático. Así lo determina una investigación realizada por científicos del Instituto de Biología Marina de Hawai (HIMB).
Los arrecifes viven en un ambiente de equilibrio entre su construcción y su descomposición. A medida que los corales crecen, se construye un complejo marco de carbonato de calcio que sirve de hábitat para los peces y otros organismos del arrecife.
Al mismo tiempo, los bioerosionadores, como el pez loro o los gusanos marinos, desglosan la estructura del arrecife en escombros y en la arena que nutre las playas.
Para que los arrecifes persistan, su tasa de construcción debe exceder su desglose. Este equilibrio se ve ahora amenazado por el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera, lo que provoca la acidificación del océano, es decir, que disminuye su pH.

Impacto de la acidificación en los océanos

La nueva investigación se ha centrado en gran medida en los impactos negativos de la acidificación de los océanos en el crecimiento de los arrecifes, y demuestra que un menor pH en el océano potencia la ruptura del arrecife.
Es “un doble golpe para los arrecifes de coral en un clima cambiante”, según ha señalado una de las autoras principales, Nisa Silbiger.

Medición de la erosión biológica

Para medir la erosión biológica, los investigadores desplegaron pequeños bloques de carbonato de calcio (el esqueleto de un coral muerto) en un arrecife durante un año.
Tradicionalmente, estos bloques se pesan antes y después de la implementación en el arrecife. Sin embargo, los científicos utilizaron en esta ocasión una tomografía computarizada de alta resolución, para crear imágenes en 3D del antes y del después de cada bloque de coral.
Silbiger ha apuntado que esta novedosa técnica proporciona una medición más precisa de las tasas de acreción yerosión.
Así, los investigadores colocaron los bloques de bioerosión a lo largo de un trayecto de 30 metros sobre los arrecifes decoral de poca profundidad de la bahía de Kane’ohe (Hawai), aprovechando la variabilidad natural del pH en esta zona.
El estudio comparó la influencia del pH, disponibilidad de recursos, la temperatura, la distancia de la costa, y la profundidad en el equilibrio de acreción-erosión. Entre todas las variables medidas, el pH fue el predictor más fuerte de acreción-erosión.

Influencia de los cambios medioambientales

Los expertos destacan que este estudio también pone de relieve el impacto de la variación de la química del océanocostero en los arrecifes de coral.
Los modelos actuales del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) predicen cambios en el pH del océano abierto, pero estas predicciones son problemáticos para los arrecifes de coral, que están incrustados en los ecosistemas costeros muy variables.
El estudio encontró diferencias dramáticas en el pH del océano y en la variabilidad diaria de pH a través de una distancia corta.
“Fue sorprendente descubrir que los cambios a pequeña escala en el ambiente pueden influir en los procesos de arrecifes a nivel de ecosistema. Hemos visto cambios en el pH del orden de metros, y esos pequeños cambios de pH mostraron patrones en los arrecifes de acreción-erosión”, ha apuntado Silbiger.
Ecoportal.net

Europa Press, RTVE.es

Cuba toma el 1er Lugar. México cerca. Centroamericanos 2014

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Sesiona en la capital convención sobre energías renovables


El desarrollo de las fuentes de energías renovables en Cuba es uno de los temas presentes en la 17 Convención Científica de Ingeniería y Arquitectura, que sesiona hoy en esta capital. 

El doctor Conrado Moreno, profesor del Centro de Estudios de Tecnologías Energéticas Renovables del Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, dijo a Prensa Latina que entre esas temáticas están la electrificación de comunidades aisladas de la red, la disminución del consumo energético en las edificaciones y la introducción de energías renovables.

Moreno, también vicepresidente de la Asociación Mundial de Energía Eólica, señaló que un grupo de trabajo está dedicado al desarrollo de equipos y tecnologías industriales para energías renovables, sobre todo la producción de molinos de viento, calentadores solares, paneles fotovoltaicos, aerogeneradores y otros componentes.

Al comentar sobre el papel de las universidades cubanas en este tema, Moreno señaló que el Centro de Estudios de Tecnologías Energéticas Renovables coordina lo concerniente al tema de la energía eólica en Cuba, tanto desde el punto de vista de las investigaciones como de la formación de los recursos humanos.

Alrededor de 450 especialistas e investigadores de 33 países, así como 694 cubanos, participan en la 17 Convención Científica de Ingeniería y Arquitectura, que organiza el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría.

El más importante foro sobre ingeniería y arquitectura en Cuba lo conforman 15 eventos científicos con investigaciones sobre los temas energético, medio ambiental, nuevas tecnologías, biotecnología y alimentos, entre otros.

Más de mil 440 trabajos de especialistas e investigadores cubanos y extranjeros forman parte del espectro científico y cultural de este evento. (PL)

Prevé Cuba llegar a 155 silos operativos

Por Yunielis Moliner Isasi en noviembre 25, 2014

La Empresa Nacional de Silos (EMSIL) pretende llegar a 155 silos operativos a partir de inversiones que se llevarán a cabo desde 2015, según informó a Radio 26 José Gómez Santana, director de Desarrollo Industrial de la entidad, adscripta al Ministerio de la Agricultura.

El directivo de la EMSIL, cuya sede central se ubica en la ciudad de Matanzas, expresó que estas mejoras favorecerán el almacenamiento, la rotación y la calidad de los granos que se producen en el país.

España: ¿modelo para una “transición democrática” desde arriba?

En recientes publicaciones (Temas #79, dedicado a Europa, Catalejo sobre la corrupción) se han examinado aspectos del funcionamiento del sistema político y social español en la actualidad. El paso del franquismo a este sistema fue asumido por algunos estudiosos de la transición (Juan J. Linz, Philip Schmitter) como modelo para la transformación de un régimen autoritario en una democracia. Ahora bien, ¿qué características tuvo el franquismo como sistema (económico, político, social)? ¿Qué factores determinaron su transformación? ¿Cuál fue la participación de la sociedad española en el cambio político? ¿Cuán democrático fue el pacto político que lo acordó? ¿Es este modelo válido para explicar o guiar otros procesos de transición democrática? Catalejo reproduce un ensayo histórico-político del investigador Manuel Monereo, publicado en Temas(#50-51, 2007), que caracteriza el proceso real de la transición española.

España: la transición pactada[1]

Manuel Monereo Pérez
Ensayista. Revista El Viejo Topo, España.

Un determinado acto político puede haber sido un error de cálculo de las clases dominantes, error que el desarrollo histórico corrige y supera a través de las «crisis» parlamentarias gubernativas de las clases dirigentes; el materialismo histórico mecánico no considera la posibilidad de error, si no que entiende todo acto político como determinado por la estructura de un modo inmediato, o sea, como reflejo de una modificación real y permanente (en sentido de adquirida) de la estructura.  
                      Antonio Gramsci

Que la historia —la narrativa histórica— cumple un papel político, es algo sabido. Todo movimiento social real ha tenido que ver con el pasado, construir un imaginario que ligue pasado y presente y, sobre todo, que justifique el futuro. La mayor o menor autoconciencia, la necesidad de argumentar racionalmente los proyectos sociales y culturales y, desde ese nivel, analizar el pasado están en relación directa con la cualidad del paradigma —en sentido amplio— del que se parte.

