"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

lunes, 19 de enero de 2015

El 17D: secuencias y consecuencias (tercera entrega)

Con el fin de seguir contribuyendo a la comprensión de la relación Estados Unidos-Cuba, Temas sometió a un selecto grupo de investigadores de ambas orillas este breve cuestionario, dirigido a estimar los desafíos del 17D y sus posibles secuencias, a corto y mediano plazos. Se inicia la publicación de esta serie en Catalejo, el blog de Temas, el 5 de enero, vísperas del aniversario 54 de la ruptura de relaciones diplomáticas. Con la intención de ampliar su alcance internacional, el contenido de esta serie comenzará a editarse también en inglés en los próximos días.

(IX) Richard E. Feinberg. Profesor de Relaciones Económicas Internacionales, Universidad de California, San Diego.

¿Cuáles el significado de las nuevas políticas entre EE.UU. y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Por qué? A su juicio, ¿qué próximos pasos serían claves?

Sería difícil sobrestimar la importancia del súbito descongelamiento en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Durante mucho tiempo, Cuba ha sido un símbolo: en América Latina, de esfuerzos regionales hacia una mayor autonomía y experimentación, y de la negación por parte de EEUU de esos esfuerzos; en los Estados Unidos, de una inercia irracional en política exterior, impulsada frecuentemente por una política provinciana. Cuando Obama y Castro simultáneamente anunciaron su cambio de política, eso en sí mismo fue una clara señal de igualdad y respeto mutuo. Pasó un poco inadvertida la llamada telefónica previa al discurso y las bromas compartidas, cuando Castro aludió a la predilección de su hermano por los discursos largos, en un tono y una forma desenfadada, inimaginables unos años antes. Y en términos de la política interna en EEUU, lo trascendental de las intervenciones presidenciales, orquestadas magistralmente de manera sorpresiva, durante el receso del Congreso y la temporada navideña, demostró, una vez más, el poder de la presidencia de los EEUU cuando se ejerce con inteligencia. Durante décadas, la fuerte comunidad cubano-americana parecía controlar la política de los Estados Unidos: con un golpe audaz, ese control se hizo añicos y se disipó la oposición. También se quebró el dominio del Congreso en los niveles medios de la burocracia, intimidados, durante mucho tiempo, por bravucones en el Congreso. Ahora que su líder ha hablado con claridad y dirección, la burocracia tendrá que alinearse y podrá ser capaz de contratacar a los miembros recalcitrantes del Congreso diciendo: “Mi presidente lo ha ordenado”.

También fue de gran importancia el énfasis del presidente Obama en los mecanismos económicos: el turismo, la banca, las telecomunicaciones y el Internet, el comercio potencial con el emergente sector privado en Cuba. ¡No condicionado a cambios políticos a priori! Y, ciertamente, no condicionado a una pronta evolución de Cuba hacia un sistema multipartidista (como requería la Helms-Burton, algo que el Presidente señaló que deseaba revocar). El Presidente fue cauteloso, no podemos esperar un cambio de la noche a la mañana en Cuba, al contrario, alertó contra los esfuerzos por planear un “colapso”, o producir un “estado fallido”, de los que el mundo ya tiene demasiados y que nos han proporcionado sobrados dolores de cabeza. En efecto, el Presidente estaba diciendo que los Estados Unidos buscaría un intercambio económico, con la expectativa de que, con el tiempo, el cambio económico conduciría a un cambio político, pero gradualmente, lentamente, pacíficamente. Esto establece un cambio radical y, yo diría, muy bienvenido, en la política de los Estados Unidos hacia la racionalidad y el realismo.

No sabemos hasta qué punto el gobierno de Cuba estaba informado o de acuerdo con los detalles de la iniciativa de Obama. Sabemos que se negoció el intercambio de prisioneros y la decisión de buscar la normalización de las relaciones diplomáticas. Pero no sabemos si Cuba ha aceptado o aceptará los otros elementos quizás más importantes de la propuesta de Estados Unidos. ¿Permitirá al monopolio estatal de las telecomunicaciones de Cuba acercarse a firmas estadounidenses?; ¿autorizará cablear la isla, el acceso de todos los cubanos a la banda ancha, a comprar teléfonos inteligentes y servicios a precios que el consumidor promedio cubano pueda pagar? ¿Se le proveerá a los negocios cubanos, estatales y no estatales, con los medios electrónicos para que puedan usar las tarjetas de crédito y tener acceso a facilidades bancarias? ¿Y permitirá el gobierno cubano a las firmas no estatales comprar los insumos que tanto necesitan a los suministradores de Estados Unidos, como ha autorizado Obama? Si así fuera, ¿serán los procedimientos para tales compras lo suficientemente ágiles y a precios asequibles que los hagan viables en la práctica? ¿Y cómo se financiarán esas compras?: ¿abrirán los bancos cubanos sus ventanas a los créditos a corto plazo en divisas al sector privado, y establecerá el gobierno norteamericano sus propias facilidades para hacer posible este comercio?

