"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Otras miradas críticas sobre el lugar del marxismo en la atmósfera intelectual cultural en Cuba en las décadas del 40 y 50 del siglo XX

A debate

Autor(es): Orlando Cruz Capote.
 
I

A principios del siglo XIX, el eminente poeta alemán Johan Wolfgang Goethe, puso en boca de su personaje Fausto, los siguientes versos durante una conversación sostenida con su criado Wagner: “(…) lo que llamáis el espíritu de los tiempos es, en el fondo, el espíritu de los grandes hombres, en que se reflejan”. A lo que Fausto añadió con inmediatez, “(…) lo cual verdaderamente suele ser un dolor”, (1) es decir, con frecuencia no es más que una miseria, “(…) un cubo de la basura y un desván de trastos, a lo sumo, una acción principal y de estado, con excelentes máximas pragmáticas, según cuadran en los labios de las marionetas.” (2)

La expresión, irónica y escéptica, estaba enfilada contra la sentenciosa literatura producida en torno a la imagen del espíritu absoluto de la época, la filosofía idealista de Frederich J. G. Hegel, (3) representado en última instancia en el Estado prusiano, el cual era considerado por algunos críticos y adversarios, entre ellos el poeta, como la manifestación fenoménica de una realidad presumiblemente clasista, individual y limitada en el ámbito social, colectivo y psicológico de una reciente burguesía complicada en abandonar al ancien regimen, a contracorriente de los pueblos inmersos aun en dilatados procesos de conformación como nacionalidades, naciones y Estados nacionales, masas populares que personificaban de forma más cabal, lucha de clases concentrada, el hito fundamental del proceso de la historia nacional alemana, y también europea en sus distintas escalas. Fue el rechazo del “primer fin de la historia”, a pesar de la profunda y genial construcción filosófica hegeliana que, sin embargo, pecaba de cierta unilateralidad social e ideopolítica por sus condicionamientos sociohistóricos y de clase.

Lo que se dirimía teóricamente en esos años, y proseguiría en los venideros, era cómo calcular, visibilizar e identificar en un complejo entramado social, económico y político, de decadencia y auge de ideas, formas de pensar feudales, aristocráticas y religiosas en conjunto y, paradójicamente, con las demoliberales y conservadoras burguesas, más una naciente clase obrera y un campesinado semi-organizados que comenzaban, o continuaban, la disputa ante esas maneras de ver, pensar y actuar en sus países y el mundo la real atmósfera intelectual-cultural de una época histórica sumida en el accionar de las relaciones de producción capitalistas, su inteligentsia orgánica y aquellas otras formas materiales y espirituales que coexistían en otras esferas de la sociedad, también del conocimiento humano.

Ese ambiente filosófico, político y espiritual existía cuando habían pasado sólo unos años de la Revolución Burguesa francesa (1789), restaban muy pocos para que fuera público El Manifiesto Comunista(1848), con aquel histórico pasaje de que “(…) Un fantasma recorre a Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”, (4) así como la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Primera Internacional, en 1863, con sus antecedentes en la Liga de los Justos y la Liga Comunista (1847) (5) y, un poco más tarde, se produjera el estallido de la Comuna de París (1871), en el actuante y, a veces, intangible subsuelo de las luchas de los explotados y oprimidos en sus embrionarias formas de bregar clasista.

Fieles reflejos todos, de la eterna beligerancia ideológica por el intento de impregnar, a la larga imponer, la hegemonía de un clima, un espíritu epocal, a contracorriente de otras presencias omitidas, ignoradas y obviadas por la cultura dominante que solo logra establecer, aproximadamente, su determinación histórica. A la vez, demostraba la urgencia de la aplicación del análisis de lo histórico-lógico, específicamente, lo lógico-histórico en su dialéctica inseparable, cuyas miradas permitieran enfocar problemas similares y diversos desde formas y ángulos diferentes, para precisar el “movimiento real social de una época”, fin último de la búsqueda de ese clima espiritual.

De tal manera, los términos acerca del “espíritu”, “ambiente”, “clima” y el “perfil de una época”, al que añadiremos el de “atmosfera intelectual-cultural” por su similar significado para nuestro ensayo, han sabido y podido intercambiarse pues son, sin lugar a dudas, expresiones “metafóricas” que van a las esencias, (6) al fin y al cabo, de una realidad (realidades, si se expresan en distintas latitudes geográficas y procesos civilizatorios a-simétricos sucedidos en un país o grupo de ellos) y como tales, pueden hacerse valer indistintamente, aunque, cuando se equiparan con determinadas manifestaciones culturales, artísticas y religiosas (que incluyen las tradiciones, costumbres, la psicología social, el folclor, los mitos, los ritos, etc.) requieren de la investigación rigurosa de determinadas estructuras socioeconómicas y políticas, porque la supuesta “unidad” del espíritu epocal transita por el riesgo de disolverse, difuminarse en un maremagno de conflictos y dinámicas societarias, tanto en la base como en la superestructura de las formaciones económicasociales y políticas, así como en los modos de producción predominantes, con sus relaciones sociales de producción convivientes en sus diferenciados estadios de desarrollo a nivel planetario, regionales, nacionales y al interior de los países, las regiones y localidades.

Ha sido, entonces, una difícil tarea determinar, tanto para los estudiosos como para los políticos, cuál sería “el clima espiritual epocal preponderante”, no exclusivo, que permitiera y acogiera la contradictoria producción espiritual que contiene las diversas esferas de la vida de los hombres, dado que nunca estaremos en un solo mundo, como tampoco existirá un único espíritu epocal, porque “hay muchos mundos pero están en este”, tal como escribiera, parafraseándolo, el intelectual francés, Paul Eluard.

En tal sentido, el concepto de producción espiritual (7) para el marxismo y el leninismo -de ahora en adelante cuando escribamos marxismo estará incluido el leninismo, nota del autor- es parte de la revelación de la interrelación interna del principio material y espiritual en la actividad vital del hombre, de la dependencia (relativa) de la conciencia social y de todas las formas de actividad espiritual de los seres humanos, en el conjunto de modificaciones sociales, además, de la evolución del pensamiento acorde con las condicionantes de clase, los posicionamientos ideológico-políticos que asume y las circunstancias históricas, económicas en “última instancia”, en que se desarrolla ese ser humano individual y colectivo, siempre social, en realidad biopsicosocial.