La llamada transición política española a la democracia es, sobre todo, un hecho histórico. Treinta y dos años después de la muerte de Francisco Franco y los mismos del reinado de Juan Carlos I de España, no por la gracia de Dios, sino del dictador, debieran dar el suficiente reposo y el aquilatamiento de los datos históricos para conocer con cierta solvencia lo que realmente sucedió, sus actores básicos y los dilemas estratégicos que tuvieron que resolver, así como la intervención internacional en lo acontecido. Y más allá, intentar explicar por qué pasó lo que pasó; es decir, hacer bueno lo que aconsejaba Pierre Vilar para construir una historia razonada.

Sin embargo, no solo la transición a la democracia, sino todo el siglo pasado, están abiertos y son objetos de ásperos debates que están sirviendo para definir espacios «político-culturales», los cuales, de manera mediata intervienen en la lucha política directa, intentado justificar proyectos, liquidar tradiciones, y fundamentar refundaciones. En definitiva, la historia como arma política en el secular conflicto entre izquierda y derecha, entre los defensores del proyecto nacional-católico neoliberal y —justo es decirlo— los escasos partidarios del papel histórico del movimiento obrero organizado y de su durísima y cruenta lucha por la democracia y el socialismo.

La paradoja, esta sí universal, es el enésimo renacimiento histórico de un anticomunismo total y sin complejos, cuando los herederos de la Tercera Internacional apenas consiguen mantener sus cada vez más débiles posiciones. Si vivimos, como algunos pensamos, una etapa marcada por una durísima contrarrevolución preventiva, parece que estamos asistiendo al intento de rematar al herido y liquidar un fantasma que asustó y sigue asustando a unas clases dominantes ya mundializadas, y a sus objetivos cósmicos.

Se puede decir que el discurso dominante en torno a la transición se construye en tres niveles interconectados, aparentemente contradictorios, pero con una matriz común.

El primer nivel es el oficializado: los reformistas del régimen y las fuerzas de la oposición democrática con un gran nivel de autoconciencia histórica, de moderación y transigencia, establecen un gran pacto que pone fin, a la vez, a la dictadura franquista —entendida en la práctica como un régimen personal— y a la guerra civil. Todo ello impulsado por la milagrosa capacidad de dirección de su majestad Juan Carlos I de España, encarnación de esta España nueva, superadora de viejos y arcaicos enfrentamientos.

El segundo nivel del discurso, explícitamente señalado en un célebre libro, vendría a narrar una historia un tanto diferente que parte de lo que se ha llamado «el Rey como motor y cerebro del cambio». El asunto se puede explicar así: un rey instituido como tal por el general Franco conoce, por herencia familiar y por comprensión de la realidad de la sociedad española, la necesidad de un cambio político que pacíficamente —y lo que es más importante, desde la propia legalidad franquista— transite hacia un nuevo régimen democrático adaptado a las demandas y requerimientos de una Europa que lucha por su unidad e integración.

Hay un tercer nivel, más sutil y no tan contradictorio como en principio pudiera parecer, que vendría a contar lo siguiente: la dictadura de Franco fue la consecuencia natural de la descomposición de una República que había dividido profundamente a la sociedad española, radicalizada por una izquierda marxista y anarquista irresponsable. Franco tuvo que afrontar la modernización del país con costos humanos, políticos y sociales, sin duda lamentables, pero inevitables. El resultado final fue la construcción de una sociedad occidental, industrializada, con un predominio claro de las capas medias que formaron la base, el sustrato socioeconómico, capaz de impulsar una democracia al estilo europeo y una transición moderada en su forma y contenido.

Estos tres discursos articularon un imaginario que se estratifica (en el sentido que Gramsci le daba a este término) en un sentido común que se ha ido imponiendo lentamente en partes nada desdeñables de la llamada opinión pública española y coincide con la pérdida de peso político-cultural de la izquierda en la sociedad. El discurso así construido elude elementos decisivos sin los cuales, entre otras cosas, no se entendería la transición como un fenómeno específicamente histórico.

Lo primero que habría que destacar es que, pese a la denigración sistemática de la Segunda República, el franquismo tuvo su origen en un intento más de golpe de Estado de una coalición formada por los grupos de poder económico, la Iglesia católica y la derecha política, que fracasó por la capacidad de resistencia de las fuerzas democrático-plebeyo-republicanas; todo ello en un contexto caracterizado por el ascenso del fascismo, la crisis de las democracias liberales y la derrota del movimiento obrero.

El segundo elemento es que la Guerra civil española no fue un episodio más del enfrentamiento entre las tradicionales dos Españas, sino una guerra de exterminio que se prolongó a lo largo de una extensa etapa histórica con un objetivo bien claro: liquidar física política y culturalmente a lo que las «fuerzas vivas» de la dictadura franquista denominaron la «Anti-España» (liberales, demócratas, separatistas, rojos y anarquistas); es decir, las organizaciones políticas y sindicales que históricamente se constituyeron para luchar por un Estado democrático, por derechos sociales y laborales para los trabajadores, así como la perspectiva de una transformación socialista de la sociedad capitalista.

El tercer elemento que habría que considerar es que el régimen franquista representó una auténtica involución civilizatoria, no solo porque desde el punto de vista económico nos condujo a los niveles de renta de 1914 y a una situación real que nos colocaba en la condiciones de finales del siglo XIX, sino porque redujo a cenizas una etapa cultural y científica que, sin exageración, se ha podido denominar una auténtica Edad de Plata; provocó la emigración de centenares de miles de españoles y desató el terror —un frío calculado y sistemático terror— aplicado sobre la España vencida, que tuvo como consecuencias, después de la guerra, el fusilamiento de más de cien mil personas, decenas de miles de detenidos en campos de concentración y de trabajo, la tortura y una humillación sin fin.

La represión política, la tortura y la violación sistemática de los derechos humanos fundamentales se practicaron hasta el fin de la dictadura. Aún hoy, las secuelas de este terror siguen existiendo en franjas significativas de la población española, que no quieren «señalarse políticamente» y siguen votando con temor.

Despolitización, miedo y un terror difuso trasmitido de generación en generación ha sido la herencia políticocultural más sobresaliente que dejó el régimen dictatorial de Francisco Franco Bahamonde, apoyado abiertamente —nunca se debe olvidar— por el Tercer Reich y el fascismo italiano, consentido y protegido por las grandes democracias europeas, y especialmente por los Estados Unidos, hasta el punto de que estos se convirtieron en un elemento especialmente relevante en la política interna del régimen.

El régimen franquista. Crisis económica, conflictividad social y oposición política

Se ha discutido mucho sobre la naturaleza, características y etapas de un régimen que duró casi cuarenta años. El centro del debate sigue siendo su relación con el fenómeno histórico del fascismo y su especificidad en el marco global de los regímenes autoritarios. Parecería, por el debate, que definirlo o no como fascista es un punto discriminante para valorar su mayor o menor crueldad o su papel histórico en el proceso de acumulación capitalista y en la evolución de la sociedad española. Más allá de estas polémicas, se debería insistir en las específicas relaciones —en unas condiciones históricas dadas— del franquismo con la crisis no solo de la Segunda República, sino de un largo período que comenzó mucho antes y, sobre todo, con la realidad que emergió después de una durísima y larga guerra civil, en un mundo que avanzaba con ímpetu hacia la Segunda guerra mundial.

El primer asunto tuvo que ver con la construcción —en cierto sentido, con la reconstrucción— del Estado y de sus instituciones, en un contexto que cambiaba rápidamente. En 1945, los aliados preferentes del franquismo fueron militarmente derrotados y la dictadura tuvo que afrontar una nueva situación caracterizada por el aislamiento internacional. Esta realidad provocó cambios institucionales y una nueva orientación económico-social interna, que agravaron las penosísimas condiciones de vida de la población, marcadas por el hambre, la represión y el mercado negro.

