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lunes, 23 de septiembre de 2013

El partido loco

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El Partido Republicano parece haber pasado de ser el partido estúpido a ser el partido loco


El líder republicano John Boehner, con el presidente Barak Obama. / DENNIS BRACK  (EFE)

A principios de este año, Bobby Jindal, el gobernador de Luisiana, saltó a los titulares al decirles a sus compañeros republicanos que tenían que dejar de ser el “partido estúpido”. Por desgracia, Jindal no ofrecía propuestas constructivas sobre el modo de hacerlo. Y durante los meses siguientes, él mismo dijo e hizo una serie de cosas que no eran, por así decirlo, especialmente inteligentes.
No obstante, los republicanos siguieron su consejo. En los últimos meses, el Partido Republicano parece haber pasado de ser el partido estúpido a ser el partido loco.
Lo sé, estoy siendo un poco duro. Pero como resulta cada vez más difícil, teniendo en cuenta la histeria republicana por la reforma sanitaria, encontrar el modo de evitar una paralización gubernamental (y puede que la perspectiva aún más aterradora de un impago de la deuda), no es momento para eufemismos.
Yo creo que puede ser de ayuda entender hasta qué punto el actual ambiente político es algo realmente sin precedentes.
Un Gobierno dividido no es algo raro en sí y, de hecho, es más frecuente de lo normal. Desde la Segunda Guerra Mundial ha habido 35 congresos y solo en 13 de ellos el partido del presidente controlaba plenamente la legislatura.
No obstante, el Gobierno de Estados Unidos ha seguido funcionando. La mayoría de las veces, la división gubernamental ha llevado al compromiso, y algunas veces, a un punto muerto. Nadie se planteaba siquiera la posibilidad de que un partido pudiese tratar de sacar adelante su programa no a través del proceso constitucional, sino mediante el chantaje; amenazando con hundir el Gobierno federal, y quizá toda la economía, si no se satisfacen sus exigencias.
No es momento para eufemismos dada la histeria republicana por la reforma sanitaria
Es cierto que el Gobierno se paralizó en 1995. Pero todo el mundo admitió después que aquello había sido un ultraje y un error. Y ese enfrentamiento se produjo justo después de una victoria aplastante de los republicanos en las elecciones celebradas en la mitad del mandato, lo que permitió al Partido Republicano argumentar que contaba con el apoyo popular para enfrentarse al que imaginaba que era un presidente paralizado que no iba a ser reelegido.
Hoy, por el contrario, los republicanos salen de unas elecciones en las que no consiguieron retomar la presidencia a pesar de la debilidad de la economía, no consiguieron retomar el Senado aun cuando había en peligro muchos más escaños demócratas que republicanos, y solo consiguieron retener la Cámara de Representantes gracias a una mezcla de manipulación y los caprichos de la división en distritos. De hecho, los demócratas ganaron la votación popular de la Cámara por 1,4 millones de votos. No es un partido que, según cualquier criterio concebible de la legitimidad, tenga derecho a plantearle demandas radicales al presidente.
Pero, por el momento, parece muy probable que el Partido Republicano se niegue a financiar al Gobierno, lo que impondrá forzosamente un bloqueo a principios del mes que viene, a menos que el presidente Obama desmantele una reforma sanitaria que es el logro más representativo de su presidencia. Los dirigentes republicanos son conscientes de que es una mala idea, pero hasta hace poco su concepto de moderación a la hora de predicar era instar a los radicales del partido a que no tomasen como rehén a Estados Unidos por el presupuesto federal para así poder esperar unas semanas y tomarlo como rehén por el techo de la deuda. Ahora han abandonado incluso esa táctica de aplazamiento. Lo último que se sabe es que John Boehner, el portavoz de la Cámara, ha cejado en su empeño de elaborar un plan para dar marcha atrás en el tema del presupuesto y guardar las apariencias, lo que significa que estamos abocados a un bloqueo, posiblemente seguido de una crisis de la deuda.
¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Es probable que el Partido Republicano se niegue a financiar al Gobierno y eso impondrá un bloqueo
Algunos expertos insisten, incluso a estas alturas, en que esto es culpa de Obama de un modo u otro. ¿Por qué no puede sentarse a dialogar con Boehner como Ronald Reagan se sentaba a dialogar con Tip O’Neill? Pero O’Neill no dirigía un partido cuyas bases exigían que paralizase el Gobierno a menos que Reagan revocase sus bajadas de impuestos, y O’Neill no tenía que enfrentarse a un comité dispuesto a deponerlo como portavoz ante el primer indicio de transigencia.
No, esto solo tiene que ver con el Partido Republicano. Primero fue la estrategia sureña, por la cual la élite republicana explotó cínicamente las reacciones violentas raciales para promover objetivos económicos, principalmente los impuestos bajos para los ricos y la liberalización. Con el tiempo, esto se fue transformando paulatinamente en lo que podríamos llamar la estrategia de la locura, en la que la élite recurre a explotar la paranoia que siempre ha sido un factor en la política estadounidense —¡Hillary mató a Vince Foster! ¡Obama nació en Kenia! ¡Paneles de la muerte!— para promover los mismos objetivos.
Pero ahora estamos en una tercera etapa, en la que la élite ha perdido el control sobre esa especie de monstruo de Frankenstein que ha creado.
Así que somos testigos del divertidísimo espectáculo de Karl Rove enThe Wall Street Journal suplicándoles a los republicanos que admitan el hecho de que no se puede privar de fondos al Obamacare. ¿Por qué es tan divertido? Porque Rove y sus compañeros llevan décadas tratando de asegurarse de que las bases republicanas viven en una realidad alternativa definida por Rush Limbaugh y Fox News. ¿Podemos decir que “les ha salido el tiro por la culata”?
Claro que los enfrentamientos venideros seguramente perjudicarán a Estados Unidos en su conjunto, no solo a la “marca” republicana. Pero saben que tarde o temprano tenía que llegar esta hora de la verdad a la política. Más vale que sea ya mismo.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
© New York Times Service 2013.

 

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