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viernes, 5 de junio de 2015

Sobre El documental los amagos de Saturno


Por Juan Antonio García Borrero
Si algo se notaba como carencia en ese conjunto de materiales que cada año
nos ofrecen los más jóvenes realizadores cubanos a través de su Muestra
Audiovisual, es el interés por sumergirse en los abismos de la Historia más
reciente de la nación.
No los culpo: a la generación que pertenezco no se nos enseñó a “problematizar” la mirada que podamos arrojar sobre ese pasado que tendría más o menos la misma edad que la nuestra. Y durante algún tiempo nos
conformamos con una condición que nos define mucho mejor como disciplinados
epígonos, que como intérpretes capaces de develar sentidos que hasta ahora
han quedado ocultos tras el cálculo de las facciones en pugna.
No es que no hayan existido miradas al pasado. Todo lo contrario: más bien
estamos saturados de ellas, pero esas lecturas por lo general se siguen
haciendo, sea desde una orilla o desde otra, con la intención expresa de
legitimar o descalificar en bloque ese proyecto socio-político iniciado en
1959. Y en ese empeño se sacrifican los ingredientes más humanos de la trama
que, por humanos, rompen con los abundantes estereotipos que asolan nuestras
descripciones; y, por otro lado, se minimiza el papel que el azar ha podido
jugar en los destinos finales de los individuos involucrados: siempre hay
como una suerte de “conspiración” que hay que describir o demostrar.
Cuando hablé de “los abismos de la Historia” me refería a ese viaje al
interior de las pasiones humanas que han conformado nuestra existencia
nacional antes de llegar a ser ese relato aséptico que circula de aula en
aula, sin someterse a la más mínima fiscalización. Porque, antes o después,
si de veras queremos apreciar la Historia como esa herramienta que ayuda a
incrementar el bien público en virtud de los valores que describe,
tendríamos que atender ese mundo de afectos y desafecciones que están en la
base misma de nuestros actos.

Por otro lado, dado que la historia de la Revolución iniciada en Cuba en
1959 se ha querido contar como un proceso donde no han existido las crisis
internas, en virtud de la necesidad de una unidad política que compensara la
asimetría en la confrontación con el adversario estadounidense, se entiende
que dentro de la isla apenas existan audiovisuales que al asomarse a los
contextos describan desde la complejidad lo sucedido. De allí que me sienta
tan entusiasmado con Los amagos de Saturno (2014), exhaustivo documental de investigación realizado por Rosario Alfonso Parodi, en torno al juicio
celebrado en 1964 a Marcos Armando Rodríguez (más conocido por Marquitos),
quien fuera acusado de delatar a los mártires de Humbodlt 7 (Fructuoso
Rodríguez, Joe Westbrook, Juan Pedro Carbó Serviá y José Machado Rodríguez)
y fusilado por ello.

Ahora bien, con Los amagos de Saturno no estamos en presencia de un
documental que quiera hacer mera referencia a un suceso histórico ya
conocido. En realidad, “Marquitos” es el pretexto que permite llegar a la
época en que ocurrieron los hechos y, desde ella, intentar una
interpretación que persigue el desocultamiento más que la adecuación a una
posible conclusión que, por suerte, nunca se emite. Por eso pienso que más
que estar en presencia de un documental sobre Marcos como individuo y su
responsabilidad en la delación que llevó a la muerte a cuatro miembros del
Directorio Revolucionario, estamos en presencia de un muy inquietante
ejercicio de revisión de la memoria histórica.

Que yo sepa, solo un documental como Luneta Nro. 1 (2011), de Rebeca Chávez,se había aproximado de modo parcial al caso. En la literatura, en cambio, existe el antecedente de “Un asunto sensible”, meritoria investigación del español Miguel Barroso (“Hormigas en la boca”), que de todos modos no deja clausurado el conjunto de interrogantes que todavía se acumulan alrededor
del “caso Marquitos”. ¿Cómo es posible que algo juzgado públicamente, y
transcurridas cuatro décadas, pueda seguir fomentando tal cantidad de
preguntas?

Tiene que ver con lo que decíamos con anterioridad: con el juicio de Marcos
Armando Rodríguez no se estaba enjuiciando solamente al individuo que
delató, sino que ganaba publicidad una de las primeras y más graves crisis
internas experimentadas en el campo revolucionario post-59, en este caso a
partir de las diferencias que arrastraban desde la época insurreccional los
miembros del Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular. Por
eso, quien se quede en lo visto y escuchado en aquel juicio, obviamente
estaría entendiendo muy poco de lo ocurrido; por fortuna, Rosario Alfonsi
Parodi se las arregla para poner ante nuestros ojos (des-ocultar) algunos de
los testimonios ofrecidos en su momento (pienso sobre todo en los de Joaquín
Ordoqui, el viejo comunista que muriera negando la acusación de ser un
agente de la CIA), y en la mejor tradición de un cine de investigación
política, sembrar en la conciencia del espectador esa inquietud que todo
buen documentalista persigue.

