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martes, 7 de noviembre de 2017

Eduardo del Llano comenta sobre la censura en la TV cubana


noviembre 7, 2017 | Imprimir

Por Eduardo del Llano* 



Eduardo del Llano. Foto: alongthemalecon.blogspot.com

HAVANA TIMES – Durante los tres últimos años varios miembros del equipo de Vivir del cuento, incluidos el director y los actores más conocidos, me habían pedido que escribiera para el programa.

Les dije que sí desde la primera vez, pero luego no nos veíamos por un tiempo, no me contactaban, hasta que en julio de este año nos encontramos nuevamente, volvieron a pedírmelo y acepté igualmente, pero en esa ocasión sí me llamaron apenas tres días más tarde.

Mira, le dije al director, mi experiencia con la televisión no ha sido buena, pero Vivir del cuento me gusta y los actores son mis socios, así que voy a empezar enseguida. Eso sí, antes debo advertirte que otro director de cine y TV (llamémoslo C) me entrevistó en junio de 2015 para una transmisión veraniega que tenía, y nada más salir le quitaron el programa -es decir, no solo esa emisión concreta, sino que le cancelaron el espacio- y le advirtieron que yo estaba prohibido en la televisión. Te lo digo, porque no quisiera escribir por gusto. El director del popular humorístico (llamémoslo N) me dijo que ná, que eso ya no era así, que no me preocupara y que empezara a trabajar.

Un mes y pico más tarde, en septiembre, el director N y otro escritor del programa me llamaron entusiasmados para hacerme saber cuánto les había gustado un episodio que les presenté, y que lo iban a filmar en octubre, junto a otros tres de diferentes autores. Aquello me alegró, porque no es fácil adaptarse a un medio con el cual no estás familiarizado, y el equipo es exigente, como Dios manda, así que evidentemente yo estaba justificando la confianza con que me premiaban.

A mediados de octubre se puso malo el dado. N me contó, entristecido y apenadísimo, que yo tenía razón desde el principio: de arriba habían aceptado los otros tres programas, pero no el mío. Sin explicar por qué. Me sugirió que no escribiera más hasta que aquello se aclarase.

De todas formas, le envié otro trabajo que recién había terminado.

Quiero aclarar que con los episodios entregados no intenté de ninguna manera ser más agresivo que nadie: mantenía el tono habitual de sátira social, pero no trataba de ser particularmente duro.

El director N, y otros de su equipo con quienes hablé más tarde, están convencidos de que la cosa es conmigo, que lo que se censura no es un trabajo concreto, sino a mí persona. No se trata, por tanto, de que se desautorice un contenido específico -lo que también sería discutible- sino que se decide excluir a un creador a partir de un argumento ad hominem. O sea, que las Altas Esferas Televisivas seguirán censurándome aunque escriba Tía Tata cuenta cuentos.

Hoy volví a encontrarme con el director C, y conversamos que las cosas no solo son así, sino que han ocurrido de esa manera históricamente, vaya, de que excomulgar artistas es toda una noble tradición de la cultura cubana, en especial de la pequeñísima pantalla.

Ahora mismo, me dijo, hay cierto crítico de cine que conducía un espacio habitual que hace poco se enfrentó en un debate a alguien de arriba; como resultado, no puede volver a salir en la televisión, y no solo eso, sino que una docena de programas ya grabados con él no se exhibirán, lo que significa, entre otras cosas, dinero tirado a la basura. (Y el dinero no le sobra a la TV, pensé; para comprobarlo no hay ni siquiera que entrar a los estudios, basta con andar por los pasillos y mirar los techos). También hablamos de Virgilio Piñera, Juan Carlos Cremata, y otros muchos.

Lo mío, hasta el momento, se circunscribe a la TV, pues mis relaciones con el Instituto del Libro, el Centro Promotor del Humor, incluso el ICAIC son razonables y de mutuo respeto.

Vaya, que la censura ni siquiera es coherente. Ahora bien, la excomunión, el ucase en mi contra se emitió en tiempos del anterior presidente del ICRT, y sigue en vigor a pesar de que el organismo luzca presidente nuevo.

Por circunstancias familiares que no detallaré, ese tipo de trabajo, escribir artículos y programas desde mi casa, es casi lo único que puedo hacer ahora… lo que no significa que aceptaría cualquier cosa, pero como dije antes, Vivir del cuento me gusta, es un reto interesante y muchos en el equipo son amigos míos.

El punto es, sin embargo, que de un plumazo los de arriba me lo quitan, contra el deseo expreso de los artistas y técnicos que me llamaron a trabajar con ellos, sin importarles cómo quedo, sin explicaciones al equipo o a mí, sin que nadie dé la cara y me diga por qué me condenaron en primer lugar.

Claro que, sin mucha dificultad, puedo imaginar a algún funcionario de esa casta de infelices que cree que los artistas deben ser mansitos e incondicionales (como diría mi socio Frank Delgado, otro veterano en estas lides) reuniendo a los directores o pasándoles un mensaje para advertirles quiénes son los apestados que se llevan en esta temporada.

¿Querrán dejarme sin opciones, forzarme a emigrar? Ni pinga. Que se vayan ellos.


*Tomado de la revista Cine Cubano

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