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Por Jorge Sariol
Ilustración: Yeimel
Ilustración: Yeimel
Cuentan que en uno de los más importantes diarios cubanos trabajó hace algunos años alguien al que todos le llamaban en broma El compañero Facilito. Su labor consistía en el aseguramiento de las tareas. No importaba que estuvieran previstas en seis meses y medio. Solo había que entregar previsiones. Al cabo del tiempo, sin mediar reuniones de «factores» o chequeos de acuerdos, para el día D, las cosas salían fáciles.
Sin embargo, Facilito no era tu ordenanza ni hacía tu trabajo ni te quitaba responsabilidades. Era, sencillamente, un gestor pertinente en eficiencia y eficacia. Lamentablemente, constituía también un animal en extinción.
Pensemos: eficiencia y eficacia parecen lo mismo, pero en términos productivos eficiencia significa rendimiento; eficacia simboliza validez.
Si tu tarea es vender, cobrar o pagar; llevar, recoger, entregar, trasladar o distribuir; curar, proteger, proveer, entretener, escribir, comunicar, construir o diseñar; si tu responsabilidad es coordinar, planificar, fiscalizar, organizar o hacer cumplir el sinfín de actividades que tienen como objetivo lograr una vida coherente en lo individual, laboral o social, no hay otra alternativa: se trata de realizar bien ni más ni menos, el rol social que has decidido realizar. En ese mundo contemporáneo, veloz y complicado, si no puedes asumirlo o actúas impertinentemente, no eres eficiente ni eficaz.
Si tu tarea es vender, cobrar o pagar; llevar, recoger, entregar, trasladar o distribuir; curar, proteger, proveer, entretener, escribir, comunicar, construir o diseñar; si tu responsabilidad es coordinar, planificar, fiscalizar, organizar o hacer cumplir el sinfín de actividades que tienen como objetivo lograr una vida coherente en lo individual, laboral o social, no hay otra alternativa: se trata de realizar bien ni más ni menos, el rol social que has decidido realizar. En ese mundo contemporáneo, veloz y complicado, si no puedes asumirlo o actúas impertinentemente, no eres eficiente ni eficaz.
Si su tarea es tras un buró de información, la labor es ofrecer información, tenga o no aire acondicionado, tenga o no computadora, tenga o no uniforme-con-corbata-y-merienda. Pero si se cobija en aire acondicionado, computadora y uniforme y merienda y no es capaz de actuar conforme a sus obligaciones, y no desempeñarlo, además, rápidamente, con máximo de calidad y amabilidad, lejos de ser eficaz o eficiente, usted es un estorbo… peligroso.
Pero la responsabilidad o la irresponsabilidad no es solo suya, ciertamente, sino de quien lo mantiene en un puesto de trabajo en el que no rinde, y por consiguiente nunca resultará siquiera pertinente. O tal vez no le han dado las indicaciones precisas.
Lo angustioso es la falta de soluciones factibles, a menos que se esté dispuesto a trabajar como detective privado, en busca del tramo en que se complicó el asunto. Y este se enreda, por ejemplo, cuando un CVP actúa como recepcionista; una recepcionista actúa como jefe de departamento y un jefe de departamento actúa como el Gran Houdini, El Escapista, y por arte de magia nunca está donde debiera. Son contextos de comedia, si no fuera por la cantidad de trastornos dramáticos que generan.
Lo angustioso es la falta de soluciones factibles, a menos que se esté dispuesto a trabajar como detective privado, en busca del tramo en que se complicó el asunto. Y este se enreda, por ejemplo, cuando un CVP actúa como recepcionista; una recepcionista actúa como jefe de departamento y un jefe de departamento actúa como el Gran Houdini, El Escapista, y por arte de magia nunca está donde debiera. Son contextos de comedia, si no fuera por la cantidad de trastornos dramáticos que generan.
El mal se tipifica como SIFA: Síndrome de la Impertinencia Funcional Adquirida nadie nace con el mal, lo adquiere con la mala práctica y consiste en buscar problemas a las soluciones y no soluciones a los problemas, todo bajo la forma sinuosa de una sifa y según los postulados de la Ley del Menor Esfuerzo.
Termino con otra anécdota: hasta hace pocos años, en un lugar de cuyo nombre no voy a acordarme, laboró un muy estricto jefe económico al que todos llamaban Baltasar Nosepuede. Allí trabajó hasta que se descubrió que él… sí podía.
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