-José Martí y Carmen Zayas-Bazán, entre el amor y la patria (Lucilo Tejera Díaz)
-¿Amó Carmen A José Martí? En defensa de Carmen Zayas-Bazán (Gina Picart Baluja) -La capilla y el álbum (Opus Habana)
Durante la última Feria Internacional del Libro 2017 en Cienfuegos, la escritora e investigadora Mirtha Luisa Acevedo Fonseca presentó su título Bautismo en la soledad, biografía de Carmen Zayas Bazán, esposa de José Martí, título que salió bajo el sello de la Editorial Ácana, de Camagüey.
Al beber de las 130 páginas de la investigación histórica y la exposición literaria de la acuciosa, valiente y erudita Mirtha Luisa, comprendí que más que una crítica a esta obra, gratamente inexpugnable por su maestría, debía yo resaltar otros aspectos. Sus resultados investigativos nos ofrecen la luz necesaria para formarnos una opinión que no tiene que seguir los cánones de biógrafos y una bibliografía de arraigados criterios machistas en boga entonces, que no aportaban pruebas de aquel decir, ni de causas, condiciones y circunstancias existenciales.
Las cartas personales halladas y presentadas al lector actual por Mirtha Luisa, ofrecen al análisis desapasionado, al razonamiento, elementos suficientes para rescatar la integridad de la camagüeyana “que Martí decidió escoger por esposa y madre de su hijo”. Esa correspondencia —tesoro epistolar entre ambos—, que permaneció dispersa y sin analizar, desentraña “las posibles razones que distanciaron a la pareja” y desmienten el “abandono” de la esposa y el “rapto” de su hijo Pepito, que nos fueran transmitidos y aceptados sin conceder el privilegio de la duda a la joven esposa del Apóstol.
Y aquí surge otra consideración: no podemos idealizar a nuestros héroes y mártires. Para poder comprenderlos y amarlos, hemos de sentirlos humanos, contemporáneos y compañeros, hombres y mujeres como nosotros. No podemos analizar a Carmen Zayas como la esposa del Héroe Nacional, del Apóstol de nuestra independencia, del Maestro por antonomasia, sino sencillamente como la mujer del hombre que amaba, del Pepe de su amor de muchacha joven, culta, virtuosa, pero asimismo apasionada y ansiosa por sentirlo suyo. Para ella es el hombre de quien se enamoró, por su simpatía y apariencia, por su verbo elocuente, sus virtudes personales, era su Pepe y actuó como lo sentía, con el coraje, la pasión, los celos, los abandonos de todas las posibilidades económicas para seguirlo y mantenerse en las incesantes pobrezas que pudo proporcionarle Martí. Tal como hizo en la historia, por amor, Jenny de Westfalia, rica y noble, quien siguió a Carlos Marx en su vida de científico genial y pobre, con el que tuviera hijas espléndidas, una de las cuales, Laura, también renunció a todas las comodidades por idéntico sentimiento, para seguir al mulato santiaguero Pablo Lafargue.
En la investigación de Mirtha Luisa vemos a una pareja de seres humanos, comunes y corrientes, que se aman, que son felices y sufren, que tienen un hijo muy querido, y no en presencia de un José Martí sublimado y colocado en un pedestal por nuestras idealizaciones patrióticas. Ya el Che, cuando se reunió con escolares cubanos el 28 de enero de 1960, les recomendó: “acérquense a Martí sin pena, no lo conviertan en estatua, no piensen que se acercan a un dios, sino a un hombre, más grande que otros hombres, más sabio y sacrificado que los demás, sí, pero un hombre”.
Así lo vemos en esta investigación biográfica en que no se nos dan conclusiones ni definiciones, sino se revela una verdad histórica que no es absoluta, porque el investigador sabe que solo alcanza una visión parcial, y eso ofrece: datos, conceptos, que solo aportan elementos de juicio para sacar conclusiones propias.
El joven Martí tampoco hubiera querido una mujer vulgar, sumisa: él quiso a una Carmen transgresora y creadora, y acaso pensando en ella, escribió: “Paso a los que no tienen miedo a la luz; caridad para los que tiemblan de sus rayos”.
Ahora, con una mirada otra a esta pareja humana, con esta biografía de Carmen Zayas Bazán que puede ser ensayo a la vez, y es grata combinación de literatura-historia-arte-educación-valores humanos-pasiones, quedamos en mejores condiciones para no dejarnos arrastrar por caminos trillados, y con un aguzado intelecto y búsqueda de combinaciones de matices y verdades históricas podemos comprender mejor los diversos aspectos de la vida humana, ascender a la “verdadera musa de la patria” a que llamó Hostos, y continuar investigándolo todo, como activismo educativo y humano que enriquezca en su estro poético e intelectivo, esencias invaluables del imaginario cubano de todos los tiempos, que conforman el nuestro y el del porvenir. Otra vez, ¡gracias, Mirtha Luisa! (Andrés García Suárez)
CARMEN (poema de José Martí)
El infeliz que la manera ignore
De alzarse bien y caminar con brío,
De una virgen celeste se enamore
Y arda en su pecho el esplendor del mío.
Beso, trabajo, entre sus brazos sueño
Su hogar alzado por mi mano; envidio
Su fuerza a Dios, y, vivo en él, desdeño
El torpe amor de Tíbulo y de Ovidio.
Es tan bella mi Carmen, es tan bella,
Que si el cielo la atmósfera vacía
Dejase de su luz, dice una estrella
Que en el alma de Carmen la hallaría.
Y se acerca lo humano a lo divino
Con semejanza tal cuando me besa
Que en brazos de un espacio me reclino
Que en los confines de otro mundo cesa.
Tiene este amor las lánguidas blancuras
De un lirio de San Juan, y una insensata
Potencia de creación, que en las alturas
Mi fuerza mide y mi poder dilata.
Robusto amor, en sus entrañas lleva
El germen de la fuerza y el del fuego,
Y griego en la beldad, odia y reprueba
La veste indigna del amor del griego.
Señora el alma de la ley terrena,
Despierta, rima en noche solitaria
Estos versos de amor; versos de pena
Rimó otra vez, se irguió la pasionaria.
De amor al fin; aunque la noche llegue
A cerrar en sus pétalos la vida,
No hay miedo ya de que en la sombra plegue
Su tallo audaz la pasionaria erguida!
