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sábado, 11 de mayo de 2013

En Cuba por Carambola

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Tres años después de “jugar” con el ingenio y las fortalezas del desarrollo local, Amor y Naturaleza, un proyecto medioambiental de bases democráticas, no ha dado con rastro de ciruelas chinas, sino que por esas raras tacadas del billar, apuntó a las voluntades y movió la esperanza
Por Daymaris Martínez Rubio
En Carambola los caminos son estrechos y cualquier cosa semejante a la tierra será también polvo y piedra filosa. No hay parques ni alcantarillas ni mercado. Y su gran paradoja, bromea la gente, es que sus ojos se los tragará esta vida sin haber visto una sola de esas frutas de carambolo, amarillas, con sabor agrete y del tamaño de un huevo de gallina.
La voluntad y capacidad profesional de la ex parlamentaria María de los Ángeles Alonso (izquierda), han sido decisivas en los progresos de una comunidad rural antes silenciada. (Foto: Daymaris Martínez Rubio).
Carambola no tiene carambolas y su gentilicio no está en los diccionarios de la Real Academia Española. ¡Por poco no hay ni desgracias!, dice un pesimista que perdió la única guagua, y sobre la comarca situada a unos seis kilómetros de Candelaria (Artemisa), cae una cascada de risa libre y llana.

Por su disposición, a vista de alcatraz, el caserío es lo más parecido a un esqueleto de pescado, pero desigual y bastante quebradizo, como si en lugar de anzuelos y red habláramos de un pez molido a palos.

Es también una Atenas atípica: “Si se convence, la gente participa”, asegura Mayra Rojas Amaya, devenida líder natural desde que los grandes sueños se hacen realidad por voluntad propia, todos puestos a pensar.

Plantado sobre los recuerdos de un antiguo ingenio del siglo XIX, el villorrio aún semeja uno de esos bateyes de central donde los gallos son el único reloj despertador y los catarros se curan con un trago de ajenjo. Solo que hace mucho el aire no huele a melaza y el grueso de los brazos se ha ganado el pan sobre el indigesto vaho de la boñiga, entre paladas de pienso, cubos de agua escasa y la anarquía de una insoportable orquesta porcina que condena al oído a desafinar.

Pero, no ha sido ese su drama real, aclara la ex parlamentaria María de los Ángeles Alonso, mientras se adentra con las piernas doloridas en la rocosa campiña de la circunscripción 7 del Consejo Popular Pre montaña.

Con la crisis económica, relata, el país se vio precisado a cerrar una de las dos granjas integrales porcinas “que aquí eran como el epicentro de la vida social; muchos de los hombres fueron a otros trabajos, pero, la mayoría de las mujeres regresó a la casa”.

¿Una estocada a la reivindicación femenina?, “sin dudas”, asiente la también especialista de la dirección provincial de Ciencia, Tecnología y Medioambiente en la recién estrenada provincia de Artemisa. Mary para los “carambolenses”, es aquí como esos “famas” de los que hablaba Cortázar, “un ser importante” para el orden social, aunque su primer discurso les sonara a longaniza.
Amor y Naturaleza
La primera vez que escuchó hablar de ECOVIDA, Mayra Rojas Amaya pensó en un hormiguero. Ya no lo recuerda, pero ese fue su truco.

Porque para una mujer de mangas al codo, que cocinaba con leña y no tenía uñas largas, el tiempo difícilmente podía gastarse en palabras. Y ese solo argumento la convenció.
En Carambola, el reconocimiento del talento propio y el desarrollo de la autogestión como pilares del desarrollo: dos de los mayores logros de un proyecto medioambiental de esencia redentora, iniciado hace tres años. (Foto: Daymaris Martínez Rubio).
En Carambola aprendió que los lamentos no eran parte de sus ocupaciones diarias; que la felicidad era un duro hueso; que incluso la luz eléctrica era tanta ironía que llegó a ver las tinieblas como un mal necesario, porque entre “tendederas” y pájaros suicidas lo que iba quedando en su propia casa eran puros “defectos” electrodomésticos.

Cuando en 2009 la entonces parlamentaria María de los Ángeles Alonso se sumó al proyecto del Centro de Investigaciones y Servicios Ambientales ECOVIDA, comprendió que una serie de estorbos infinitos le impedían hacer algún pronóstico de éxito. Para empezar, se dijo, pondría sus ojos en el lugar de los otros. Y ese humano ejercicio le dolió.

“Llegamos –recuerda– a una localidad con una sola escuelita, llena de tendederas eléctricas, sin áreas de recreación ni agua corriente ni alcantarillas. Muchas de sus mujeres eran amas de casa y usaban la leña para cocinar”.

Algo inquietante, subraya, era su peligrosa proximidad a la Reserva de la Biosfera Sierra del Rosario, cuya Estación Ecológica coordinaba precisamente el proyecto: “Sabíamos que nuestra contribución sería decisiva y la encaminamos al Desarrollo Local endógeno sostenible. Buscábamos reivindicar formas de vida, desde dentro.

“Una buena parte de nuestra estrategia contempló el ejercicio participativo, la realización de talleres, de juegos de roles…; así descubríamos las potencialidades humanas de la localidad y sentábamos las bases de la autogestión y el diálogo colectivo”.

Participar –recuerda Mayra– comenzó a tomar sentido: “porque veíamos que las propuestas cogían el rumbo de cosas concretas. Para empezar, se acabaron las tendederas, y luego nos distribuimos en equipos para armar mapas de riesgo (ecológico), identificar plantas invasoras; incluso para conocer de dónde viene el nombre de Carambola. El caso es que no encontramos ¡ni una sola mata de ciruelas chinas!”(risas).

El paisaje se tornaba más humano y el grupo que nombraron “Amor y Naturaleza” no solo hacía sus pininos, sino que, después de dos o tres tazas de su propia porfía, Mayra se convirtió en coordinadora principal y hoy es una auténtica líder comunitaria, relata María.

“Comenzaban a encontrarse a sí mismos”, agrega con las pupilas lustradas hasta el brillo; mientras Claudia, una pequeña rubia de unos diez años que disfruta descalza del suelo pelado, se esmera en mirarle a los ojos con un gesto tiernamente inequívoco. Y, bueno, de grande le gustaría ser doctora, pero lo que es hoy “quisiera un parquecito, porque, todavía, en Carambola algunos niños la pasamos aburridos”.

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