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domingo, 13 de octubre de 2013

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS NACIONES UNIDAS?

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Por Pedro Martínez Pírez


Quienes tuvimos el privilegio de brindar cobertura periodística a la segunda intervención de Fidel Castro en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 12 de octubre de 1979, no olvidamos esa y otras preguntas formuladas en esa emblemática sede por él Jefe de Estado de Cuba, quien ese día habló también en su carácter de Presidente del Movimiento de Países No Alineados.

Poco antes se había celebrado en La Habana la Sexta Conferencia Cumbre de los No Alineados y Cuba asumió la Presidencia del Movimiento hasta la próxima reunión, efectuada en Nueva Delhi, capital de la India, en 1983, cuando Fidel Castro traspasó el mandato a la entones Primer Ministra de ese país, Indira Gandhi.

Diecinueve años antes Fidel había implantado un récord en la ONU, donde pronunció un discurso muy extenso el 26 de septiembre de 1960. En esta ocasión leyó el texto de su discurso, que ocupó tres páginas del periódico GRANMA del día siguiente, y la prolongación en el tiempo de su intervención –dos horas y cinco minutos-- se debió en buena medida a los aplausos reiterados de quienes colmaron el gran salón de la Asamblea General.

Recuerdo que los primeros aplausos, muy prolongados, se produjeron cuando Fidel se refirió al tema palestino: “Despojados de sus tierras, expulsados de su propia patria, dispersados por el mundo, perseguidos y asesinados, los heroicos palestinos constituyen un ejemplo impresionante de abnegación y patriotismo, y son el símbolo vivo del crimen más grande de nuestra época”.


A partir de ahí el público vibraba con cada una de las afirmaciones de Fidel, y los aplausos provenían no solamente de diplomáticos de países que tenían relaciones con Cuba, sino también de otros con gobiernos que en esa época no habían formalizado los vínculos con la Mayor de las Antillas.

La segunda interrupción por aplausos se produjo cuando Fidel se refirió a la situación colonial de Puerto Rico, y después cuando aludió a los temas de la ilegal base yanqui en Guantánamo, el sistema neocolonial, la carrera armamentista, la deuda externa, la perspectiva de un mundo sin capitalismo, la miseria, la desnutrición, las enfermedades, el analfabetismo y cuando demandó ayuda para el desarrollo de los países pobres.

El auditorio fue estremecido por una frase inolvidable de Fidel: “Hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan, hablo en nombre de loa enfermos que no tienen medicinas, hablo en nombre de aquellos a los que se les ha negado el derecho a la vida y a la dignidad humana”.

Y como si fuera hoy, Fidel advirtió en la ONU hace 34 años que “el ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia”, ni “pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos”.

El discurso de Fidel, que debe constar para siempre en la historia de la ONU, finalizó con la mayoría del público puesto de pie y aplaudiendo su última exhortación: “Digamos adios a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era. Esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana”.

Y uno de los estadistas que se puso de pie y fue al encuentro de Fidel para darle un abrazo, en una franca ruptura del protocolo de la ONU, fue el joven Primer Ministro de Granada, Maurice Bishop, a quien poco después pude entrevistar en la recepción realizada en la sede de la Misión de Cuba en Nueva York, en Lexington y 38.

Esa noche también entrevisté para la televisión cubana a Kurt Waldheim, Secretario General de la ONU, y a Fidel Castro, quien al recordarle el tiempo transcurrido desde su primera intervención en la Asamblea General en 1960, ripostó enseguida: “Ahora me siento más joven”.

Fueron ocho minutos de diálogo con el estadista que en Nueva York dejó un mensaje que conserva plena vigencia y formuló preguntas que están por responder.

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