El 2 de Septiembre de 1960, en la sede la Embajada de Cuba en Quito, y en cumplmiento de un pedido del entonces Primer Ministro Fidel Castro Ruz, el embajador cubano Mariano Rodríguez Solveira, con el auxilio de un sacerdote católico ecuatoriano, procediò a bautizar al niño Fidel Nieves Navarro, hijo de Virgilio y de María Enriqueta, quienes habían escrito al líder cubano para que fuera el padrino del niño ecuatoriano.
Ese día, en La Habana, un millón de cubanos habían aprobado la Primera Declaración de La Habana, digna respuesta de Cuba a las maniobras anticubanas de la OEA, la tristemente célebre Organización de Estados Americanos.
El bautizo se realizó en horas de la noche. Yo me desempeñaba entonces como secretario de la Embajada de Cuba en Quito, función a la que había sido propuesto precisamente por el destacado jurista Rodríguez Solveira, quien meses antes había sido en la ciudad de Santa Clara el Rector de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas y mi profesor de Derecho Civil.
Los padres del niño Fidel Juan Oswaldo Nieves le habían escrito al líder de la Revolución Cubana pidiéndole que fuera el padrino de su hijo, y la muy eficiente colaboradora de Fidel Castro, Celia Sánchez Manduley, había transmitido al canciller Raúl Roa García la aceptación del líder cubano.
Nos dimos a la tarea de localizar a los padres del niño, Virgilio Nieves, militar de baja graduación del ejército ecuatoriano, y María Enriqueta Navarro, madre de siete hijos, ama de casa y una humilde ecuatoriana natural de Otavalo, cantón de la provincia de Imbabura.
Al bautizo asistieron varios familiares del niño, algunos amigos de Cuba y dos de los tres integrantes de la delegación cubana que había asistido a la toma de posesión del presidente José María Velasco Ibarra, ocurrida unos días antes. La delegación cubana estuvo presidida por el entonces ministro de economía, Regino Boti, e integrada por el alcalde de La Habana, Jose Llanusa y el Jefe de la Marina de Guerra Revolucionaria, Juan M. Castiñeiras, los tres ya fallecidos al igual que el embajador Rodríguez Solveira.
La más feliz de todas las personas en esa ceremonia era precisamente la madre de Fidelito, convertido desde entonces en ahijado del célebre comandante de la Sierra Maestra.
Pasó el tiempo. El embajador Rodríguez Solveira decidió regresar a Cuba, se reintegró a la docencia como vice rector de la Universidad de La Habana, y me ví obligado a fungir como Jefe de la Misión cubana en Ecuador durante varios meses.
El Comandante Fidel Castro no olvidó a su ahijado ecuatoriano y semanas después del bautizo le envió al niño ecuatoriano, por conducto de su fiel ayudante Celia Sánchez Manduey y del Canciller Raúl Roa García. un jarrito con la firma del Jefe de la Revolución Cubana, que tuve el honor de entregar en un acto público en Quito a doña María Enriqueta, fallecida hace pocos años en la capital ecuatoriana.
Por eso cuando recuerdo el bautizo del niño ecuatoriano en Quito el 2 de septiembre de 1960 me doy cuenta que ese día Fidel estuvo en la Plaza José Martí de La Habana con un millón de cubanos, marcando el rumbo histórico de la Revolución, y también en Quito, donde los diplomáticos cubanos de entones cumplimos el noble gesto de Fidel hacia una humilde familia ecuatoriana, hecho que se inserta en su rico legado para toda Nuestra América.
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