Vale la pena señalar que esta apertura del comercio al sector no estatal en Cuba es innovador en los anales de la diplomacia comercial estadounidense. Normalmente es lo opuesto: el gobierno de los Estados Unidos niega el comercio en ciertos sectores o a ciertas entidades o individuos, esto es, crea una lista negativa; pero en el caso de Cuba, hay una lista positiva, un nuevo espacio, de receptores específicos que son considerados como elegibles, mientras el grueso de la economía cubana permanece bajo sanciones económicas. ¡Esto es diplomacia comercial audaz y creativa! Veamos cuán bien puede ser implementada. ¿Y cooperará el gobierno cubano en un programa que privilegia a un sector privado que, por decirlo de alguna manera, no es el sector más favorecido por el Estado cubano?

El ejercicio de la política en Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Aquí el shock mayor es para la diplomacia cubana, que ha estado por mucho tiempo condicionada a enfrentar un enemigo externo abrumadoramente poderoso. Este paradigma ha marcado, mayormente, a la diplomacia cubana: si los EU dicen “blanco”, Cuba dice “negro”. Ahora se espera que Cuba examine cada asunto en su esencia, teniendo en cuenta, por supuesto, su interés nacional, pero no simplemente en función del antagonismo entre Cuba y los Estados Unidos. Este cambio en la diplomacia cubana, de hecho, se ha estado desarrollando durante cierto tiempo. Por ejemplo, cuando Cuba fue sede del encuentro de la CELAC en enero de 2013, el comunicado tuvo un tono bastante moderado, examinando muchos asuntos con cuidado y razonamiento, de hecho, coincidiendo con muchas de las posiciones de EEUU. En general, el tono de la diplomacia cubana, en la mayoría de las ocasiones, ha ido evolucionando, como corresponde a un estado que no busca subvertir el sistema global, sino más bien que trabaja para maximizar los beneficios desde el interior de las instituciones existentes y a partir de sus procedimientos. Como consecuencia, podemos esperar que los EEUU y Cuba encuentren un terreno común en relación con temas globales y regionales, aunque, por supuesto, no en todos los asuntos que se presenten ante la comunidad internacional, al igual que sucede en las relaciones entre los EEUU y la Unión Europea. Pero podrá suceder que los EEUU y Cuba coincidan con más frecuencia que, por ejemplo, los EEUU y Brasil, o los EEUU y China, porque Brasil y China son potencias hegemónicas regionales con aspiraciones globales para desafiar el liderazgo de EEUU, mientras que Cuba es libre de centrarse en las ventajas más prácticas para su propio pueblo.

La política de distensión entre los EEUU y Cuba tendrá también un impacto monumental en la política interna cubana. Es de esperar que disentir de la política estatal no se seguirá considerando colaboración con el enemigo externo sino que, más bien, se tendrá en cuenta por sus méritos. Esto representará un enorme beneficio para Cuba, porque los muchos desafíos que Cuba enfrenta solo podrán abordarse en una atmósfera de diálogo abierto y de debate, donde las mejores mentes y las mejores ideas triunfen y donde se puedan realizar correcciones sobre la marcha ya que los errores y las contradicciones son inevitables y se necesitarán nuevos enfoques. Es también de esperar que Cuba se abra al aprendizaje de otras experiencias internacionales: Cuba es un país único, al igual que todas las naciones, pero eso no significa que no hay valiosas lecciones que se pueden aprender de las experiencias de otros países que han enfrentado dilemas similares en su historia reciente. En un ambiente de menor confrontación, Cuba debería estar más dispuesta a buscar nuevas ideas fuera de sus fronteras a medida que construye su propio futuro.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

La posición unánime de América Latina y del Caribe en relación con la reintegración de Cuba en el sistema interamericano fue, sin dudas, un elemento impulsor importante para la decisión de los EEUU de normalizar las relaciones. Este cambio en las relaciones diplomáticas hemisféricas es un triunfo significativo para la diplomacia cubana que ha trabajado cuidadosa y consistentemente en los años recientes para obtener este histórico resultado. La chispa inmediata fue la próxima Cumbre de las Américas en Panamá el próximo abril. América Latina y el Caribe emitieron un ultimátum: sin Cuba no hay Cumbre. Esto golpeó a los EEUU en un punto vulnerable, ya que las cumbres interamericanas son un escenario para el liderazgo de los EEUU y un espacio para fijar una agenda, especialmente importante teniendo en cuenta la existencia de la CELAC y de UNASUR, entidades regionales que excluyen totalmente a los EEUU. Por lo que el asunto Cuba adquirió una significación más amplia en el corazón de las relaciones interamericanas. Inicialmente, los EEUU fueron lentos en percibir esta realidad, negándose a creer que los líderes de América Latina mantendrían lo dicho e imaginando que las amenazas de no asistencia, inicialmente lanzadas en 2012 en la anterior Cumbre de las Américas, en Cartagena, Colombia, eran coyunturales y que pronto se olvidarían. A esa interpretación errónea se le escapó el profundo simbolismo de las relaciones entre los EEUU y Cuba en la percepción de América Latina y del Caribe, no solamente entre los países del ALBA, sino también en las psiquis de muchos otros latinoamericanos, no necesariamente de convicciones izquierdistas.

