Por Luis Manuel Arce Isaac
La Habana, 27 jun (PL) Me decía mi talentoso amigo panameño Guillermo Castro, hurgador de las raíces y del abono que fertiliza a la sociedad contemporánea, que "más allá de una confrontación entre el capitalismo de ayer y el de hoy, no encuentra uno ninguna expresión clara de disposición de ir más allá de ese capitalismo
No se crea que es una visión apocalíptica de las luchas sociales en Latinoamérica, ni mucho menos una expresión de desencanto racional y espiritual por lo que acontece en estos momentos en algunos países en esta parte de nuestro hemisferio que pone en duda hasta el concepto mismo de Socialismo del Siglo XXI.
Es una inquietud dramáticamente razonada que me llega por un artículo sobre la lucha de clases en Latinoamérica puesta muy de manifiesto en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador e incluso Paraguay, lo cual no significa que alguna nación de nuestro hemisferio esté libre de ese fenómeno histórico-social.
Vistos esos casos, admito con Guillermo que, de forma general, en las circunstancias actuales "se lucha contra el neoliberalismo en nombre de reivindicaciones que finalmente sintetizan la demanda de un regreso al llamado Estado de bienestar/Estado desarrollista creado en su momento por un populismo liberal-nacionalista que hoy carece de asidero en la realidad".
Creo que hay allí un mensaje acerca del camino que las sociedades de nuestro tiempo no deben recorrer para evitar que lo que se ha podido avanzar en el contexto regional en materia de integración colectiva e independencia económica sea afectado por engañosos procesos semejantes a las tesis cepalinas del siglo pasado con Raúl Prebisch y Singer, o al New Deal estadounidense que no impidió la Segunda Guerra Mundial.
Impulsado por el expresidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt para paliar los graves efectos de la depresión de 1929 al que tanto sirvió la teoría de John Maynard Keynes sobre la intervención estatal en la economía para reactivar el consumo de las masas, el New Deal también estuvo en la base del acuerdo de Bretton Woods que consagró el keynesianismo y allanó el camino al Plan Marshall y al nacimiento de la Comunidad Europea.
Mi amigo decía que "todos estamos hoy en una circunstancia semejante, que nos obliga a imaginar nuestras alternativas de futuro a partir de los lenguajes del pasado".
Y esas palabras me recuerdan declaraciones recientes del exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis quien, a pesar de no ser reformista y estar a favor del cambio como desean las izquierdas en todos los continentes, estima que debemos estar dentro de la institución capitalista para poder cambiarla desde la confrontación.
Después de todo, asegura, así es como transcurre la historia, a través de la tesis y la antítesis, de las clases. Olvidó decir que también desde los extremos de la unidad y lucha de los contrarios.
En América del Sur los gobiernos progresistas de Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay y Bolivia, y en un grado muy especial Venezuela con una revolución social más definida, han intentado realizar cambios pero sin poder liberarse de la camisa de fuerza del capitalismo con sus largas y atenazadoras mangas financieras, en medio de una aguda lucha ideológica y una tenaz resistencia neoliberal que ha provocado innegables retrocesos de la izquierda.
Guillermo indica que "hacemos buen periodismo de denuncia, pero poco periodismo de análisis, y muy poco de propuesta práctica. Hacia allá nos lleva el despliegue de las nuevas realidades, sin embargo, como lleva a la playa al náufrago el sucederse de las olas de la marea que sube. Porque de lo que no cabe duda es que está subiendo".
Su conclusión es un verdadero reto: "Lo que para otros puede parecer una limitación, para nosotros es un desafío constante: ir más allá, incluso, de las percepciones de la realidad y de sí mismos que tienen los protagonistas del diario trajinar de nuestros pueblos".
Varoufakis, un marxista que suministró los santos óleos al socialismo pero al mismo tiempo diagnosticó la fase terminal del capitalismo, camina con botas europeas por un sendero semejante al indicado por Guillermo para América.
"Sabiendo que vamos a asistir a una descomposición del poder de las empresas, la cuestión consiste actualmente en saber qué es lo que va a reemplazarlas".
"¿Vamos hacia un escenario de segunda era del maquinismo, con un fracaso masivo en producir suficiente demanda para los productos de estas máquinas o encontraremos una vía en la que reestructuremos la forma en la que mantenemos relaciones entre nosotros y relaciones con las máquinas para producir y compartir la prosperidad que estas tecnologías hacen posible?"
¿Estas interrogantes del economista greco-australiano significan que no existe la posibilidad de un Socialismo del Siglo XXI o que ha dejado de ser una alternativa al capitalismo o una meta del difícil y complejo período de transición como algunos suelen denominar a los gobiernos progresistas? ¿Estamos en un limbo entre el capitalismo decadente y el socialismo inerte?
Varoufakis responde en estos términos: "Es una cuestión política. No se puede resolver por medio de abogados ni por medio de compradores ni de vendedores. Hace falta un esfuerzo por parte de los gobiernos, de los actores del mercado financiero, así como del mundo empresarial. Hay que crear algo nuevo, y acaso se le llame postcapitalismo. En todos los casos, el tipo de acuerdo que resulte de ello será enormemente inestable".
Guillermo, por su parte, acude a "una advertencia que José Martí dejó en su artículo sobre la conferencia monetaria de las repúblicas de América, en mayo de 1891: A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve."
Hecha trizas la parafernalia antivenezolana en la OEA, guiémonos por Martí, vayamos al espíritu de las cosas y no a sus formas y, como Argos Panopte, tengamos bien abiertos los cien ojos para captar lo real e impedir que el brillo fementido de un nuevo Estado de bienestar nos deje ciegos.
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