Mi blog sobre Economía

martes, 1 de octubre de 2013

Lo feo, lo roto y lo degradado

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Remake de documental cubano.
Lo sucio y lo roto se integran a la ciudad y a las mentes como imaginario común.Todos los manuales, incluso los más arduos tratados de estética, dan por sentada la relatividad de conceptos como belleza o fealdad. Toda una serie de condicionamientos culturales, históricos, climáticos, étnicos influyen a la hora de que un grupo humano definido considere o no bello determinado objeto, o incluso a una persona con rasgos y fisonomía específicos. Lo importante entonces es que dentro de un contexto dado la armonía que se considera como una representación de la belleza, o la falta de esa armonía que decrete la fealdad de lo juzgado, funcionen con arreglo a la tradición cultural que singulariza o define a ese grupo social, heredero y generador de esos conceptos (materiales y espirituales) y capaz, como entidad social, de categorizar y valorizar sus apreciaciones.
    Pero aun dentro de un mismo grupo social, cultural, incluso nacional (sobre cuando se trata de naciones uniculturales), los conceptos de lo bello y lo feo pueden tener sus propias variaciones, dependiendo de la cultura de los individuos, su educación filial, el contexto social y económico en los cuales se formaron sus valoraciones de la vida y el entorno.
    En el mismo sentido, vivir en un contexto –digamos- abigarrado, empobrecido, sucio y sin disciplina de convivencia, genera una forma de entender la vida y valorar sus componentes externos e, incluso, éticos. Los conceptos de belleza y fealdad, como todos los productos del intelecto humano son móviles, y se adecúan a las manifestaciones de ese entorno. Incluso, valores más profundos, de esencia ética, sobre lo que es correcto o incorrecto pueden verse confundidos, atrofiados, alterados…
    El hombre, bien se sabe, es un producto social, o sea, el resultado de una educación, convivencia, permanencia en un determinado contexto histórico. Y de esa opresión de las circunstancias resulta muy difícil escapar, aun cuando puedan ponerse infinidad de ejemplos de personas que han logrado salir de medios adversos y realizar su vida, o de lo contrario, personas crecidas en ambientes favorables que degeneran social, cultural, éticamente. Todos esos cientos, miles de casos, no dejarán de ser notables por constituir excepciones.
    Lo que quiero llegar a decir, luego de esta dilatada ubicación del asunto, es que si las personas conviven con lo feo, lo sucio, lo roto, lo degradado… su reacción hacia ese medio tendrá una lógica y previsible manifestación armónica con ese estado de cosas. Y eso es lo que está ocurriendo en Cuba: porque ahí tenemos esas manifestaciones de decadencia social y moral que con alarma ha denunciado recientemente el gobierno. Pero, debemos preguntarnos, ¿solo los individuos, los ciudadanos, son culpables de semejante degradación?
    Basta recorrer las calles de La Habana exterior a los circuitos turísticos y privilegiados (70, 80% de la urbe) para comprobar la extensión galopante y el imperio acendrado de aquello que según nuestros conceptos estéticos puede ser considerado feo –desagradable, repulsivo incluso. En unas ocasiones por falta de medios, en otras por el ascenso de gustos estrafalarios, en otras más por la vandalización o abandono de lo que intentó salvarse, en la mayoría de los casos por la desidia generalizada y prolongada, tanto individual como estatal. Lo alarmante es que cuando su situación económica se lo permitía, los ciudadanos luchaban por rodearse de alguna belleza que confortara sus existencias. Lo lamentable es que las autoridades, ante la proliferación de lo sucio, lo emergente, lo roto, siempre hayan argüido las razones de la falta de recursos, cuando no siempre es cierto, sino el resultado del desvío de esos recursos o, peor aun, el mal empleo que de ellos puede hacerse o se ha hecho. Lo terrible es que, cientos de veces, malos trabajos, diseños, planificaciones y prisas políticas o demoras materiales nos han legado un entorno pletórico de improvisaciones y chapucerías.
    La diferencia entre los dos polos de posibilidades económicas concretas (los años 1980 y lo que ha venido después) es la que existiría en las imágenes de la ciudad y las personas si el realizador cinematográfico Enrique Colina decidiera hacer en el presente el remake de su documental Estética, un clásico de esa década… El salto abismal del kitsch como fallida estrategia de búsqueda de la belleza y la desidia sostenida hacia el entorno como reacción colectiva y generalizada. La falta de educación estética contra la pérdida extendida de valores y posibilidades.
    ¿Qué veo ahora mismo a mi alrededor? Calles destrozadas, como abandonadas para siempre, llenas de furnias y charcos de agua pestilente (que incluso pueden ser albañales, como las que corren frente a una panadería cercana a mi casa); aceras que fueron perforadas y que, al ser tapadas, se convirtieron en camellones agrestes; un hueco en la esquina que alguien abrió, nadie selló y gracias a las lluvias exhibe una frondosa vegetación; contenedores de basura insuficientes y, por ende, generalmente desbordados; timbiriches y vendutas hechos con cuatro planchas de zinc, bodegas que no conservan ninguno de los vidrios que antes tuvieron, oficinas estatales con techos descarnados y paredes sucias, edificios destartalados; hordas de perros callejeros, famélicos y enfermos; gentes como zombis que caminan por la calle en lugar de hacerlo por la acera y que se mueven por la vía ante la mirada indolente de los agentes del orden, buzos que registran entre los desperdicios… Veo pobreza individual y colectiva. Gente que se preocupa solo por la supervivencia y cuyo único sueño de futuro –si lo tienen- es encontrar una salida individual a sus dificultades materiales, dentro o fuera del país… pero por la vía más fácil, que casi nunca es la del sacrificio, el estudio o el trabajo, pues la experiencia de tanto sacrificio colectivo, de las gentes con estudios o de los más abnegados trabajadores no resulta especialmente halagüeña, como bien y todos sabemos. Y la experiencia sirve para algo… ¿Cuántas otras personas en mi entorno no ven lo mismo, no conviven con lo mismo, no crecen en lo mismo? ¿Y las autoridades no lo ven, ni lo vieron cuando los recursos existentes fueron chapuceramente empleados, cuando las balanzas económicas se enloquecieron? ¿Los poderes locales no ven lo que ocurre en su comunidad?
    Ya está dicho: el hombre es un ser social que, además, piensa según vive. Y viviendo entre la desidia, la mala educación, la fealdad estéticamente definida, la mugre, la falta de pintura, de orden y concierto, de imposibilidades económicas demasiado tiempo dilatadas… ¿el hombre puede ser mejor?, ¿el joven será un hombre mejor? A la negativa que exigen esas respuestas hemos llegado luego de décadas de carencias y, sobre todo, de más de veinte años de supervivencia y empobrecimiento del espacio urbano y de las infraestructuras, de mucho tiempo de soluciones emergentes y descabelladas. Y si los protagonistas de muchas actitudes o conceptos reprobables son los ciudadanos, no solo ellos son los responsables de tal estado material y mental de toda una sociedad.

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