En el cónclave de Panamá, podemos anticipar que Obama y Castro se darán la mano ante los otros líderes presentes en la reunión, todos los que —ya sean de izquierda, derecha o centro— celebrarán el acontecimiento con una cerrada ovación. Para Castro este será un dulce momento de triunfo diplomático. Para Obama será una renovación del liderazgo de los EEUU y el cumplimiento de la noble promesa de su presidencia.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Para los EEUU, algo que destacó Obama en sus observaciones del 17 de diciembre, es el de expectativas razonables. Los estadounidenses, especialmente en el entorno de Washington y en el Congreso y en los medios de difusión de EEUU, a menudo exageran la capacidad del poder de los EEUU para influir en eventos en el extranjero, incluyendo los eventos dentro de los estados. A estos estadounidenses a menudo se les escapa que los actores en otros países, por mucho que profesen afecto por los valores de los EEUU, actúan a partir de sus propios intereses. Los mecanismos estadounidenses pueden tratar de moldear los incentivos, pero al final, la influencia de los EEUU depende de otros actores y circunstancias. Y los cambios, generalmente, avanzan gradualmente, pues las personas se ajustan a las nuevas realidades con deliberada cautela. Por lo que la administración de Obama tendrá la tarea siempre difícil de guiar las expectativas. Tendrá que definir los objetivos estadounidenses de manera realista para que, al final de su mandato, su equipo pueda colocar la política de los EEUU hacia Cuba entre sus “victorias” diplomáticas.

Cuba también se enfrenta a un reto en términos de manejar las expectativas. Muchos cubanos anhelan que la mejoría en las relaciones con los EEUU se traduzca, rápidamente, en un mejoramiento de los niveles de vida para ellos y para sus familias. El presidente Castro, en sus observaciones del 20 de diciembre ante su legislatura, buscó atemperar las expectativas, advirtiendo que los salarios no podrían sobrepasar los aumentos en la productividad pues, de lo contrario, el resultado sería una peligrosa espiral inflacionaria. Pero el Estado cubano tendrá que mejorar mucho su trabajo en cuanto a compartir la información, en abrir ventanas a los análisis políticos para que la población tenga un mejor conocimiento de los problemas actuales y de las direcciones políticas futuras. Específicamente, el gobierno ha dicho muy poco sobre las decisivas reformas de los regímenes monetarios y cambiarios. Muchos cubanos esperan que la reforma monetaria les proporcione, de alguna manera, un incremento milagroso en su poder adquisitivo. Este es un momento peligroso y arriesgado para Cuba y debe manejarse bien, con transparencia e integridad.

¡Los retos sociales y económicos que enfrenta Cuba son inmensos! Solo por citar dos: el sector de los servicios en Cuba tendrá que modernizarse significativamente, si quiere responder con eficiencia el esperado arribo de turismo estadounidense para que tengan una experiencia agradable y deseen regresar; y de forma más amplia, Cuba tendrá que seguir considerando las ventajas y desventajas entre eficiencia y equidad, entre mecanismos de seguridad social e incentivos laborales, entre diferencias salariales y justicia social. Y el Estado cubano tendrá que darle mayor peso a la productividad económica y menos peso al control político central si la economía cubana quiere proveer más productos y servicios de calidad a su pueblo en un nuevo camino de crecimiento sustentable.

(X) Antonio F. Romero. Economista. Profesor e investigador. Centro de Investigaciones de la Economía Cubana, Universidad de La Habana.

¿Cuáles el significado de las nuevas políticas entre EEUU y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Por qué? A su juicio, ¿qué próximos pasos serían claves?

Los acuerdos alcanzados como conclusión de las negociaciones al más alto nivel entre Cuba y Estados Unidos que se desarrollaron en los últimos dieciocho meses, constituyen un punto de inflexión histórica, con implicaciones no sólo para los dos países, sino también a nivel internacional y sobre todo para el contexto interamericano. Este entendimiento, que sorprendió a la práctica totalidad de los analistas internacionales, demuestra cómo —bajo ciertas condiciones geopolíticas e institucionales propicias— una decidida voluntad política, junto a la seriedad y el elevado nivel profesional de los negociadores, puede encontrar soluciones a problemáticas o diferendos “muy espinosos” de las relaciones internacionales, que solo se resuelven sobre la base de dejar atrás la desconfianza mutua acumulada por largos períodos de conflicto.