Hay coincidencias en constatar que la década de los 50 abrió una etapa nueva del régimen, relacionada con los acuerdos político-militares con los Estados Unidos, el concordato con la Santa Sede y, sobre todo, con el Plan de Estabilización de 1959. Esta política económica inauguró un modelo específico de acumulación capitalista, con consecuencias sociales y culturales notables, que duró, con altibajos y crisis parciales, hasta los años 1973-75.

La década desarrollista supuso, entre otras cosas, el ascenso al gobierno de los tecnócratas ligados al Opus Dei y significó, en primer lugar, una integración subalterna y dependiente al mercado mundial y, específicamente, a una economía europea en proceso de integración. En segundo, una transformación demográfica y social de hondo calado, ya que España pasó, en un plazo muy breve, a configurarse como una sociedad industrial y urbana, con una pérdida, especialmente significativa, del peso de población agraria, que lanzó a sus elementos más jóvenes hacia la emigración europea y hacia los centros industriales en crecimiento como Madrid, Cataluña, el País Vasco y Asturias. Las remesas de los emigrantes, más la apertura a un turismo en ascenso, conformaron dos mecanismos relevantes de financiación del propio modelo —el otro sería la inversión extranjera—, pero por otra parte tuvieron consecuencias sociales y culturales de consideración e influyeron poderosamente en la implantación de ciertas pautas de lo que en aquella época se llamó la sociedad de consumo. A esto se añadió, en parte como consecuencia de lo anterior, el desarrollo de un sector de servicios, ya entonces desequilibrado y sobredimensionado.

Los datos ayudan a comprender con más claridad lo que sucintamente se ha descrito. De 1961 a 1974, la economía española creció a un ritmo anual medio acumulativo de 7% del Producto Interno Bruto, en términos reales. La renta nacional creció ininterrumpidamente desde 1960 hasta 1975 pasando de 568 243 millones de pesetas (pesetas de 1958) a 1 562 071 millones.

La población activa agraria pasó de 41,7% en 1960 a 20,7% en 1977 y la industrial, de 31,7% en 1950, a 37,3% en 1977; mientras que en el sector de los servicios creció de 26,5% en 1950 a 41,8 en 1977. En 1950, la parte asalariada de la población activa era de 42%, en 1976 llegaba ya a 69,2%. Como se ha dicho, el proceso de urbanización fue también especialmente radical. Se calcula que desde la década de los 50 hasta los años 73-75, más de seis millones de personas abandonaron el medio rural y emigraron hacia el exterior o hacia los centros industriales internos. En 1970, 66,5% (dos tercios) habitaba ya en urbes.

Esta larga etapa de crecimiento económico y cambio social tiene algo de paradójico en la historia de la dictadura franquista. De un lado, significó un nuevo aliento, una forma de «consenso social pasivo», revitalizador, en cierta medida, del propio régimen; de otro, la entrada en los mecanismos de conflicto, innovación social y cambio cultural de la fase fordista del capitalismo. Denominar esto modernización capitalista reaccionaria se relaciona con tradiciones arraigadas en la cultura política de las fuerzas franquistas, que pretendieron combinar nacional-capitalismo con americanismo; tradicionalismo teológico-político con liberalismo económico y, más allá, la conversión de la política en gobierno tecnocrático de las élites —como, por ejemplo, el Opus Dei—, que santificaron el capitalismo de cada día y pretendieron configurar nuevas jerarquías sociales.

El «Estado de obras» de Fernández de la Mora casaba muy bien con «el crepúsculo de las ideologías» y la veta autoritaria y reaccionaria que tiene en Ramiro de Maeztu un antecedente señero y que, como nadie, personificaba el futuro presidente del gobierno español, Luis Carrero Blanco. En el imaginario del régimen, del monje-soldado falangista que se dejaba guiar por las estrellas y luchaba por nuevos amaneceres imperiales, se pasó a banqueros y empresarios dinámicos, atados al diario rezo del rosario y a la castidad, que hacían de la sagrada búsqueda del beneficio la santificación de su vida diaria, y de las cotizaciones bursátiles las intérpretes supremas de la presencia de Dios en la tierra. La «nueva ética» del capitalismo nacional-católico se impuso a las élites económicas y políticas, desde el viejo principio franquista: «no meterse en política».

Lo objetivo y lo subjetivo no son categorías separadas y opuestas, sino configuraciones sociales complejas mediadas por la conciencia. En los «escenarios de crisis» del franquismo se anudaba un conjunto de líneas de fractura política, que se entrecruzaban, y que las organizaciones subjetivas del conflicto (las fuerzas políticas reales y actuantes) intentaban unificar y hacerlas converger para forzar —repito forzar— el fin de la dictadura.

Todo ello en un contexto histórico social, marcado por:

Un escenario internacional caracterizado por la derrota del imperialismo norteamericano en Viet Nam, por la caída de las dictaduras griega y portuguesa (esta última tuvo consecuencias especialmente notables, tanto en el régimen como en la oposición española); por la creciente conflictividad social de una Europa post mayo del 68, en la que un movimiento obrero todavía fuerte y seguro de sí impulsaba a la izquierda política y cultural a la búsqueda de alternativas a lo que se llamó en aquella época «el neocapitalismo». Teniendo en cuenta además que, con dificultades, el proceso de unidad europea avanzaba y aparecía —para las clases económicamente dominantes y para una parte importante de la población—, como el lugar natural donde debería integrarse España.

La emergencia contradictoria y desigual de un nuevo movimiento obrero, situado en una coyuntura histórica dominada por la aculturación, la sociedad de consumo y la búsqueda de nuevas formas de solidaridad de grupo y de clase. Segregados y apiñados en «ciudades dormitorios» de los cinturones industriales de los grandes núcleos urbanos, tuvieron que aprender las nuevas formas de sobreexplotación laboral, la organización del trabajo ligado a las cadenas de montaje o al tajo en un sector —el de la construcción— que lo invadía todo. Supieron lo que era endeudarse por un piso mal construido, en barrios sin servicios básicos en medio del frenesí especulativo inmobiliario, que ya en aquella época se convirtió en mecanismo de obtención de ganancias a costa de las gentes. Se ha discutido mucho sobre el carácter y las actitudes políticas de este movimiento obrero emergente. De lo que no cabe ninguna duda, es de que sus movilizaciones durante los años 60 y los 70 erosionaron a un régimen que negaba y prohibía la lucha de clases, y que ejerció contra él una represión sistemática, de la que después de cada caída, de cada lucha, volvía a emerger plantándole cara a la dictadura. La discusión sobre el contenido principalmente económico o político de estas luchas no tiene demasiado sentido, ya que deja a un lado el factor experiencia y lo que es más importante: la formación de la cultura obrera. Estas luchas —ya fueran motivadas por cuestiones económicas o por condiciones de trabajo y laborales— requerían de organización, de una subjetividad que echaba raíces en la fábrica, ligada al Partido Comunista (PCE) o a otras fuerzas de izquierda. El gobierno las convertía en políticas al reprimirlas ferozmente, haciendo crecer la experiencia y la conciencia sobre la necesidad de organización y la importancia de la política en la lucha social. Este movimiento obrero que combinaba, sabia y audazmente, lucha económica y lucha política, trabajo ilegal y trabajo legal, había penetrado en las estructuras del sindicato franquista creando un nuevo tipo de sindicalismo (Comisiones Obreras) y fue fortalecido por un Partido Comunista que entendió muy bien, muchas veces a pesar de su táctica y de su estrategia, la nueva etapa y las condiciones de una nueva clase obrera española.

