Agosto es mes fértil en Cuba para realzar el rol de las féminas. Con la satisfacción de reciente vindicación de Carmen Zayas-Bazán realizado por la historiadora y escritora cienfueguera Mirtha Luisa Acevedo, tomo como pie forzado el precepto de Andrés García Suárez en su reseña sobre Bautismo en la soledad, el libro recién publicado: “Sus resultados investigativos nos ofrecen la luz necesaria para formarnos una opinión que no tiene que seguir los cánones de biógrafos y una bibliografía de arraigados criterios machistas en boga entonces...”. Hablo hoy de otra Carmen, casi anónima en la vida del Maestro
Por Dagmara Barbieri López 5 de Septiermbre 26 Agosto, 2017
Carmen Zayas-Bazán (arriba), la esposa; Carmen Miyares, (debajo), la amiga del exilio en Nueva York, cuya relación ha dado pábulo a los más dispares criterios y opiniones.
Entre mis gemas literarias conservo un texto de la periodista santiaguera Nydia Sarabia Hernández, quien dedicara buena parte de su obra a biografías de mujeres de impronta anónima. Se titula Carmen Miyares, la patriota del silencio, alusivo a la madre de María Mantilla. Publicado en 1990 por la editorial Ciencias Sociales en discreta tirada, un lustro después llegó a mis manos a través de un vendedor particular de libros de uso.
Por aquellas fechas de 1995 escribí una crónica sobre el tema para los espacios informativos de Radio Ciudad del Mar, en coincidencia con la conmemoración del centenario de la caída en combate del Héroe Nacional; controvertido resultó el trabajo periodístico en su momento, por lo que a la luz del tiempo pretendo complementarlo.
La autora, entonces presidenta de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC) y lamentablemente recién fallecida el 15 de julio último en La Habana a poco de cumplir sus 95 años, compila en la obra citada cartas de Carmen Miyares y María Mantilla con Gonzalo de Quesada y Miranda, albacea de la papelería martiana.
El texto de Nydia persigue el objetivo de visibilizar a esta coterránea suya, a quien ella llama, y con sobradas razones, “patriota del silencio”, por su contribución anónima a la lucha independentista cubana desde el prolongado exilio —al que le obligaron razones de índole económica y política alrededor del año 1870—, y su colaboración oculta y altruista en el bregar del Héroe Nacional.
En esa pretensión, la investigadora —acreedora de la Medalla Alejo Carpentier por su destacada trayectoria política y revolucionaria y su obra intelectual— logra rebasar prejuicios y tabúes al desvelar delicados asuntos de una vida dada al sacrificio, hasta en sus más “carísimos sentimientos”, como ella misma expresara.
Portada del libro de la escritora santiaguera Nydia Sarabia, fallecida en julio pasado.
Al decir de la afamada escritora feminista, Carmita nació en Santiago de Cuba el 7 de octubre de 1848 como fruto matrimonial de la unión del puertorriqueño Carlos Miyares Egui y la habanera Socorro Peoli y Mancebo, descendiente ella de una prominente familia corsa.
Ambos progenitores tenían ideas separatistas y solidarias con los afanes libertarios de América promovidos por los próceres de la época encabezados por Simón Bolívar, al punto que desdeñando riesgos emigraron a la Venezuela convulsa por la guerra y el caudillismo tras la muerte del Libertador, en 1830. De allá regresarían cuando Carmen tenía ya doce años, cuatro antes de quedar huérfana de padre y madre, junto a sus cuatro hermanos menores.
A los 21 años contrajo matrimonio con el santiaguero de ascendencia colombiana Manuel de la Caridad Mantilla y Sorzano, cinco años mayor que ella. Y huyendo a la delicada situación económica y política imperante entonces en el oriente de la Isla, envuelto en el fragor de la guerra de independencia, emigraron en 1869 —ya nacido Manuel, el primogénito de la prole Mantilla Miyares—, primero a Santo Domingo y por último a Estados Unidos, nación donde sufrieron incontables penurias.
Blanche Baralt Zacharie, una amiga, escribió de Carmen Miyares: “Desafió la adversidad y mantuvo el barco a flote… En medio de sus tareas de madre de familia y ama de casa, le alcanzaba el tiempo para auxiliar a los pobres, alojar a algún cubano impecunio… su gran corazón era refugio y consuelo de tristes”.
En suelo extraño trajo al mundo otros cuatro hijos (Carmen, Eduardo, Ernesto y María); su esposo, tabaquero, sufría una enfermedad coronaria y ella se ganaba la vida al frente de una casa de huéspedes.
El 3 de enero de 1880 llegó José Martí a New York, deseoso de trabajar, subsistir, ayudar a su familia en Cuba y contactar con emigrados revolucionarios. A poco de su arribo a suelo estadounidense, su amigo Miguel Francisco Viondi y Viera le recomendó la dirección de la casa de huéspedes de Carmen Miyares de Mantilla, sita en 51 East, 25 Street, adonde se trasladó.