De la misma forma, la producción espiritual es una realidad muchas veces (in)-tangible que desempeña un rol teórico-metodológico trascendente para analizar los vínculos entre el ser social y la conciencia social, contribuyendo a la interpretación científica, hasta del llamado sentido común cotidiano, de esos entramados y conexiones, de las complejísimas interrelaciones entre ellos, dado que, en esta elaboración espiritual, simbólica y patrimonial, ya sea tangible e intangible, se reflejan, en sus maneras específicas, el sistema real de ligaduras sociales, las relaciones de intercambio de actividad entre los individuos, intersubjetividades incluidas, en el carácter y en las particularidades de la producción del saber y el conocimiento. (8) En este sentido, la producción espiritual, que también es intelectual y cultural, desempeña un rol mediador en la comprensión de esa interacción entre el ser social y la conciencia social no sólo como mero o simple reflejo ideológico, que también puede y debe ser asumido, sino desde la actividad económica, socioclasista y político-organizativa, entre otras, con cierta autonomía e independencia.

Al mismo tiempo, los cambios, relativamente lentos, en la esfera de las mentalidades, la cultura y el pensamiento de una época tienen su mediador en esta producción espiritual como elemento que Carlos Marx denominó, la “transformación de los hombres por los hombres”, (9) es decir las nuevas cualidades espirituales, intelectuales y físicas del hombre, sin obviar, las raíces materialistas -concepción materialista de la historia que arropa al marxismo- de esa conciencia y de su producción espiritual.

A nuestro juicio, sólo en los marcos de las observaciones anteriores, es que son válidas las discusiones sobre si la noción de espíritu de la época -más correcto sería, los diversos espíritus epocales coexistentes- no vistos nunca dicotómicamente, sino en diálogo constante, representan una realidad o son una hipóstasis de ciertas heterogéneas realidades.

Las concepciones sobre el “espíritu de una (la) época”, también se han percibido como un conjunto de modos de ser o de actuar que expresan lo más “esencial” de un período histórico, rico en matices, interrelacionándolos con las razones de la “psicología colectiva” por las cuales puede entenderse la fascinación que ejerce la noción como tal, cuanto “poder organizador de la historia”, resultante de esa hegemonía político-cultural sobre el cuerpo societario.

Finalmente, la idea del “espíritu de la época” se ha relacionado también con la de “concepción del mundo”, (10) aunque ésta última suele ser “permanente”, reiterativa, estructuralmente expresada, mientras que los “espíritus de época” suelen manifestarse a lo largo de la historia, en los marcos contextuales específicos y como epistemología en las diversas formas de recepcionar, percibir y construir saberes y conocimientos, dialéctica e historicista.

En esa línea de pensamiento, el filosofo marxista italiano Antonio Gramsci afirmó que “(…) la filosofía de una época no es la filosofía de tal o cual filósofo, de tal o cual grupo de intelectuales, de tal o cual sector de las masas populares: es la combinación de todos estos momentos, que culmina en una determinada dirección y en la cual, esa culminación se torna norma de acción colectiva”. (11) Cuya idea, corrobora lo complejo y difícil de determinar ese marco espiritual, intelectual-cultural de un período histórico, en especial, en el caso del marxismo y el socialismo porque, un siglo y medio de existencia significa poco tiempo comparado con la propia existencia de la humanidad y con los más de quinientos años de desenvolvimiento capitalista en el mundo.

Ya, en la primera mitad del siglo XIX, Carlos Marx sentenció que no "(…) fue la caída de las antiguas religiones la que causó la caída de los Estados antiguos, sino la caída de los Estados antiguos la que ha causado la caída de las antiguas religiones (...). Por lo tanto, los filósofos no brotan como hongos del suelo, sino que son productos de su época, de la nación cuyos zumos más sutiles, valiosos e invisibles fluyen en las ideas de la filosofía (...). La filosofía no existe fuera del mundo, de manera análoga, como el cerebro no existe fuera del hombre, porque no está ubicado en el estómago (...) En vista de que cada filosofía verdadera es la quinta esencia de su época, debería llegar la época cuando la filosofía, no sólo interiormente, debido a su contenido, sino también exteriormente, debido a su forma, hace contacto y produce una interacción con el mundo real existente". (12)

Consecuentemente, es bajo estas diferentes miradas conceptualizadoras, unas más aproximativas a la realidad, otras que la opacan y, en ocasiones, la distorsionan debido al alejamiento refractario de ella (nunca fiel reflejo de la misma) las que serán “determinantes” en una lectura e interpretación “culpable” o no del pasado histórico -”ninguna lectura es inocente”, afirmaría Louis Althusser- que se desarrollan desde la perspectiva de quienes dominan, construyen e instrumentalizan (y hasta “exportan”), ideológicamente, sus conceptos responsables o no, y tratan de precisar el por qué, dónde y cuándo la omnipresente y uniformadora cultura capitalista moderna y contemporánea pretende constituirse en un “único” referente “teórico” y “filosófico” de poder, Ser y saber, hay otros de creación y valor, axiológico, colonizador, eurocéntrico y norteamericanizador por más señales, cuando se trata, sobre todo, de captar la identificación del clima, el espíritu epocal, en el complejo proceso contextual sociohistórico, en el que se verifican las probables relaciones existentes entre los movimientos filosóficos, las corrientes políticas dominantes, y las que no son, y los caracteres (características) fundamentales de la época, en la cual dichos movimientos se expresan, sin olvidar y obviar los factores económicos, sociales, jurídicos, ideológicos y políticos, culturales que lo originan, fomentan y circundan.