20 de mayo de 1876. /El Eco de Ambos Mundos,México, 23 de mayo de 1876.
-JOSÉ MARTÍ Y CARMEN ZAYAS-BAZÁN, ENTRE EL AMOR Y LA PATRIA
La explicación más fácil y lamentablemente divulgada de las difíciles relaciones entre José Martí y la camagüeyana Carmen Zayas-Bazán Hidalgo, única esposa y madre de su hijo, es que ella no compartió el afán de la vida de él: todo por la independencia de Cuba.
En parte ese criterio podría ser cierto, desde el casamiento el 20 de diciembre de 1877 en Ciudad de México, donde residían por entonces las familias de ambos y después de un conocimiento mutuo de más de un año, hasta que Martí se adentra en cuerpo y alma en la preparación de la guerra anticolonialista de su Patria.
Pretender dar por sentado como motivo del distanciamiento progresivo entre la pareja las razones de tipo político y de entrega de él a la causa de la independencia de Cuba por encima de todo, es sobre todo injusto con una mujer que renunció por el hombre que amaba a las comodidades de su familia, de rica posición económica.
Carmen, quien había nacido en Camagüey el 29 de mayo de 1853, lo amó desde que lo conoció: “Es muy cierto que desde que te vi te amé, desde el primer momento sentí nacer en mi corazón la llama inextinguible del primer amor...”.
A partir del mismo compromiso, Carmen estuvo dispuesta a arrostrar las limitaciones y zozobras que le brindaría la vida al lado de Martí, un hombre que aunque joven -de apenas 25 años de edad- acumulaba ya un historial de sacrificio por su nación sojuzgada y que sus ingresos, nunca abundantes, vendrían de la labor docente, de abogado y periodista, principalmente.
¿Qué mujer -u hombre- no desea al contraer matrimonio dedicarse a la familia, a los hijos, al hogar? Solo que el Maestro tenía como empeño una causa mayor: "¿Acaso crees que hay algo más sublime que la Patria?”, como escribió en la obra dramática “Abdala”.
Para ella, Martí compuso estos tiernos y llamativos versos: "Es tan bella mi Carmen, es tan bella/ Que si el cielo la atmósfera vacía/ Dejase de su luz, dice una estrella/ Que en el alma de Carmen la hallaría".
El 22 de noviembre de 1878 nació José Francisco, a quien después le escribió “Ismaelillo”, “ese tomito de tiernos versos”, como afirmó en cierta ocasión su amigo Gonzalo de Quesada y Miranda.
La familia de Carmen no compartía para nada el ideal político de Martí, pero a pesar de los riesgos, ella decidió compartir la vida con él, y fue así que el padre la echó de la casa y le retiró toda ayuda financiera.
Llegó a padecer junto al hijo del matrimonio, cuando vivía alejada del esposo, estrecheces enormes, que dañaron incluso su salud.
Aunque el distanciamiento entre ellos era cada vez más claro desde mediados de la década del 80 del siglo XIX, ella nunca echó a un lado el amor por el esposo, ni en los momentos más agrios, de reproches mutuos y duros.
Un estudioso de la vida y obra martianas, el venezolano Jefferson Martínez-López, escribió con acertado criterio:
“No me parece justo que la historiografía siga considerando a la esposa de Martí como alguien que no se lo merecía. Carmen Zayas-Bazán fue una víctima de circunstancias personales e históricas para las cuales no había sido educada y que la trascendieron por tanto.”
A continuación señaló:
“Mientras Martí fue el padre de una nación, ella se consagró a ser la madre de un niño, la esposa de un hombre. Su grandeza no consistió en haber seguido a Martí en sus actividades políticas y su lucha por la independencia de Cuba, sino en continuar amándolo más allá de la muerte, (…) a pesar de no haber podido comprenderlo y de saberse postergada en cuanto el interés primero de Martí.”
La vida demostró que Carmen entendió el inmenso sacrificio de Martí por la Patria, y si bien ella directamente no tuvo rol protagónico en el independentismo, como por ejemplo las camagüeyanas Amalia Simoni de Agramonte y Ana Betancourt de Mora, apoyó y gestionó la incorporación de José Francisco, con 18 años de edad, a la guerra libertaria en la que había caído su padre.
Al morir Martí en combate en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, unas semanas después de empezar la insurrección por la independencia organizada al detalle por él -creador del Partido Revolucionario Cubano-, su esposa reclamó como tal, y en nombre también de su hijo, el cadáver a las autoridades españolas.
Como un tesoro íntimo conservó y mantuvo vivo el álbum de boda, en el cual numerosos amigos anotaron dedicatorias, hasta después de la muerte del Héroe Nacional, como la del guerrero Máximo Gómez, quien en un arranque de sinceridad expuso:
“De Carmen su amigo que lo fue también del elegido de su corazón, caído con honor en los campos de batalla, defendiendo de su patria el honor y su bandera.”
Tal vez haya sido el desaparecido intelectual Cintio Vitier, Premio Nacional de Literatura y estudioso de la vida y obra martianas, quien con certero juicio dijo del amor de Carmen, al referirse al afán de ella por conservar actualizado y pleno el álbum de boda:
“Su fidelidad al álbum es la fidelidad a un recuerdo, que no es otro que el de Martí.”
José Martí y Carmen (falleció en La Habana el 15 de enero de 1928), tuvieron una relación sin el apasionamiento que pudiera esperarse, pero que trasciende en el tiempo y queda en la historia como el matrimonio del Apóstol, del que nació un hijo, entre otras alegrías, pretexto para hermosos versos. (Lucilo Tejera Díaz)
-¿AMÓ CARMEN A JOSÉ MARTÍ? EN DEFENSA DE CARMEN ZAYAS BAZÁN
De niña, cuando yo preguntaba por qué el único hijo de José Martí no había podido crecer junto a él, generalmente las personas mayores me explicaban que eso sucedió porque Carmen Zayas Bazán no amaba a José Martí como un hombre de su talla heroica merecía ser amado por su esposa. Otras veces me dijeron que ella lo amó, pero no pudo soportar los rigores de la austera vida que impuso a Martí su condición de revolucionario, y prefirió volver junto a su familia, una de las más acaudaladas del Camagüey, para retornar a su antigua vida muelle repleta de lujos y alegrías mundanas.