Allí encontró sosiego, y de la mano del pintor santiaguero Guillermo Collazo, colaborador de la revista The Hour, se introdujo en la crítica de arte, con entregas al referido medio especializado. Por descontada se da la continuación de su intenso activismo político a pesar de la vigilancia (sabida por él) a la que era sometido tanto por espías de la metrópoli colonial como de la naciente agencia de detectives Pinkerton. Y aun así, pasando por sobre estrecheces económicas personales, pagó el billete para que se le unieran su esposa, Carmen Zayas-Bazán, y su hijo José Francisco, el Ismaelillo de apenas quince meses de nacido.
En la casa de los Mantilla, donde se respiraba un ambiente cubano y no se hablaba de otra cosa que de la libertad de Cuba, Martí también conoció y se relacionó con otros prestigiosos intelectuales y políticos latinoamericanos, pues eran muchos quienes conocían a Carmita Miyares.
En apretada síntesis, la biógrafa Nydia Sarabia narra que, de pronto y sin una causa que explicara los motivos una precipitada partida, en octubre de 1880 regresó a Puerto Príncipe la esposa de Martí con el niño.
Al siguiente mes, el día 28, nació María, la hija menor de Carmen Miyares, bautizada el 6 de enero de 1881 en la parroquia de San Patricio (285 Willoughby Avenue, en Broonklyn), donde está asentada el acta de sacramento de la pequeña, rubricada por sus padrinos, José Martí y Gertrudis Pujals Puente.
Al momento de publicar la ya antes mencionada crónica radial, el colega Julio Acanda expuso la imagen del documento, en uno de los capítulos de su serial Tras las huellas de la historia.
PUNTO NUDAL
Y llega esta reseña a la controvertida encrucijada. Sobre el tiempo que Martí vivió en la casa de huéspedes, cita Blanche Baralt Zacharie (entrañable amiga del Apóstol y autora del libro El Martí que yo conocía) refiriendo la amistad con Carmen: “… no tardó en encontrar en ella un apoyo, una consejera que le prodigaba una amistad que no iba a terminar y fue en la vida de Martí un gran auxilio, una fuerza hasta en su obra redentora”.
Mucho se ha hablado de tal relación, mucho más al quedar viuda Carmita en 1885 de un hombre, aunque enfermo, todavía joven (42 años). De tal fecha data la respuesta de Martí a una carta de Victoria Smith Miyares, prima de la protagonista de este relato:
“Tengo un sentido tan exaltado e intransigente de mi propio honor, un hábito tan arraigado de posponer todo interés y goce mío al beneficio ajeno, una costumbre tan profunda de la justicia y una seguridad tan de mi mismo, que le ruego me perdone si soy necesariamente duro, asegurándole que ni mi decoro, ni el de quien por su desdicha esté relacionado conmigo, tendrá jamás nada que temer de mí, ni requiere más vigilancia que la propia mía. Yo sé padecer por todo, Victoria, y consideraría en llano español, una vileza quitar por ofuscaciones amorosas el respeto público a una mujer buena y a unos pobres niños. Puedo afirmar a V., ya que su perspicacia no le ha bastado esta vez a entender mi alma, que Carmita no tiene, sean cualesquiera mis sucesos y aficiones, un amigo más seguro, y más cuidadoso de su bien parecer que yo. Además, debe V. estar cierta de que ella sabría, en caso necesario, reprimir al corazón indelicado que por satisfacer deseos o vanidades tuviese en poco el porvenir de sus hijos. En el mundo, Victoria, hay muchos dolores que merecen respeto, y grandezas calladas, dignas de admiración”.
Casi como postdata, entre los anexos del libro Carmen Miyares, la patriota del silencio, Nydia Sarabia adjunta dos testimonios reveladores. El primero de ellos es de María Teresa Bances y Fernández-Criado (Teté), viuda del hijo del Maestro, quien habla de la admiración que le causó conocer a María Mantilla en ocasión de su asistencia al homenaje que se realizó en enero de 1953 al conmemorarse el centenario de José Martí: “Cuando la vi por primera vez en persona y bastante cerca, me impresionó el parecido que tenía con Pepe Martí, mi esposo, ya fallecido. No podía creer que ese parecido físico guardara relación con Pepe. A medida que la veía conversar con los que la rodeaban, me percataba que en sus ademanes, su sonrisa, su forma hasta de sentarse, aparte del parecido físico como la cara, las manos, eran tan iguales a las de Pepe Martí, que no pude por menos de convencerme que existía un parentesco entre ambos. No obstante mi observación, mi intuición femenina, no fuimos presentadas, y de inmediato abandoné el lugar. En realidad me impactó ese parecido, aunque no tenía nada para probarlo. María Mantilla era una mujer distinguida. Había mucho de ella con mi esposo, Pepe Martí y Zayas-Bazán”.
La autora expresa que ‘Teté’ Bances pidió no se publicara la testificación hasta su fallecimiento, voluntad que fue cumplida.