En el caso que nos ocupa, el pensamiento marxista revolucionario, así como otros pensamientos críticos es necesario, entonces, rectificar esa pretensión correcta, a veces manipuladora, haciéndolo desde una posición epistemológica que no olvide el estadio del conocimiento de las épocas pretéritas, y se ubique lo más cercano posible a esas realidades, permeándolas con un soplo crítico constructivo que sirva para rescatar lo mejor de aquellas enseñanzas y analizar las fluctuaciones acertadas y erróneas en el quehacer de los hombres y mujeres representados en agrupaciones, organizaciones, la sociedad civil y política, que vivieron en otros tiempos, sin necesidad de ser subjetivos. Colocándonos en esos espacios tiempos, con sus periodizaciones, etapas y fases históricas para precisar el pensar y accionar de estos sujetos sociales. Dicho posicionamiento epistemológico supresor o limitante de los elementos acusatorios, posibilitaría la utilización en distintas vías y medios para el acercamiento hacia un conocimiento más pleno, justo, no solamente un simple fin.

II

Los presupuestos teórico-metodológicos formulados anteriormente, más otros implícitos, han sido los basamentos básicos para la investigación acerca del “Lugar del marxismo en la atmósfera intelectual cultural de Cuba en las década del 40 y 50 del siglo XX”, adecuándolo a la situación específica de la Mayor de las Antillas, que actualmente se desarrolla en el Instituto de Filosofía, por parte del Proyecto de Pensamiento Cubano.

Nos adentramos, entonces, en etapas cruciales de la historia nacional donde se cobijaron y desplegaron variadas formas de pensar y hacer en un país neocolonial y dependiente, atrasado y deformado estructuralmente, subdesarrollado- subdesarrollante, como lo denominara el intelectual cubano Roberto Fernández Retamar, perteneciente, además, al Tercer Mundo, a pesar de los mitos del “desarrollo capitalista medio” cubano comparado con las economías del subcontinente, incluso con naciones industrializadas, en las que se vivían intensos momentos históricos coyunturales de cambio, muy limitados realmente, pero mudanzas al fin, como consecuencia de la repercusión de la Revolución del 30, que acarreó nuevas perspectivas para el cuerpo societario, en sus seculares batallares por la plena independencia nacional y la justicia social.

Estaban teniendo lugar, novedosos procesos de re-nacionalización de la nación, con su atrofiado “Estado nación Moderno”, las nuevas muestras de permanente reconstrucción sociocultural de la denominada identidad nacional, (13) así como la implosión, recomposición y acomodamiento de diversas fuerzas de izquierda en los “abiertos” espacios sociales, ideológicos y políticos nacionales, posibilitados, en parte, por la celebración de la Asamblea Constituyente, entre 1939-1940, que aprobó la avanzada Constitución burguesa de 1940. (14)

En este contexto, entran a desempeñar un rol histórico actores sociales de variopintos matices ideopolíticos y nacionalistas, entre ellos, los socialistas, los marxistas (que no militaban en el partido comunista), los comunistas del primer Partido Comunista de Cuba (PCC), (15) reformistas y populistas, más las derechas representadas por los grupos y sectores de una sumisa y clientelista oligarquía burgués-terrateniente y sus acólitos, donde emergieron, además, los grandes casatenientes y grupos de industriales y bancarios, financieros, suficientemente imbricados entre sí, (16) muy pro-norteamericanos, aunque también existió un ala burguesa, pequeña y mediana, que asumió posiciones contradictorias y diferentes (demoliberales en esencia) con respecto al problema del “Estado nación Moderno” capitalista, dependiente y subdesarrollado, el nacionalismo y la explotación-expoliación imperialista en la Isla.

En este sentido, permitiéndosenos una urgente digresión, el pensamiento reformista en la Cuba de entonces fue diverso y predominó en las mentalidades del cuerpo societario, incluyendo a la mayoría de las vanguardias políticas-culturales, con muy notables excepciones. Las posiciones reformistas estuvieron presentes en las filas antioligárquicas, antiplattistas, antinorteamericanas, incluso antimperialistas, retóricos y radicales, además de manifestarse en las esferas del pensamiento ideopolítico nacionalista, evolucionista dentro del status quo capitalista, economicista y conservador.

Se involucraban en estas corrientes reformistas, aunque no lo reconocieran de esa forma, aquellas fuerzas más a la izquierda del espectro ideopolítico, donde casi todos coincidían con respecto al “fatalismo geográfico”, en realidad geopolítico, que paralizaba, en cierta medida, las acciones revolucionarias en la Isla, dada la presencia a sólo 90 millas de sus costas del imperialismo estadounidense, conjuntamente con las ideas abrumadoras acerca de qué “Sin azúcar no había país”, la existencia de fuertes creencias como de que “todo podía realizarse con el Ejército o sin él, pero nunca en su contra”, y de que solamente “triunfando el socialismo en el vecino del Norte” podría suceder una revolución socialista en América Latina-Caribe, incluida Cuba. Ésta última infundida por el movimiento comunista internacional, al unísono de una circunstancial corriente política conciliadora de clases y de convergencia entre los sistemas opuestos, socialista y capitalista, que se engendró en el partido comunista de los EE.UU., por su secretario general Earl R. Browder, (17) quien había fungido como vicepresidente de la III Internacional, (Internacional Comunista o Comintern). (18)

Hecha esta digresión, nos ubicamos una vez más en aquellos momentos históricos, donde algunas de las agrupaciones políticas partidarias de soluciones radicales y o moderadas, tendían a considerar como algo linealmente establecido el efímero balance político nacional, regional e internacional en la compleja coyuntura de la Segunda Guerra Mundial (anterior, durante y posterior a la misma), la supuesta continuación de la política del “Nuevo Trato”, el “Buen Vecino” y el capitalismo monopolista de Estado de las élites de poder estadounidenses, tras el “crac financiero” de 1929, así como las nuevas circunstancias de la aparición de un campo socialista este europeo, gracias a la victoria del Ejército Rojo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sobre el nazifascismo.

