Mi blog sobre Economía

martes, 8 de diciembre de 2015

Días y noches de radio

Una mirada (o escuchada) a la radio cubana de hoy.



Durante una buena parte del pasado mes de octubre debí permanecer en cama, gracias a una de esas virosis sin nombre definido pero que atacan cada centímetro del cuerpo y hasta del espíritu, de modo tal que nos obligan a abandonar casi todas las labores intelectuales. Para tratar de paliar el tedio volví a hacer algo casi olvidado: escuchar la radio durante varias horas seguidas. La experiencia fue más bien contradictoria: el reencuentro con ciertas emisoras y espacios despertó en mí unas veces la nostalgia, en otros me hizo descubrir el sorprendente anacronismo de algunas propuestas que parecen habitar en un orbe con el tiempo detenido.

Nunca voy a olvidar cuando en mi infancia camagüeyana visité por primera vez una radioemisora local o cuando, poco después, me llevaron a Radiocentro, para asistir a la grabación de un programa humorístico y musical con público. Son emociones que se mezclan con otras algo más recientes, como haber sido entrevistado por Orlando Castellanos en Radio Habana Cuba o subir las empinadas escaleras de Radio Camagüey durante el mediodía principeño para grabar un comentario semanal sobre asuntos culturales del que nunca supe si alguien lo escuchaba.

Pero mi deuda con la radio tiene razones más remotas. Si me remito a recuerdos de los primeros años de mi vida ¿Cómo hubiera podido descubrir las voces de Elena Burke, Barbarito Diez o la Orquesta Aragón, si no fuera porque ellas resonaban en la radio de mi hogar o en las de diversas casas del vecindario? Y también ¿Cómo aprendería a apreciar la música de conciertos a no ser por la emisora CMBF que mi padre mantenía siempre fija en el dial del receptor azul que tenía junto a su cama? Por su presencia continua no solo descubrí los valses de Strauss y el cancán de Offenbach, sino también grandes monumentos musicales como el oratorio Mesías de Handel y los conciertos para piano y orquesta de Mozart, sin olvidar aquellas extrañas obras, procedentes de la Europa medioeval o de la India que el musicólogo español Antonio Quevedo trasmitía y comentaba en su programa de los sábados por la tarde: La música que no suele escucharse en los conciertos.

Muchos de los que crecimos escuchando aquellos episodios de Leonardo Moncada o las truculentas andanzas de los personajes de La flecha de cobre sabemos lo que es el sabor familiar de la radio. Cuando años después vi el filme de Woody Allen, Días de radio (1987), comprendí que esa pasión podía ser compartida por otros intelectuales en sitios diversos del mundo. Lo que aquel muchacho sentía por las trasmisiones de jazz, era semejante a lo que me atraía hacia otras músicas o espacios dramáticos.

Cuando hacia 1922, Luis Casas Romero, el criollísimo autor de El mambí trasmitía desde su casa en el centro de La Habana a través de su emisora 2LC, el cañonazo de las nueve, un boletín del tiempo y alguna música, quizá ignoraba que estaba introduciendo en los hogares cubanos una presencia familiar, una compañía cotidiana que iba a unir la información, la música y hasta el drama. Algunos alegarán que, desde entonces, no todo ha sido alta cultura y diversión bien encaminada, que el medio ha estado lleno de clichés y tonterías. Es cierto, pero esos desaciertos no son exclusivos de ella pues los comparte con otros medios, desde la prensa escrita y la televisión hasta el cine.

La experiencia reciente tuvo resultados agridulces para mí. Las horas que dediqué a CMBF me permitieron descubrir que la emisora ha procurado actualizar su lenguaje con segmentos de participación, concursos, un programa dominical dedicado a los niños y que ha logrado mantener vivos espacios que cuentan ya con varios años de existencia, no solo los añejos La ópera y Teatro de la ópera, conducidos por el ya legendario Ángel Vázquez Millares, sino Allegro, un programa a cargo del escritor y crítico de arte Jorge Yglesias donde el acierto en la selección de las obras corre parejo con el rigor de los comentarios, sin olvidar esa pequeña joya que es La esquina del jazz, colocado a las once de la noche, como última opción de una jornada, donde las voces excepcionales de Miriam Ramos y José Corrales nos llevan de la mano lo mismo hacia la New Orleans de los tiempos heroicos del hot jazz que hacia las experiencias más recientes en Sudáfrica, con un oficio envidiable.