Y probablemente yo hubiera llegado a vieja creyendo esas cosas, de no ser por la bella sorpresa que tuve al encontrar en un número de la revista Opus Habana unas páginas dedicadas al álbum de boda de la pareja. Cedidas a dicha publicación por Cintio Vitier, poeta, narrador, ensayista y estudioso de la vida del Apóstol, el volumen al cual pertenecen permanece inédito.
La existencia de este álbum bastaría por sí sola para desmentir el supuesto desamor de Carmen Zayas Bazán, ya que de no haber sido por el celo con que lo conservó después de la caída en combate de Martí y hasta su propia muerte, cuidándolo y alimentándolo con nuevas firmas que ella acudía personalmente a solicitar, este documento se habría perdido para la posteridad.
EL ÁLBUM
Martí y Carmen se conocieron en Ciudad México, donde él se reunió con su familia luego de terminar sus estudios en la universidad de Zaragoza. El joven patriota comenzó a trabajar en la revista Universal, cuyos talleres quedaban muy cerca del domicilio del abogado cubano Francisco Zayas-Bazán. Amigos comunes presentaron a Martí en esta casa y él comenzó a visitarla con frecuencia como compañero de ajedrez del padre de Carmen, muy aficionado a este juego. Pronto nació entre el joven de veintidós años y la muchacha de diecisiete una atracción que culminó en el casamiento celebrado en la capilla del Sagrario de la Catedral de esa ciudad. La fiesta de casamiento se celebró en la residencia de Manuel Mercado, y fue allí donde se escribieron las primeras páginas del álbum de bodas de la pareja.
Estos álbumes de bodas, como los carnés de baile, los abanicos firmados y los álbumes fúnebres, fueron costumbre cotidiana durante todo el período histórico, social y cultural que hoy conocemos como Romanticismo.
Todas las familias los tenían, y escribir o hacerse escribir en ellos era un placentero entretenimiento al que nuestros abuelos dedicaban no pocas horas y atención. Con tapas de metal los más costosos, pergamino o hasta de modestísimo cartón, eran tratados con amor y delicadísimos cuidados de generación en generación, convertidos en trozos de eternidad donde el recuerdo del ayer seguía vivo y recibiendo la veneración y el respeto social por largo tiempo.
Sus páginas solían estar entreveradas con cintas de raso y seda en tonos pastel, arrancadas de un traje de mujer; flores marchitas, mechones de cabellos ya sin brillo, pequeñas postales apolilladas y todas esas mínimas cosas que las personas solían intercambiar en el pasado como prendas de afecto y amistad.
El álbum de boda de Carmen y Martí, con cubiertas de cuero sobre las que se aprecian las iniciales de la pareja trabajadas en plata, mide casi dos centímetros de alto, quince de largo y veintitrés de ancho. En su interior guarda más de trescientas dedicatorias y firmas.
Aparecen en sus amarillentas páginas las firmas de ilustres personalidades de entonces, tanto políticas como poéticas, lo cual refleja el variado espectro de sectores sociales en que se movía un hombre tan polifacético como el Apóstol.
Con la afiligranada caligrafía al uso en la época, hallamos estampados los nombres de José Joaquín Palma, patriota y poeta cubano; Manuel Mercado y su esposa, los amigos del alma de Martí; Guillermo Prieto, poeta mexicano; Manuel Carranza; Nicolás Azcárate, el abogado reformista; José Peón Contreras; Justo Sierra; Juan de Dios Peza; Ramón Uriarte; Felipe Sánchez Solís; Miguel García Granados, padre de la Niña de Guatemala; y muchos otros cuyo número no puede ser incluido en este espacio, loaron a los recién casados, los exaltaron, aconsejaron o felicitaron con toda sinceridad por haber unido sus vidas en un nudo del que ninguno de ellos pensó que se desataría tan pronto.
¿AMÓ MARTÍ A CARMEN ZAYAS BAZÁN?
El propio Martí describe la naturaleza de su sentimiento por ella en carta a Manuel Mercado, donde dice textualmente:
No es pasión frenética, a menos que en la calma haya frenesí; pero es como atadura y vertimiento de todo su espíritu en mi espíritu (…).
A juzgar por la poesía de Martí y los encendidos versos de amor que en toda ella se dejan leer, pasión sintió a lo largo de su relativamente corta vida por varias mujeres, entre las cuales, según la antes mencionada confesión, no se encontraba Carmen y probablemente no se encontró tampoco después del casamiento.
Semejantes palabras a las escritas a Mercado sobre el particular parece haber confesado el Apóstol a una amiga muy íntima, la actriz Eloísa Agüero, con quien vivió un romance tempestuoso antes de desposar a Carmen, según consta en breve carta de Eloísa enviada a Martí y reproducida por Luis García Pascual en su hermoso y utilísimo libro Destinatario José Martí.
Semejantes palabras a las escritas a Mercado sobre el particular parece haber confesado el Apóstol a una amiga muy íntima, la actriz Eloísa Agüero, con quien vivió un romance tempestuoso antes de desposar a Carmen, según consta en breve carta de Eloísa enviada a Martí y reproducida por Luis García Pascual en su hermoso y utilísimo libro Destinatario José Martí.
Sin duda de naturaleza bien diferente fue la volcánica pasión que le inspiró la jovencísima María García Granados, diez años menor que él cuando se conocieron (ella tenía solo quince), y a quien sin ninguna duda Martí cortejó cuando ya estaba comprometido con Carmen, pues existen documentos que así lo prueban. María lo amó con un amor sin límites, pero Martí, con hidalga honestidad, no le ocultó su compromiso con Carmen. Así lo prueba una carta que La Niña envió a su enamorado cuando él regresó casado a Guatemala. En dicha nota, María se queja a Martí porque él no ha ido a visitarla, y le aclara que ningún rencor le guarda por ese matrimonio, pues él siempre se lo había hecho saber con entera sinceridad. Aunque La Niña ya se encontraba enferma del mal que la llevó a la tumba, Martí no la visitó.