Igualmente, percibían dichas agrupaciones, el frágil equilibrio mundial, pero decisorio por un tiempo, entre las dos superpotencias y los dos sistemas antagónicos (EE.UU. Vs. URSS, Este Vs. Oeste, capitalismo Vs. socialismo); el auge limitado de una política económica nacionalista latinoamericana-caribeña de ideas y accionares para romper con ciertas reglas del subdesarrollo y la supeditación a los EE.UU., (19) además, de la instrumentación de la doctrina de la Guerra Fría en los años 1946-1947, aunque en realidad ella había comenzado con el lanzamiento de las bombas atómicas estadounidenses contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 agosto de 1945, con sus fatales consecuencias socioeconómicas, ideológicas, políticas, culturales y ecológicas para el mundo y la región nuestramericana. Evidentemente, los comunistas cubanos entonces, entre otras izquierdas avezadas políticamente, no supieron percatarse adonde conduciría semejante política y cuáles serían sus consecuencias inmediatas para el devenir de su propio desarrollo como fuerza que le correspondía avizorar el curso de los acontecimientos históricos. (20)

De tal suerte, se propició, a nuestro juicio, la peculiaridad histórica-política de que en medio de las coyunturas históricas de despliegue y repliegue revolucionario cubano de esos años, surgió el peligro inminente de una especie de “revolución pasiva”, tal como la denominara el marxista italiano Antonio Gramsci. Su significado, consistente en una modalidad de “revolución-restauración” bajo el liderazgo de algunas fracciones de las clases burguesas, en conjunción con algunas izquierdas dado la cierta compensación de fuerzas alcanzado, facilitó cierto hálito modernizador, nacional-reformista y populista que trató de promover un conjunto de medidas socioeconómicas y políticas con el objetivo de modificar y reacomodar las relaciones de poder y dominación existentes.

Dichas relaciones fueron concebidas a través de la “redistribución” social, generación de consensos sociales y acuerdos nacionales con vistas a “modernizar” el Estado-nación con transformaciones superficiales en el marco jurídico e institucional, así como la creación de nuevas formas administrativas, comerciales y monetarias-financieras, más el impulso al aparato productivo, sumándose la introducción de algunos cambios en los modos de participación ciudadana -entiéndase “democracia representativa burguesa”- entre otros, que trataron de neutralizar los intentos de resolver la crisis orgánica-estructural por una vía no capitalista. (21) Sin embargo, su gran hándicap fue la intransigente subordinación a los poderes internos y externos: por una parte, la poderosa oligarquía burgués terrateniente, y por la otra, de los intereses monopólicos de EE.UU. y sus lógicas de re-neocolonización, además, de la presencia del mito del fatalismo geográfico, ya descrito.

Se dibuja, entonces, un cuerpo societario nacional donde primó un ambiente ideológico y político, férreamente, anticomunista en general, y contra el primer partido marxista y leninista (antipartido y antiestalinista); también antisocialista, aunque este con un poco de menos de resonancia y fuerza por circunstancias históricas-concretas desde 1939 hasta 1946 (cuando el término “socialista” fue utilizado oportunistamente por varias agrupaciones burguesas cubanas, latinoamericanas y planetarias acorde con los tiempos de la alianza antifascista) resultado de una enorme campaña represiva y divulgativa gubernamental, dirigida desde Washington contra los partidarios del comunismo que golpeó sucesivamente a los demócratas y progresistas, y atemorizó acerca del “peligro de la mano del Kremlin” en la Isla y el subcontinente nuestroamericano, denominándolo como las “injerencias de potencias extracontinentales”. (22)

Paralelamente, se propagó un rancio antisovietismo, éste último solamente amainado en los años de la Segunda Guerra Mundial, en especial, cuando se produjo la agresión nazi a la URSS, el 22 de junio de 1941, y se consolidó, temporalmente, la alianza de la Unión Soviética, los EE.UU. y el Reino Unido, los que unieron sus esfuerzos bélicos contra el fascismo, reforzándose cuando la Unión Soviética ganó en autoridad y legitimidad por su rotundo triunfo en la lucha contra el nazifascismo alemán, al derrotar y rendir a los nazi-germanos, un 9 de mayo de 1945, en su propia capital, Berlín.

Así, en los cambiantes tiempos históricos descritos, las fuerzas marxistas y comunistas, conjuntamente con las otras izquierdas, se adueñaron “fugazmente” de cierto caudal político y popular gracias a su verticalismo en la lidia antifascista, en los que se ubicaron con cierta ascendencia, no sólo en el interior del país dado por el alcance de las luchas, los compromisos y ciertos pactos, consensos sociales y nacionales contraídos con otras fuerzas sociopolíticas en el escenario cubano, a nivel regional y mundial. Sino, también, en el exterior de Cuba con la participación de mil cuatrocientos doce combatientes cubanos en la Brigada Internacional “Abraham Lincoln” y en las unidades del ejército español a favor de la República española (Guerra Civil, 1936-1939) (23) y, los alrededor de cuatro mil integrantes nacionales en las fuerzas militares aliadas, principalmente, en el Ejército estadounidense.

Empero, tales concertaciones de amplio espectro ideopolítico en el escenario sociopolítico patrio le trajo también costos políticos inmediatos y mediatos a los comunistas. En primer lugar, cuando las tácticas y estrategias asumidas por ellos a lo interno se mezclaron, confundieron y los pusieron a la zaga de los acontecimientos políticos y del movimiento popular, influenciados por las tribulaciones y manipulaciones de los gobiernos y agrupaciones burguesas, tampoco ajenas a la crisis política nacional; y, en segundo lugar, cuando el prestigio y credibilidad del partido comunista se deterioró sentidamente por el apoyo irrestricto e incondicional hacia la URSS, aun luego de la victoria contra el fascismo.

Fatalmente, el esfuerzo mayor de esta organización se puso en función de la defensa a ultranza de los intereses de la Unión Soviética, cuando se debían haber conjugado dialécticamente las tareas nacionales con las internacionales, sin desplazarse en esencialismos únicos que los desviara del curso prioritario de la urgente lucha socioclasista, nacional y antimperialista, hecho que tuvieron en cuenta, pero con la concepción practicista de un economicismo y parlamentarismo excelso (llamando continuamente a gobiernos de “unidad nacional”, aún durante el período tiránico de marzo de 1952 a diciembre de 1958), que gestionaba insustancialmente una “huelga general revolucionaria de masas” como fin último para la toma del poder y la asunción de un poder obrero-campesino con una etapa previa al socialismo, democrática burguesa, de contenido agrario, popular y antimperialista.