La realidad plurinacional del Estado español. Si algo caracterizó al fascismo en España, fue la lucha permanente contra los separatismos y en defensa de la «sagrada unidad de la patria». El franquismo fue el nacionalismo español llevado hasta sus últimas consecuencias; es decir, hasta intentar criminalizar política y jurídicamente las autonomías que refrendó la Segunda República. La represión, la lucha contra las lenguas vasca, catalana y gallega, así como el intento de poner fin a la identidad cultural y nacional, según la vida fue demostrando, no tuvo éxito y se convirtió en uno de los problemas más serios que tuvo que afrontar la dictadura. No hay que olvidar que en 1959 surge, como escisión del Partido Nacionalista Vasco, la organización armada ETA. Tres datos hacían que el problema tuviera una difícil solución para el régimen de Franco. Cataluña y el País Vasco eran las zonas más industrializadas y ricas del Estado español; si bien las burguesías —vasca, catalana y gallega— apoyaron al dictador, partes minoritarias de ellas —y, sobre todo, sectores muy amplios de la pequeña y mediana burguesía— siguieron defendiendo las posiciones nacionalistas. En las nacionalidades históricas del Estado español, la lucha por la democracia engarzó la cuestión social y la lucha por las libertades nacionales en un todo complejo y contradictorio, que definió el mapa político en cada una. Por otra parte, la cuestión nacional tenía una vertiente que dañaba mucho al franquismo: la implicación de amplios sectores de la Iglesia católica con los nacionalismos vasco y catalán. Las identidades de estas nacionalidades tuvieron desde siempre la complicidad de una parte significativa del clero, hasta el punto en que hubo sacerdotes fusilados por el franquismo, acusados de pertenecer al movimiento nacionalista. Que las burguesías vasca y catalana tuvieran que vivir en realidades históricas con un importante peso social del nacionalismo, tenía y sigue teniendo consecuencias contradictorias para su dominio en el Estado español. Si querían ser hegemónicas en las nacionalidades históricas, tenían que distanciarse —cuando no enfrentarse abiertamente— a la burguesía, en este caso sí española, que apoyaba a un régimen y a una derecha política que obtenía una gran parte de su consenso social en la lucha contra los nacionalismos periféricos.

La crisis de la Universidad franquista y la resistencia del movimiento estudiantil. Desde mediados de los años 50, la Universidad en general, y los estudiantes en particular, se convirtieron en uno de los más graves problemas de la dictadura. En España, el proceso de escolarización y de cualificación de la fuerza de trabajo necesaria para el nuevo modelo de acumulación capitalista coincidió con la aspiración de amplios sectores de las capas medias por conseguir que sus hijos tuviesen una graduación universitaria. La expansión del estudiantado y el crecimiento de las universidades, así como la permanente conflictividad estudiantil, pusieron en crisis a la Universidad franquista. La izquierda encontró en los universitarios un apoyo sustancial y, a través de ellos, fue llegando a España el pensamiento crítico y el marxismo, en sus varias acepciones.
Los conflictos con la Iglesia católica. Denominar al régimen franquista como un sistema autoritario o fascista, basado fundamentalmente en una ideología nacional-católica, no era exagerado; expresaba la realidad de una alianza estratégica entre los militares golpistas y la Iglesia y algo sin duda más importante: el alineamiento de amplios sectores de la población española con la derecha política estaba relacionado con la influencia y el poder de la Iglesia católica en España. El papado de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II iniciaron cambios muy importantes en la Iglesia católica y en sus relaciones con el régimen. El surgimiento de las comunidades de base, la adscripción de militantes de origen cristiano a fuerzas de izquierda o de orientación marxista, el apoyo de una parte del clero a las movilizaciones obreras, coinciden con el distanciamiento con respecto al régimen, en plena sintonía con el Vaticano, de sectores significativos de la jerarquía católica. En algunos momentos, como en el caso de monseñor Antonio Añoveros, obispo de Bilbao, estuvo a punto de producirse una ruptura de relaciones entre el Vaticano y el gobierno español, al tiempo que señaló un giro de la Iglesia católica favorable a un cambio político ordenado y pacífico hacia la democracia.

Se ha dicho antes que la legitimidad del régimen se resquebrajaba, las divisiones internas se acentuaban y que una parte creciente de la población española reclamaba cambios políticos profundos. A lo que habría que añadir la previsible muerte del dictador. Se estaba abriendo —el tiempo lo fue haciendo cada vez más evidente— una crisis en un sentido preciso: los de arriba ya no podían seguir mandando como antes y los de abajo no aceptaban ser mandados de la misma manera. La muerte de Luis Carrero Blanco, a manos de un comando de ETA, era una señal, un dato inquietante que mostraba todas las debilidades del régimen.

Cuando hablamos de crisis de régimen, no nos referimos a una quiebra o derrumbe de este, sino a que el sistema tenía cada vez más dificultades para gobernar los procesos sociales y no encontraba los mecanismos ni los instrumentos precisos para responder a las demandas que se le acumulaban y que tendían a dividir las diversas familias del régimen y, lo que era más grave: bloqueaba las pocas iniciativas que era capaz de tomar. Nada expresa mejor todo esto que el primer gobierno de Carlos Arias Navarro y su famoso «Espíritu del 12 de febrero», torpedeado por la feroz ofensiva del sector más ultra del régimen y por una división creciente en el propio gobierno.

La dimisión de Alonso Pío Cabanillas y de Antonio Barrera de Irimo cierra una etapa y abre otra con dos hechos decisivos para la transición: la muerte Franco y el agravamiento de la crisis económica internacional. El primero no requiere muchos comentarios. Franco era el centro de su régimen, concentraba en sí mismo todos los poderes del Estado y, a su vez, fue árbitro y regulador de las tensiones entre las diversas corrientes que se articulaban en el denominado Movimiento Nacional. En realidad, el nuevo rey no supuso, como suele entenderse, la restauración de la vieja monarquía borbónica, sino la instauración de la monarquía del Régimen del 18 de julio franquista, a cuyos principios fundamentales juró fidelidad en su toma de posesión; por lo tanto, el nuevo Jefe de Estado recibe la legitimidad de Franco y hereda los problemas de un sistema que tenía todos los síntomas de una crisis estructural.

El otro asunto era aún más grave. Como ya se ha dicho, el largo período de crecimiento económico, la década desarrollista, generó en una gran parte de la población española grandes expectativas de mejoría en sus condiciones de vida, de empleo y de futuro para unas nuevas generaciones escolarizadas y con aspiraciones de integrarse a los modos de vida europeos. Es más, el consenso pasivo que Franco obtuvo en esta época se basaba, en gran parte, en la idea de que, gracias a la ley y el orden, el crecimiento y el desarrollo económico serían una realidad cada vez más perceptible para el conjunto de la sociedad. La crisis puso en cuestión el modelo de acumulación capitalista en España, mostró sus debilidades y vulnerabilidad, y su carácter internacional restaba margen de maniobra para la necesaria y urgente reestructuración productiva del país. En un momento especialmente delicado, cuando era necesario minimizar los conflictos y encontrar salidas a problemas que se acumulaban y a demandas cada vez más difíciles de responder, la crisis económica se convirtió en un detonante, en un acelerador de la conflictividad social y objetivamente agravó las contradicciones internas en la coalición social y económica que apoyaba al franquismo. Obviamente, la oposición democrática —y su centro, el PCE— Fue lanzando propuestas y movilizaciones que agravaron las dificultades del régimen, y proporcionaron a aquella la iniciativa política.