Como puede apreciarse por otras piezas epistolares y por diversas biografías del Apóstol, entre ellas la de Jorge Mañach, Martí inició su noviazgo con la que poco después llevaría al altar mientras se encontraba enzarzado en amoríos con las actrices mexicanas Concha Padilla y Eloísa Agüero, (Mercado, el amigo fiel, creyó ayudar a Martí a disipar su relación con Concha Padilla metiéndole por los ojos, al decir de Mañach, a la pobre Carmen. Y por si fuera poco, después de comprometerse con Carmen inició su idilio de un nunca definitivamente comprobado platonismo con La Niña de Guatemala. Carmen no era, pues, su única dueña. Y ella no debió vivir en dulce ignorancia de estos hechos, según revela en una de las primeras cartas de novia que escribió a Martí:
(…) Es muy cierto que desde que te vi te amé, desde el primer momento sentí nacer en mi corazón llama inextinguible del primer amor, pero también es cierto que desde que te conozco no he tenido un día de calma, pues los celos me mataban (…)
Seguramente tuvo el disgusto de verificar cuán acertada estuvo entonces al sentir esos celos, sobre todo cuando mucho después leyó el poema de Martí a la muerte de María, especialmente aquellos versos que rezan: Él volvió, volvió casado/ y ella se murió de amor.
De nada sirvió la blanqueada versión oficial que se ofreció de la muerte de María, según la cual la jovencita había contraído una pulmonía al bañarse de noche en un río. Guatemala entera sabía que era falsa. Y Carmen también.
Pero antes de comprometerse con Martí sí es bien posible que Carmen ignorara por completo los amores paralelos de su Pepe, pues le escribió entonces con una ingenuidad conmovedora:
Yo no tengo solo tu carta en el corazón, tengo tu imagen grabada en mi mente, tu voz y tus miradas me queman, pues te adoro con el delirio de un corazón puro!!! Ámame como yo te amo. Yo juro adorarte hasta la muerte. (…) A pesar de mi poca experiencia y edad tengo la desgracia de dudar de todo, pues he visto tantos corazones marchitos muy temprano por los desengaños. Tanto vi que tengo temores, mas cuando me dices que quizás, tal vez, me quieras firmemente, eso es terrible. Cuando entusiasta esperaba leer en tu carta frases amorosas solo encontré duda y frialdad. Te ruego seas más amoroso en otra. (El subrayado es mío).
Llama bastante la atención que una novia recién estrenada y capaz de expresar sentimientos tan vehementes para una buena damita virgen de la época, sintiera la necesidad de suplicar a su cortejante muestras más intensas de su afecto, su ternura, su amor. ¿Cómo debe entenderse que Martí le dijera a Carmen al principio de su idilio que quizás, tal vez, la querría firmemente? ¿Acaso no estaba entonces completamente seguro de amarla? Si así fue, entonces ¿por qué se comprometió con ella?
El propio destinatario se encargaría de explicar plenamente el enigma al escribir tiempo después, cuando ya el matrimonio era un completo fracaso:
Cuando me casé, más por amor que yo tuviera, por agradecimiento al que aparentemente me tenían, y por cierta obligación de caballero que excitaba mi imaginación, amable y puntillosa, sentí que iba a un sacrificio que acepté, en desconocimiento del verdadero amor, porque creí que alguna vez habría de llegar.
Un albor de amor tuve, después de conocer a mi mujer, allá en Guatemala, que sofoqué con mi creencia de que me debía a la mujer que me tenía dadas prendas anticipadas de su amor.
Este subrayado, por obvio y escabroso, no necesita ser comentado. Después de estas palabras ya no tiene sentido seguir preguntándose por qué Martí desposó a Carmen Zayas Bazán. Cualquier razón pudo existir, menos la de un amor verdadero.
Sin embargo, ese Martí que en retrospectiva confesaba haber desposado a Carmen solo por agradecimiento, es el mismo que escribió al padre de ella cuando iniciaba noviazgo con la hija:
(…) Me da usted mi mayor riqueza, y mi mejor gloria: me da usted a mi Carmen de mi vida (…) Yo, que a Carmen debo la resurrección de mis fuerzas (…) a Carmen me consagro ahora por completo.
Y más aún, es el mismo autor del hermoso poema Carmen, donde escribió estos versos:
Es tan bella mi Carmen, es tan bella/ Que si el cielo la atmósfera vacía/ Dejase de su luz, dice una estrella/ Que en el alma de Carmen la hallaría./ (…) Tiene este amor las lánguidas blancuras de un lirio de San Juan, y una insensata/ Potencia de creación, que en las alturas/ Mi fuerza mide y mi poder dilata,/ Robusto amor, en sus entrañas lleva/ El germen de la fuerza y el del fuego (…)
¿Y CARMEN?
Carmen eligió libremente a Martí, sin que mediara ninguna de las acostumbradas presiones familiares propias de la época. Por el contrario, don Francisco, el padre, nunca vio con buenos ojos aquel enlace, pues era cercano colaborador de España y dudosamente debió sentirse satisfecho de entregar su hija al joven que, aunque de genio y de talento, ya se veía despuntar como futuro adalid de la independencia de Cuba.
Tras una breve luna de miel en Acapulco, la pareja se instala en Guatemala, donde permanecen hasta 1878. Los hechos demuestran que tras el matrimonio, Carmen renunció de buen grado a la vida de lujo, comodidades y relaciones sociales que le correspondía por su nacimiento, a cambio de seguir a Martí al exilio y la pobreza.
Y muy mal debió sentirse desde el principio de la convivencia, pues criada entre sedas no estaba habituada a sobresaltos ni pesares, y muchos tuvo junto a este esposo conspirador y perseguido. Ya desde Guatemala había visto cómo Martí, solidarizándose con el injusto despido de un amigo de la Universidad donde ambos trabajaban como profesores, presentaba su propia renuncia en señal de protesta, y cuando alguien le pidió que reparara en que su sueldo de maestro era lo único con que contaba para mantener a su esposa, él respondió con la vehemencia que ya entonces le caracterizaba: Renunciaré, aunque mi mujer y yo nos muramos de hambre.
De Guatemala el matrimonio regresa La Habana, donde el 22 de noviembre de ese mismo año nace en la parroquia de Monserrate su primer y único hijo con Carmen. Posteriormente la familia se instala en Guanabacoa, donde Martí, vinculado al Liceo, despliega activamente sus labores de conspirador. Carmen acepta calladamente el peligro. Acerca de ello narra Mañach en su libro Martí el Apóstol:
El 17 de septiembre (de 1879) Juan Gualberto (Gómez) almorzaba con Martí y su señora. Tocaron a la puerta. Pepe (anuncia Carmen), el señor que vino a verte antes. Martí pasó a la saleta. Un instante después apareció de nuevo muy tranquilo, llamó a su esposa al cuarto y habló con ella en voz baja. A Juan Gualberto, que saboreaba lentamente su tabaco entre sorbitos de café, le comunicó que se veía precisado a salir para un asunto urgente… Apenas lo hubo hecho, Carmen, desfallecida, gritó: “Se lo llevan, Juan; “¡se llevan preso a Pepe!”.