No obstante, ello no significó que impulsaran y apoyaran, de manera general y específica, las luchas obreras, campesinas, estudiantiles y defendieran la causa de los negros, las mujeres, la reforma agraria, el papel de la educación pública, entre otras sentidas demandas de la sociedad nacional. Además, que continuaran poseyendo una estructura departamental militar alistada para la lucha insurreccional, armada y clandestina que, en innumerables ocasiones, pusieron en práctica para apoyar a movimientos sociales propios y de otras agrupaciones de izquierda, pero que nunca constituyó su prioridad política estratégica y táctica, menos como el método de lucha en esos años analizados.

Posición histórica contraproducente que no fue causada no sólo por una errada política endógena partidista, sino que tuvo duras indicaciones dictadas desde los órganos del movimiento comunista internacional, rectorados desde Moscú: la Internacional Comunista (IC), creada en 1919 y autodisuelta en 1943, el Buró de Información (Cominform, 1947-1956), más la Conferencia Internacional de los Partidos Comunistas y Obreros de 1957, (24) quienes prosiguieron sus andares o desandares alejados de las realidades latinoamericana-caribeñas, así como de las regiones africanas y asiáticas, (25) en específico, de China, Corea y Vietnam, quienes desplegaron sus luchas a contracorriente de las orientaciones del movimiento comunista internacional.

En este comportamiento paradójico tuvo un peso importante también, la (in) - evolución sesgada y trunca de la teoría marxista-leninista en la URSS y en el movimiento comunista internacional, término utilizado por el estalinismo, que divulgó dogmática y vulgarizadamente, a través de su separación artificial y errada en un materialismo dialéctico (diamat) y otro materialismo histórico (hismat), más un ateísmo científico y comunismo científico, absurdo y de ficción, con vistas a convertirla en una filosofía teológica, teleológica e ideologizante que extravió su perspectiva crítica y autocrítica, tanto en la teoría como en la práctica revolucionaria y socialista, haciéndola pecar de grandes retrasos en su desarrollo conceptual, filosófico y político.

Adicionalmente, el comportamiento descrito estuvo permeado de la política de coexistencia pacífica enarbolada por la dirección política soviética -traducida como de un cierto “colaboracionismo de clase” por zonas de las izquierdas nacionales e internacionales-; coyunturas externas en la que los comunistas cubanos subestimaron, de acuerdo con mi punto de vista en gran medida, el panorama sociopolítico, democrático y nacional, así como el nuestroamericano, lejos de realizar una lectura propia creadora desde el marxismo y leninismo, a pesar de sus déficit teóricos acerca de la lectura actualizada y correcta de los clásicos, así como la insuficiente recepción y percepción críticas de ellos, más sus ideas acerca de la realidad nacional y social fueran aun muy elementales, aunque en la historiografía cubana se acuñara el término de que en los años 40 existiera un marxismo maduro en la Isla.

III

De modo que, los inconvenientes enunciados representaron una limitación relativa en la actuación de los comunistas en la arena nacional, aunque no entorpecieron totalmente el alcance de importantes y significativos avances del pensamiento marxista en Cuba a partir de los años 1940-1947, y en adelante. Esta última fecha constituyó el momento en que los comunistas fueron despojados de la dirección de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC-1939), (26)) como parte del clima anticomunista de la Guerra Fría que se entronizaba en la Isla.

Sin embargo, paradójicamente, los comunistas contaron, como nunca antes, con un apreciable apoyo popular, evidenciado en el número creciente de militantes del partido (aunque no todos sus miembros cotizaban), simpatizantes y colaboradores, más una palpable cantidad de votos ganados en las urnas. (27) Indicadores de lo anteriormente expuesto, fueron los representantes elegidos a la Cámara, las senatorias alcanzadas en los distintos gobiernos de turno donde el Partido Unión Revolucionaria Comunista (PURC, 1940-1944), luego Partido Socialista Popular (PSP, 1944-1961), (28) y otras izquierdas de diverso espectro ideopolítico, lograron una inserción política importante, aunque no decisiva aún, en la vida pública nacional.

El panorama antes descrito, varió abruptamente con el desarrollo de la Guerra Fría y el golpe de Estado militar del 10 de marzo de 1952, ejecutado por Fulgencio Batista, en contubernio con la embajada estadounidense, entiéndase el Departamento de Estado, grupos de militares adeptos a este y políticos civiles quienes no deseaban que el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), (29) ganara las elecciones programadas, como señalaban las encuestas públicas.

Después de las consideraciones anteriores, posiblemente el desenlace histórico para el pensamiento marxista, que se desenvolvía en un espíritu epocal hostil, hubiera sido fatal de no coexistir un clima patriótico-nacionalista en el cuerpo societario como consecuencia de una heroica y callada historia acumulada de antianexionismo, antiplattismo, antinorteamericanismo y de antimperialismo, cuatro conceptos de connotaciones diferentes, a contrapelo de la influencia del “American Dreams” y “American Way of Life”, causada en gran medida por las disímiles luchas revolucionarias a favor de la liberación nacional y social, en el que mucho habían influido las prácticas beligerantes de las heterogéneas izquierdas, entre las que se encontraban los nacionalistas, los nacional-reformistas, los reformista antioligárquicos, los populistas, así como los militantes del partido comunista cubano y los marxistas. (30)

Siendo así que, “(…) en los espacios y tiempos reales de la república neocolonial dependiente, subdesarrollada-subdesarrollante, las organizaciones de izquierda y sus líderes, en su acepción generalizadora, siempre se encontraron en la disyuntiva de combatir enemigos principales y fundamentales diversos como fueron las elites de poder del imperialismo estadounidense y la gran oligarquía doméstica, muy conservadora, sumisa y atada a este. De enfrentar adversarios variados, de mayor o menor cuantía, en un escenario geopolítico regional y mundial mutante. De luchar con consignas ideológicas y políticas muy “similares” aunque diferentes contra los gobiernos burgueses de turno. De combatir con estrategias, tácticas y métodos de lucha disímiles, algunos errados, contra ese entramado numeroso de organizaciones burguesas, plataformas programáticas que parecían coincidir y que al mismo tiempo se desencontraban, perdiéndose la oportunidad histórica de alcanzar la urgente unidad de las izquierdas, entre otras causas, que conllevaron a los fracasos y errores reconocidos por todos”. (31)

