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jueves, 1 de septiembre de 2016

Mujeres conquistan el mundo masculino del tatuaje en Cuba

Este tipo de arte en Cuba busca ser legalizado como un trabajo por cuenta propia.

GÉNERO Ivet González 1 septiembre, 2016


La tatuadora Ana Lyem Lara mientras grababa la imagen de un cuchillo en la piel de un cliente, en su estudio casero Zenit, en el sector costero de Santa Fe, en el municipio de Playa, en La Habana. Las mujeres aumentan su presencia en este arte en Cuba.

Foto: Jorge Luis Baños/ IPS

LA HABANA, 1 sep 2016 (IPS) - La tatuadora Ana Lyem Lara estira con una mano la delicada piel del brazo de su cliente y con la otra termina de grabar un cuchillo adornado con cuatro iniciales. “Este es su primer tatuaje”, dice sobre el joven acostado en una camilla recubierta con nailon esterilizado y desechable.

“Muchos clientes dicen que las mujeres somos más tranquilas y les transmitimos paz porque las personas se ponen nerviosas cuando vienen a tatuarse, y más si es la primera vez”, explicó a IPS la tatuadora, de 32 años, que trabaja a tiempo completo en este arte corporal en su estudio Zenit, ubicado en una playa del oeste habanero.


Interior de La Marca, estudio-galería de arte corporal de Leo Canosa, conocido como el primer local profesional de tatuaje en Cuba, con sede en el Centro Histórico de La Habana Vieja y abierto desde enero de 2015. Foto: Jorge Luis Baños/ IPS

A diferencia del pasado, más mujeres como ella apuestan a este arte dominado por los hombres y abren estudios caseros, aunque este tipo de emprendimiento, con un lado creativo y otro lucrativo, carece de vías legales en este país insular caribeño.

Cámaras fotográficas, pipas y otros objetos antiguos, conforman la original decoración que escogieron para su hogar Lara y Alberto Ferrer, quien a sus 29 años funge como productor del estudio. La tarea de Ferrer no resulta fácil porque las tintas, agujas, vaselina y demás insumos deben ser comprados fuera de Cuba.

La pareja climatizó una habitación, donde colocó una camilla, la máquina de tatuar importada y la silla giratoria para la artista.

“Discriminación nunca he sentido, todo lo contrario, la gente siente que, como mujer, soy más cuidadosa con la higiene”, contó la joven, que lleva casi cuatro años “picando”, como se le dice en Cuba a la acción de grabar permanente mente la piel con aguijonazos de tinta.

Lara, graduada de arquitectura y aficionada al dibujo desde la infancia, es conocida en el gremio como la tatuadora más establecida de la capital.

“Hay muchas mujeres que están tatuando y pudieran ser más si rompen con el tabú de que es un oficio para hombres…Muchas otras se sumarían si la actividad fuera legal como en todo el mundo y con insumos a la mano”: Naty Gabriela González.

“Han habido varias mujeres antes que yo, pero no han sido muchas ni constantes”, explicó. “Las razones de que hayan sido tan inestables no las conozco. No creo que fuera a causa de la maternidad o la familia porque muchas eran jóvenes”, valoró.

“Ahora somos más y eso que apenas conocemos a las de provincia”, continuó la artista. “Yo enseño gratis a dos muchachas que tienen aptitudes”, amplió sobre sus dos alumnas, de 22 y 25 años.

“Hoy todo el mundo se tatúa, con dibujos más grandes y en lugares más visibles, ya no está censurado y estigmatizado en la sociedad cubana”, estimó Lara, que prefiere el estilo clásico (en blanco y negro) y las acuarelas (que imita ese tipo de pintura), siempre con un toque propio en los diseños.


Una artista del tatuaje interviene el brazo de un joven durante el Festival Peace and Love, celebrado en el barrio de Puentes Grandes de La Habana, en Cuba.

Foto: Jorge Luis Baños/ IPS

Observa que a su estudio acuden personas de todas las edades, pero la mayoría suelen ser jóvenes, en proporciones similares de hombres y mujeres. “Solo los estudiantes, médicos y trabajadores de la gastronomía tienen cuidado a la hora de escoger el lugar para tatuarse”, detalló.

