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jueves, 20 de octubre de 2016

Periodismo de barro


Emilio Ichikawa

Creo que no es difícil reconocer que hasta el “emprendedor” más inescrupuloso enfrenta un dilema moral que precede, por ejemplo, a la decisión de echarle maicena, harina o cal a la leche en polvo, alcohol de madera al ron, aserrín a la masa del pan; o de ripiar condones en el queso de las pizzas o hacer fraude al medicare.

En estas decisiones están en juego la salud y la vida de las personas, por lo que es lógico esperar que la contradicción ética que enrolan es más intensa que la implicada en decidir si se dice verdad o se miente al abordar el tema cubano. En un artículo para la prensa, en un catálogo de arte, en un tweet para la red, en una comparecencia en la radio, la televisión o en un evento de cubanología.

Quien en un momento determinado resolvió la contradicción mayor intoxicando vecinos o haciendo fraude bajo el argumento de “echar palante”, no debe tener demasiados problemas en resolver tensiones de menor escala en el juicio moral, como decir que en Holguín hay 100 personas con diarrea cuando realmente hay 10; o que en La Habana hubo siete derrumbes cuando realmente ocurrieron dos. Salta a la vista: no es lo mismo ser un asesino que un mentiroso. 

La licencia se toma con facilidad cuando el periodista que resuelve mentir es la misma persona que previamente ha adulterado un alimento o mutilado a una vaca. La experiencia, refrendada en el servicio a una autoridad, provoca una sensación de blindaje.

Lo peligroso de los periodistas cubanos no es el miedo que sienten sino la invulnerabilidad con que se conducen. En las fotos se les ve siempre sonriendo, o con el rostro hosco de quien sacia el odio, como si fueran reguetoneros de la información.

Los periodistas cubanos son anti-cartesianos en el sentido de que no es la duda sino la convicción el principal recurso de su método. Y al final, cuando leemos sus textos, lo peor no es que falten “verdades claras y distintas” sino que ni siquiera existen “mentiras en sistema”. No se puede engañar sin tener listo el próximo forro, que debe engarzar coherentemente con el tupe que le precede. Un mentiroso profesional ha de tener algo (o mucho) de matemático, de ajedrecista, de dramaturgo.

El nuevo periodismo cubano es en verdad un periodismo de barro. Sus celadores, soldados de terracota en el río amarillo. Mienten. Hiperbolizan. Incordian. Les dan perretas ontológicas porque creen que alguien les escamotea un pedazo de Ser, y siempre están pretendiendo la atención del gobierno. El periodismo oficial reclama al poder mediante caricias. El periodismo de barro hace lo mismo, pero con pataletas y críticas achacosas sobre la situación dentro de la cunita; siempre aferrado a la baranda para jugar safe. Quieto en base.

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