En tanto supera cualquier visión coyuntural o cortoplacista respecto de los acuerdos, la más importante de las medidas notificadas por ambos presidentes es la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas entre las dos naciones. A partir de esta, hay tres medidas anunciadas por el Presidente Obama el 17 de diciembre pasado, que por sus potenciales efectos “multiplicadores” tendrían un peso decisivo en el complejo proceso de eliminación del conjunto de sanciones económicas aplicadas por el gobierno de EUA contra Cuba en las últimas cinco décadas, lo cual requerirá de un acuerdo congresional: i) la decisión de someter a revisión la denominación de Cuba – con vistas a su eliminación –como estado patrocinador del terrorismo; ii) la ampliación del margen para concretar transacciones económicas entre Cuba y los EUA a partir de la autorización a instituciones estadounidenses a abrir cuentas en entidades financieras cubanas, el uso de tarjetas de crédito y de débito por parte de los viajeros procedentes de EUA que visiten a Cuba, y la mejoría en la rapidez y eficiencia de los pagos autorizados entre EUA y Cuba; y iii) las facilidades para la expansión de las visitas de ciudadanos norteamericanos a Cuba bajo licencias generales dentro de las 12 categorías existentes de viajes autorizados por la ley.

Los próximos pasos que debieran esperarse como parte del proceso de paulatino restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los EUA, son —cuando menos— difíciles de predecir. Elemento fundamental en este análisis es el relativo a la capacidad de “operacionalización” de las medidas propuestas por el Presidente Obama y que se implementarían a través de enmiendas a regulaciones vinculadas con el Departamento de Comercio y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, que aunque entran en el área de competencia del poder ejecutivo, pudieran resultar muy complejas.

Por otra parte; debe también valorarse la capacidad de respuesta del gobierno de Cuba a los acuerdos alcanzados y a las propuestas estadounidenses. Entre estas se encuentran las medidas a adoptar por las autoridades cubanas para cumplir algunos de los compromisos asumidos con la contraparte estadounidense (por ejemplo, en cuanto a liberación de un grupo de personas que cumplen penas de prisión), pero también la respuesta cubana a ciertas propuestas de la administración estadounidense que resultan fundamentales para que el Presidente Obama pueda capitalizar el apoyo de sectores con alta influencia política dentro del establishment norteamericano; y al mismo tiempo propiciar ciertas condiciones de “irreversibilidad” al proceso de mejoría en las relaciones bilaterales.

Dentro de estas últimas, estarían —entre otras— la siguientes: a) la propuesta de expandir las exportaciones y ventas comerciales de ciertos bienes y servicios estadounidenses para apoyar al naciente sector privado cubano (como los materiales de construcción para la construcción privada residencial, insumos y materiales para los empresarios del sector no estatal cubano, y equipos agrícolas para el sector agropecuario no estatal); b) la autorización por parte de Cuba a las importaciones procedentes de EUA de ciertos rubros para “contribuir a la ampliación de las capacidades de comunicación entre el pueblo cubano y el pueblo estadounidense, y con el resto del mundo”, los cuales incluirían instrumentos de comunicación, software, aplicaciones, hardware y servicios; así como elementos para el establecimiento y la actualización de sistemas relacionados con las comunicaciones; y c) también vinculado a lo anterior estaría la respuesta que daría la parte cubana a la decisión del gobierno de EUA de autorizar a los suministradores norteamericanos de servicios de telecomunicaciones, para que establezcan los mecanismos necesarios —incluyendo la infraestructura— en Cuba que les permita proveer servicios comerciales de telecomunicaciones e internet, lo que “mejoraría las comunicaciones entre los Estados Unidos y Cuba”.

No obstante lo anterior, un análisis más acabado de los posibles pasos a esperar en el período inmediato se derivarían de los resultados y acuerdos que se logren por las dos partes en el diálogo sobre temas migratorios que tendrá lugar en próximas semanas, y que en este caso reviste otra dimensión por lo cual se ha decidido que la delegación norteamericana esté encabezada por la Secretaria de Estado Asistente para Asuntos del Hemisferio Occidental.

El ejercicio de la política en EEUU y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

Sin lugar a dudas, los acuerdos anunciados simultáneamente por los dos Presidentes el 17 de diciembre pasado, deberían dar paso a un proceso gradual de significativa reducción en la confrontación bilateral, que a todas luces era considerada como una absurda anomalía, veinticinco años después del fin de la Guerra Fría.

Sin embargo, no debieran desconocerse los elementos estructurales que permanecerán en la base de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, sea cual sea el avance en la “normalización”. Complejos factores asociados a la experiencia histórica, la vecindad, y las contundentes asimetrías en términos de dimensión económica y de poder político y militar entre Cuba y los Estados Unidos, tendrán con frecuencia un alto potencial de generación de disenso y contradicciones entre los dos países. A ello debe agregarse que todavía hoy, para ciertos sectores de la élite norteamericana, Cuba es considerada como pieza clave en la política hegemónica global de los Estados Unidos. Lo anterior se relaciona hasta cierto punto, con las concepciones del “patio trasero” que históricamente han tenido importante influencia en las percepciones de política exterior de los Estados Unidos, sobre todo en el período posterior a la II Guerra Mundial.