Al estar en un limbo legal y solo ser registrados por la independiente Asociación Hermanos Saíz, que reúne a creadores de hasta 35 años de edad que cumplan con requisitos establecidos, se desconoce la cantidad exacta de personas dedicadas al tatuaje en las 15 provincias cubanas.

En este país socialista de economía controlada por el Estado crecen los sectores en que se permite y regula la llamada actividad por cuenta propia (privada) en diferentes formas. También operan con altas y bajas otras actividades dentro de la llamada economía informal o no regulada, como son los estudios del arte corporal.

Los precios por tatuaje en Cuba van del equivalente a cinco dólares hasta 300 dólares, un monto este prohibitivo para la mayoría de la población que es empleada por el Estado y percibe como promedio 24 dólares mensuales. Los tatuadores reconocidos pueden ganar hasta 100 dólares diarios con su arte.

“Es más reciente que haya varias mujeres y seamos más visibles”, valoró Amanda Laurent Santana, de 26 años, que “pica” en su habitación desde hace casi tres años. “Trabajo en condiciones básicas pero con mucha higiene”, detalló la joven, quien se adentró en este mundo cuando tenía 13 años y su padre le consintió su primer tatuaje.

“La máquina que uso y todas las cosas las fui comprando poco a poco mediante familiares que viven fuera”, detalló. “Yo todavía estoy en proceso de aprendizaje y solo tatúo a personas conocidas o con referencia. Incluso así resulta rentable”, indicó.

Cuando las autoridades lo permitan, quisiera abrir un estudio profesional exclusivo de artistas mujeres. “Yo no quiero irme para otro país, quiero poder desenvolverme aquí y formar parte de la historia del tatuaje en Cuba”, confesó Santana, que bajó el ritmo de trabajo porque tiene cinco meses de embarazo.

Una foto de ella, donde muestra los coloridos dibujos de flores y otros motivos sobre su blanca piel, cuelga entre seis piezas de mujeres tatuadas que conforman la primera serie de la fotógrafa Doralys Noa, expuesta en la cafetería privada Cuba Libro, en el céntrico barrio habanero del Vedado.

“Quise romper con los prejuicios que existen hacia las mujeres tatuadas, aunque es un problema de generaciones mayores”, apuntó Noa, de 23 años. “Las mujeres están en poses muy femeninas y usé un estilo ‘vintage’ (antiguo) para mostrar que es una cuestión de época”, concluyó.

Lara y Santana, junto a Carmen García, una artista que desde hace 10 años se dedica por temporadas al tatuaje, protagonizaron el documental “La piel como lienzo” (2015). La cinta fue realizada de forma independiente por Naty Gabriela González y Yaima Pardo, que abordaron por vez primera la vida de las tatuadoras en un audiovisual.

“Nos interesaba visibilizar a estas mujeres empoderadas, que hacen lo que les gusta y luchan por un espacio propio”, expresó Pardo a IPS. “También queríamos hablar de emprendimientos que no estuvieran legalizados en Cuba”, resaltó.

Un joven muestra sus tatuajes durante una sesión de trabajo en el Zenit Studio.

Foto: Jorge Luis Baños/ IPS

“Hay muchas mujeres que están tatuando y pudieran ser más si rompen con el tabú de que es un oficio para hombres”, acotó González. “Muchas otras se sumarían si la actividad fuera legal como en todo el mundo y con insumos a la mano”, valoró.

Especialistas indican que tatuar en Cuba cae en el marco de lo alegal, un término que define asuntos obviados por la legislación vigente.

En mayo de 2015, inspectores estatales visitaron una docena de estudios en La Habana y otros en varias provincias. A algunos hasta les decomisaron sus implementos.

Tanto los artistas afectados como los que no, se reunieron y contrataron un abogado en busca de alguna solución. Pasado un tiempo las autoridades les permitieron reabrir.

“Seguimos vulnerables”, aseguró el veterano Che Alejandro Pando, de 43 años, una referencia obligada en el tatuaje cubano. “Aunque hay varias opiniones, todos queremos una vía legal para sacar una licencia que incluya la parte sanitaria y comercial, y poder pagar impuestos. Y muchos queremos ser reconocidos como artistas”, explicó a IPS.

En la turística Habana Vieja, el Estudio-Galería de Arte Corporal La Marca, una idea del artista Leo Canosa, busca desde 2015 una manera para legalizarse como un espacio de arte dérmico y trabajo comunitario.

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