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lunes, 28 de septiembre de 2015

La belleza que hiere


El panorama artístico contemporáneo cuenta con creadoras interesadas en echar por tierra mitos asociados a la belleza femenina y abordar el complicado tema de la violencia simbólica mediante obras contestatarias y reflexivas. 




Obra de la artista cubana Lidzie Alvisa, presentada en la exposición colectiva "Rompiendo reglas", de la 12 Bienal de La Habana. 

El antropólogo argentino Adolfo Colombres agrupa bajo el concepto de violencia simbólica todas aquellas prácticas culturales que, ya sea de manera transitoria o definitiva, modifican, deforman y/o mutilan la anatomía humana.[1]

Dichas prácticas, que abarcan las escarificaciones, las perforaciones, los tatuajes y el alargamiento o la amputación de miembros o áreas del cuerpo, pueden cumplir diversas funciones (religiosas, sociales, biográficas, estéticas, profilácticas, terapéuticas, mágico-religiosas y erótico-sexuales) y se llevan a cabo con el consentimiento tácito o explícito de quien las sufre. Al ser prescriptivas para individuos de determinada cultura, su incumplimiento traería aparejado, ante todo, el rechazo de la colectividad, y en muchos casos la pérdida de derechos como sujeto social para el (o los) disidente(s). 

En su capítulo 19, el bíblico Levítico prohíbe la inscripción de palabras o imágenes en la carne. Por consiguiente, la civilización occidental, de profundo basamento judeo-cristiano, optó por variantes de violencia simbólica transitorias y poco invasivas, entre las que destacan el maquillaje y el disfraz, siendo el primero una de las prácticas culturales más socorridas en la historia del ser humano. 

El maquillaje, que se asocia directamente a lo femenino, es considerado la estrategia ideal para camuflar imperfecciones, incrementar la belleza y seducir al sexo opuesto. Sin embargo, la cultura occidental ha ideado un sinnúmero de procedimientos clínicos y quirúrgicos que, analizados desde una perspectiva antropológica, constituyen nuevas manifestaciones de violencia simbólica[2]. Generalmente son las mujeres quienes recurren a ellos, y lo hacen con el inconsciente objetivo de complacer a la cultura patriarcal que les educó. Así, cosméticos y cirugía les permiten incorporar o reproducir patrones de belleza prefabricados sin tener en cuenta las consecuencias físicas o psicológicas aparejadas a tales prácticas. 


Lección de maquillaje No. 1 (1998), videoarte de la costarricense Priscilla Monge. 

El uso del maquillaje se impone desde edades muy tempranas. Las niñas suelen jugar con los afeites maternos para crear la ilusión de madurez. Por otro lado, los rostros de las muñecas Barbies y sus «alternativas», las Bratz, se fabrican totalmente maquillados. Si tenemos en cuenta que ambos juguetes constituyen modelos a imitar por parte de su público-meta, pues tanto las unas como las otras, amén de imponer modelos estéticos y promover la cultura del consumo, contribuyen a normalizar el empleo del maquillaje a cualquier hora del día. 

Un rápido vistazo al arte iberoamericano contemporáneo nos devela a tres creadoras que se han inspirado en el acto de maquillar, las prerrogativas de la cirugía cosmética y los subterfugios de la moda para producir obras de profundo conceptualismo y marcada polisemia. 

En tierras latinoamericanas cuenta la costarricense Priscilla Monge, autora de Lección de maquillaje No. 1 (1998), videoarte donde el rostro de la artista es acicalado por un hombre entrado en años. Una vez finalizado el proceso, el maquillista muestra orgulloso el fruto de sus esfuerzos, develando al espectador la cara de Monge con los labios púrpuras y un ojo amoratado. De esta manera, la artífice aúna reflexiona en una misma pieza sobre la agresión física hacia las mujeres y la violencia simbólica que subyace en el uso de maquillajes. 

