Bueno, ya culminó el ignoto veto institucional que pendía, por inasibles razones, sobre la cinta ¿francesa? ¿cubana? ¿cubano-francesa? —¿importa acaso, a estas alturas?— Regreso a Ítaca (2014). Es el segundo abordaje del director francés Laurent Cantet (Bienvenidas al Paraíso, La clase) al contexto cubano, tras su cortometraje La fuente, séptimo y conclusivo segmento de la … Leer más
Foto: Tomada de sitio web sobre cine cubano.
Bueno, ya culminó el ignoto veto institucional que pendía, por inasibles razones, sobre la cinta ¿francesa? ¿cubana? ¿cubano-francesa? —¿importa acaso, a estas alturas?— Regreso a Ítaca (2014). Es el segundo abordaje del director francés Laurent Cantet (Bienvenidas al Paraíso, La clase) al contexto cubano, tras su cortometraje La fuente, séptimo y conclusivo segmento de la olvidable, y espero que ya olvidada, 7 días en La Habana (2012). También es su segundo y más intenso roce con el escritor cubano Leonardo Padura, quien esta vez co-guionizó junto al galo un segmento de su obra La novela de mi vida (2001), donde desarrolla una suerte de mea culpa-exorcismo-catarsis en nombre de su generación; nada más y nada menos que la escogida para el utópico proyecto cubano del Hombre Nuevo, sin lobo ni bosque.
En esta zona etaria se inscribe el propio Padura, quien, nacido en 1955, creció junto al proceso de articulación del socialismo real en Cuba. Presenció y protagonizó todas sus etapas: desde la utopía hasta el desencanto, desde la fe hasta la desesperanza, desde el Todo hasta la Nada. Desde los promisorios Sesenta hasta los grises Setenta; desde la bonanza de los Ochenta hasta el descalabro de los Noventa; desde los inconstantes 2000 hasta ahora —aún contemplamos nuestro reflejo en la pantalla fílmica de El elefante y la bicicleta (Juan Carlos Tabío, 1994), y preguntamos sin respuesta…
No conforme con discursar desde una intimidad más confesional, quizás al estilo de un Dr. Zhivago o un Sergio, Padura optó por cartografiar y problematizar, más ambiciosamente (¿periodísticamente?) su generación, dividiéndose en cinco ¿alter egos? protagónicos. Más que personajes, este grupo de cincuentones resultan a la larga limitados (estereo)tipos sociales, de los que se vale el autor para desplegar una taxonomía de los sinsabores y quebraduras sufridos por sus congéneres generacionales.
Rafael (Fernando Echevarría) es el artista/reluctante; Tania (Isabel Santos), la doctora refugiada en la religión de guisa afrocubana; Aldo (Pedro Julio Díaz) es el ingeniero mecánico divorciado y frustrado, que trafica con piezas robadas; Eddy (Jorge Perugorría), el dirigente oportunista; y Amadeo —¿amado por cuál Dios?—, escritor frustrado/emigrante interpretado por Néstor Jiménez, que funge como detonante y eje dramático de Regreso…, con ciertos aires de Macguffin. Pues no más que este recurso canónico del suspense es el “secreto”, “terrible” e inevitable motivo de su emigración, mantenido oculto hasta el clímax de la cinta, donde es confesado sin el efecto emotivo esperado.
Amadeo no buscó en España un beneficio material, sino que huyó ante la presión insoportable de un poder que, a través de él (y de tantos), buscó eliminar todos los potenciales peligros de infidencia que atenten contra su hegemonía. Esto es un matiz diferente. No voy a escribir “inquietante”, pues no se están revelando situaciones nuevas, aunque novedoso sea en nuestro cine —sí, me es inevitable incluir la cinta en la fílmica cubana— hablar de tales presiones y miedos. Verdades a voces silenciadas por un vigente tabú…
A pesar de los esfuerzos por densificar las respectivas personalidades, de matizarlas; a pesar de las irregulares defensas que hacen los actores, prima un tono enunciativo casi didáctico. Nada se deja para segundas ni subyacentes lecturas, nada se sugiere, nada se infiere. Puro y duro inventario ¡Atención, recuento! Los amigos, reunidos en la azotea de Aldo, hablan más al espectador que entre sí, quebrando una y otra vez la organicidad y la lógica de sus interacciones dialógicas.
Con tales carencias en el guión conspira el apartado actoral, piedra de toque de una cinta minimal como Regreso…, que delata asimetrías evidentes, disparidades de tono y una palpable falta de mística, de química, entre unos actores en constante y tenso esfuerzo por hacer verosímiles sus líneas. Esto redunda en detrimento de la fluidez y la solidez de las relaciones, de la credibilidad de las conflictualidades.
Pedro Julio Díaz, por su débil interpretación, contrasta singularmente con el resto del grupo, en cuyo otro extremo más afortunado descollan un Néstor Jiménez en precisa sintonía con su personaje, y un Fernando Echevarría discreto y sólido. La Santos poco o nada diverge de la extrovertida Sissi, interpretada para la reciente Vestido de Novia (Marilyn Solaya, 2014), pero mantiene su dignidad acostumbrada. Perugorría se inclina más hacia Díaz en su lánguida encarnación del escritor cínico que renunció a los sueños por la prosperidad inescrupulosa de la casta burocrática.
Como las acciones transcurren en su casa, la familia de Aldo se muestra, en primer lugar, como innecesarias intrusiones que quiebran la dinámica y el ambiente a duras penas prefigurado entre los cinco protagonistas. Secundarios estos, cada cual más desafortunado en concepción e interpretación: la madre (Carmen Solar) y el hijo crápula (Rone Luis Reinoso). Este último, otro estereotipo, otro conflicto apenas esbozado en la casi desesperada pretensión de poner sobre la mesa todas las aristas problémicas de los vástagos de la revolución, de los Nietos Nuevos, cuya migrante o desempleada descendencia viene dando cuerpo a su frustración.
Al mismo tiempo, una suerte de ¿grito? ¿reafirmación? nacionalista emerge de la decisión de Amadeo de retornar a Cuba, tras 16 años de exilio, sumándose la cinta a una zona fílmica cubana que he dado en calificar “del amargo regreso” o “síndrome de Anteo”, donde comulgan largometrajes como Miel para Oshún (Humberto Solás, 2001) y La Anunciación (Enrique Pineda-Barnet, 2009), aquejados sus protagonistas de algo semejante al sí conocido en psicología como Síndrome de Ulises1. Ahora, si bien estas obras claman por la compenetración individuo-cultura-nación como espacio óptimo donde alcanzar su verdadera medida, más allá de la búsqueda de una realización “material”, Regreso… rompe con este clásico pretexto, pone sobre el tapete el tema del miedo, del acoso. De cómo se convirtió el cubano en predador del cubano, y en la consecuente quebradura del sentido de unidad nacional, cimentado en la confianza hacia el prójimo paisano.
En sentido general, Regreso… es otro síntoma de esas deudas históricas que, más allá de Padura como ente individual, se acumulan en la garganta de Cuba como arena húmeda en el estrecho cuello de un reloj de arena. Y ya amenazan con quebrar el conducto. El ajuste de cuentas se va haciendo a distintos ritmos en las diferentes manifestaciones artísticas, entre las cuales el audiovisual no ha sido precisamente el más atrevido…
1 También nombrado Síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple.
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