¿Una ruptura pactada?

La herencia que recibió Juan Carlos I fue, en muchos sentidos, difícil. Heredó un presidente de gobierno, Carlos Arias Navarro, que solo estaba dispuesto a admitir meros retoques en la estructura jurídico-política del régimen y nunca estuvo en disposición de cuestionar un sistema que, como repitió una y otra vez durante su mandato, se basaba en la victoria en la guerra civil. El Rey maniobró para colocar en ese gobierno a algunas personas de su confianza con un talante más reformista (Manuel Fraga, José María de Areilza, Antonio Garrigues). Hereda también, una clase política franquista muy dividida, en la que se podían distinguir al menos tres familias. Primero, un numeroso sector con gran influencia en los aparatos e instituciones del Estado, especialmente en el ejército y el aparato represivo. Segundo, un sector aperturista que vivía en la incertidumbre permanente, sin un proyecto claro y deseando resolver la crisis del régimen sin que este fuera cuestionado de manera fundamental. Tercero, un sector reformista, que sabía, lampedusianamente, que todo tenía que cambiar para que lo fundamental continuase siendo igual. Esto es, a caballo entre una reforma en el régimen o una reforma del régimen. Heredó una conflictividad social creciente, agravada por la crisis económica, a la que se sumaron sectores muy diversos: desde los estudiantes universitarios, a los colegios profesionales, pasando por los conflictos recurrentes con la Iglesia católica y por una agudización de las varias cuestiones nacionales del Estado español, y por el terrorismo —que nunca estuvo ausente del proceso—, protagonizado fundamentalmente por ETA.

Un dato muy importante de esta fase fue la presencia pública de una oposición política democrática que iba dejando la clandestinidad y aparecía en plena luz del día, hasta convertirse en un actor político con el que necesariamente había que contar. Esta oposición estaba organizada en dos grandes bloques: uno nucleado en torno al PCE —la Junta Demócratica de España— y el otro al Partido Obrero Socialista Español (PSOE) —la Plataforma de Convergencia Democrática. Conviene señalar que estos dos bloques de la oposición democrática expresaban dos formas, dos estrategias de transición de la dictadura a la democracia. Si programáticamente no tenían, en principio, diferencias fundamentales, una ponía el acento en la movilización social como auténtico motor del cambio político y, dada la debilidad de las fuerzas políticas existentes, en la búsqueda de una convergencia político-social por abajo. La otra, con una debilidad organizativa muy notable, enfatizaba en la búsqueda de acuerdos con los sectores reformistas del régimen y la presión internacional, buscando básicamente la convergencia entre la socialdemocracia internacional y la derecha europea; todo ello con la atenta supervisión del Departamento de Estado norteamericano.

El programa de la ruptura democrática fue definido por la Junta Democrática de España en julio de 1974 y consistía, básicamente, en: a) un gobierno provisional de amplia coalición; b) amnistía total para presos y exiliados políticos; c) libertades políticas sin ninguna discriminación; d) reconocimiento de la personalidad nacional específica de Cataluña, Euskadi y Galicia, mediante la aplicación provisional de los estatutos de autonomía de la década de los años 30. Autonomía para las regiones; e) elecciones libres a Cortes constituyentes que decidirían el futuro régimen democrático de España.

En Cataluña, Euskadi, Galicia, en tantas partes del Estado español, esta plataforma político-programática de ruptura se fue sintetizando en una consigna común: Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía. Hoy se tiende a olvidar esta Plataforma ideal y moral, que movilizó a miles de personas y llenó las cárceles cuando los muertos por las acciones represivas del gobierno se seguían combinando con torturas y palizas en las comisarías, así como con una aplicación selectiva de la legalidad favorecedora de las fuerzas políticas y sindicales «moderadas», y abiertamente discriminadora de las fuerzas de la izquierda política y social más rupturista.

Esta estrategia de combinar la lucha social y una amplia política de alianzas con sectores sociales y culturales diversos, así como la unidad de las fuerzas políticas de oposición, tuvieron un éxito notable al derrotar políticamente los intentos de reforma que ejemplificaba Manuel Fraga Iribarne. El gobierno de Arias Navarro, dividido, sin un proyecto solvente y con una contestación creciente en la calle, perdió primero la iniciativa política, después la base social y más adelante la confianza de un rey deseoso de consolidar la monarquía en un país con tradición republicana y temeroso de que la caída del régimen fuese su propia caída. El gobierno Arias-Fraga vivió ante un dilema permanente: la apertura del régimen con una mayor permisividad hacia las fuerzas de la oposición, lo cual traía como consecuencia inevitable incrementar la represión, ya que esta permisividad la aprovechaba la oposición para ampliar los espacios de libertad. La dialéctica apertura-represión, unida a las características del personaje (Fraga), terminó como todos los intentos anteriores, con el bloqueo de las tímidas reformas propuestas a manos de las Cortes franquistas. El 1º de julio de 1976, Arias Navarro tuvo que presentar la dimisión.

Con la llegada a la presidencia del gobierno de Adolfo Suárez, las cosas cambiaron sustancialmente. La oposición democrática y la lucha social habían sido capaces de impedir una reforma parcial o, como se llamó en aquella época, una democracia otorgada y limitada desde el poder. El nuevo gobierno estaba convencido de que en ese momento se trataba de ir hacia una democracia liberal homologable a las europeas desde el control férreo de la transición por parte del gobierno y las instituciones del franquismo. Más claramente: democracia a la occidental, sí; pero controlada por y desde el poder. Era un cambio sustancial en la dinámica política, que le daba por primera vez la iniciativa al gobierno en la disputa por la hegemonía en la democratización Adolfo Suárez, con el apoyo inequívoco del Rey —desde una estrategia ideada por el presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, Torcuato Fernández Miranda— puso en práctica una política que tenía dos objetivos concretos: neutralizar a los sectores franquistas ultras y recuperar para la Reforma la hegemonía en el proceso de cambio político, con el objetivo explícito de impedir la ruptura democrática. La estrategia que lo sintetizaba fue la llamada Ley para la Reforma Política, que en puridad no reformaba nada, sino era una norma habilitante para salir del régimen franquista y lograr uno de los elementos claves en cualquier proceso de transición política: disminuir la incertidumbre.

De la llamada Ley de la Reforma Política, sorprenden al menos dos cosas: una, que fuese aprobada por las Cortes franquistas; es decir, que estas se hicieran un harakiri completo. Otra, que la estrategia de Fernández Miranda, «de la ley a la ley», fuese algo más que un mecanismo jurídico-político. Porque, en primer lugar, consolidaba la monarquía del 18 de julio, y lo que es más importante: no ponía en cuestión la legitimidad del régimen franquista. En segundo lugar imponía las reglas de juego que deberían guiar la transición: el sistema electoral y los límites de cualquier proceso de institucionalización democrática. Además, conseguía que la hegemonía en la oposición democrática fuese pasando de los sectores más rupturistas (el PCE, las Comisiones Obreras y la extrema izquierda), a los sectores moderados (liberales, demócrata cristianos y, especialmente, el PSOE).

