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miércoles, 17 de julio de 2013

El carnicero y el precio de la vida

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Por Lucía López Coll

Archivo IPS Cuba
A propósito de los salarios.
El carnicero y el precio de la vida
Sin percatarse de mi presencia, el dependiente agitaba en la mano varios billetes de cincuenta pesos y, bastante alterado, se quejaba a su compañero: "¿tú crees que con esto se puede vivir...? Mira chico, si lo que me dieron ganas es de tirárselos en la cara...". Entonces se volteó y, al verme, trató de componerse. Con visible esfuerzo me dio los buenos días y esbozó una sonrisa de disculpa. "¿Ya te desahogaste?", le pregunté para bajar la tensión y mientras guardaba los billetes en su cartera el hombre me dijo a modo de explicación: "Es que acabo de cobrar, figúrate...¿qué vas a llevar?"
 
Comprobé en la pizarra los precios escritos con tiza: carne deshuesada 35 pesos, lomo ahumado 30 pesos, jamón viking 30 pesos...Volví a mirar al hombre que a sus treinta años ya empezaba a perder el pelo y pensé que el salario recibido por su trabajo de todo un mes apenas le alcanzaría para adquirir unas libras de cualquiera de los productos que se vendían en el establecimiento donde trabajaba.
Finalmente me decidí por el lomo ahumado, lo guardé en la jaba que le compré al viejito (¿o debería decir persona de la tercera edad?), que siempre ofrece su mercancía por los alrededores, y me fui a hacer la cola de la papa, pensando todavía en el persistente desfasaje entre los salarios y el costo de la actual de la vida, un problema que, a pesar de las medidas dispuestas para la actualización del modelo económico cubano impulsada por el gobierno del presidente Raúl Castro, no se ha logrado solucionar.
Muchos cubanos con edad suficiente para haber vivido como adultos los últimos años de la década de 1980, recuerdan con cierta nostalgia esa época en la que escaseaban los bienes de consumo y pocos tenían acceso al confort de la vida moderna, pero al menos el salario permitía afrontar los gastos cotidianos. Pero la crisis de los años 1990 anuló esta posibilidad que desde entonces no ha vuelto a recuperarse.
En un discurso pronunciado en el ya lejano diciembre del 2007 el presidente cubano Raúl Castro se encargó de señalar este desajuste que seguía afectando a una buena parte de los trabajadores, especialmente a los vinculados al sector estatal y a las personas de más bajos ingresos, como es el caso de los pensionados. "Somos conscientes igualmente –expresaba entonces el gobernante-, de que en medio de las extremas dificultades objetivas que enfrentamos, el salario aún es claramente insuficiente para satisfacer todas las necesidades, por lo que prácticamente dejó de cumplir su papel de asegurar el principio socialista de que cada cual aporte según su capacidad y reciba según su trabajo".
En aquella ocasión el propio mandatario reconocía que esta difícil coyuntura había favorecido "manifestaciones de indisciplina social y tolerancia que una vez entronizadas resulta difícil erradicar, incluso cuando desaparecen las causas objetivas que las engendran". Las "causas objetivas" no eran más ni menos que las prolongadas carencias y necesidades derivadas de la crisis y que hasta cierto punto favorecieron la aparición de determinadas posturas y actitudes que trascendieron y empezaron a transformar al ámbito social.
Seis años después de aquella intervención la situación no ha variado demasiado. A pesar de las medidas tomadas desde entonces para incentivar la producción en sectores vitales como el agropecuario, aún no se han logrado rebajar de manera sensible el costo de la vida, lo que se refleja especialmente en los elevados precios en moneda nacional de los comestibles producidos en el país, por no hablar de los productos que se venden en pesos cubanos convertibles (CUC) en las tiendas recaudadoras de divisas, grabados con fortísimos impuestos. Tampoco los salarios se han elevado proporcionalmente, por lo que todavía resultan "claramente insuficientes para satisfacer todas las necesidades..." de la población.
No es extraño entonces que lejos de disminuir, las "manifestaciones de indisciplina social" se hayan incrementado, alimentadas por un caldo de cultivo favorable. No se trata de justificar de este modo simplificado la aparición de tales comportamientos, aunque en última instancia muchos de ellos pueden entenderse y explicarse como resultado de un contexto que no por gusto fue bautizado con el nombre de Período Especial, durante el cual se acudió a todas las alternativas posibles de subsistencia y que todavía hoy, con muchos de aquellos problemas pendientes de solución, nos está pasando factura.
¿Un ejemplo?: la cantidad de personas que trabajan para el Estado sólo por los beneficios "extras" que les reportan esas plazas y no por el salario que perciben, de modo que el robo y la corrupción en pequeña escala (y a veces no tan pequeña), hoy prácticamente son aceptados sin trauma aparente por una parte de la sociedad, que lo considera una de las formas posibles de ganarse la vida y ha constituido una vía bastante socorrida para enfrentar la carestía de la vida en Cuba.
Es imposible negar que las manifestaciones de soborno, corrupción y otras ilegalidades constituyen verdaderas lacras censurables en cualquier sociedad, pero cuando estas nacen, crecen y se reproducen (como es el caso), al calor de las carencias y necesidades de las personas, llegan a adquirir un cierto matiz de "normalidad" que las hace mucho más difíciles de erradicar sin que antes desaparezcan las condiciones favorables para su desarrollo.
El pasado 7 de julio, durante su intervención final en el Primer Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional, el presidente cubano Raúl Castro se refirió a la necesidad de crear "un clima permanente de orden, disciplina y exigencia en la sociedad cubana", indispensable para impulsar "el avance de la actualización del modelo económico". Entre otros aspectos relacionados con el tema, el mandatario se refirió a la necesidad de suprimir la dualidad monetaria, un requisito decisivo para "acometer transformaciones de mayor alcance y profundidad en materia de salarios y pensiones, precios y tarifas, subsidios y tributos". Según afirmó, ello incentivaría el trabajo legal y permitiría "restablecer la vigencia de la ley de distribución socialista, de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo".
En ese sentido resulta importante que el gobernante se haya referido a las dos partes de la ecuación: a la disciplina, al orden y a la exigencia, sin las cuales cualquier sociedad estaría abocada al caos, pero también a la profundización de aquellas medidas que permitan alcanzar un verdadero equilibrio entre el trabajo que se entrega a la sociedad y la remuneración que el trabajador recibe a cambio, lo cual no solo le permitiría a este cubrir sus necesidades y las de su familia, sino también hacerlo de una manera digna.
De otra manera casi sería impensable recuperar por decreto la disciplina, la integridad, el amor hacia el trabajo y otros valores perdidos o relegados por su aparente inutilidad en las complejas y difíciles circunstancias que han enfrentado los cubanos en su lucha cotidiana por el pan de cada día por más de veinte años.

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