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sábado, 23 de febrero de 2013

Una lección de historia para los alarmistas

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Por:   Premio Nobel de EconomìaEl restaurante Chez Josephine de París, famoso en el París de los años 20.
Ah, París en los años veinte. Era la época de Ernest Hemingway y F. Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y Alice B. Toklas, la deuda soberana y la estabilización. Un momento, ¿el qué?
Vale, ya he escrito antes sobre la idea de que Francia en la década de 1920 nos ofrece el ejemplo más cercano que he podido encontrar en los registros históricos de una crisis como esa sobre la que los intolerantes del déficit en Estados Unidos no paran de advertirnos. No somos en absoluto como Grecia; tenemos nuestra propia divisa, y nuestras deudas están en esa divisa. Así que no podemos quedarnos sin efectivo, incluso si resulta que los vigilantes de los bonos realmente existen y pierden fe en Estados Unidos. En el peor de los casos, nos parecemos algo a Francia en la década de 1920, con su tipo de cambio flotante y la gran deuda acumulada en tiempos de guerra, excepto que nuestra deuda no es ni mucho menos tan mala como porcentaje del PIB, y no tenemos la persistente mentalidad del patrón oro que prevalecía en todo el mundo occidental por aquel entonces.
Entonces, ¿qué le sucedió realmente a la Francia de los años veinte?
Francia salió de la I Guerra Mundial con deudas muy elevadas. En el gráfico pueden ver la comparación, empleando la base de datos sobre la deuda del Fondo Monetario Internacional, con Grecia, el país que los intolerantes del déficit usan estos días para asustarnos. Lo más curioso, cómo no, es el acusado descenso en la relación deuda-PIB. ¿Cómo sucedió eso? Para ser exactos, sucedió gracias a los especuladores, que se volvieron contra Francia en 1926, haciendo que el franco se devaluara todavía más. Eso a su vez impulsó fuertemente al alza los precios, erosionando el valor real de la deuda.
Entonces, ¿en qué manera afectó esto a la economía francesa real? En realidad, Francia creció a buen ritmo durante la década de 1920. Sufrió una recesión severa pero breve asociada con la estabilización del franco aconsejada por Poincarè -en gran medida, creo yo, por culpa de la repentina austeridad fiscal- pero no duró.
Luego vino la Gran Depresión, pero esa es otra historia.
Ahora bien, Francia estaba mucho más endeudada de lo que lo está Estados Unidos, y podría decirse que su política era incluso más disfuncional que la de Estados Unidos a principios del siglo XXI. Sin embargo, aún así, la deuda francesa no causó nada parecido a la clase de apocalipsis que los intolerantes del déficit nos prometen sistemáticamente a menos que hagamos lo que ellos dicen. No se produjo ninguna desaceleración económica sostenida, nada que se parezca ni de lejos  al infierno que están pasando Grecia, España, Portugal e Irlanda; y aunque la inflación se disparó, tampoco fue nada como lo de Weimar o Zimbabue.
Sé que los intolerantes quieren su apocalipsis; quieren creer con todas sus fuerzas que a menos que hagamos lo que nos ordenan, pasarán cosas terribles.
Pero el ejemplo histórico más relevante que puedo encontrar no ofrece la más mínima justificación para su alarmismo.
© 2013 New York Times.

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