El 15 de diciembre de 1976, se celebró el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política. Se trató de un gran espaldarazo al gobierno. La participación fue superior a 77%, y 94% de los votantes optaron por el SI, 2% por el NO y 3% fue de boletas en blanco. El porcentaje más bajo de votantes se produjo en el País Vasco, mientras que en Cataluña la participación se situó en torno a 74%. En Galicia llegó a 69%. La oposición democrática había pedido la abstención, aunque solo el PCE y la extrema izquierda hicieron campaña a favor de ella. El gobierno de Suárez estaba en condiciones de iniciar propiamente la transición. Disponía del control del aparato y las instituciones del Estado, tenía una legitimación popular más que holgada y, además, un proyecto claro. Ahora se trataba de discutir con la Oposición Democrática los límites del proceso y los contenidos de este, que al final no fueron otra cosa que preparar las elecciones generales del 15 de junio.

Antes se ha dicho —y conviene insistir en ello—, que la estrategia de Adolfo Suárez se concretaba en neutralizar al llamado bunker y hegemonizar el cambio político. El bunker era un elemento real de la situación, ya que controlaba parcelas muy significativas del poder.

El miedo al golpe (en una sociedad donde aún hoy, treinta años después, sigue existiendo miedo en parte de la población), que siempre tuvo una base real, fue un argumento justificativo de los términos en que se formuló la reforma y restó influencia en el proceso a los sectores que lucharon coherentemente por una ruptura democrática. Una correlación de fuerzas favorable, el miedo al golpe y la memoria viva de la represión franquista propiciaron que la hegemonía del cambio fuese pasando a manos del gobierno de Suárez. Es más, para esa hegemonía era fundamental que la oposición, y especialmente el PCE, aceptasen asumir que el elemento clave de la transición sería derrotar al bunker y no cuestionar el tipo de democracia que la Reforma estaba imponiendo

El PCE, hay que decirlo claro, fue la única fuerza que se opuso realmente al franquismo. Practicó desde siempre una política unitaria, se reorganizó una y mil veces, y consiguió, cuando las demás fuerzas casi desaparecieron, echar raíces en un nuevo movimiento obrero emergente en el campo y en la ciudad. Llegó a tener una enorme influencia en las universidades, en los trabajadores intelectuales, y fue un referente de abnegación y heroísmo, ganado en las comisarías de la policía política y ante los pelotones de fusilamiento. En la nueva situación creada por la política del gobierno de Adolfo Suárez, aparecieron todas las contradicciones y los déficits de la estrategia política que el PCE había ido marcando desde los años 50. Que las Cortes franquistas se hiciesen el harakiri, fue algo que sorprendió a todo el mundo y demostraba —esto conviene subrayarlo, porque se olvida con mucha frecuencia— la profunda crisis del régimen, el protagonismo político de la oposición democrática, y sobre todo, de la lucha social.

Ahora bien, la situación política cambió y cambiaría aún más. La cuestión ya no era una contraposición genérica y abstracta entre «democracia y dictadura», como defendía una y otra vez Santiago Carrillo, sino que de lo que se trataba era de decidir el tipo de democracia que construir, y el protagonismo de los trabajadores en ella. En un tiempo cuando la palabra democracia se usaba sin ton ni son, se olvidaba que siempre ha habido y hubo diversos tipos de democracia, y que el movimiento obrero y la izquierda estaban, más que nadie, interesados en una democratización sustancial que rompiera con las bases materiales del fascismo en sus diversas acepciones.

Conviene señalar que los límites que la Reforma imponía explícitamente al proceso de democratización eran, básicamente, tres: la forma monárquica, la continuidad del núcleo duro de los aparatos e instituciones del Estado y la llamada «Unidad de la Patria». El otro lado del asunto era también claro: no cuestionar la legitimidad del Estado del 18 de julio. La transición, con confrontación social, con terrorismo, con conflicto permanente, con el ala dura del régimen y con una parte del propio ejército, fue concretándose en lo que comúnmente se llamó «un pacto entre élites»; es decir, una negociación entre el gobierno de Adolfo Suárez y la llamada oposición democrática. Quedaba un obstáculo importante: la legalización del Partido Comunista de España. El 9 de abril, en plenas vacaciones de Semana Santa, Adolfo Suárez tomó personalmente la decisión de legalizarlo.

Un asunto crucial fue la conformación de una alianza política capaz de afrontar unas elecciones generales que consolidaran la nueva correlación de fuerzas que se estaba estructurando en la sociedad. Señal relevante de la dirección que tomaba del proceso fue la constitución, en torno a Adolfo Suárez, de lo que sería la Unión de Centro Democrático (UCD), que expresaba la alianza entre los sectores reformistas del régimen franquista y la oposición moderada. Las elecciones del 15 de junio de 1977 eran ya reflejo de estos cambios que sucintamente se acaban de señalar: mayoría relativa de la UCD (34,61%), un PSOE especialmente fuerte (29,27%), un PCE electoralmente débil (9,38%), y una Alianza Popular (AP), partido liderado por Fraga, que asumió un voto franquista claro y nítido (8,8%). A lo que habría que añadir la presencia muy significativa de los partidos nacionalistas vascos y catalanes.

Todo lo demás es ya muy conocido. Dados los límites de este artículo, no vamos a profundizar mucho más, pero sí señalar que el gobierno de la UCD consiguió consensuar con la oposición parlamentaria, y derivadamente con los sindicatos, un Plan de ajuste y reforma económica: los célebres «Pactos de la Moncloa». En paralelo, estos consensos básicos cristalizaron en un acuerdo para una nueva Constitución.

Epílogo para continuar el debate

La tesis que se ha defendido aquí es bien precisa: en España hubo una reforma política pactada con la oposición democrática; es decir, una reforma fundamental del régimen de Franco dirigida por y desde el poder del Estado, que consiguió crear una coalición social y política favorable a dicho proceso e impidió la ruptura democrática en sentido estricto. La izquierda políticosocial, y especialmente el PCE, no tuvieron fuerzas suficientes para impulsar cambios más radicales en la línea de una verdadera ruptura con el franquismo. Lo que vino después fue mucho más discutible: legitimar la Reforma como si fuese la Ruptura, y con ello limitar seriamente su autonomía política y cultural. Reconocer que las cosas no salieron como se esperaba y que no hubo la suficiente fuerza, no implicaba necesariamente pasarse sin más al territorio de la Reforma. ¿Había otro camino? Esto ya es pasar de la historia a la política. El debate continúa.

El New York Times intenta poner a Cuba en la agenda de Obama. Entrevista a Ernesto Londoño

 
 
Cuba es tema que levanta pasiones en los periódicos de Miami que lee la comunidad de exiliados cubanos en Estados Unidos. Lo que no es habitual es que el diario más influyente del país, The New York Times (NYT), le dedique a la isla caribeña seis editoriales en seis semanas consecutivas, en sus ediciones de fin de semana, en inglés y en español.

En los artículos, el Times ha pedido el fin del embargo a la isla, impuesto en 1960, casi dos años después de que Fidel Castro llegara al poder. El diario ha dicho que ese embargo “no tiene sentido”, que el régimen cubano lo ha utilizado para “excusar sus limitaciones” y debería ser desmantelado. También ha criticado a Washington por sus “proyectos encubiertos para derrocar el gobierno”. En otro editorial , el NYT ha alabado la labor de los médicos cubanos en la lucha contra el ébola. El artículo más reciente critica el programa que incentiva la migración de personal médico durante asignaciones oficiales en el exterior , según el periódico “particularmente difícil de justificar”. Además, ha pedido unintercambio de prisioneros para liberar a Alan Gross, un contratista estadounidense que lleva cinco años encarcelado en Cuba, a cambio de tres espías cubanos detenidos en EEUU.