Aquí valdría la pena resaltar que las inquietudes a las que aludo van más
allá de lo que el contenido del material expresa. Al margen de las
explosivas repercusiones del hecho histórico tratado (que las tuvo), estaría
la conciencia por parte de la realizadora de que una evocación de este tipo
supone un sinfín de problemas a enfrentar. Uno de estos problemas fue
anotado por Tzvetan Todorov de un modo inmejorable:
“Partamos de esta evidencia: el pasado no puede nunca ser restituido
íntegramente. En todo caso, sólo subsisten algunos rastros, materiales o
psíquicos, de lo que fue: entre los hechos en sí mismos y las huellas que
dejan, se desarrolla un proceso de selección que escapa a la voluntad de los
individuos. Cuando un individuo emprende por su propia cuenta un trabajo de
recuperación del pasado se agrega un segundo proceso de selección,
consciente y voluntario: de todos los rastros dejados por el pasado,
escogeremos retener y consignar sólo unos determinados por juzgarlos por
alguna razón, dignos de ser perpetuados. A este trabajo de selección
necesariamente le sigue otro, de disposición y por lo tanto de
jerarquización de los hechos: algunos serán puestos en relieve, otros,
expulsados a la periferia”[1]

La realizadora Alfonso Parodi ha optado por la honestidad cuando nos pone al
tanto que en su material faltan testimonios clave, como el de Osmani
Cienfuegos, que se negó a concederlo, o el de Edith García Buchaca, en el
caso de esta última por negativa de los familiares. Además, al final de la
película puede leerse lo siguiente: “A pesar de que este juicio fue
publicado, radiado y televisado en vivo a todo el país por orientaciones del
cro. Fidel Castro, las instituciones que conservan información relativa a
este caso negaron el acceso a ella, aduciendo se halla desaparecida o en
áreas restringidas. El material documental que aparece en esta película
pertenece a archivos privados”.

Tenemos aquí, pues, uno de los problemas a los que alude Todorov en su
ensayo: la excelente labor de recuperación de fuentes originales que exhibe
Los amagos de Saturno, y que irían desde cintas magnetofónicas, filmaciones
y fotos de época, publicaciones, documentos judiciales, entre otros, no
bastan para ofrecernos la versión definitiva de lo sucedido hace ahora
cincuenta años. Al contrario, uno termina de ver la película con el doble de
las preguntas que teníamos antes de apreciarla.

Y ello sucede porque el pasado (“tal como fue”, diría Ranke) nunca llegará a
nosotros de modo inerte: en realidad el pasado es algo que estará en
constante construcción debido a la febril actividad de los humanos que lo
interpretan y comparten con los otros esas interpretaciones. ¿Qué valor
tendría entonces una investigación de este corte si al final se sabe
condenada a lo inconcluso, a lo permanentemente corregido? Todorov, en su
texto, nos sugiere otros valores cuando dice: “Un buen libro de historia no
contiene solo información exacta, también nos enseña cuáles son los resortes
de la psicología individual y de la vida social”.

Es en esa senda donde percibo los méritos más notorios de Los amagos de
Saturno, pues más que una película que ofrece conclusiones sobre el hecho
que investiga, estamos en presencia de un filme que invita a sumergirnos en
eso que mencioné al principio de estas líneas: la Historia voraginosa.
Y lo hace con una valentía, además, que hay que agradecer. Por ejemplo, en
uno de los momentos del juicio que se celebra al delator, puede escucharse a
Fidel Castro cuando afirma: “Que las facciones no asomen por ninguna parte,
porque esos son los amagos de la ley de Saturno. (…) Olvidémonos de nuestras
procedencias”.

Pero la pretensión de ese olvido, que en el caso de todo político que busca
construir consensos resulta legítima, deviene impensable en aquellos
interesados en la reconstrucción de la memoria histórica de la nación. Si de
veras queremos entender el presente, y obtener alguna lección que nos ayude
a construir un futuro que no reincida en errores colectivos, estamos
obligados a rastrear en la pluralidad de sentidos que coexistían en el
momento en que acontecieron los hechos que se estudian. Y rescatar esas
contradicciones radicales que se vivían en el día a día de quienes nos
antecedieron.
Visto desde ese ángulo, Los amagos de Saturno resulta ejemplar. Primero,
porque evita con suerte esa tendencia simplificadora de algunos de nuestros
realizadores más jóvenes, en la cual los hechos son aislados de su entorno y
juzgados de acuerdo a los intereses particulares: aquí la mirada, más que
meramente narrativa (como caracterizaría al más exquisito de los
historiadores) es epistemológica, en tanto busca de modo vehemente
concederle solidez a las interrogantes que haremos al final. Y segundo,
porque no vacila en insertar el punto de vista de aquellos que el poder
político de la isla suprimió en su relato oficial, como es el caso de Jorge
Vals Arango, uno de los pocos que aún cree en la inocencia de Marcos, y que
fuera encarcelado por actividades contrarrevolucionarias en la década del
sesenta (hoy reside en La Florida).

Hay que insistir en que Los amagos de Saturno es mucho más que una
aproximación al caso puntual del delator de Humboldt 7, como se vende en su
subtítulo. Estamos en presencia de un documental que quiere indagar en la
complejidad de una época donde aún era posible advertir, públicamente, las
diferencias ideológicas de quienes impulsaban el proceso revolucionario en
esas fechas fundacionales. Revisar ese período, y escrutarlo (como lo hace
el filme) no desde la comodidad heredada de tantos lugares comunes
acumulados, sino desde la sospecha crítica, es algo que nos permitirá
conectar espiritualmente de un modo fecundo ese pasado examinado, con el
futuro en que aspiraríamos a ser menos sectarios, menos excluyentes.
[1] Tzvetan Todorov. Los dilemas de la memoria. Se puede consultar en la
Biblioteca Digital del Centro Teórico-Cultural “Criterios”.

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