Lucía López Coll
No es la primera vez, y seguramente no será la última, que el cubano Leonardo Padura (La Habana, 1955), y el griego Petros Márkaris (Estambul, 1937), comparten espacio en la presentación de alguno de sus libros. Dos años atrás fueron invitados a la celebración del Festival Lea, en la capital de Grecia, Atenas y poco después compartieron mesa en un festival parisino. Este año el reencuentro ocurre en Turín, una de las ciudades del Piamonte italiano, donde tuvo lugar, durante el mes de mayo, el Salón Internacional del Libro, el más importante que se celebra en ese país. Obviamente la repetida coincidencia no es fortuita, porque ambos escritores revelan más de un punto en común en cuanto a su concepción de la novela policial contemporánea, un terreno en el que han alcanzado la aprobación internacional del público y de la crítica.
Pero a diferencia de Padura, cuyo trabajo es conocido y apreciado por los lectores cubanos a pesar de la demanda siempre insatisfecha de sus libros publicados, Petros Márkaris permanece inédito y casi desconocido en Cuba, como muchos otros autores extranjeros contemporáneos con una escasa difusión entre nosotros. Y aunque esta especie de presentación formal de Márkaris no pueda reparar esa carencia, al menos servirá de introducción a una de las voces más potentes -y en muchos casos incómodas-, de la literatura griega contemporánea, sobre todo ahora que el país helénico ha saltado a los titulares a consecuencia de una crisis que no ha logrado remontar y compromete su futuro.
Sin duda alguna, las novelas policiales de Márkaris se inscriben por derecho propio en esa corriente renovadora del género que ha hecho del tema social su centro de atención y que, según la crítica, ha tenido entre los países de la zona mediterránea algunos de sus exponentes más importantes, en el especial con el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyas novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho, reflejaron algunas de las transformaciones sociales ocurridas en la España de la transición postfranquista.
Lo cierto es que en los últimos veinte o veinticinco años esta literatura no solo ha transformado el mapa de su presencia en el mundo, sino que supo desembarazarse de la gastada y ya discutible etiqueta de literatura menor que se le había adjudicado como un estigma vergonzante. Sus autores no sólo lograron ganarse el favor del público, sino que empezaron a obtener el reconocimiento de los críticos y de la Academia.
De acuerdo con el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, como resultado de la vocación social desarrollada y potenciada a conciencia por esta corriente del género policial contemporáneo, estas novelas han sido capaces de reflejar de una manera mucho más precisa el espíritu caótico y alienado de nuestro tiempo. Y lo han hecho fundamentalmente desde la periferia, pues si bien los grandes centros productores casi siempre estuvieron ubicados en países de habla inglesa, con honrosas y señaladas excepciones como Francia e Italia, hoy el centro parece haberse desplazado hacia diversas regiones de Europa y América Latina, y se escribe en otras muchas lenguas. Autores de México, Argentina, Colombia, Brasil, Chile, Suecia o Grecia, han afrontado el género quizá con un sentido mucho menos lúdico, pero más comprometido con sus realidades. En palabras de Leonardo Padura, “todos nosotros no escribimos realmente literatura policíaca, sino que utilizamos esa literatura para hablar de la sociedad, además de contar una historia”, algo que según su concepción, es uno de los requerimientos que debe cumplimentar la literatura. Y seguramente el escritor griego también suscribiría esta afirmación, porque sin ninguna duda su producción literaria se inscribe de lleno en esta renovada concepción del género.
La Atenas de hoy muy poco tiene en común con aquella ciudad presidida desde una colina por la impresionante perfección del Partenón y que, en su momento de mayor esplendor económico y cultural, tuvo un teatro donde se representaban obras dramáticas y comedias que todavía son referentes para el teatro moderno, y un ágora donde los ciudadanos discutían sus problemas, sin imaginar que estaban inventando la democracia. La Atenas de hoy se parece más a la ciudad ajetreada, empobrecida, abarrotada y casi fea, descrita por Petros Márkaris en cualquiera de sus novelas. Una ciudad con una cara hermosa recorrida por turistas, que recuerda la grandeza de la antigua cultura helénica, y otra menos favorecida por la que camina y maldice el inspector Kostas Jaritos en los días de mayor calor, y donde la mayoría de los ciudadanos deben afrontar el advenimiento de la crisis de diversas maneras.
Cuando Márkaris inició su serie policial protagonizada por el inspector Kostas Jaritos, no era un escritor “primerizo”. Después de estudiar Ciencias Económicas en Viena y Stuttgart, trabajó como traductor del alemán al griego, firmó obras de teatro, y guiones para el cine y la televisión, en especial para la serie televisiva Anatomía de un crimen. Al escribir su primera novela, Márkaris se planteó que su inspector Kostas Jaritos debía ser una persona común y corriente, que a lo largo de la serie le permitiría abordar algunos de los problemas que afectaban a sus contemporáneos y los entresijos oscuros de su sociedad.
Como ha aclarado el propio Márkaris, tuvo sus dudas al hacer de su protagonista un policía, porque en Grecia esta figura solía estar asociada a la represión fascista de la época de la dictadura militar. Pero el inspector Jaritos logra traspasar esa barrera, no sólo porque le gustan las cosas bien hechas y el trabajo a conciencia, sino también porque su autor logró insuflarle humanidad. Es cierto que perdió por el camino los pocos sueños que tuvo alguna vez y ahora se conforma con garantizar algún bienestar para su familia: estudios universitarios para su hija y una tranquilidad hogareña que quizá no encuentra al lado de su mujer Adrianí, a la que soporta con cariño. Tiene además un viejo auto a punto de desmoronarse y sufre como todos los embotellamientos tan frecuentes en su caótica ciudad. Su íntimo refugio y su pasión secreta es el antiguo diccionario griego Dimitrakos, el cual suele consultar cada tanto, casi a modo oráculo donde encontrar las posibles respuestas a todas sus interrogantes. Además de ayudar a la caracterización del personaje, esta costumbre del policía contribuye a orientarlo por los vericuetos de la investigación en los diversos casos policiales.
Las cuatro últimas novelas escritas por Márkaris están dedicadas más directamente al tema de la crisis en Grecia. El propio inspector Jaritos, que a pesar de sus modestos ingresos no participa de la corrupción que contamina la sociedad y observa sin entender la manera en que las ruinas físicas y morales de la Grecia moderna crecen a su alrededor. Siente que no puede hacer nada por cambiar ese rumbo y, sin apenas atreverse a juzgar, se resigna a realizar su trabajo y a observarlo todo con una mirada cada vez más desencantada y escéptica.
Por la serie del inspector Jaritos, Márkaris ha obtenido reconocimientos internacionales como el VII Premio Pepe Carvalho, que le fue otorgado en 2012. De acuerdo con el jurado que le entregó el galardón, el autor griego “es uno de los más claros representantes de la llamada novela negra mediterránea, una forma más próxima a los grandes temas de la novela negra: corrupción, manipulación del poder, diferencias entre justicia y ley o la mezquindad de los poderosos”. Sin duda alguna, una imagen bastante común y certera de nuestros tiempos, que nos entrega la vertiente más realista y renovada del policial contemporáneo. (2015)
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