Ante tal perspectiva, deberían potenciarse condiciones a los dos lados del Estrecho de la Florida que promuevan una dinámica gradual pero consistente de aplicación de medidas —que se vayan incorporando de manera paulatina en la narrativa política de ambas sociedades— que propicien una interacción mucho más fluida entre ambos países. Ello tendría que priorizar no sólo al ámbito de las relaciones entre las ciudadanías de los dos países, donde se han producido avances perceptibles en los últimos años, sino sobre todo a las relaciones entre las más diversas instituciones del sector público cubano y estadounidense, donde sin lugar a dudas subyacen importantes, arraigados y —en muchos casos— legítimos prejuicios.

De todas formas, y precisamente por lo anterior, no debe dejarse de reiterar que los resultados de las negociaciones de los últimos dieciocho meses entre Estados Unidos y Cuba representan un viraje radical en los vínculos bilaterales entre ambas naciones, y son expresión de dosis muy elevadas de realismo y coraje político en el liderazgo de los dos países, lo cual tendrá impactos positivos no sólo para los ciudadanos de Cuba y de los Estados Unidos, sino también para el conjunto de las relaciones hemisféricas.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Los acuerdos alcanzados en pro de la “normalización” de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos tendrán implicaciones directas para el entramado de las complejas y contradictorias relaciones interamericanas; pero también para la interacción tanto de Cuba como de los Estados Unidos con sus contrapartes en el hemisferio.

En primer lugar, porque el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos libera a la “agenda política hemisférica” de la influencia perversa de uno de los elementos más controversiales que en los últimos años había estado en la base de la creciente desconexión y antagonismo entre muchos de los países de América Latina y el Caribe y la potencia del Norte. En definitiva, el rechazo al bloqueo estadounidense contra Cuba había venido concitando el apoyo y la solidaridad de los gobiernos latinoamericanos y caribeños en los más diversos foros regionales y multilaterales desde hacía años; y más recientemente, el proceso por excelencia de diálogo hemisférico al más alto nivel —las Cumbres de las Américas— parecía haber entrado en un período de franco deterioro en cuanto a relevancia y perdurabilidad si no se garantizaba la presencia del gobierno de Cuba en dicho cónclave. Por ende, la decisión de proceder al restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, ayuda a reconstruir una imagen más positiva de la nación y el gobierno norteamericanos frente a los de nuestra región, después de un período relativamente largo de creciente distanciamiento y acumulación de prejuicios.

Esto último, posibilitará un más amplio espacio en el hemisferio para que Estados Unidos introduzca con mayor fuerza algunos de sus temas prioritarios en términos de proyección exterior, como derechos humanos, gobernabilidad, y consolidación de la democracia. En efecto, tal y como lo señaló el comunicado de la Casa Blanca del 17 de diciembre, el Presidente Obama participará en la Cumbre de las Américas de Panamá, y estos temas serán tópicos claves en la misma. Más adelante, ese mismo texto apuntaba que la administración de los Estados Unidos daría la bienvenida a un “diálogo constructivo” entre los gobiernos asistentes acerca de los principios de la Cumbre, “consistentes con los compromisos asumidos en la Carta Democrática Interamericana”.

Por su parte, Cuba refuerza ahora su proceso de plena reincorporación al espacio latinoamericano y caribeño, que se había iniciado a mediados de los años 1970s con su participación como estado miembro del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA), y que cobró nueva vida en la última década del siglo pasado con la membresía de nuestro país en la Asociación de Estados del Caribe (AEC) y luego en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Esta re-incorporación de Cuba al espacio regional alcanzó su máxima expresión con la presidencia cubana de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la consolidación de relaciones diplomáticas y económicas con la totalidad de países de Latinoamérica y el Caribe.

La normalización de relaciones con Estados Unidos, y el previsible desmontaje de las sanciones económicas, comerciales y financieras mantenidas contra Cuba; amplía el espacio de maniobra económica cubana —no sin riesgos— en el contexto de las difíciles transformaciones que tienen lugar en el país como parte de la “actualización de su modelo”. También ello tendría un efecto positivo colateral para las relaciones de nuestro país con América Latina y el Caribe y el resto del mundo, en tanto se eliminarían posibles conflictos en las mismas derivadas de los efectos extraterritoriales que se le reconocen a las medidas de bloqueo de Estados Unidos contra Cuba, las que en no pocos casos han obstaculizado las transacciones comerciales y financieras de entidades cubanas con empresas y bancos de terceros países.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

El grado de preparación —de las sociedades, de las culturas políticas, de los agentes económicos o de las instituciones públicas— para lidiar con el nuevo contexto de “normalización” paulatina en las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, puede y debe ser objeto de un amplio espectro de análisis y opiniones, con seguridad muchas de ellas contradictorias.

