Por : Joseph E.Stiglitz
La economía global termina el 2010 más dividida que a comienzos del año. Por un lado, los países con mercados emergentes como India, China y las economías del Sudeste Asiático están experimentando un crecimiento fuerte. Por otro lado, Europa y Estados Unidos afrontan un estancamiento -de hecho, un malestar al estilo japonés- y un desempleo tenazmente altos. El problema en los países avanzados no es una recuperación sin empleo, sino una recuperación anémica. O peor, la posibilidad de una recesión de doble caída.
Este mundo de dos pistas plantea algunos riesgos inusuales. Mientras que la producción económica de Asia es demasiado pequeña para impulsar el crecimiento en el resto del mundo, puede bastar para hacer subir los precios de las materias primas.
Mientras tanto, los esfuerzos de parte de Estados Unidos por estimular su economía a través de la política de “alivio cuantitativo” pueden fracasar. Después de todo, en los mercados financieros globalizados, el dinero busca las mejores perspectivas en todo el mundo, y estas perspectivas están en Asia, no en Estados Unidos. De manera que el dinero no irá adonde se lo necesita, y gran parte de ese dinero terminará donde no se lo quiere, causando mayores incrementos en los precios de los activos y las materias primas, especialmente en los mercados emergentes.
Dados los altos niveles de desempleo en Europa y en Estados Unidos, es poco probable que el “alivio cuantitativo” suponga un brote de inflación. Podría, en cambio, aumentar las ansiedades sobre la futura inflación, derivando en tasas de interés más altas a largo plazo, precisamente lo contrario del objetivo de la Reserva Federal.
Este no es el único riesgo de impacto negativo, ni siquiera el más importante, que afronta la economía global. La mayor amenaza surge de la ola de austeridad que arrasa al mundo, mientras los gobiernos, particularmente en Europa, afrontan los grandes déficits originados por la Gran Recesión y mientras la ansiedad sobre la capacidad de algunos países para cumplir con sus pagos de la deuda contribuye a la inestabilidad de los mercados financieros.
El resultado de una consolidación fiscal prematura está casi anunciado: el crecimiento se desacelerará, los ingresos impositivos disminuirán y la reducción de los déficits será decepcionante. Y, en nuestro mundo globalmente integrado, la desaceleración en Europa exacerbará la desaceleración en Estados Unidos, y viceversa.
En una situación en la que Estados Unidos puede pedir prestado a tipos de interés bajos sin precedentes, y frente a la promesa de altos beneficios por las inversiones públicas después de una década de negligencia, resulta claro lo que se debería hacer. Un programa de inversión pública a gran escala estimularía el empleo a corto plazo, y el crecimiento a largo plazo, lo que al final redundaría en una deuda nacional menor. Pero los mercados financieros demostraron su miopía en los años que precedieron a la crisis, y lo están volviendo a hacer, al ejercer presión para que se realicen recortes del gasto, incluso si eso implica reducir marcadamente las inversiones públicas necesarias.
Es más, el atasco político asegurará que sea poco lo que se haga respecto de los otros problemas acuciantes que tiene ante sí la economía estadounidense: las ejecuciones hipotecarias probablemente sigan con toda su furia (dejando de lado las complicaciones legales); es probable que las pequeñas y medianas empresas sigan privadas de fondos, y es posible que los bancos pequeños y medianos que tradicionalmente les ofrecen créditos sigan luchando para sobrevivir.
En Europa, mientras tanto, es poco probable que las cosas vayan mejor. Europa finalmente logró salir al rescate de Grecia e Irlanda. En las vísperas de la crisis, ambos países estaban regidos por gobiernos de derecha marcados por un capitalismo de connivencia o peor, lo que demostraba una vez más que la economía de libre mercado no funcionaba en Europa mejor de lo que lo hacía en Estados Unidos.
En Grecia, como en Estados Unidos, la tarea de limpiar el desorden recayó sobre un nuevo gobierno. Tal vez como era de esperar, el Gobierno irlandés que alentó un préstamo bancario imprudente y la creación de una burbuja inmobiliaria no fue más apto para manejar la economía después de la crisis que antes.
Dejando la política de lado, las burbujas inmobiliarias dejan tras de sí un legado de deuda y de sobrecapacidad productiva en el mercado de bienes raíces que no se puede rectificar fácilmente, sobre todo cuando bancos políticamente conectados rechazan reestructurar las hipotecas.
En mi opinión, intentar discernir las perspectivas económicas para el 2011 no es una cuestión particularmente interesante: la respuesta es sombría, con escaso potencial alcista y mucho riesgo bajista. Más importante es: ¿cuánto tiempo les llevará a Europa y a Estados Unidos recuperarse y pueden las economías de Asia aparentemente dependientes de las exportaciones seguir creciendo si sus mercados históricos languidecen?
Mi mejor apuesta es que estos países mantendrán un crecimiento rápido en la medida en que viren su foco económico hacia sus mercados internos, vastos e inexplorados. Esto exigirá una reestructuración considerable de sus economías, pero tanto China como India son dinámicas y dieron pruebas de resiliencia en su respuesta a la Gran Recesión.
No soy tan optimista respecto de Europa y EE.UU. En ambos casos, el problema subyacente es una demanda total insuficiente. La máxima ironía es que existen simultáneamente una capacidad productiva excesiva, vastas necesidades insatisfechas y políticas que podrían restaurar el crecimiento si usaran esa capacidad para satisfacer las necesidades.
Tanto Estados Unidos como Europa, por ejemplo, deben adaptar sus economías para encarar los desafíos del calentamiento global. Hay políticas factibles que funcionarían en el contexto de limitaciones presupuestarias de largo plazo. El problema es la política: en Estados Unidos, el Partido Republicano preferiría ver fracasar al presidente Barack Obama antes que ser testigo de un éxito económico. En Europa, 27 países con diferentes intereses y perspectivas tiran en direcciones diferentes, sin suficiente solidaridad para compensar. Los paquetes de rescate son, desde esta perspectiva, logros impresionantes.
Tanto en Europa como en Estados Unidos, la ideología de libre mercado que permitió que crecieran las burbujas de activos de manera descontrolada -los mercados siempre saben más, así que el gobierno no debe intervenir- ahora les ata las manos a los responsables de formular las políticas a la hora de articular respuestas efectivas a la crisis. Uno podría haber pensado que la crisis en sí misma socavaría la confianza en esa ideología. Por el contrario, ha vuelto a salir a la superficie para arrastrar a gobiernos y economías por el sumidero de la austeridad.
Si la política es el problema en Europa y Estados Unidos, sólo cambios políticos probablemente los vuelvan a colocar en el sendero del crecimiento. De lo contrario, pueden esperar hasta que la amenaza de sobrecapacidad productiva disminuya, los bienes de capital se vuelvan obsoletos y las fuerzas restauradoras internas de la economía pongan a funcionar su mágica gradual. En cualquiera de los casos, la victoria no está a la vuelta de la esquina
El premiuo Nobel como siempre brillante
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