Por Guillermo Rodríguez Rivera, Segunda Cita
Voy a comenzar polemizando con uno de los lectores de Segunda Cita que se hace eco de mi enjuiciamiento a nuestro comercio minorista, y la emprende enérgicamente contra la actividad económica del estado. Sin duda se necesita valorar la efectividad de la actividades económicas privada y estatal en el conjunto que constituye la actividad económica de la nación en su totalidad.
Mike L. Palomino comienza su valoración del problema con un criterio que resulta central en el pensamiento neoliberal que hoy domina en tantos sitios del mundo: "el gobierno en los negocios es como un elefante en una cristalería".
Palomino le llama gobierno a lo que es la actividad económica estatal y le otorga toda su confianza a la eficiencia de la actividad económica en manos privadas, que es lo que proclama el ejemplo en la diferente eficiencia entre trabajadores estatales y privados, que él verificó por la conducta de los mismos frente a su casa, en Ybor City. Obviamente, Palomino se está refiriendo al vecindario de la ciudad floridana de Tampa, que los cubanos conocemos desde los tiempos de José Martí.
Esa absoluta desconfianza en la eficiencia económica del estado, es propia del pensamiento neoliberal que domina en los Estados Unidos. Se trata de una desconfianza poco seria porque, ante la crisis económica desatada por el aventurerismo de la banca privada, fue el estado norteamericano, a través de la persona del neoliberalísimo George W. Bush, quien acudió con los millones de dólares de los contribuyentes a rescatar a la banca y a sus dueños.
El estado tiene un papel en la economía, como lo tiene la actividad económica privada. Cuando el estado asume actividades que no le corresponden, vuelve paquidérmicas e ineficientes esas actividades; cuando el gran capital se adueña del estado, trastorna la actividad democrática. Eso lo vio José Martí ya en los Estados Unidos de fines del siglo XIX, cuando advirtió cómo la república democrática se había convertido en una república “de clases”.
Simplemente, el costo de las campañas electorales y el permitir el patrocinio del capital millonario a los políticos, se ha tragado la democracia norteamericana: los políticos responden a quienes costean sus carísimas campañas electorales, no a sus votantes.
La Revolución Cubana dio un paso en falso económicamente cuando en 1968 –no en 1967, como escribe Palomino– estatalizó toda la actividad económica privada que quedaba en Cuba: empresas pequeñas y medianas y trabajadores por cuenta propia. Hasta el granizadero y el fritero fueron vistos como peligrosos capitalistas. Eso desequilibró la cotidianidad económica del país y creó un ámbito comercial que no ha demostrado ser más eficiente ni más honesto que el privado.
No hace mucho, publiqué aquí en Segunda Cita un comentario que se titulaba “El capitalismo perfecto”, aludiendo a administradores y gerentes de nuestro comercio minorista estatal. Uno se acerca a una panadería, que dice que trabaja 24 horas: ello supone tres turnos de trabajadores, pero solamente hay pan durante dos horas por la mañana y dos por la tarde. Uno puede acudir allí y encontrar a los trabajadores conversando o hablando por teléfono, pero muchos de esos comercios venden aceite o harina que le quitan al pan que producen. La ganancia del establecimiento es neta, pero para el que lo maneja directamente: el estado –el supuesto dueño– debe pagar el mantenimiento del local y sus equipos, la luz, el agua, el teléfono y la materia prima: como escribí en aquel artículo, ese administrador ha llegado al capitalismo perfecto, ese que no tiene gastos sino solo beneficios. Pregúntele a ese administrador si quiere ser el dueño de la panadería, y ya: quedará claro que no le conviene.
¿Cuál es la solución?: El estado fue capaz de reconocer su error al restablecer el trabajo por cuenta propia, que ahora volvió para quedarse. En meses atrás hemos asistido a la profesionalización de los deportistas, porque no hay deporte de alto rendimiento sin la plena dedicación del atleta a su actividad. Hemos reconocido –nada menos que en la palabra de Fidel Castro– que nuestro viejo modelo económico había caducado. A lo que hacemos le hemos llamado actualización, pero es también un cambio.
Estamos aceptando y deseando la inversión extranjera, –que es capitalista– y en algún momento deberemos incorporar también la inversión cubana. Nuestro sistema, pues, no será el ortodoxamente socialista que teníamos sino un sistema socialista mixto. Lo dirigirá nuestro partido, y tenemos derecho a llamarle socialista: El importante ideólogo y filósofo portugués Buenaventura de Souza Santos ha dicho que una sociedad socialista no es aquella donde todas sus instituciones son socialistas sino aquella donde todas colaboran al establecimiento de ese sistema: ese es el papel que debe desempeñar el partido comunista cubano.
Acabo aquí, pero no he terminado: queda un tercer artículo.
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