Por: Luis A. Montero Cabrera
Pueblo santiaguero acude a la Plaza de la Revolución Antonio Maceo en la provincia Santiago de Cuba, lugar donde se le rendirá tributo al líder de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz, el 3 de diciembre de 2016. Foto: Omara García Mederos / ACN
No podemos evitar ver e interpretar el mundo desde nuestras individualidades. Solo después de profundos procesos de pensamiento y abstracción logramos darnos cuenta de nuestro espacio real, del lugar que ocupamos en este universo. Las ya comentadas falacias de las dimensiones y los tiempos nos roban una parte del razonamiento. Desde nuestro existir pensamos que los tiempos verdaderamente largos son los que usamos para esperar algo o para realizar alguna actividad. Hay que abstraerse para tocar la realidad de que el más largo tiempo que empleemos en cualquier cosa no es más que una ínfima fracción de el del universo en que existimos y también una eternidad para los fenómenos atómicos y moleculares que nos permiten vivir en ese tiempo. Nuestros espacios también son pequeñísimos nichos de un cosmos grandioso y simultáneamente enormes templos del mundo nanoscópico que determina todo lo que hacemos.
Como pueblo, los cubanos somos muy notables, como muchos otros. Tenemos una importante individualidad social y no podemos evitar ver al mundo a partir de ella. En las épocas más recientes, la hermosa combinación de orgullo nacional, un liderazgo extraordinario como el de Fidel, mucha sabiduría individual y colectiva, producto de nuestro sistema educativo universal, y un sentido particular de los verdaderos valores de la vida nos han mantenido incólumes ante los retos de enfrentar enemistades muy poderosas y cercanas. También hemos sabido descifrar calumnias, que son tan burdas que las realidades las destruyen muy fácilmente. Los cubanos hemos tenido la suerte de tener un maestro como Martí que nos dijo en un cuento infantil que “El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (“La Edad de Oro”, “Tres Héroes”). Hablamos esencialmente de nuestra luz, sin olvidar nuestras manchas. Todo lo que somos y no somos lo valoramos y nos sentimos muy satisfechos con lo primero y retados con lo segundo. Pero todo lo positivo de nosotros es mucho más una ocasión histórica que un factor de exaltación con respecto a cualquier otro pueblo.
¿Quiénes somos en realidad? ¿Hay alguna condición natural especial que nos ha hecho así? En realidad, nuestras virtudes y defectos como nación se han forjado en lo social y muy poco en lo biológico. Una de las más maravillosas consecuencias de los estudios genéticos moleculares contemporáneos es la de reafirmar lo que ya muchos adelantados habían postulado: todos los seres humanos somos esencialmente iguales. Nuestras diferenciaciones físicas del color de la piel o la forma de nuestros cuerpos son fenómenos sin consecuencias significativas en cuanto a habilidades y capacidades intelectuales. Estas se cultivan o aprenden. Nuestra ciencia ha empleado los medios más actuales para interpretar algo tan interesante como nuestras trazas genéticas.
Un importantísimo artículo científico aparecido recientemente[1] muestra elementos muy interesantes. Con medios incontrovertibles se estudiaron las marcas europeas, africanas y nativas americanas en nuestro ADN, que es el “manual de instrucciones” de la constitución biológica de todo ser vivo. La historia de la población cubana está también escrita en nuestros genes.
Por ejemplo, se sabe bien que los varones tenemos nuestro propio ADN pero también portamos el de nuestras madres en un organelo de nuestras células, la mitocondria. Eso hace que el ADN de las mujeres se conserve más a través de las generaciones y también nos ayuda a identificar nuestros ancestros cuando podemos seguir la huella de los caracteres originarios. Pues nuestras madres, nuestro ADN mitocondrial, es como promedio 39 % africano, 35 % nativo americano y 26 % europeo. La historia que nos hicieron de que los “indios cubanos fueron exterminados por los colonizadores” no es tan así. En realidad los indios están en nuestros genes. Podemos enorgullecernos de que portamos su sangre, igual que la africana y la europea. De cualquier forma, nos estamos refiriendo a diferenciaciones que todas se seleccionaron en este mundo hace menos de 45000 años, prácticamente en el día de ayer en términos temporales universales. Somos muy parecidos a los ancestros que abandonaron África por esos tiempos.
La otra parte de la historia es también muy interesante. Se sabe que lo que diferencia los sexos en los humanos son los conocidos cromosomas X y Y. Mientras las hembras solo tienen el cromosoma X, los varones los tenemos ambos. Eso quiere decir que el cromosoma Y diferenciador puede proporcionarnos la historia de nuestros padres, de forma similar, aunque no igual, al ADN mitocondrial para nuestras madres. La historia de la llegada de hombres inmigrantes y de sus amores también las relatan calladamente esos cromosomas diferenciadores: el 81.8 % de los genes de nuestros padres es europeo. Los africanos aportaron el 17.7 % y los nativos americanos llevaron las de perder con solo el 0.5 %.
La importancia de estas verdades científicas es esencialmente médica, para prevenir lo que se pueda y que dependa del legado biológico más reciente. Pero también tiene una importancia cultural. Cualquier reclamo de “pureza” racial no pasa de ser una ridícula farsa para pobres mentales, en Cuba y en cualquier parte.
Recientemente conocimos a una mujer que nació en Alemania, en el pasado siglo, de una familia cultural y religiosamente judía. Fue una emigrada a la fuerza primero a Cuba y después a los Estados Unidos donde realizó la mayor parte de su vida adulta. De quedarse entonces en la Alemania nazi, probablemente no existiría. Su familia le hizo la hermosa foto que ilustra este trabajo en un estudio berlinés, ya con los nazis en el poder. Un buen día algunos propagandistas de la “pureza aria” visitaron al fotógrafo buscando ilustraciones de niños “puros”. La de esta niña resultó tan atractiva y para ellos tan “aria”, que la escogieron y la publicaron como paradigmática de una niña de “sangre pura”. Obviamente, el fotógrafo guardó el secreto de que la niña no era “aria”, sino judía. Esta historia tragicómica nos muestra una vez más hasta donde los absurdos pueden conducir a las mentes egocéntricas y de sentimientos primitivos. El gran pueblo alemán de hoy sabe muy bien estas verdades.
Los cubanos somos de todo y mientras más diversos seamos seremos más ricos en lo genético y en lo cultural. Las razas son construcciones culturales más que físicas y biológicas. Aprovechemos esta riqueza de diversidad para demostrar cuan altos son los valores de igualdad para la condición humana y el bienestar individual y espiritual.
Nota
Marcheco-Teruel, B., et al., Cuba: Exploring the History of Admixture and the Genetic Basis of Pigmentation Using Autosomal and Uniparental Markers.PLoS Genetics, 2014. 10(7): p. e1004488.
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