Casa de las Américas, La Habana, Cuba
Las amenazas del siniestro Donald Trump de intervenir en Venezuela por la vía de las armas, con el propósito de eliminar de una vez el proyecto social iniciado por Hugo Chávez, han puesto en marcha una maquinaria planeada para desplegarse en los dos meses que nos separan de la VIII Cumbre de las Américas, convocada para el 13 de abril en Lima. ¿Culminará finalmente en intervención o no? ¿Esperarán confiados los que, a partir de la renacida Doctrina Monroe, se creen amos de América a justificar una agresión desde la Cumbre? ¿Obtener una resolución espuria que pretenda deslegitimar las elecciones de finales de ese mes? ¿Precipitarán ecuaciones militares si sus cálculos muestran inseguridad en lograr respaldo regional? El primer eslabón ha sido constituir un grupo con doce gobiernos genuflexos, bautizado «de Lima», para «obligar» a que el presidente de Perú reconsidere la invitación al mandatario de Venezuela.
No pueden desestimarse las amenazas como pura retórica, pero el curso de los acontecimientos estará determinado por las variantes que se logre desplegar en esta puja de resistencia. Lo primero a consignar es la capacidad mostrada por Nicolás Maduro para mantener la soberanía que reclama el seguimiento del modelo bolivariano frente a estrategias de asfixia al interior de Venezuela, y los avances de la ofensiva restauradora neoliberal seguida en el Continente.
La insistencia del canciller estadunidense, el magnate petrolero Tillerson, y del senador seudocubano Marcos Rubio con sus llamados al fraccionamiento de las fuerzas armadas venezolanas revela, precisamente, que no han encontrado brechas que lo permitan, y se ven por ello en la necesidad de inducirlo criminalmente, para hacer de la Venezuela de hoy lo que.el imperio (conducido entonces por los delincuentes Nixon y Kissinger) logró en el martirizado Chile de 1973.Lo vocean, a la vez, para dar confianza a la oligarquía e intimidar al pueblo venezolano. Y para concitar desde ahora, sin ningún recato, la disposición de sus títeres en la región a jugar como aliados en las abyectas tareas que les impongan. Por tal motivo, la alianza cívico-militar constituye en Venezuela el puntal para el mantenimiento de la independencia, la democracia y los intereses de la sociedad en el sentido más pleno.
El ingenio macabro del imperio ha alcanzado en nuestros días, los días luctuosos de Trump, un nivel de desvergüenza y de impunidad que convierte al nazismo en un precursor opaco, inmaduro e imperfecto. Sería ingenuo, por tanto, creer que cualquier victoria popular será, por si sola, definitiva. Se ha de estar preparado para defender con la vida lo alcanzado y lo que se revela posible alcanzar para el pueblo. Aunque la mejor victoria de un país pacífico ante la realidad de la agresión y ocupación a sangre y fuego es la de conseguir evitarla sin concesiones de principio: la de la paz cuando se logra por la fuerza de la resistencia. Porque la claudicación no es la paz, es el camino de regreso al desamparo. Sortear la amenaza inmediata va a significar, siempre, ganar el terreno para nuevos desafíos.
Esto es, sin embargo, tan importante que el enemigo imperial lo teme, y por eso pone mucho énfasis en cumplir sus propósitos en el plazo más corto. La permanencia y la vitalidad del proyecto bolivariano son la espina más dolorosa en su garganta, tanto por lo que significa bilateralmente para el coloniaje energético, como también –y en no menor escala– por ser la piedra angular de una alternativa latinoamericana y caribeña que Wáshington había imaginado neutralizar aislando a Cuba.
Como se recordará, la frustración más cercana del dominio de los Estados Unidos en la región se alcanzó en la Cumbre de Mar del Plata en 2005. Las políticas de Lula, en sintonía con las de Chávez y las del anfitrión argentino, Néstor Kirshner, bloquearon la imposición del Tratado de Libre Comerció (ALCA), gracias al cual se generalizaría una norma de sometimiento económico que hubiera resultado imposible modificar en la práctica, cuando se quisiera rescatar la soberanía perdida. Junto a aquella IV Cumbre de los jefes de Estado tuvo lugar allí, con un protagonismo muy activo, la III Cumbre de los Pueblos, que alertaba en torno a la postura de los gobiernos vacilantes: o votaban contra el ALCA o lo hacían contra sus pueblos. La mayoría votó contra el ALCA. Se pudo evitar así una salida trágica para los países de la América Latina y el Caribe.
¿Van los pueblos latinoamericanos y caribeños a permitir sin una movilización como la de entonces que una mesnada de gobiernos sometidos a las demandas de la Casa Blanca, impuestos en muchos casos contra la voluntad popular, por caminos ilegítimos, atente desde Lima contra la libertad, la soberanía, y la solidaridad consagradas por el proyecto bolivariano y chavista representado hoy por Nicolás Maduro?
Casa de las Américas
La Habana, 16 de febrero de 2018
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