A riesgo de ser esquemático, pudiera pensarse —en función de cómo se ha formulado esta pregunta— que el grado de preparación y/o disposición a asumir tanto las ventajas como los riesgos de una mayor interacción entre los dos países, es mayor en el caso del ciudadano común (cubano y estadounidense) como componente esencial de la sociedad, aunque esta obviamente no puede entenderse como la sumatoria los ciudadanos; que de la cultura política a ambos lados del Estrecho de la Florida. Entendida esta última como el conjunto de valores, ideas, costumbres y percepciones dominantes en un contexto histórico determinado acerca de la actividad de la sociedad para resolver los problemas que le plantea la convivencia colectiva; tanto la cultura política norteamericana como la de Cuba ha sido receptora y al mismo tiempo creadora de percepciones vinculadas directamente con las relaciones históricamente conflictivas entre los dos países.

Obviamente, lo anterior no es óbice para el moderado optimismo que las instituciones de ambos países deberían exhibir en el complejo proceso a largo plazo que permita avanzar decididamente en la “normalización” de las relaciones entre los dos países.

Por supuesto que Cuba tendrá que aprender paulatinamente a mirar a los Estados Unidos con menos prejuicios y con todos sus matices, tanto negativos como positivos. Por su parte, Estados Unidos tendrá que aprender a convivir con la Cuba actual, que tiene muy poco de la Cuba anterior al año 1961 cuando se rompieron las relaciones diplomáticas bilaterales; olvidándose de prácticas de antaño y reconociendo que los años de Revolución también han dejado herencias importantes para avanzar en el futuro. Esto último es además un activo que bien explotado, pudiera constituirse en una fortaleza para fertilizar paso a paso la nueva etapa que se abre en las relaciones bilaterales. La demostrada capacidad y el reconocimiento de Cuba para lidiar con importantes problemas a nivel regional e internacional (desde el enfrentamiento al tráfico ilegal de drogas, hasta la lucha contra el ébola) pueden ser componentes importantes de la agenda bilateral que bajo ciertas condiciones, pudieran potenciar una cooperación relevante de los dos países en instituciones y foros multilaterales para beneficio de terceros.

(XI) José Manuel Pallí. Abogadocubanoamericano.

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían claves?

Lo ocurrido el 17D era sencillamente inevitable que ocurriera, pues la situación que teníamos hasta entonces era, por injustificable e incomprensible, insostenible.

Las nuevas reglas —publicadas el pasado viernes 16 de enero— del gobierno de los EEUU para regular las actividades de sus súbditos a la hora de interactuar con Cuba y con los cubanos, serán decisivas en la medida en que las autoridades cubanas decidan aprovechar ese llamado a la apertura del Presidente Obama. Y la decisión misma de restablecer las relaciones diplomáticas interrumpidas hace más de cincuenta años es, para mí, un indicio de cuál será la respuesta cubana a las nuevas regulaciones. Una actitud abierta y sin miedos de ambas partes sería ciertamente decisiva por lo que representa para todos los cubanos: una oportunidad. Y las oportunidades no sirven sino para una cosa: para aprovecharlas.

¿Cómo debemos aprovechar la oportunidad que tenemos delante nuestro los cubanos? Haciendo lo que no hemos hecho en más de medio siglo de polarización: dialogando y desgranando todos los temas y cuestiones que nos distancian, escuchándonos los unos a los otros dispuestos a que esa interacción modifique nuestra actitud frente a esos temas y cuestiones. Y me refiero a una interacción entre cubanos, entre todos ellos (sin exclusiones de ninguna especie), además de la interacción entre las dos naciones, Cuba y los EEUU, que ambos gobiernos dicen estar dispuestos a encarar.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

El cuadro cambiara en la medida en que cambien las actitudes recíprocas, pero ese cambio será probablemente lento y difícil, porque la desconfianza entre ambas naciones no se genera a partir del 1º de enero de 1959, sino que tiene toda una historia detrás.

Al mismo tiempo, creo que los lazos entre ambas naciones —conflictivos como lo han sido durante toda su historia— han sido a la vez profundos y sólidos, cimentados en no poca medida en una corriente de afecto y admiración entre ambos pueblos. Yo no veo a la Revolución Cubana como una gesta libertaria frente a la influencia —con frecuencia nociva y desproporcionada— de los EEUU sobre Cuba. En 1959 la afinidad entre Cuba y los EEUU solo era superada por la existente entre Cuba y España, y si bien esa afinidad se ha visto erosionada por más de cincuenta años de desavenencias, nada nos impide a los cubanos y a los norteamericanos desandar ese camino sembrado de conflictos y buscar un re-encuentro, aun reconociendo que el mundo de hoy no es el mismo de hace sesenta años.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

Ni la insularidad de Cuba ni los esfuerzos de los EEUU por aislarla han logrado impedir que Cuba goce, hoy por hoy, de un protagonismo geopolítico en nuestro hemisferio quizás más marcado que en ningún otro momento de su historia.