El paseo por el dial me condujo también a una emisora de trayectoria mucho más breve: Habana Radio, la voz de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Lo primero que llama la atención en ella es el alto nivel profesional de sus equipos de trabajo, donde no solo hay técnicos del medio, sino muchísimos intelectuales de campos como la literatura, las artes, la medicina, las ciencias técnicas. Difieren de otras emisoras en el lenguaje cuidado, en la factura de los programas, en la audacia de las entrevistas, donde no se rehúyen espinosos criterios sobre instituciones y políticas oficiales e incluso, se permiten visibilizar las creaciones de cubanos residentes fuera del país y junto a ello, pueden acreditarse la variedad y calidad de la selección musical que ofrecen, que conjuga lo culto y lo popular, sin permitirse vulgaridades: en sus ondas conviven Silvio Rodríguez y María Betania, Liuba María Hevia con OmaraPortuondo, Miriam Ramos con Aldo López Gavilán, sin que eso les impida remitirse a las viejas charangas danzoneras o a la música africana de última generación.

Sin embargo, mi retorno a Radio Progreso, específicamente a Alegrías de sobremesa, resultó decepcionante. Uno de los espacios humorísticos de mayor trayectoria en el éter es hoy una verdadera ruina. Se hace evidente que la pérdida a lo largo de los años de sus principales figuras: Edwin Fernández, José Antonio Rivero y más recientemente Martha Jiménez Oropesa, han sido – fuera de todo lugar común- insustituibles. Los talentos de Aurora Basnuevo y Mario Limonta tratan de mantener vivo unos minutos de humor envejecido, que a veces roza lo vulgar y los libretos carecen ya de la riqueza de hace unos lustros, cuando podían sostener en pocos minutos una comedia de enredos derivada de situaciones de la vida cotidiana. Quizá sea hora de despedir ya ese emblemático programa del mediodía en beneficio de propuestas más actuales.

Mis hallazgos por aquellos días recorrieron toda la escala que puede ir desde la novedad extrema hasta el conservadurismo feroz. Si me sorprendió descubrir que uno de los más viejos programas dedicados a la educación para la salud: Por nuestros campos y ciudades, un medio considerado eficaz para llegar hasta los sitios más recónditos de la geografía del archipiélago y promover campañas de vacunación, lactancia materna o higiene de los alimentos, puede dedicar un ciclo a cuestiones de género y sexualidad, que no elude asuntos todavía controversiales como la pansexualidad, en el otro extremo, descubrí una novela radial –en el horario privilegiado para las amas de casa de las once de la mañana- donde una huérfana de origen misterioso, convertida en Cenicienta por la mujer que la crió, es descubierta por un empresario teatral quien de inmediato se la lleva a una gira internacional y…Tales ocurrencias, que hicieron las delicias de tantas y tantos oyentes en tiempos de El collar de lágrimas, la interminable radionovela de José Sánchez Arcilla y luego cayeron bajo el embrujo del inevitable Félix B. Caignet, parecen hoy fuera de lugar, pero no hay que dudar que tal propuesta tenga sus apasionados seguidores.

Esa es nuestra radio, el vehículo desigual en el que caben el espacio selecto y el disparate sonoro. Pero, aunque algunos falsos profetas han anunciado más de una vez su muerte entre nosotros, creo que ni la televisión, ni el “paquete semanal”, ni ninguna otra invención la amenazan seriamente. Siempre habrá amas de casa, jubilados, enfermos, vigilantes nocturnos o simples insomnes que cedan a sus sugestiones. No hay que esperar que sea algo perfecto, en tanto la perfección es casi inalcanzable para una labor cotidiana y devoradora, sino estimular la renovación continua, esa que anima sus mejores productos.(2015).

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