De este conjunto de fuerzas, es evidente que los comunistas y marxistas cubanos, a pesar de las complicadas problemáticas teóricas-prácticas y los avatares que le impuso el movimiento comunista internacional, dirigido desde la URSS y el PCUS, más los desaciertos propios, desempeñaron un papel capital en la vida política, intelectual y cultural nacional en las décadas investigadas, irradiando una fuerza ideológica marcadamente superior que la de su fuerza política, como organización, en los sindicatos, así como en el seno del movimiento obrero en su conjunto. (32)

Este rol se revela asimismo, tanto por las propias condiciones de atraso y subdesarrollo dependiente que facilitaban la denuncia del régimen, como por el hecho de contar con una teoría explicativa -la marxista- muy superior a las doctrinas liberales de esos años, que poseyó una capacidad indudable para determinar los problemas, las apremiantes y nefastas condiciones de la Cuba neocolonial, así como de la presencia intrusiva imperialista en los asuntos de “nuestra isla fiel”, tal como la denominaron los grupos de poder de Washington, que desenmascaró las elaboraciones conservadoras y las viejas-nuevas doctrinas justificativas del status quo capitalista, con sus esquemas empiristas, positivistas y sociologistas en que, lamentablemente, la doctrina marxista también se vio envuelta por los esquemas dogmáticos y sectarios.

Hay que significar, que en la compleja atmósfera intelectual cultural en la que interactuaba el marxismo, una parte de su instrumental teórico-metodológico, político y cultural para los análisis diagnósticadores, interpretativos y propositivos fue abrazado, conciente e inconcientemente, aunque también de forma ecléctica dada la existencia de otras escuelas y corrientes de pensamiento, (33) tanto por las diversas izquierdas como por los distintos intelectuales, pensadores y científicos; (34) todo ellos comprometidos de una u otra forma con la causa nacional, socioclasista, latinoamericanista, antimperialista y solidaria. No podemos excluir de esta apropiación de las ideas marxistas tampoco al ciudadano común.

Las razones estaban dadas en que todos percibieron en los marxistas, comunistas y las izquierdas radicales la disposición, vocación y honestidad, así como la decencia y el sacrificio a toda prueba por la causa de los explotados y oprimidos. Y porque el marxismo cubano no se concibió ni asumió como un cuerpo teorético “puro”, toda vez que estuvo muy vinculado a la realidad nacional y social. Esta teoría del conocimiento, su lógica y la dialéctica materialista e historicista se volcaron como ninguna otra en el país, al mundo de lo práctico social.

Según nuestro criterio científico, hasta aquí hemos ofrecido algunos primeros elementos que permiten apreciar como el marxismo en Cuba pudo sostenerse como una fuerza real, simbólica y significativa en la compleja y diversa atmósfera intelectual cultural en las décadas del 40 y 50 del siglo XX, no obstante su contrariedad teórica y práctica, a lo interno y lo externo, percibiéndolo con los matices y tonalidades propiciados por un ambiente epocal, general y particular, apenas estudiado con toda rigurosidad en las valoraciones que se han acometido sobre su trayectoria, las cuales han tendido tanto a resaltar, sin un balance adecuado, sus aciertos como sus desaciertos.

No obstante, la interpretación “correcta” del lugar del pensamiento marxista, tal y como nos lo hemos propuesto en la investigación de mayor alcance, requiere tener en consideración otros argumentos e ideas, análisis e interpretaciones acerca de su pensar y accionar, que será motivo de otros resultados investigativos que se irán publicando y socializando de manera paulatina.

Sólo en este artículo e instante, ofrecemos estas breves y argumentadas consideraciones de avances investigativos parciales.

Notas y bibliografía:

(1) Fausto, creación poética y filosófica del poeta alemán Johan Wolfgang Goethe (1749-1832), escrita entre 1808 y 1832. J. W. Goethe Fausto, Biblioteca Básica Universal, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968, p. 20.

(2) Idem.

(3) Zaira Rodríguez Ugido Prólogo a la edición cubana de la Fenomenología del espíritu de J. G. F. Hegel, (1972), en Obras, en dos tomos, T. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pp. 15-54.

(4) Carlos Marx y Federico Engels El Manifiesto Comunista, en Obras Escogidas, Un Tomo, Editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 32.

(5) Instituto de Movimiento Obrero Internacional (IMOI) El movimiento obrero internacional. Historia y teoría, en siete tomos, T. I., Editorial Progreso, Moscú, 1982, pp. 550-635; Amaro del Rosal Los congresos obreros internacionales en el siglo XIX. De la joven Europa a la Segunda Internacional, en dos tomos, T. I., Editorial Grijalbo, S. A., México, D. F., 1958, pp. 50-227.

(6) José Ferrater Mora Espíritu de la época, Diccionario de filosofía, sexta edición, tomo segundo, Alianza Editorial, Madrid, 1979, pp. 1013-1014; M. D. Dynnik Historia de la filosofía, en siete tomos, Editorial Grijalbo, México, 1968.

(7) V. I. Tolstyj La producción espiritual, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989; Zaira Rodríguez Ugido La filosofía como forma teórica de apropiación práctico-espiritual de la realidad, en Filosofía, ciencia y valor, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, pp. 21-87.

(8) Zaira Rodríguez Ugido Interrelación de los aspectos científico y valorativo en el análisis filosófico de la cultura, Obras, Ob. Cit., T.II, pp. 229-234.

(9) Carlos Marx y Federico Engels La Ideología Alemana, Edición Revolucionaria, La Habana, 1966.

(10) José Ferrater Mora Espíritu de la época…, Ob. Cit.

(11) Antonio Gramsci El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Edición Revolucionaria, La Habana, 1966, p. 30.

(12) Carlos Marx Editorial, en el periódico Kölnische Zeitung, No. 79, julio de 1842. (En alemán).

(13) Fernando Martínez Heredia Nacionalizando la nación. Reformulación de la hegemonía en la segunda república cubana, Pensamiento y Tradiciones Populares: estudio de identidad cultural cubana y latinoamericana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, Editado por el Fondo de Desarrollo de la Educación y la Cultura, La Habana, 2000, pp. 29-50.