Ese protagonismo ha sido crucial a la hora de detonar los acontecimientos del 17D, a través de la insistencia de prácticamente todas y cada una de nuestras naciones hermanas a la hora de solidarizarse con Cuba frente a las políticas coercitivas de los EEUU (el “blobargo”). Esa insistencia deberá continuar en la medida en que subsistan esas medidas coercitivas, que son vistas —y no solo por el resto de nuestro continente sino por prácticamente todas las naciones y autoridades morales del mundo— como injustas e indignas.

¿Qué tan pronto podrá modificarse el contexto actual? Eso es difícil de pronosticar, pues el camino que tenemos por delante, insisto, va a ser lento y sinuoso. Por eso considero que si hay una tarea que todos los cubanos debiéramos priorizar —especialmente quienes somos ciudadanos de los EEUU— es la tarea de liberar a Cuba de la política interna y electoral de los EEUU.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Veo a los sistemas políticos —a las culturas políticas— que rigen a ambas sociedades afectados por una fragilidad pronunciada, y sin una salida que no pase por cambios estructurales profundos del tipo que esos mismos sistemas políticos no acostumbran hacer. Y en el caso de los EEUU la curva es descendente en lo que hace a la efectividad de su sistema político, que es cada vez más disfuncional y hasta decadente; en el caso de Cuba, pudiera darse una situación inversa. Pero en ambos casos, y en mi humilde opinión, el tema pasa por una convicción que tiene que animar a ambas sociedades y a quienes las dirigen: nada tiene que ser exactamente como queremos que sea para ser mejor de lo que es.

Y esa misma convicción debiera prevalecer en el ánimo de las dos naciones a la hora emprender el camino que se abre ante ellas a partir de los acontecimientos del 17D.

(XII) Jorge Hernández Martínez. Sociólogo. Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU).

¿Cuál es el significado de las nuevas políticas entre los Estados Unidos y Cuba? ¿Cuáles son las medidas decisivas adoptadas de ambas partes? ¿Qué próximos pasos serían claves?

La relación dinámica, dialéctica, entre posibilidad y realidad, es lo que le imprime la mayor significación al proceso en curso. No se trata de una formulación filosófica, sino de una expresión del sentido pragmático que acompaña a las relaciones interestatales, en muchas ocasiones concebido de forma unilateral y mecánica como antinomia de posiciones basadas en principios o compromisos ideológicos. La medida en que puede asumirse como viable la convivencia entre muchas y variadas diferencias, ante nuevos contextos, conlleva un enorme simbolismo. Es decisivo el soporte sobre el cual descansan las decisiones de ambas partes. La noción del imprescindible respeto a la soberanía nacional, la independencia, la integridad territorial y la capacidad de autodeterminación de Cuba, en condiciones de igualdad por encima de la asimetría histórica consustancial al viejo y prolongado conflicto bilateral, es de la mayor significación. El alcance humano del regreso a Cuba de los tres héroes es extraordinario. La liberación de Alan Gross es de gran repercusión. La manera en que Obama argumenta lo que lleva a reconsiderar la política hacia Cuba, dejando claros los intereses permanentes de los Estados Unidos, y las precisiones que hace Raúl con respecto a las reservas con que se debe comprender el momento y al imperialismo, son aspectos fundamentales a la hora de mirar a ambas partes. En un mundo cambiante y cambiado, es lógico el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Sin embargo, hablar de normalización tal vez sea demasiado fuerte e incluso, inexacto. No sólo por razones históricas, desde el punto de vista de que con anterioridad no hayan sido relaciones normales ni simétricas, sino porque se trata de dos países cuyas cosmovisiones, intereses nacionales, concepciones económicas, sistemas políticos, modelos culturales, en el presente y en el futuro previsible, son bien diferentes, contrapuestos, y hasta incompatibles. El proceso demuestra que es posible dejar atrás un anacronismo o aberración de la guerra fría. Las medidas que apuntan hacia una colaboración inicial y paulatina en planos como los de las comunicaciones, cuestiones técnicas, financieras, comerciales, migratorias, consulares, correo postal, internet, interdicción del narcotráfico, viajes turísticos, intercambios de diverso tipo, articulan un entramado importante, un entorno necesario, pero no suficiente. Otros pasos implican decisiones más complicadas, tanto por los cambios de enfoque que supone con respecto a la política exterior estadounidense, como por las dificultades en la implementación. Cuestiones como el bloqueo, entendido como sistema de leyes y regulaciones, el territorio ocupado en Guantánamo, el desempeño de actividades subversivas.

El ejercicio de la política en los Estados Unidos y en Cuba estuvo condicionado por una confrontación permanente, el uso de la coacción por el primero, la situación de fortaleza sitiada de la segunda. ¿Cuánto cambiará ese cuadro a partir de las nuevas relaciones? ¿Qué caminos se deberían tomar para hacerlas avanzar; con qué ritmos?

