Este artículo, del afamado escritor cubano, fue publicado originalmente en portugués en Folha de Sao Paulo y se reproduce en español gracias a un acuerdo con IPS Cuba.
MIRADAS CUBANAS Leonardo Padura Fuentes 27 septiembre, 2016
Uno de los valores de la sociedad moderna es —o debía ser— el respeto al ámbito privado del individuo. Los intereses personales, su forma de entender diversos aspectos de la realidad y la existencia, sus gustos y fobias individuales se estimaban pertenencias arcanas que el contrato social debía proteger, siempre y cuando esas preferencias personales no resultaran lesivas al resto de los conciudadanos.
En un país como Cuba los límites de la vida privada muchas veces se permearon, por razones culturales —esa tendencia a lo gregario del cubano— y hasta por decisiones políticas que incluyeron desde la votación pública con el brazo en alto hasta la intromisión en las preferencias sexuales, las creencias religiosas, las opiniones políticas personales del individuo y que, puestas en juicio, podían decidir, por ejemplo, el desarrollo laboral o estudiantil de un ciudadano. La llamada “verificación”, que podía realizarse a partir de las opiniones de un vecino, tenía el poder de exponer asuntos estrictamente privados de una persona que se hacían públicos e influían en el destino de los individuos cuando no eran considerados “apropiados” o “admisibles” de acuerdo a ciertos códigos entre lo que no estaba, por supuesto, el Código Penal ni algún otro escrito y refrendado.
Tal vez esa experiencia me ha hecho ser un decidido defensor de los asuntos y espacios privados del ciudadano. A pesar de mi oficio, que me obliga constantemente a exponerme en público, a expresar ideas y opiniones, a ser entrevistado y criticado, he luchado por defender mi privacidad hasta donde me ha sido posible.
Noticias como la de las escuchas telefónicas realizadas por órganos de inteligencia a políticos de otros países o partidos o a simples ciudadanos, el “hackeo” de computadoras, la filtración de correos electrónicos —que todos sabemos factibles de ser revisados por otros— me resultan especialmente lesivos del que considero un derecho ciudadano inalienable a disfrutar de espacios de privacidad.
Todos esos conceptos y realidades me han empeñado más aun en intentar preservar mi privacidad. Por ello, a pesar de que soy escritor y periodista, nunca he tenido página web, el facebook que aparece en la red a mi nombre es apócrifo y jamás he manejado una cuenta de twitter. Soy, en esos sentidos, estrictamente “preinformático”. Soy un bicho raro, un anacrónico.
Mi condición, entonces, me hace reaccionar de un modo visceral cuando conozco de cómo hoy las personas hacen públicas, voluntaria y festivamente, lo que alguien como yo considera privado.
Hace poco, gracias a una amiga, pude ver la página de facebook de un antiguo compañero de estudios universitarios cuyo destino había extraviado. Con asombro pude ver y leer cómo contaba cada acontecimiento corriente de su vida —encuentros, visitas, experiencias—, cómo narraba parte de su historia familiar y… revelaba detalles de su vida sentimental y ¡sexual! En realidad, bi y homosexual (si es posible la conjunción). ¿Qué mecanismos pueden impulsar a un hombre de sesenta años a participar de esa demolición de lo privado? ¿Por qué un encuentro con una persona determinada tiene que adquirir el carácter de noticia? Es cierto que siempre ha existido la tendencia al exhibicionismo y el afán de protagonismo, pero tengo la sospecha de que hemos traspasado demasiados límites.
Sé perfectamente que hoy las redes sociales son un espacio privilegiado para la trasmisión de información, para las relaciones interpersonales, para la búsqueda de complicidades. Sé que muchos jóvenes y adolescentes han crecido y viven dentro de esa red de exhibicionismo que los atrae como una droga, los complementa como individuos. Sé, también, de cómo algunos utilizan estos medios para denigrar, espiar, atacar a otros, ocultándose tras cobardes anonimatos y seudónimos o utilizando poderes legales e ilegales. He leído cómo toda esa información que algunos ofrecen alegremente es utilizada para crear sus perfiles que no son precisamente los de facebook, sino algunos más tenebrosos y dominantes.
¿Qué es lo normal, me pregunto: tener un perfil de facebook o una cuenta en twitter o la decisión de no tenerla? ¿Es más sociable y moderno mi ex compañero de estudios o yo? No lo sé a estas alturas, la verdad. Lo que sí creo seguir sabiendo es que el derecho a la privacidad es un bien preciado, que deben respetar los poderes —que no suelen ser demasiado respetuosos— y sobretodo los individuos, comenzando por ellos mismos con respecto a sus propias vidas. El resto, como dice el viejo dicho, el resto es selva. (2016)
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Nota:
Luego de varios meses sin escribir para La Esquina, el autor de La novela de vida, vuelve a la carga para complacer a sus lectores, con este artículo publicado originalmente en portugués para Folha de Sao Paulo.
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