(14) Diario de sesiones de la Convención Constituyente, Editorial Páginas, La Habana, 1940; Constitución de la República de Cuba, Editorial Páginas, La Habana, 1940; Retrospección crítica de la Asamblea Constituyente de 1940, Coordinadora Ana Suárez Díaz, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011.

(15) El PCC fue creado el 16 y 17 de agosto de 1925. Fabio Grobart Trabajos Escogidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985.

(16) Enrique Collazo Pérez Cuba, banca y crédito, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989; Carlos del Toro La alta burguesía cubana. 1920-1958, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

(17) Las ideas de Earl Russell Browder -el browderismo- giraron alrededor del colaboracionismo, la convergencia entre el socialismo y el capitalismo, la conciliación de clases al interior de los países burgueses y pretendieron la disolución-liquidación de los partidos comunistas y su inserción en organizaciones socialdemócratas, reformistas y revolucionarias de otra índole.

(18) Instituto de Marxismo-Leninismo (IML) La Internacional Comunista. Ensayo histórico sucinto, Editorial Progreso, Moscú, s.f.; IMOI El movimiento obrero internacional…, T. 4, 5 y 6, Ob. Cit.

(19) En este sentido, influenció en Cuba, la creación de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), en 1948. Raúl Prebisch Pensamiento y Obra, Editorial Tesis, Buenos Aires, 1988; Celso FurtadoLa economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la Revolución Cubana, Editorial Universitaria, México, s.f. ; Theotonio Dos Santos Dependencia y cambio social, CESO, Santiago de Chile, 1970.

(20) En el continente Americano, bajo el dictado de EE.UU. y en contubernio con las oligarquías domésticas latinoamericana-caribeñas se creó, en 1946, la Junta Interamericana de Defensa, un año después se firmó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y, en 1948, se fundó la Organización de Estados Americanos (OEA). Como dato adicional, aunque no menos importante, en 1947, fue creada la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Alonso Aguilar Monteverde El Panamericanismo. De la doctrina Monroe a la doctrina Johnson, Cuadernos Americanos, México, 1965; Humberto Vázquez García De Chapultepec a la OEA, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002; Roberto González Gómez Estados Unidos: Doctrinas de la Guerra Fría. 1947-1991. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003.

(21) Según, el politólogo y sociólogo español Rafael Díaz-Salazar, la “revolución pasiva”, constituye “(…) una categoría analítica con gran relevancia para la izquierda actual por diversos motivos; en primer lugar, porque se refiere a los procesos de transición y cambio político, los cuales son decisivos para evaluar la capacidad que tiene cada fuerza política para marcar la orientación de esos procesos; en segundo lugar, porque advierte sobre la adecuada o inadecuada ubicación política cuando las organizaciones de la izquierda pierden oportunidades históricas o están debilitadas; en tercer lugar, porque es un principio básico para elaborar una estrategia política de corte gramsciano que revise las acciones pasadas y proyecte el futuro desde una lucha política en el presente marcada por la anti-revolución pasiva”. Rafael Rodríguez-Salazar El proyecto de Gramsci, Editorial Anthropos, Barcelona, 1991.

(22) La gran campaña anticomunista fue encabezada desde, y en, los EE.UU., específicamente, por el senador Joseph R. McCarthy (“maccarthismo”, 1947-1957) que arremetió furibundamente contra los militantes y simpatizadores del partido comunista, además de provocar una verdadera “cacería de brujas” contra las fuerzas progresistas y democráticas de gran repercusión internacional, teniendo un impacto especial en América Latina y el Caribe. Orlando Cruz Capote y Eulalia Viamonte Guilbeaux La legislación anticomunista cubana durante el período de 1952 a 1958, Unión Nacional de Juristas de Cuba, 1981. (Inédito).

(23) Fueron internacionalistas en el Ejército Rojo, Enrique Vilar Figueredo, Aldo y Jorge Vivó Laurent, Everardo Álvarez, los dos primeros caídos en 1943 y 1944, en Polonia y Leningrado, respectivamente, más otros cubanos que laboraron en la retaguardia soviética. Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba (IHMCRSC) y la defensa de la república española, Editora Política, La Habana, 1981; María Caridad Pacheco González, Orlando Cruz Capote y Humberto Fabían Suárez Apuntes para la Historia del Movimiento Juvenil Cubano, Editora Abril, 1987; Newton Briones Montoto Una hija reivindica a su padre, Editorial Ruth, La Habana, 2011; Miguel Lozano “Cubanos en la Guerra Civil Española, historia semiolvidada”, en Granma, La Habana, 25 de diciembre 2013, p. 5.

(24) IML La Internacional Comunista…, Ob. Cit.; IMOI El movimiento obrero internacional…, T. 4, 5 y 6, Ob. Cit.; Declaraciones. Conferencias de los Partidos Comunistas y Obreros, Editora Política, La Habana, 1984, pp. 7-24.

(25) En 1979, Carlos Rafael Rodríguez, miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba, fallecido en 1996, escribió que “(...) solo en mayo de 1969, cincuenta años después del II Congreso de la Internacional Comunista, vino a reconocerse en un texto donde se abordan colectivamente problemas del movimiento comunista, la diferencia en el desarrollo económico y social que distingue a América Latina de la mayoría de los países coloniales y semicoloniales de Asia y África”. Carlos Rafael Rodríguez Lenin y la Cuestión Nacional, en Letra con Filo, en tres tomos, T. I., Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, pp. 305-360.

(26) IHMCRSC Historia del Movimiento obrero Cubano, en dos tomos, T. 2, Editora Política, La Habana, 1987.