Debido a los sucesos vinculados al Liceo de Guanabacoa Martí es deportado a España el 25 de septiembre de 1879. Carmen le espera con el niño, quien cuenta entonces un año y un mes de vida.
Los esposos se reunieron en Nueva York el 28 de febrero de 1880, donde permanecen juntos una breve temporada, pero Carmen abandona a Martí y vuelve a La Habana con Pepito en octubre de ese año. A raíz de la primera separación del matrimonio, Carmen, quien se ha instalado en Puerto Príncipe con el niño, le escribe a Martí el 7 de enero de 1881:
He sabido que escribiste una carta a papá en la que le decías yo había venido porque no quería pasar pobreza a tu lado; mi contestación a eso está dada, todos saben que ya solo la ropa teníamos que empeñar para vivir y que tú no tenías donde trabajar.
Desde hoy espero tus órdenes para hacer cuanto me mandes. Créeme, Pepe, yo no quiero sino que olvidemos el pasado, es necesario estar unidos por nuestro hijo, no se le da vida a un ser para sacrificarlo, sino para sacrificarse por él.
Unos días después, el 13 del mismo mes, le escribe en otra misiva unos párrafos donde puede apreciarse claramente la vida difícil que encontró junto a los suyos, lo menos parecida posible a aquella que muchos errados intérpretes de la Historia siempre la han acusado de desear para sí:
(…) Viendo yo desde hacía tiempo por los insultos de mis hermanos que todo el motivo que tenían contra mí era que yo estaba en la casa sin deber, haciendo gastos, consulté a Azcárate sobre si podía pedir a papá, sin estar tú aquí, mi haber materno pues no tenía ni para zapatos del niño. (…)
Fui a hablar con papá, que ha cedido en todo lo que Barrios ha querido en contra mía, me dijo que me viniera a vivir con mis tías porque yo no tenía derecho a estar en casa: entonces le dije si no lo tengo sí lo tengo al haber materno pues no tengo con qué vivir y hace ya tres años que usted debió dármelo y nunca lo he molestado. Gritó, dijo que no tenía un medio, que acabara con su fortuna, que lo quemara todo, que nunca debí hablarle de esto, que me cogiera una casa; acepté y entonces retrocedió y me dijo que solo podía darme 40 pesos papel ¡para vivir y todas mis necesidades como rédito de mi haber materno! Vivo en la calle Mayor 16 comiendo escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo (…) El pueblo está escandalizado (…) Aquí no se habla de otra cosa (…) los escándalos que se han dado en casa hoy son origen de todas las conversaciones.
En carta que Manuela Zayas Bazán, hermana de Carmen, envía a Martí poco después, le cuenta que Carmen y el niño, que están viviendo con ella, han llegado de La Habana muy delgados. Y le cuenta que Carmen, de estar sin el calor del esposo, anda medio loca.
Carmen le habla al esposo en sus siguientes cartas de cuánto la atormenta un penoso padecimiento de la cintura del que no quiere darle demasiados detalles, pero que le resulta muy penoso e invalidante. Los médicos le han recomendado que no se apresure a viajar para reunirse con Martí, pues su estado de salud no le permitiría ir más allá de La Habana.
Un fragmento de una carta de la madre de Martí a su hijo escrita por esos días revela mejor que ningún otro documento la realidad de que Carmen Zayas Bazán aunque joven, era ya una mujer muy enferma:
Creo que no debes precipitar su regreso hasta que estés enteramente tranquilo y tengas trabajo seguro, pues ella no es para penalidades. Aquí raro era el día que no necesitaba médico, y gracias a que lo tenía con facilidad, porque el de los fosos es buena persona y venía al momento que lo llamaba, esto no es echarte en cara su naturaleza débil, pero sí decirte que no es mujer para penalidades ni para vivir con pocos recursos y creo harás bien en dejarla descansar algunos meses…
El 12 de septiembre del mismo año Carmen escribe a Martí desde Puerto Príncipe una carta que nos descubre de cuerpo entero a una mujer completamente desesperada y afligida:
He tenido a mi hijo atacado de una fiebre maligna que lo ha tenido privado de sentido días enteros (…) solo una cosa pedí a Dios, ¡que no solo él se fuera de esta vida, bastante falta le hace a mi alma el reposo de la eternidad” (…) Ojalá que allí (Venezuela) halles lo que buscas, pero óyelo bien: nada estable conseguirás Te estás matando por un ideal fantástico y estás descuidando sagrados deberes (…) Nunca se manchó ningún hombre por volver a su tierra esclava ante la necesidad urgentísima de vestir y dar de comer a su mujer y a su hijo, saber con qué curar sus enfermedades y enterrarlos si se mueren.
En la medida en que los quehaceres y obligaciones del revolucionario van acumulándose sobre Martí disminuye la frecuencia con que este se comunica con su familia en Cuba. El Apóstol se queja a Carmen porque no recibe noticias de Pepito, a lo que ella responde:
No tienes más noticias del niño porque no me parece natural que dejes meses enteros sin escribir.
Pero no son Carmen y Pepito, el Ismaelillo, los únicos afectos pospuestos por Martí en aras de una entrega total a la absorbente causa que ha elegido. El 19 de agosto de 1881 doña Leonor, su madre, también le envía quejas amargas por la falta de noticias en que la tiene el hijo tan amado:
Yo no sé que pensar ya de ti ni de tu sano juicio, ya no sé qué palabras emplear para hacerte comprender cuanto me haces sufrir con tu abandono para escribirnos (…) no te cuidas de si vivimos o morimos en meses enteros, no contestas a ninguna carta por más que te lo suplique (…).La pluma se me cae de la mano, no sé ni lo que te escribo, ni si esta tendrá la misma suerte de las anteriores, así es que acabo aquí rogándote que si la lees no sea con la misma indiferencia como las demás (…) pues por trabajosa que sea tu vida no puede faltar un momento para evitar esta angustia en que haces vivir, o mejor dicho, morir a tu madre.