La etapa que comienza abre numerosas interrogantes. Se trata de un proceso que, por múltiples razones, será necesariamente gradual, probablemente signado por cierta lentitud, que avanzará entre acciones-reacciones calibradas, entre prejuicios, visiones estereotipadas, asumiendo que no se produzcan desencuentros profundos, que lleven consigo estancamiento o retroceso. Dejar atrás el síndrome de la fortaleza sitiada requerirá tiempo. Y entretanto, las nuevas relaciones estarán sometidas a constantes evaluaciones, bajo lentes gubernamentales que escrutarán en ambos países, a diario, el clima de confianza mutua que pueda irse configurando. Este proceso estará expuesto a vulnerabilidades de diverso signo, incluyendo las de naturaleza subjetiva, con fuertes componentes psicológicos, ideológicos, culturales. De ahí que el cuadro que se irá definiendo estará bajo la sombra de la incertidumbre. En cierto modo, puede concebirse como una secuencia de cambios. Los caminos a seguir serían, de momento, los de la profundización de los pasos que se han venido dando, la consolidación de los vínculos de limitada cooperación o colaboración que, de hecho, han estado desarrollándose sin mucho aspaviento ni divulgación, en planos que involucran cuestiones militares, migratorias, de seguridad. En la medida que se demuestre que es posible el avance en esos ámbitos, será viable creer que el mejoramiento de las relaciones no sólo es deseable, sino posible y efectiva. Cuesta trabajo pensar que el ritmo pueda concebirse, en esta etapa, más allá de un acompasado, progresivo, paso a paso.

¿Cómo interactúan las nuevas políticas con las relaciones intrahemisféricas de ambos países? ¿Qué cambios podrían generarse en ese escenario, respecto al contexto actual?

El conflicto entre Cuba y los Estados Unidos ha matizado todo el entorno hemisférico, desde los años de 1960 hasta la segunda década del siglo XXI. La posición que se tomara con respecto a la Revolución por parte de un país determinaba la amistad/enemistad con que la política estadounidense les tratara. La postura hostil de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos hacia Cuba, la posición firme de la Isla, han introducido siempre conflictividad en las relaciones interamericanas. En el actual escenario, de mantenerse una relación bilateral constructiva entre los dos países, sería lógico pensar que ello propiciaría un clima de mejor entendimiento y ciertos países latinoamericanos, favoreciendo ello los intereses declarados por los Estados Unidos de recuperar su influencia, fortalecer su liderazgo y desarrollar un clima de confianza en el hemisferio. A la vez, Cuba proseguiría su inserción latinoamericana, incrementando el respeto y apoyo que ha venido suscitando, de forma creciente, en los últimos años. Sin embargo, el radicalismo de determinados procesos, como el de Venezuela, con el que la Revolución Cubana tiene lazos profundos, podría seguir estimulando la agresividad estadounidense, y situaciones como esa enturbiarían la escena interamericana en no poco grado, pudiendo ello, al mismo tiempo, introducir fricciones, complicaciones, en la estabilidad del clima bilateral entre Cuba y los Estados Unidos. La próxima Cumbre de las Américas será un buen termómetro para medir la temperatura en ese aspecto.

¿Están preparadas las sociedades y las culturas políticas de ambos lados para este encuentro? ¿Cuáles son sus ventajas comparativas? ¿Cuáles sus principales déficits?

Cuba ha estado preparada para convivir durante medio siglo en la confrontación con las políticas gubernamentales de los Estados Unidos, lo ha demostrado con creces. El proceso actual es fruto, en buena medida, de la firmeza y efectividad de las posiciones de firmeza, principios, de la Revolución, de su capacidad de defensa, de la consistencia de su política exterior y funcionalidad de sus concepciones de seguridad nacional, de la unidad interna. Vivir en ese “encuentro”, en el restablecimiento de relaciones, es un reto. Para muchos, el hecho es bastante sorpresivo, inesperado. Desde luego que la cultura política cubana, la sociedad en su conjunto, tiene ante sí una oportunidad, una vez más, de crecer. El desafío es enorme. El consenso político se ha forjado en pleno conflicto durante más de medio siglo. Quizás podría hablarse de los aspectos que propician y obstaculizan la reconstrucción de un consenso. En Cuba el tema de los Estados Unidos es de dominio público. Pero no sucede lo mismo al revés. El conocimiento del tema cubano en los Estados Unidos se limita a determinados círculos o medios. No obstante, allá y acá existen expectativas a favor y en contra. Las nuevas tecnologías de la información han anticipado, de cierta manera, ese “encuentro”, en numerosos ámbitos y en relación con los más diversos temas que conciernen a las realidades de ambos países. En términos de las dos sociedades y culturales, no se ha tratado de un conflicto amor/odio, aunque existen visiones sobre cada parte —estereotipadas o no, visiones del “otro”— en los imaginarios de ambos países. Ventajas y déficits son cosas muy relativas, con fuerte carga subjetiva, más allá de los beneficios en materia comercial, cultural, turística, por mencionar algunos

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