La publicación de los editoriales coincide con la llegada al comité editorial del periódico de Ernesto Londoño, un periodista colombiano proveniente de The Washington Post. En entrevista para la Cadena SER, Londoño explica que la posición crítica respecto al embargo “es una que el periódico ha mantenido durante muchos años”, pero ahora han decidido hacer ahora esta apuesta editorial por que consideran que es el momento idóneo. “Actualmente, incluso ante cubano-americanos en el exilio en la Florida y otras partes del país existe mucho más apoyo a un acercamiento bilateral, para reanudar la relación diplomática entre los dos países y comenzar a darle un giro a la relación”, señala.

Existe mucho más apoyo por un acercamiento bilateral”

El objetivo del periódico es acercar posiciones muy distantes. “La polarización en torno al debate de Cuba es impresionante, es casi como lo que uno ve en el conflicto israelí y palestino”, apunta.

La polarización es impresionante

El editorialista explica que también buscan influir en la administración “en un momento en el que la Casa Blanca va a tener que tomar decisiones”. En abril, Panamá acoge la Cumbre de las Américas, a la que por primera vez ha sido invitada Cuba. EEUU aún tiene que decidir si asistirá. “No pueden ignorar la realidad de que va a haber un acercamiento por lo menos diplomático respecto a Cuba. Esta es una buena oportunidad para revaluar cual puede ser una posición más sensata y si puede haber puntos en los que se puede negociar”, asegura Londoño.

La Casa Blanca tendrá que tomar decisiones

El diario es consciente de las dificultades que supone levantar el embargo con un Congreso de mayoría republicana, pero apuestan porque la Casa Blanca dé pasos unilateralmente. “Puede reanudar las relaciones diplomáticas con Cuba, puede flexibilizar un poco más las restricciones de viaje y los mecanismos para que las personas en EUU envíen dinero a Cuba, tanto a sus familia e inviertan en los nuevos negocios en la isla”, dice.

Obama puede tomar muchos pasos de manera unilateral”
Para el periódico, acabar con el embargo a Cuba mejoraría el legado de Obama en materia internacional. “Un acercamiento a Cuba es viable, sería relativamente fácil y podría representar uno de sus legados más importantes”, asegura Londoño. Si Obama no da ese paso, la tarea podría recaer en su sucesor. “Si Hillary Clinton fuera presidente y Obama no termina dándole un impulso es muy factible que ella lo hiciera. En cuanto al campo republicano, hay muchos que están a favor de cambiar esta política y hay otros que no. Es difícil predecir como sucedería”, apunta.

El diario también exigirá cambios a Cuba. “La serie no ha acabado y en el futuro vamos a escribir un poco más sobre la situación en Cuba y es muy posible que hagamos una serie de llamados al gobierno cubano o que examinemos esas preguntas en más detalle”, anuncia Londoño, que actualmente se encuentra de viaje en la isla para recopilar información.

El editorialista del New York Times aplaude la posición tomada por los países europeos y apuesta porque haya un acercamiento comercial que vaya acompañado por presión para que la Habana acepte una mayor apertura democrática. “Si EEUU se sumara a esa lista si EEUU tomara posiciones similares sería más fácil que hubiera más presión a nivel internacional y más atención respecto a estos temas, pero que se abordaran desde una posición un poco más cordial, más constructiva, yo creo que eso representaría la forma más efectiva de generar cabos a largo plazo”, explica.

Los gobiernos europeos tienen que abordar el tema de derechos humanos

Los editoriales han tenido una importante repercusión en Cuba. El diario oficial Granma destacó en su portada cómo el Times reconocía “la política de injerencia de EE.UU. contra Cuba”. Incluso Fidel Castro, en una de sus columnas, también citó el primer editorial que pedía el final del embargo.

Londoño confiesa estar satisfecho. “Nos pareció importante que el gobierno cubano nos hubiera permitido comunicar estas ideas y argumentos con la población. Históricamente han mantenido controles muy rígidos con la prensa”, señala.

El gobierno cubano nos ha permitido comunicar estas ideas

Como era de esperar, los artículos también llamaron la atención en Miami, donde organizaciones del exilio cubano han sido muy críticas con la idea de levantar el embargo o la propuesta del canje entre Gross y los tres agentes de inteligencia. “Es una posición que entiendo”, responde Londoño. “Pero nuestro punto no ha sido que esos sentimientos no tengan fundamento, nuestro punto ha sido que la estrategia de EEUU hasta este momento con sus políticas, con la manera en que ha manejado la relación en la que ha manejado el dinero para tratar de generar reformas democráticas no ha funcionado. Una estrategia menos agresiva podría ser mejor”.

El diario decidió publicar también los editoriales en español para que tuvieran la mayor repercusión posible en Cuba. “Los cubanos en la isla son el grupo más importante en este debate. Cuando comenzó la serie, no sabíamos si iba a ser posible penetrar las restricciones de medios que tiene Cuba. Y nos ha llamado mucho la atención que eso está sucediendo. Se publican en muchos blogs de Cuba, blogs de personas muy críticas, blogs de personas cercanas al gobierno, se comentan en la radio”, asegura. El periódico no descarta publicar más en español. “En el periódico, como todos, queremos encontrar la forma de ampliar nuestra audiencia y encontrar más lectores y esta podría representar una buena estrategia a largo plazo”, señala Londoño que explica que buscan lectores en Latinoamérica y dentro de EEUU. “Ciertamente existe una creciente comunidad hispana en EEUU y puede ser una buena idea comenzar a hablarles en su propio idioma”, puntualiza.

Cuba exporta a otros países una treintena de medicamentos

La Habana, 25 nov (AIN) Más de 50 naciones adquieren medicamentos y tecnologías cubanas, uno de los principales renglones exportables del archipiélago, expresó Víctor Faife Pérez, responsable del Departamento de Servicios Farmacéuticos en el Ministerio de Salud Pública.

Una treintena de productos novedosos propios de Cuba y un grupo de genéricos se exportan a países miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y otras naciones de Asia, África e incluso Europa, aseguró el funcionario, según publica hoy el diario Juventud Rebelde.

Por su parte, Gustavo Sierra González, vicepresidente de BioCubaFarma, informó que también exportan tecnologías y equipos de diagnóstico que permiten detectar precozmente malformaciones congénitas, enfermedades hereditarias y otras afecciones.

Destacó la implementación, para las salas de terapia intensiva, de un equipo capaz de medir en pacientes en estado crítico las proporciones de los gases en la respiración, que es muy importante para decidir el tipo de tratamiento y salvarles la vida.
Sierra González indicó que Cuba tiene fábricas de productos en varios continentes y sobresalen en estos mercados aquellos para las prótesis auditivas, para mejorar el aprendizaje y resolver discapacidades.

Entre los productos más importantes se encuentra el Heberprot P, que ha sido aplicado en unos 110 mil pacientes de distintas naciones y está dirigido a tratar las complicaciones de la úlcera del pie diabético y evitar las amputaciones, refirió.

Para el tratamiento contra el cáncer, aumentamos el uso de estimulantes y vacunas para despertar la propia defensa del organismo y lograr que esa sea el arma principal para combatir el tumor sin tener que recurrir, en gran medida, a la quimioterapia, las radiaciones y grandes cirugías, explicó.

Dijo también que en ese sentido, el país cuenta con varios anticuerpos monoclonales humanizados de alta calidad, codiciados en el mundo entero en los mercados más exigentes.

