Mi blog sobre Economía

viernes, 7 de agosto de 2015

El bosque, el lobo y la ley de la oferta y la demanda

Autor: Ángel Freddy Pérez Cabrera | freddy@granma.cu






El día había sido bien complicado para aquella enfermera neonatóloga que labora en el hospital materno Mariana Grajales, de Santa Clara, debido a la gravedad de algunos niños allí recluidos, lo cual le obligó a salir más tarde de lo previsto hacia la parada radicada en un costado de la institución. Al llegar allí, solo un carretón de caballo y su conductor la esperaban, además de algunos colegas y trabajadores de otros sectores.

—¿Va para el parque, cochero?, le preguntó, interrogante que recibió un rápido sí como respuesta. Acto seguido, abordó el carruaje y abrió su cartera para pagar los dos pesos acostumbrados, y ahí mismo comenzó a experimentar la rara sensación de vivir entre leones.

—¡Usted está loca enfermera, a esta hora son cinco pesitos!, le espetó el carretonero.

—Pero cómo es eso, el que está loco es usted, cómo me va a cobrar más del doble solo por ser un poco más tarde, le dijo la mujer en medio del asombro y la confusión.

La respuesta a su comentario fue: “Esto es oferta y demanda, señorita, lo toma o lo deja, y si no le cuadra se tiene que bajar”. Y ella, en una muestra de educación, descendió de aquel artefacto y dijo, en medio de su frustración: “Gra­cias cochero”.

Por desgracia, situaciones como las vividas por esa enfermera santaclareña resultan cotidianas y frecuentes en cualquier lugar de nuestro país, debido a determinados valores que han ido imponiéndose en algunas personas, las cuales, amparadas en las posibilidades del acuerdo de precios bajo el criterio de oferta y demanda, y valiéndose de las necesidades y carencias de una parte de la población, comienzan a actuar según las leyes de la selva.

En ese sentido, he visto a varios carretilleros maltratar a ancianitos por no poder llegar estos al monto fijado por ellos para adquirir determinados productos, y también a muchos boteros que aprovechando la carencia de transporte estatal fijan precios inalcanzables para el menguado bolsillo de numerosísimas personas, por solo citar dos de los ejemplos más cotidianos.

Acostumbrados a las normas y los valores generados por la Revolución durante tantos años, la mayoría de los cubanos nos resistimos a convivir con tales conductas, las cuales no tienen nada que ver con la solidaridad y la camaradería en que nos educamos generaciones enteras de compatriotas.

Quienes así actúan pudieran esgrimir que esa conducta es legal, que están amparados por tal o más cual disposición, lo cual es cierto.

Pero a quienes así piensen habría que recordarles que no siempre el dinero y lo material han sido lo decisivo para la mayoría de los cubanos. Sobran ejemplos en nuestra historia de patriotas que dejaron toda su fortuna y se fueron al monte a luchar por la independencia de Cuba, y de maestros, médicos y trabajadores que en los duros años del periodo especial no abandonaron un solo día su aula, sus pacientes o su fábrica, a pesar de las penurias que tenían en el hogar.

Cómo no tener en cuenta que esa enfermera, o el más simple ciudadano que solicite un servicio como cliente, usuario o pasajero, entre otras prestaciones, puede ser la persona que salvó la vida de un familiar suyo, el profesor de sus hijos o nietos, o el doctor que operó a su mamá, por solo citar algunos ejemplos.

Está claro que en aras de desatar los nudos que ataban a las fuerzas productivas, y con el objetivo de apoyar algunos servicios deficitarios como el transporte, que la nación no estaba en condiciones aún de desarrollar, la dirección del país decidió adoptar varias medidas complejas, como la de autorizar algunas actividades regidas por el principio de la oferta y la demanda. Frente a ello, una economía cada vez más productora de bienes y servicios, que permita una creciente valorización del salario de los trabajadores, será el camino más expedito para equilibrar la balanza.

No obstante, en una sociedad que se transforma, como la nuestra, “lo que hagamos debe estar sometido constantemente a la crítica cons­tructiva”, como dijera recientemente el General de Ejército Raúl Castro Ruz, en una reunión del Consejo de Ministros del 29 de mayo; de modo que no se puede perder de vista el papel protector del Estado, especialmente hacia esos sectores de la población más necesitados.

Junto a ese análisis, no está de más recordar que, aunque no son tiempos de arengas, ni de consignas de barricada, urge una mayor educación ciudadana, en especial en la familia y la escuela, escenarios imprescindibles para inculcar los buenos modales y conductas, esas que impondrán la barrera que impedirá volver a los valores del pasado, a aquella sociedad donde el hombre era lobo del hombre.

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