De lo que se deduce por las cartas de ella, los esposos habían discutido mucho sobre su falta de entendimiento: él se quejaba de que Carmen no comprendía su deber para con Cuba, y ella de que él no atendía sus requerimientos de madre y de mujer. Se intercambiaban con suma frecuencia mutuos y acerbos reproches, como puede verse por un fragmento de la siguiente epístola de Carmen a Martí fechada el 21 de enero de 1882:
Solo te diré que una vez que acepté esta pobreza tuya y fui conforme con los riesgos que traía consigo, y Guatemala es testigo de lo que en ella sufrí, contenta de lo que después vino no lo he sido jamás, porque creo, sin duda equivocada a tu juicio, que no era hora de sacrificios ni frutos, ni justo ante ninguna conciencia prescindir de deberes que no podían cumplirse al mismo tiempo que ese otro ideal tuyo.
En diciembre de 1882 Carmen regresa a Nueva York a reunirse una vez más con Martí y permanece a su lado hasta marzo de 1885, fecha en que vuelve a separarse el matrimonio.
El 13 de mayo de 1886 ya el distanciamiento entre los esposos es tan grande que Martí responde duramente a una petición de dinero para el niño que le hace Carmen desde Puerto Príncipe. Ella, herida en lo más vivo de su dignidad, riposta:
Ante todo deseo desde el mes que viene no recibir mesada ninguna. (…) cuando me casé con usted hasta de mis más pequeños gustos prescindí, y anulé de tal manera mi personalidad que cualquiera hubiera sospechado no era yo capaz de un pensamiento propio; lo que hice al principio con placer, llena del amor inmenso que le tenía, mi abnegación de madre me dio fuerzas para llevarlo a cabo después (yo solo busqué en el matrimonio la felicidad en un hogar modesto que según mi pensamiento debía haber bastado siempre a usted, como sin duda me bastó a mí, no es natural que cuando usted cambió tan presto y me abandonó a mis lágrimas y me dio una muerte civil espantosa dejándome sin posición fija en la sociedad, quisiera yo para consuelo en una desventura tan grande poder gastar unos cuantos pesos que recibirlos en esta extraña situación cuesta violencia suma. O usted nunca ha sabido quién soy u obra con mala fe manifiesta suponiéndome mezquindades que cuesta rubor hablar de ellas. No sé si es por mi padre o por mí que dice usted debía avergonzarnos admitir lo que usted envía con esfuerzo (…) ninguna ilusión me ha hecho lo que usted gane, pues aunque fueran miles de pesos, yo no recibiría nunca dinero de un hombre que no es mi esposo sino por el lazo de mi hijo (…) sería mengua que yo aceptase su trabajo ofrecido a un lazo indisoluble por punto de honor y no por cariño: si he aceptado ha sido en nombre de mi hijo. Para nada necesito ese su horrendo sacrificio de vida que me ofrece ni que se juzgue usted esclavo mío: desde que supe que su alma no entendía la mía no me creo en el derecho de pedir nada y muy ofuscado debe andar su espíritu cuando me ha escrito esto. (… )quise venir, pues eran muchos los tormentos que en un país extraño sin amigos sin conocer el idioma y enferma sufría, a más de los que usted de diario me preparaba. (…) Puede usted siempre tenerme no respeto, pues de usted más que de nadie merezco admiración. De mi hijo esté tranquilo, en mi alma no caben miserias lo enseñaré a que lo ame siempre.
Y finalmente, en carta del 30 de abril de 1887 enviada por Carmen a Martí desde Puerto Príncipe, donde sigue viviendo expulsada de la casa paterna y sin abrigo financiero alguno, ella se le queja del olvido en que la tiene y le describe en términos verdaderamente desgarradores la miserable vida que lleva con Pepito en casa ajena, y el infierno en la Tierra que tales condiciones significaban para una mujer sola y enferma a cargo de un niño frágil:
Al fin recibimos carta, fue tanto lo que padecí en espera de ella que cuando vino a mis manos no pudo quitarme las muchas tristezas que tenía en el alma. Solo te diré que en los últimos diez días perdí doce libras, de modo que todo lo que adelanto a fuerza de cuidados lo pierdo por un olvido que no tiene nombre tratándose de una situación como esta., pues desde enero no preguntas por el niño. (…) El retrato (del niño) irá pronto solo uno solo se sacará para ti porque no puedo más. (…) Cheché nos hace vivir tan afligidos que ni puertas ni ventanas se abren, Siempre imagina que la insultan y es tanta su desventura que a veces dice que son sus propias manos quienes le dicen cosas y se las quiere arrancar arrancándose la piel hasta que le corre sangre, y día y noche corre por la casa gritando espantosamente; es un espectáculo verdaderamente desgarrador; a veces los cuchillos los palos cualquier cosa coge y se la arroja a uno encima, a nuestro hijo le ha tirado mucho aunque cuando se calma lo besa, pero desgraciadamente sus horas de calma van desapareciendo por completo. Los médicos me aconsejan que haga huir a mi hijo de este espectáculo (…) las niñas de Amalia no vienen por nada. Nada te puede pintar nuestra vida con este espectáculo que no tiene igual.
Tras una separación que esta vez dura seis largos años, aún vuelve Carmen a reunirse con Martí en Nueva York el 30 de junio de 1891, y permanece dos meses a su lado, hasta que de repente, sin explicación ni aviso, vuelve a abandonarlo, presentándose con Pepito en casa de Enrique Trujillo, a quien suplica ayuda para regresar a Cuba. Trujillo, al principio, presenta resistencia llevado de la amistad que le une a Martí, pero es tanta la insistencia de Carmen, ella parece tan desesperada, tan atribulada, que al fin obtiene lo que pide y Trujillo la acompaña a solicitar amparo y protección al Consulado español. Presumiblemente la sombra de los amores de su marido con Carmen Miyares fue ya demasiada carga para su espíritu exhausto y desbordó la copa. Carmen regresa a Cuba con Pepito.
Esta última separación es definitiva: los esposos no volverán a unirse más, pues Martí se trasmuta en antorcha que intenta alimentar hasta sus últimas consecuencias el fuego de la guerra necesaria. Pero Carmen, ya desamada, sustituida por otra Carmen en el corazón de su esposo y olvidada para siempre, daría aún dos vivas muestras de que su amor por Martí seguía intacto, y que a pesar de todo ella continuaba considerándose su mujer legítima. Al conocer la noticia de la muerte del héroe en Dos Ríos, Carmen acude a las autoridades españolas y a través del periódico La lucha reclama vivamente los restos descompuestos, lo único que aún le pertenece del hombre a quien entregó su vida.