Martí y María Mantilla.
Más adelante, también entre los adjuntos, aparece una carta aclaratoria de María Mantilla a Gonzalo de Quesada, cuando fueron de su conocimiento las declaraciones que realizara a finales del año 1958, en La Habana, el Dr. Alfredo Vicente Martí y Sáenz, asegurando públicamente en ser nieto de José Martí Pérez, según le había confesado su madre María de la Concepción Sáez, una delicada afirmación de la cual no pudo presentar prueba documental alguna que lo confirmara.
A continuación una síntesis de la misiva de María fechada el 12 de febrero de 1959 en Los Ángeles: “Querido Gonzalo (…) ¿Quién es este señor que ha dejado pasar tantos años sin darse a conocer? Yo, con toda la autorización que poseo le aseguro que nada de esto puede ser verdad. Yo, como usted sabe soy la hija de Martí, y mis cuatro hijos, María Teresa, César, Graciela y Ernesto Romero, son los únicos nietos de José Martí. Desde el año 1880, año en que yo nací Martí vivió en mi casa, rodeándome de infinito amor y protección, hasta el día en el año 1895 que salió para Santo Domingo a juntarse con Máximo Gómez, y luego el famoso desembarco en Cuba. ¿Usted me preguntará por qué este relato mío? Porque tengo que defender el nombre de mi padre, ante los cubanos que veneran el nombre de José Martí (…) Le aseguro que este asunto me ha causado mucho pesar, y realizando que no me queda muchos años más de vida, quiero dar a conocer al mundo este secreto que guardo en el corazón con tanto orgullo y satisfacción (…) Espero me perdone este desahogo del alma, que siento tan necesario en este momento”.
Cuenta Nydia que al enterarse Carmita de la muerte del Apóstol un drama terrible azotó a la familia, que atormentada pasó días horribles. De manera clara le dice a su amiga Irene Pintó de Carrillo: “…este es el más grande de los pesares que ha podido caer sobre mi alma, no sé si podré tener valor para soportar tanto dolor… por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos”.
A Clarita Pujols, otra de sus amigas, le confiesa: “…¡qué hombre tan grande y qué falta le va a hacer a Cuba y a los cubanos; con dificultad habrá quien pueda llenar este puesto: y para nosotros, para nosotros no tiene tamaño esta desgracia…”.
La biógrafa narra la muerte de Carmen Miyares, ocurrida el 17 de abril de 1925 en New York, ciudad en la que se quedó a vivir después de la caída de Martí en Dos Rios. Allí continuó cooperando con la formación del club patriótico cubano Hijas de Cuba, que reunía a prominentes figuras femeninas de acendrado amor por la Patria. Laboró sin cesar en la recaudación de fondos con los cuales levantar el Tesoro de la Revolución y confeccionar uniformes, banderas y escarapelas que se enviaban a los campos de Cuba Libre. Fue hasta el final de sus días una celosa guardiana de la rica papelería martiana y contribuyó sobremanera en que se conociera públicamente.
En su edición digital del 21 de mayo de 2016, el periódico Vanguardia, en entrevista con el el ganador en 2015 del premio de ensayo de la Casa Víctor Hugo por el trabajo Martí camina por el Père Lachaise, se hace eco de declaraciones del escritor y periodista santaclareño Yamil Díaz Gómez contenidas en esa obra: “Además de su ahijada o de su ‘hija espiritual’, María Mantilla fue la hija biológica de José Martí”.
La afirmación está respaldada por los resultados de la prueba morfológica y antropométrica creada por el doctor Ercilio Vento —método científico que cuenta incluso con el aval del Tribunal Supremo de Justicia como eficaz herramienta para dilucidar casos de filiación a partir del análisis comparativo de imágenes—, mediante la cual el también antropólogo, médico legal, historiador, arqueólogo y escritor matancero reconoce que luego de comparar 66 caracteres antropométricos entre fotos Martí y María Mantilla, estos mostraron un significativo ¡74,3 por ciento! de compatibilidad.
Jorge Mañach, una de las personalidades más notables de la literatura cubana, en una colaboración a la revista Bohemia titulada Los amores y el amor en Martí, que se publicara en marzo de 1954 y aparece recogida en un libro de ensayos sobre el Héroe Nacional cita “…En todas partes ‒confiesa él mismo‒, un alma de mujer ha venido a bendecir y endulzar mi vida exhausta. Añadamos en fin como lo más duradero, las dos Cármenes ‒la esposa legítima y frustrada; la otra ilegítima y lograda…”.
Emilio Roig de Leuchsenring publicó en 1925: “Cuando el correr de los años nos libre de falsos prejuicios resplandecerá la verdad”.
Poco más de un siglo después llegamos a este 2017 con avances en la historia de estas mujeres, dos Carmenes, dos amores, no importa el cauce, redimidas en su inmensa devoción por el Héroe Nacional de Cuba.
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