Por supuesto, la crisis capitalista global y su impacto sobre los precios de las materias primas que exportan los países latinoamericanos es una de las causas principales del golpe; los vampiros salen al anochecer, no a mediodía.
Pero no solamente hay crisis: existe, sobre todo, una utilización capitalista de ella. Las trasnacionales y el capital financiero la aprovechan, en efecto, para tratar de rebajar el costo de la fuerza de trabajo mediante devaluaciones, inflación y eliminación de los salarios indirectos (jubilaciones, vacaciones, indemnizaciones, sanidad, escuela, subsidios de todo tipo), y eso requiere dictaduras. Estados Unidos, como siempre, aprovecha también el debilitamiento de los gobiernos de los países dependientes para imponer mandatos rastreros y títeres, nacidos de golpes legislativos, como el de Honduras contra Manuel Zelaya, el de Paraguay contra Fernando Lugo y el de Brasil contra Dilma Rousseff.
Un gobierno de corruptos de ultraderecha en Brasilia es indispensable para Washington, no sólo por la posición estratégica que tiene, limitante con Venezuela, Colombia, Guyana, Surinam, Guayana francesa, Paraguay, Argentina, Uruguay, Bolivia y Perú, sino también por las enormes riquezas de la Amazonia y minerales (hierro y petróleo) y porque Brasil históricamente ha servido como gendarme de los imperialismos (primero de Inglaterra y después de Estados Unidos) para fragmentar la región.
Controlando Brasil, Washington da un golpe de muerte a la Unasur y al Mercosur, refuerza al gobierno de Macri en Argentina, amenaza al de Evo Morales en Bolivia, facilita el golpe en preparación en Venezuela, y al dificultar la ayuda petrolera venezolana a Cuba y la ayuda técnica brasileña a Cuba para construir un puerto de aguas profundas en Mariel, asfixia al gobierno de Raúl Castro.
El imperialismo actúa siempre con una visión regional unificada, cosa que subestiman los nacionalistas que ven las amenazas caso por caso, como si la que pesa sobre Venezuela no fuese también una hacia Cuba o el golpe en Brasil no fuese uno dirigido contra todos los trabajadores y la independencia de nuestros países.
Pero desde las invasiones a Haití, Granada y Panamá los golpes no se dan con tropas extranjeras ni los organiza el Pentágono, sino el Departamento de Estado yanqui asesorado por aquél. Son los agentes imperialistas (grandes capitalistas socios menores de las trasnacionales, sus siervos en los grandes diarios los políticos de los partidos burgueses y sus instrumentos en las instituciones estatales como la Justicia y el Parlamento) los que lo organizan y dirigen, como demostró el caso brasileño, en el que la llamada justicia permitió la destitución de Dilma Rousseff –quien no cometió ningún delito ni es corrupta– por una cáfila de senadores procesados por corrupción, escandalizando al mundo entero.
Las clases dominantes utilizan las instituciones estatales como un garrote para golpear a sus adversarios burgueses, como el kirchnerismo o el Partido de los Trabajadores brasileño, pero, sobre todo, a sus enemigos, los trabajadores.
El PT nació del movimiento obrero y de los sindicatos, pero con Lula tuvo siempre una dirección burguesa, capitalista desarrollista y centrada totalmente en el juego electoral y parlamentario. Los gobiernos de Lula y de Dilma buscaron siempre desesperadamente acuerdos con la derecha, a la que incorporaron a sus gabinetes en puestos claves. También frenaron y trataron de mantener a distancia los movimientos sociales, como el Movimiento de los Sin Tierra, así como de someter los sindicatos al Estado. Hicieron alianzas con partidos inventados para robar al erario, y su concepción de la política consistió en comprar el apoyo de esos partidos sin ideas ni principios, y ahora sus ex ministros y supuestosaliados se suman al golpe.
El resultado está a la vista. Dilma y antes Lula desarmaron y desorganizaron su base de apoyo y reforzaron el bloque social enemigo. Porque cuando no hay un proyecto claro y factible de renovación del país sobre una base anticapitalista, los trabajadores no pueden pesar políticamente ni arrastrar a una parte mayoritaria de las clases medias, y, por el contrario, éstas son dirigidas por los capitalistas, que logran eco hasta en sectores atrasados de los asalariados. Ahí está el ejemplo del conflicto en Bolivia con los burgueses indígenas que dirigen a los cooperativistas mineros.
Cría cuervos y te sacarán los ojos, se decía hace siglos. Hoy se dice Llama a crear un capitalismo andino en Bolivia (como hace el vicepresidente Álvaro García Linera) y fomenta mediante el aparato estatal una burguesía aymara, al mismo tiempo que promueves el individualismo, el consumismo y la centralización del Estado burgués, y destruirás las bases mismas de tu apoyo político plebeyo.
Tanto el kirchnerismo como el PT incorporaron a enemigos de los trabajadores en puestos estatales claves, como primeros ministros o jefe de las fuerzas armadas, y esos militares represores o gente del Opus Dei terminó apoyando a Macri, tal como el vice de Dilma encabezó el golpe. Los progresistas burocratizaron los sindicatos y gobernaron para el gran capital. Ahora, tarde ya, deben movilizar y no tienen cómo hacerlo, y sus seguidores acríticos se limitan a lamentar la maldad de la burguesía y del imperialismo (como si éstos pudieran actuar de otro modo), pero no proponen contra ambos ni una sola idea.
Ocupar tierras fértiles incultas y fábricas que suspendan o paren, movilizar para rechazar las privatizaciones y leyes antiobreras, convocar una Asamblea Constituyente son cosas que ni siquiera les pasan por la cabeza. Por último, en México ¿alguien puede creer hoy que el que recibe a Trump como si fuese jefe de Estado, calla sobre los 43 desaparecidos y reprime a los maestros respetará el resultado de las urnas y la democracia?
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