La Habana, el 23 de mayo de 1895:
Sr. Director de La Lucha. Muy señor mío:
Ya que aparece en ese periódico la solicitud de una conferencia que pretendí con el señor General Arderíus, acto que suponía esencialmente privado, ruego a usted publique también que lo que me proponía obtener de aquella autoridad, era que se nos facilitara, a mi hijo y a mí, el modo de conseguir el cadáver de mi marido, para hacerlo enterrar en el panteón de mi familia, y quedo a sus órdenes, s.s.q.b.s.m.,
Carmen Z. de Martí
Carmen, fiel a sí misma y a la palabra que un día diera a Martí, jamás intentó alejar a Pepito de su padre ni disminuir el afecto natural que el niño le tenía. Le enviaba siempre noticias sobre cómo iba creciendo, le contaba de sus gustos y aficiones, y aún cuando hacer fotos de daguerrotipo era penoso para su modestísimo peculio, llevaba al niño a un fotógrafo, sacaba UNA sola copia (no podía permitirse más) y la mandaba al padre ansioso para que este pudiera ver con sus propios ojos cuan hermoso y sano crecía su retoño. Y cuando tras la muerte de Martí, Pepito, entonces con solo dieciocho años de edad, se mostró deseoso de luchar por los mismos ideales paternos, ella, quien tanto aborrecía el exilio en Nueva York, accedió a regresar a esa ciudad donde tan infeliz había sido, para que su hijo pudiera enrolarse en la expedición de los generales Castillo Duany y Carlos Roloff.
Carmen aceptó pasar, por segunda vez en su triste vida, por las mismas penas y afanes que la independencia de Cuba le había deparado como esposa, a ella, en cuya vida y principios la política no había ocupado jamás un lugar más sagrado que el de su condición de madre.
Y mucho más aún debió sufrir esta vez, pues su hijo resultó un soldado valeroso que se destacó en la batalla de Tunas de Bayamo, donde al sustituir a un cañonero caído en combate, Pepito se hizo cargo del arma, cuyos estampidos lo privaron para siempre de la audición. Educado por su madre en el amor y la admiración al hombre que lo engendró, Pepito Martí terminó la guerra con los grados de Capitán del Ejército Libertador, y durante la República ocupó la Secretaría de la Guerra bajo el gobierno del General Mario García Menocal.
Pero si aún quedara quien dudare de la firmeza del amor de Carmen por José Martí, véasea aún la extraordinaria prueba del álbum de boda: tres años después de iniciada su viudez, exiliada aún en Nueva York, Carmen va en busca de Enrique José Varona para suplicarle que añada su firma a las muchas que integraban el cuaderno.
Y por si no bastara, cuando regresa a La Habana ocupada por las tropas norteamericanas falsamente solidarias con la independencia de la Isla, se dirige con el álbum a cuestas rumbo a la casona donde vive su postrer refugio el Generalísimo Máximo Gómez, última persona que sella con su rúbrica la historia fatal de aquel amor que no pudieron aguas copiosas extinguirlo ni arrastrarlo los ríos.
Su último testimonio de fidelidad a la memoria de su esposo consistió en reclamar de las hijas de Carmen Miyares, en su nombre y en el de Pepito, la papelería de Martí, cuya custodia entregó de inmediato a los Aróstegui.
Jamás contrajo un segundo matrimonio. A pesar de su fragilidad, Carmen Zayas Bazán logró vivir una larga existencia. Murió en El Vedado en 1928.
Creo que Carmen amó mucho a Martí, y que ella ha sido una figura mal interpretada y peor comprendida por quienes temían cualquier mácula que pudiera enturbiar la memoria del Maestro. De alguna manera había que explicar ante la Historia el fracaso matrimonial del hombre a quien no solo los cubanos, sino el mundo entero reconoce como un genio de la Libertad y un gigante literario: cargar sobre Carmen las culpas de esa tragedia de amor fue la solución que pareció a muchos la más apropiada.
Concuerdo plenamente con la opinión que Cintio Vitier expresa en su trabajo sobre el álbum de bodas, publicado en el volumen II, no. 4/98 de la revista Opus Habana, donde se refiere al naufragio de los amores de Carmen y Martí como la tragedia de una intimidad que nadie debe atreverse a juzgar. Pero pienso con toda sinceridad que en muy poco ayuda a la Verdad quien pretenda correr un velo sobre las contradicciones de los grandes hombres. No es el silencio, ni menos aún el ocultamiento, la postura que mejor ayudará a conocer y comprender a los gigantes de la Historia. ¿A quién prestaremos buen servicio si continuamos repitiendo en libros y publicaciones que Carmen Zayas Bazán abandonó a Martí por insensible y egoísta, o porque no tuvo la necesaria elevación de alma para comprenderlo, y le privó sin escrúpulo alguno del Ismaelillo tan amado?
Yo creo firmemente que si alguna culpa puede achacarse a Carmen Zayas Bazán, es la de no haber nacido con una estatura sobrehumana similar a la de José Martí; la culpa de no haber sido, a pesar de su dignidad, su pureza, su honestidad, su integridad y su paciencia, más que una mujer a escala meramente humana. Esta escala, según la cual hemos sido concebidos la inmensa mayoría de los habitantes del planeta en todas las épocas de la Historia, difícilmente logra trascender su propia naturaleza, la cual, sin ser necesariamente enana, tampoco es prometeica. ¿Y es que acaso elegimos el barro del que estamos hechos y al que al final habremos de volver?
No me parece justo que la historiografía siga considerando a la esposa de Martí como alguien que no se merecía al hombre a quien el destino le dio por compañero. Carmen Zayas Bazán fue una víctima de circunstancias personales e históricas para las cuales no había sido hecha y que la trascendieron y derrotaron. Mientras Martí fue el padre de una nación, ella se consagró a ser la madre de un niño. Su grandeza no consistió en haber seguido a Martí en sus actividades políticas y su lucha por la independencia de Cuba, como sí lo hizo Carmen Miyares, sino en continuar amándolo más allá de la muerte, a pesar de no haber podido comprenderlo y de saberse desamada y vencida como mujer, esposa y madre.
