El hurón azul es la casita de madera que Carlos Enríquez construyó en lo que entonces eran las afueras de La Habana para vivir, trabajar y recibir a sus amistades. Con el andar del tiempo, se ha edificado una mitología en torno a los almuerzos dominicales en el hogar del pintor. Sin dudas, corría el alcohol entre los aficionados a la bebida, que no eran todos los concurrentes. Muchos acudían para disfrutar de las tertulias. El espacio abierto que rodeaba la casa favorecía el diálogo entre los grupos más afines.
Allí conocí a Delia Echevarría, casada entonces con el escultor Moret. La rodeaba todavía un halo de prestigio. Había sido la novia de Antonio Guiteras. Sin haber terminado los estudios de primaria, yo no sabía mucho de historia de Cuba. Pero el nombre de Guiteras permanecía vivo en la memoria colectiva. Su acción dejó una impronta en sus seguidores de la Joven Cuba, muchos de ellos fieles a un ideal revolucionario, combatieron en la guerra civil española. Otros, inconformes con los partidos políticos de la época, mantenían incólumes los principios contraídos con la revolución del 30.
Antonio Guiteras Holmes nació, hace 110 años, un 6 de noviembre de 1906 en la ciudad de Filadelfia. Creció en la veneración de dos tradiciones libertarias. La cubanía le venía por vía paterna. La madre rendía culto a sus antepasados, luchadores por la independencia de Irlanda. De regreso al país, la familia se instaló en Pinar del Río, donde Tony cursó el bachillerato. Matriculó en la Universidad la carrera de Farmacia con propósito utilitario, consideraba el modo más eficaz de ayudar al sustento de los suyos. Para lograrlo se desempeñó como viajante de comercio. El oficio le permitió conocer a fondo las realidades del país y anudar vínculos en la antigua provincia de Oriente, base indispensable para iniciar el tejido de redes revolucionarias.
Vivió tan intensamente que los meses se convirtieron en años. No había cumplido los 30 cuando fue abatido, víctima de una infame delación.
Entonces, su figura había alcanzado proyección nacional por esa capacidad singular de juntar pensamiento y acción. Al examinar la situación de Cuba, comprendió los rasgos esenciales de un panorama social y económico derivado de la subordinación al imperio. A su lado, en el Morrillo, cayó el venezolano Aponte que compartió la experiencia combatiente de Sandino. Como lo había pensado también Julio Antonio Mella, el movimiento revolucionario tenía perspectiva latinoamericanista. En situaciones extremas, la lucha insurreccional ofrecía la única salida posible.
Guiteras sentó las bases de ese proyecto bajo la dictadura de Machado. Derrocada la tiranía, integró el Gobierno de los 100 días, presidido por Ramón Grau San Martín. En breve lapso, tomó medidas drásticas desde su cargo de Ministro de gobernación. Respondían a demandas apremiantes de los sectores populares. De su obrar en aquella brevísima etapa, todos recordarían siempre la audaz intervención de la Compañía Cubana de Electricidad, desafío sin precedentes a los intereses norteamericanos.
Pero bajo el Gobierno Grau-Guiteras anidaba también la traición. El coronel Batista actuaba asociado a la embajada de Estados Unidos. El ametrallamiento de los convocados a acoger el regreso de las cenizas de Mella agravó las fracturas al interior de la izquierda revolucionaria.
En enero de 1934, la alianza del embajador Caffery con Batista y Mendieta consumaba el golpe que daba fin al Gobierno Grau-Guiteras. Para el fundador de la Joven Cuba quedaba por delante un año y pocos meses para organizar, desde el riesgo permanente de la clandestinidad, la salida hacia México, desde donde aspiraba a reunir los recursos necesarios para la lucha armada en Cuba. No pudo llevar a cabo su propósito. Pero su breve y fulgurante trayectoria contribuyó a configurar un programa de acciones prácticas para la emancipación de América Latina. De esa realidad surgió una leyenda que nos ha acompañado desde entonces.
Poco se ha escrito sobre el núcleo que llegó a aglutinarse en el entorno de Antonio Guiteras. El legado histórico no puede limitarse al acopio de papeles, muchas veces olvidados por las generaciones sucesivas. Se articula también a través de los seres vivientes que lucharon y padecieron entre las luces y las sombras de una época.
Están los que perdieron la fe, los que siguieron luchando y los que abrieron otros caminos para la continuidad de un propósito. Al comenzar estas líneas, evocaba el rostro de Delia Echevarría. Me gustaría también recordar a Calixta Guiteras, la hermana y compañera de lucha de Tony. Estudiante universitaria, tendió un puente con el directorio estudiantil. Estuvo a su lado en los duros menesteres del clandestinaje y participó en la dramática búsqueda de los caídos en el Morrillo. Su participación respondió a una irrenunciable convicción compartida.
Después de la muerte de Antonio Guiteras, Calixta no tuvo otra opción que el exilio mexicano. Fue un largo tiempo de espera hasta que el triunfo de la Revolución cubana permitió su regreso definitivo a la Isla.
Calixta Guiteras comprendió que todo proyecto transformador se sostiene en el sistema de valores asociados a la condición humana. Se dedicó en México a los estudios de antropología. Hizo investigaciones de terreno en Chiapas, uno de los territorios más desvalidos del vecino país en la zona de San Cristóbal de las Casas, célebre muchos años más tarde, recopiló datos sobre relaciones parentales, formas de trabajo, vínculos con la institucionalidad oficial, creencias, producción y consumo de alimentos, componentes todos de una cultura tan fuertemente arraigada que se ha mantenido en los límites extremos de la pobreza en el tiempo que sucedió a la conquista, sin embargo, la cultura de resistencia tropieza con sus límites cuando induce a la pasividad. Hay que recoger sus mejores esencias para dinamizar sus fuerzas latentes en favor del mejoramiento humano. De esa actitud nacen los fundadores. Tal fue la estirpe de los Guiteras.
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