(27) Luego de 1940, hubo 10 comunistas representantes a la Cámara, cerca de 80 concejales y el primer alcalde comunista, Francisco Rosales Benítez, en Manzanillo. En julio de 1942, en el gobierno de Fulgencio Batista y Zaldívar, fueron nombrados Juan Marinello Vidaurreta Carlos Rafael Rodríguez, como ministros sin cartera. En 1944, bajo el mandato de Ramón Grau San Martín, hubo tres senadores comunistas: Juan Marinello, César Vilar Aguiar y Salvador García Agüero. En 1945, Juan Marinello fue vice-presidente del Senado; y, en 1948, eran representantes a la Cámara, además de los ya mencionados, Aníbal Escalante Dellundé, Joaquín Ordoqui Mesa, Gaspar Jorge García Galló, Manuel Luzardo García, Esperanza Sánchez Mastrapa, Juan Taquechel López, Segundo Quincosa Valdés y Jesús Menéndez Larrondo. IHMCRSC Historia del movimiento..., T. II., Ob. Cit.; Angelina Rojas Primer Partido Comunista de Cuba, en tres tomos, T. II y III, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2010.

(28) El PCC se fusiona entre 1940-1944 con Unión Revolucionaria titulándose Partido Unión Revolucionaria Comunista. Entre 1944-1961, se nombra Partido Socialista Popular hasta la autodisolución en 1961. Fabio Grobart Trabajos Escogidos, Ob. Cit…; Angelina Rojas Primer Partido…, T. II y T. III, Ob. Cit.

(29) El Partido del Pueblo Cubano -Ortodoxo, fue un desprendimiento o escisión del Partido Revolucionario Cubano -Auténtico, acaecido públicamente en 1947, bajo la dirección política del líder Eduardo René Chibás y Rivas, quien acusó al PRC (A) de traicionar su programa original “revolucionario” ante el pueblo (1934), el haber instituido un regimen de corrupción política y administrativa, colmado de prebendas e indecencias, además, de propiciar la proliferación del robo del erario público, las bandas gansteriles y paramilitares, entre otras inmoralidades públicas y ciudadanas. Sus banderas de lucha fueron “vergüenza contra dinero” y “la escoba” como símbolo de la “limpieza” ética cívica que debía realizarse en el cuerpo societario político. Armando Hart Aldabonazo, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1997; Elena Alavés Álvarez La Ortodoxia en el Ideario Americano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002; Leonardo Depestre Catony y Luis Úbeda Garrido Personalidades Cubanas. Siglo XX, Editorial Ciencias Sociales,La Habana, 2002; Newton Briones Montoto Aquella decisión callada, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005; Eduardo Chibás: Imaginarios, Selección de Ana Cairo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2011.

(30) “(…) En la Cuba neocolonial (1902-1958), las organizaciones de izquierda y sus líderes, en su acepción generalizadora -nacionalistas, marxistas, comunistas, socialistas-, siempre se encontraron en la disyuntiva de enfrentar enemigos principales y fundamentales diversos, como fueron las elites de poder del imperialismo estadounidense y la gran oligarquía doméstica muy conservadora y atada a este. De combatir contra adversarios nacionales variados, de mayor o menor cuantía, en un escenario geopolítico regional y mundial mutante. De luchar con consignas ideológicas y políticas muy “similares” aunque diferentes contra los gobiernos burgueses de turno. De presentarse con estrategias, tácticas y métodos de lucha disímiles, algunos errados, contra ese entramado numeroso de organizaciones e instituciones burguesas, y al mismo tiempo lograr imbricarse con las proyecciones nacionalistas y revolucionarias cuyas plataformas programáticas parecían coincidir y que, paralelamente, se desencontraban abruptamente, perdiéndose la oportunidad histórica de alcanzar la urgente unidad de las izquierdas…” Orlando Cruz Capote “La Unidad y la diversidad en la historia de Cuba. Nuevas miradas críticas”, ponencia-artículo presentado en el Taller Científico acerca de la Unidad y la diversidad, Instituto de Filosofía, Sociedad Económica de Amigos del País (SEAP), 26 de septiembre de 2013. (Inédito).

(31) Orlando Cruz Capote Prólogo, en Comunismo, socialismo y nacionalismos en Cuba (1920-1958), Compiladora Caridad Massón Sena, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2013, pp.11-12.

(32) “(…) La larga predica, la lección y el ejemplo de los comunistas, iniciados en los días gloriosos de Baliño y Mella al calor de la Revolución victoriosa de Octubre, habían contribuido a divulgar el pensamiento marxista-leninista, de modo que se convirtió en doctrina atrayente e incontrastable de muchos jóvenes que nacían a una conciencia política. Los libros y la literatura revolucionaria jugaban de nuevo un papel en el seno de los acontecimientos históricos.” Fidel Castro Ruz Informe del Comité Central del Partido Comunista de Cuba al Primer Congreso del PCC (17-22 diciembre de 1975), en La unión nos dio la victoria, Editado DOR del CC-PCC, La Habana, 1976, pp. 40-41.

(33) En 1946, se crea el Instituto de Filosofía y, en 1948, la Sociedad Cubana de Filosofía y la Revista Cubana de Filosofía. Las disímiles escuelas de pensamiento filosóficos, principalmente las positivistas y estructuralistas, han estado presentes desde los siglos XIX y XX, en los distintos pensadores cubanos y latinoamericanos, intervinculándose, paradójicamente, con las diversas escuelas y tendencias marxistas. En ese diálogo contradictorio, complementario y o antagónico han incidido en la forma y el contenido de la recepción, asimilación, interpretación y puesta en práctica de estas, junto al marxismo y socialismo en Nuestra América y Cuba. Medardo Vitier Las ideas y la filosofía en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970; Pablo Guadarrama González y Miguel Rojas El pensamiento filosófico en Cuba en el siglo XX: 1900-1960, Editorial Félix Varela, La Habana, 1998; Isabel Monal Ensayos Americanos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

(34) Ramiro Guerra Azúcar y Población en las Antillas (1927), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1969; Fernando Ortiz Contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco (1940), Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, Cuba, 1963; Fernando Ortiz Órbita de Fernando Ortiz, UNEAC, La Habana, 1973; Elías Entralgo Periódica sociográfica de la cubanidad, Editorial Jesús Montero, La Habana, 1947; La liberación étnica cubana, Imprenta de la Universidad de La Habana, La Habana, 1953; Emilio Roig de Leuchsenring Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos, Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 1950; Raúl Cepero Bonilla Azúcar y abolición (1948), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971; Escritos económicos, Selección crítica de Félix Torres, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, entre otros.

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