Yo pienso como la misma Carmen escribió a Martí: que de él más que de nadie ella merecía no solo respeto, sino admiración. Y más aún: estoy segura que de nosotros, los cubanos, también los merece. (Gina Picart Baluja)
LA CAPILLA Y EL ÁLBUM
"Se nos van los ojos hacia esas páginas póstumas, porque son las que más revelan, o velan la tragedia de una intimidad que nadie debe atreverse a juzgar", asevera Cintio Vitier en este precioso texto sobre el álbum de bodas de Carmen Zayas Bazán y José Martí.
No podemos nosotros leer este álbum como literatura. Sus valores literarios son escasos, y no importan. Tenemos que leerlo como un recuerdo de familia.
Difícilmente podemos imaginar, y de ningún modo podemos revivir, las circunstancias precisas (semblantes, gestos, atmósfera, luz, colores) de la ceremonia de bodas efectuada el 20 de diciembre de 1877 en la churrigueresca Capilla del Sagrario de la Catedral de la ciudad de México. La única vez que estuve allí, sólo pude ver los pámpanos dorados de un vacío imposible de llenar. Y sin embargo nosotros sabemos lo que ninguno de los asistentes, ni los contrayentes mismos, podían saber lo que aquella ceremonia iba a significar en las vidas de José Martí y de Carmen Zayas Bazán.
Como reliquia de aquel naufragio, de aquel matrimonio tan dolorosamente fracasado, tenemos ahora en las manos, clamando mudamente su desolación, este álbum de bodas que más nos parece, con sus prosas y versos de orlas caligráficas, una "corona fúnebre". Y por cierto, este último género era, a su vez, como los abanicos autógrafos y los álbumes nupciales, uno de los subproductos domésticos del romanticismo, que también se refugiaba en las postales amorosas y en las veladas familiares con música y poesía. Romanticismo doméstico, por lo tanto, predominantemente femenino, lo que hizo que este álbum fuese a la postre mucho más de ella que de él, y que fuese ella quien lo guardara y, más allá del fracaso y de la muerte, se lo diera a firmar a Enrique José Varona en Nueva York en 1898 y a Máximo Gómez el 21 de marzo de 1899 en La Habana.
Se nos van los ojos hacia esas páginas póstumas, porque son las que más revelan, o velan, la tragedia de una intimidad que nadie debe atreverse a juzgar. ¿Qué significa ese gesto de alargar la mano para obtener unas flores que se marchitarían en su propia tinta, y que sólo servirían para que ella, a pesar de todos los pesares, las pusiera en un lugar silencioso e inviolable?
No podemos nosotros leer este álbum como literatura. Sus valores literarios son escasos, y no me importan. Tenemos que leerlo como un recuerdo de familia, que nos hace pensar de qué diferente modo fueron leídas sus páginas, esas fervorosas enhorabuenas cubanas, mexicanas y guatemaltecas (sin que falte una noble voz española), cuando eran dos los que juntos las leían, conmovidos o risueños, quizás divertidos por bromas, apodos o cariñosas anécdotas que han pasado a ser parte de las nubes. Y pensando cómo quedaron mutiladas las décimas de José Joaquín Palma, el «rimador de amores», cuando les faltó la voz que debió decirlas como un himno secreto para ella en la penumbra del hogar.
Viajó el álbum por las selvas, los ríos y mares de Centroamérica, "tesoro de memorias" que llevaba, acompañantes y ocultas, las palabras de Mercado juntando a los dolores terribles de otros tiempos (...) las amarguras que todavía pueden estarle reservadas a quien ya sabía que era "ese espíritu gigante". Y las más reales y serias palabras de este coro de amigos, las de Dolores, la esposa de Mercado, la "Lola" de tan bellas despedidas epistolares y dedicatorias martianas: Carmen y Pepe adiós! Con el alma rota de pena os lo digo; adiós otra vez.
¿Por qué el alma rota de pena en tan placentera circunstancia? Ella sí parece haber previsto.
Y cuando todo se ha consumado, tres años después de la muerte de Martí, Carmen se dirige con su álbum en el Nueva York del exilio a pedirle al filósofo cubano una flor póstuma sobre la tumba de sus bodas. Enrique José Varona escribe con su letra modelada y trémula:
Sin dicha, sin amor, de muerte herido, / Aún busca el hombre, entre pavor y lloro, / La ilusión que le escancie en copa de oro, / El narcótico suave del olvido.
Pero ella no parece buscar ese olvido. Y al regresar a La Habana ocupada por los yanquis, se dirige de nuevo con su álbum a la casa del más grande de los generales sobrevivientes de las dos guerras de independencia, y el que mejor conoció y más quiso a Martí. El generalísimo Máximo Gómez escribe entonces en su álbum, balbuceando, estas palabras que lo sellan y lo consagran:
De Carmen su amigo —que lo fue también del elegido de su corazón, caído con honor en los campos de batalla defendiendo de su Patria el honor y su bandera.
La repetición de "honor", que puede parecer mera torpeza de redacción, le da su mayor fuerza, porque, en efecto, el honor de Martí y el honor de su Patria, son uno.
Los amigos de los tiempos nupciales deshojaron sus candorosos epitalamios, desgranaron sus consabidas reflexiones, formularon sus fervientes votos de felicidad.
Un reformista fraterno, Nicolás Azcárate, no dejaría de advertir —como aconsejando, con la mano en el hombro, al joven esposo— que es la divina lumbre del hogar doméstico la que trueca en soluciones pacíficas y provechosas los delirios más ardientes de los utopistas. El —por hipérbole del cariño— "Lope de Vega americano", José Peón Contreras, versifica un teatrillo de miniatura galante. Justo Sierra despliega un rosado crepúsculo de boda, como tal vez sería el que recibió a los desposados a Ia salida de1 Sagrario. El «poeta del hogar», Juan de Dios Peza, termina su envío a Carmen, a la que ya acompañaba un ángel con alas de amaranto inventado por Ramón Uriarte, con un verso afortunado en su naturalidad: Para las aves blancas Dios hizo el cielo azul.
Felipe Sánchez Solís regala sílabas nahuas como pétalos sabios. Guillermo Prieto improvisa versitos de gacetilla. Detrás de la sonriente despedida del general Miguel García Granados refulge, inmaculada, la tumba de la Niña. El filósofo y el guerrero dijeron cada uno su palabra. El Álbum las guarda todas, desasido ya de la mano que tan tenazmente lo guardaba, con el silencio de una Capilla vacía.
(Tomado de Opus Habana)
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