La segunda creadora es la española Nuria León, quien usualmente se apropia de fotografías femeninas publicadas en revistas de modas y diferentes medios publicitarios. Dichas imágenes, aunadas a instantáneas de estudio tomadas por la artista, son manipuladas y rediseñarlas para devolver composiciones cáusticas, a veces escatológicas, que reflejan el interés y los esfuerzos desplegados por mujeres africanas y asiáticas en imitar patrones de belleza occidentales. Para ello, dichas mujeres se someten a arduas sesiones de cirugías en las que modifican y reconstruyen sus rostros para obtener rasgos occidentalizados con el propósito de emular, integrarse o diluirse en determinados grupos sociales, e incluso alcanzar el éxito o el reconocimiento desde el punto de vista profesional, social o intelectual. 



Muchas mujeres asiáticas se redondean los ojos para imitar el ícono de belleza femenina occidental. 

Precisamente entre las obras más impactantes de León encontramos las fotografías Mamoyo(2001), cuya protagonista es una joven japonesa que se ha presillado los párpados para redondear sus ojos al “estilo” europeo, y Sofía(2001), donde una mujer negra, tras ocultar el cabello bajo una peluca rubia y «embellecerse» con señas pestañas postizas, recorta y superpone a su propio cuerpo la imagen de una actriz porno blanca, de forma tal que el conjunto “haga juego”. 

No obstante, León va más allá, y aborda el peliagudo tema de la hipersexualización de las niñas con la pieza Cara de ángel (2010), una inquietante imagen que nos remite las estrategias enarboladas por el orden patriarcal para convertir a nuestras infantes en víctimas de la mirada masculina al embellecerlas, erotizarlas y mostrarlas como objeto de deseo mediante programas televisivos, espectáculos y fiestas populares. 

En el caso de Cuba, durante la recién efectuada 12 Bienal de La Habana, y como parte de la exposición colectivaRompiendo reglas,[3] tuve la posibilidad de ver la escultura Diana, de la artista cubana Lidzie Alvisa, quien una vez más aborda el tema de la autoagresión mediante una superficie circular puntuada en la cual aparece el rostro de una mujer, solo que los dardos han sido sustituidos por una pinza de cejas, una jeringuilla hipodérmica, un lápiz de labios, un rímel y una brocha: típicas herramientas ampliamente utilizadas en el acto de maquillar o corregir imperfecciones del rostro. Así, Alvisa retoma el tema de la autoagresión, una constante en gran parte de su trabajo fotográfico, a la par que aborda de manera muy inteligente y no exenta de cierto humor el peliagudo tema de la violencia simbólica y sus consecuencias. 

«Las mujeres son educadas para complacer a los falos», asegura Julio César González Pagés en su libro Macho, varón, masculino… Por tal motivo, a ellas se les enseña el empleo del maquillaje como estrategia de seducción, y la gran mayoría recurren a él con tal fin, pues también les hacemos ver que tienen fecha de caducidad, y por consiguiente deben mantenerse bellas todo el tiempo para conseguir un esposo o complacer al que ya tienen. 

Afortunadamente el panorama artístico contemporáneo cuenta con creadoras interesadas en echar por tierra dichos mitos y abordar el complicado tema de la violencia simbólica mediante obras contestatarias y reflexivas que develan el lado más terrible de la belleza. 

Notas: 

[1] Véase Adolfo Colombres: Teoría transcultural de las artes visuales, Ediciones ICAIC, La Habana, 2001, p. 156. 


[2] La lista de opciones hoy en día es, cuando menos, alarmante. Entre dichos procedimientos catalogan, por ejemplo, el maquillaje tatuado, el blanqueado de ano, le blefaroplastia (rejuvenecimiento de los párpados), la mastopexia (reafirmación de los senos) y la cirugía cosmética genital, que incluye el aumento o disminución de los labios vulvares, el cambio de posición del clítoris y el rejuvenecimiento de la vagina. 


[3] Curada y museografiada por Chrislie Pérez y Alain Cabrera, esta sugerente ocupó una de las bóvedas de San Carlos de la Cabaña durante la mega-exposición de arte cubano contemporáneo Zona franca, y reunió a un significativo número de creadores que actualmente experimentan con la fotografía, entre ellos Nadal Antelmo, Álvaro José Brunet, J. M. Fors, Jorge Otero y Linet Sánchez, entre otros.

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