Vacunas como el CimaVax-EGF y la Vaxira han tenido importantes resultados en el tratamiento del cáncer de pulmón de células no pequeñas, argumentó.
Sierra González reiteró la disposición de los científicos cubanos a contribuir en la lucha contra el Ébola.

Cerca del 70 por ciento de los 888 medicamentos que integran el cuadro básico son de producción nacional, mientras solo 290 se importan de otros países. Sin embargo, ya la industria farmacéutica cubana investiga 150 de estos para sustituir las importaciones.

España en Cuba: las virtudes del compromiso constructivo

Por Arturo López-Levy 25 noviembre 2014
 
 Madrid puede ayudar a reforzar el papel de Europa a la hora de disminuir la tensión en las relaciones entre Washington y la Habana.

Una mujer pasea a lado de un poster que promueve Cuba como destino en FITUR, la Feria Internacional del Turismo en Madrid, mayo de 2008. Pierre-Philippe Marcou/AFP/Getty Images

La visita a Cuba del ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel García-Margallo, ratifica el enfoque pragmático de la diplomacia española hacia la isla. Lejos quedó la temporada en la que el tema cubano fue balón político para las disputas entre el Partido Socialista (PSOE) y el Partido Popular. El presidente Mariano Rajoy ha pensado la política peninsular hacia Cuba como continuidad, desde los intereses estratégicos y económicos de Madrid en la isla sin abandonar los valores españoles de comunidad cultural y promoción de los derechos humanos. Si eso implicó continuar la estrategia del PSOE hacia la Habana, García -Margallo lo ha hecho sin dramas.

Por su herencia cultural e histórica, no hay país más cercano a la isla que España. Junto a Puerto Rico, Cuba permaneció ligada administrativamente a Madrid hasta 1898, recibiendo más inmigrantes españoles durante las tres primeras décadas del siglo XX que en todo el periodo colonial. Tras la caída del bloque soviético, España se erigió junto a Canadá en artífice de políticas de compromiso constructivo, acompañando el afianzamiento de los vínculos económicos con diálogos políticos y contactos comprensivos con toda la sociedad cubana. Ese periodo postguerra fría trajo un intenso intercambio económico, cultural, educacional y social en el que diversos actores españoles (compañías, universidades, comunidades regionales, etcétera) han construido una plataforma significativa en Cuba, siempre que se trate de dialogar, influir y proponer, no de imponer.

Dos elementos específicos han propulsado la posición de Madrid en la Habana desde el periodo de la cancillería de Moratinos hasta la fecha. En primer lugar, una activa embajada en la Habana que evalúa realistamente el peso del nacionalismo cubano y el balance de fuerzas en la sociedad civil (no es casual que el primer contacto de García-Margallo con la sociedad cubana sea con la Conferencia Episcopal, no con la dividida oposición, alineada con el exilio intransigente en el apoyo al embargo estadounidense, rechazado por Madrid). En segundo lugar, la multiplicación del número de españoles en la isla a raíz de la implementación de la ley de memoria histórica. Ese grupo de cubanos, que algunos cálculos dicen que puede llegar a 400.000 en unos años, además de ser una audiencia política para la diplomacia española, se ha convertido en un puente de contactos con Estados Unidos, donde puede viajar por terceros países, al gozar de exención de visados.

La cancillería española bajo Moratinos y García-Margallo dio la bienvenida a los procesos de reforma económica y liberalización política iniciados bajo el gobierno de Raúl Castro. Los avances en derechos de propiedad y libertades civiles de religión y viaje estuvieron en el centro de las sugerencias que España presentó a Cuba en el dialogo político desde los 90. Madrid, de conjunto con instituciones centrales de la sociedad civil cubana, como la Iglesia Católica, propuso al régimen cubano avanzar en un aterrizaje suave hacia un nuevo ordenamiento político y económico postguerra fría.

Esa estrategia diplomática propone evitar a Cuba los traumas del colapso de la economía de comando, y el control totalitario de los contactos con el mundo exterior. Es lógico que la política española de compromiso constructivo reconozca los cambios favorables que la Habana ha adoptado desde 2009. La inacción en la apertura económica y las limitaciones cubanas a los derechos de viaje fueron razones argumentadas por el gobierno de Aznar para favorecer la posición común europea. Para su credibilidad, una política de acompañamiento crítico requiere avanzar la cooperación cuando la isla se mueva hacia los estándares propuestos.

España también ha notado la priorización por la cancillería cubana de los temas económicos. Raúl Castro ha buscado una mayor cooperación cuando los intereses de Madrid y la Habana convergen, manejando sin drama las diferencias y potenciales conflictos. La visita del ministro de Exteriores español a Cuba alivia la cancelacióndel viaje de Jaime García-Legaz, secretario de Estado para el comercio, a la feria de negocios de la Habana, donde estuvieron presentes más de cincuenta nuevas firmas españolas. La presencia de García-Legaz era esperada con simbolismo pues cuando el Partido Popular estaba en la oposición, fue el secretario general de FAES, fundación del presidente Aznar, el principal aliado del exilio cubano intransigente en España. En 2013, el secretario se interesó por las oportunidades para las empresas españolas a raíz de la nueva ley de inversión extranjera y la apertura de la zona especial de Mariel.

En entrevista previa a la gira, García-Margallo subrayó que Cuba respondió positivamente a los pedidos de traslado a España del líder juvenil del PP Ángel Carromero, condenado por homicidio imprudente en el accidente que costó la vida al opositor cubano Oswaldo Paya. Cuba también cooperó con España para destrabar las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio en Balí, Indonesia en 2003 y en el respaldo de varios países latinoamericanos a la candidatura madrileña al Consejo de Seguridad de la ONU. La visita llega a Cuba en la víspera de la cumbre iberoamericana de Veracruz, cuando España y México quieren relanzar la comunidad España- Portugal- América Latina, en crisis tras la bajísima asistencia a la cumbre de Panamá. Madrid entiende la importancia de los cambios ocurridos en la región latinoamericana y la consiguiente incorporación de Cuba en la arquitectura multilateral regional, desde el ALBA hasta la CELAC, presidida por Raúl Castro hasta el próximo año.

Los lazos económicos y el dialogo político entre Cuba y España son un promotor clave para la negociación de un acuerdo de cooperación entre la isla y la UE. Históricamente España ha tenido el rol de país bisagra entre la comunidad europea y la región latinoamericana. Cuba ya fue visitada por los cancilleres británico, francés y holandés, quienes llamaron a agilizar la renegociación de las relaciones regionales con la Habana. A la vez hay diferencias de ordenamiento económico y derechos humanos que no ha sido resuelto como serían manejadas en el dialogo político bilateral. Madrid y la Habana saben que esos temas de valores e ideales no podrán ser evitados en un acuerdo Europa-Cuba.

Como país europeo, España ha tomado nota que América Latina irá a la cumbre de las Américas de abril, con la expectativa de que Estados Unidos cambie su política de embargo. La postura española a ese respecto tiene puntos comunes con la de los países más relevantes de América Latina. Dos áreas donde García-Margallo puede aportar al deshielo entre Washington y la Habana es respaldando la salida de Cuba de la lista de países terroristas del Departamento de Estado y una solución humanitaria de los casos del subcontratista de la USAID Alan Gross y los tres agentes cubanos todavía detenidos en cárceles cubanas y estadounidenses. España reforzaría así el rol de Europa como pivote promotor de una dinámica triangular de distensión con la Habana y Washington, y el prestigio de su política en América Latina.