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miércoles, 12 de octubre de 2016

AL.- El viaje que transformó el mundo

Por Rolando López del Amo


Un 27 de octubre, hace ya 524 años, un marino europeo llegó a la costa norte del oriente cubano, desembarcó y luego anotó sus impresiones sobre el lugar. Es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto, escribió.

Esta afirmación sola valía tanto como todo lo que Marco Polo contó sobre la inmensa y poderosa Catay en época de la dinastía Yuan bajo el emperador Kublai.

La más hermosa, así en superlativo. Aceptemos que el navegante tenía la necesidad de impresionar a los patrocinadores de su viaje y convencerlos de que la inversión hecha bien valía la pena. De lo que sí no cabía duda alguna es de que se trataba de una tierra hermosa, toda cubierta de bosques y de un verdor atrayente. El contacto con los naturales de la zona debió parecerle una visión paradisíaca. Lo que no se podía imaginar nadie en ese momento era cuánto iba a influir en los destinos humanos aquel encuentro.

Entre la Europa de finales de la Edad Media y la buscada Asia del comercio por la Ruta de la Seda, por la que llegaban junto a sedas delicadas, porcelanas finísimas y especias deliciosas, apareció una tierra desconocida. El globo terráqueo era mayor que lo supuesto.

Puede asegurarse que hubo migraciones que cruzaron desde Asia hasta América por el estrecho de Behring, o que navegantes del Océano Pacífico llegaron desde Oceanía hasta las costas del sur de América, o que los vikingos llegaron al nordeste de América antes del viaje de Cristóbal Colón, pero nada de eso tuvo la significación del viaje de Colón. Puede afirmarse que el proceso de globalización que se incrementa cada vez más en nuestros días, comenzó entonces.

La conquista y colonización de América que España inició, seguida por otras potencias europeas: Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda, produjo un cambio radical en la vida del planeta.

Fue un proceso lleno de violencia, brutalidad, abuso del más débil. El implantó la dominación colonialista y el vergonzoso tráfico de esclavos del Africa Subsahariana.

La América se llenó de africanos, principalmente en el nordeste del Brasil, todo el Caribe y el sudeste de la América del Norte. No importa si la colonia era española, portuguesa, francesa o inglesa, todas importaban esclavos africanos para sus plantaciones y labores duras. Esas mismas potencias se instalaron en Asia del Sur: India, Indonesia, Malasia, Indochina, Filipinas. Y, por supuesto, se repartieron entre sí el continente africano, además de la América.

El sistema colonial perduró siglos y, aún hoy, quedan remanentes como el caso de Puerto Rico.

Este proceso trajo, además de la forzada inmigración africana, migraciones chinas, indias, japonesas, europeas, árabes, que junto a los pueblos originarios americanos formaron el conglomerado que habita nuestro continente.

En Cuba, la población originaria fue muy diezmada y los mayores componentes vinieron de España y de Africa y, en tercer lugar, de China. A ellos se sumaron yucatecos, franceses e italianos, libaneses y sirios, judíos, japoneses, haitianos, jamaiquinos, rusos, en fin, gentes de geografías diversas.

Don Fernando Ortiz definió nuestra nacionalidad como un ajiaco, donde elementos diversos se cuecen e intercambian sustancias y sabores para producir un resultado nuevo a partir de todos sus ingredientes. Es la resultante de todos ellos.

Nada de esto podía haber imaginado Colón, quien solo pretendía abrir nueva ruta comercial alternativa que resolviera la situación creada por la toma de Constantinopla por los turcos, lo que cortó el comercio entre Europa y Asia. Pero el viaje de Colón –los viajes debería decir por los que siguieron al primero- marcó un punto de giro en los destinos de la humanidad. Y, las cosas de la vida, el hombre no pudo disfrutar del reconocimiento que le correspondía y cayó en desgracia, hasta el extremo de que el nuevo continente no recibió su nombre, sino el de otro italiano, Américo Vespucio, quien fue el gran divulgador de la existencia de las nuevas tierras para los ojos europeos. Ese es el poder de la comunicación, que puede ser avasallador.

Lo cierto es que si no hubiera sido Colón, otros, de alguna forma, habrían terminado en establecer vínculos intercontinentales. Pero eso forma parte de las suposiciones razonables. Lo cierto es que la nueva era de la humanidad globalizada se inició con la llegada el 12 de octubre de 1492 a la isla de Guanahaní, en las Bahamas, y quince días después a Cuba, de la que pensó Colón que podría ser tierra de Cipango, como llamaban entonces al Japón.

La tierra más hermosa, según Colón, ya recibió este año tres millones de turistas extranjeros, lo que parece apoyar lo dicho por el Almirante.

De que es Cuba hermosa, nadie lo pone en duda; que sea la más, es discutible y no vale la pena querer restar sus valores a otras tierras distintas. Lo que nadie, repito, nadie pone en duda es que el pueblo cubano es tan solidario como el que más, porque cree, con José Martí, que patria es humanidad y que la fraternidad es el primer deber humano.

Deseo terminar esta nota regresando al principio.

Aunque fuera buscando beneficio personal, lo cierto es que la aventura de Cristóbal Colón en búsqueda de un nuevo camino entre el occidente y el oriente, objetivamente traería beneficios materiales a muchos con la reanudación del comercio intercontinental suprimido. De otra parte, tendría un valor científico y teológico al confirmar la esfericidad de nuestro planeta, echando abajo la idea de una Tierra plana y ombligo del universo. La tenacidad de Colón, su persistencia en el empeño y su capacidad de convencer a la pareja real española, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón - quienes acababan de unificar a España - para que auspiciaran su aventura, fue tarea nada fácil.

En artículo publicado en el periódico Patria el 17 de abril de 1894 con el título “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, Martí escribe: “Es necesario tener el valor de la grandeza: y estar a sus deberes. De frailes que le niegan a Colón la posibilidad de descubrir el paso nuevo está lleno el mundo, repleto de frailes. Lo que importa no es sentarse con los frailes, sino embarcarse en las carabelas con Colón”.

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