"Ahora nosotros somos los amos". Me pregunto si el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, vio esas palabras escritas en la frente de su par chino, Hu Jintao, durante la cumbre del G-20 que se celebró en noviembre en Seúl. Quizás el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, también escuchó la misma declaración cuando los chinos desestimaron su propuesta de limitar los desequilibrios en las cuentas corrientes globales. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, fue tratado de la misma forma cuando anunció una nueva ronda de "relajación cuantitativa" para darle un impulso a la economía estadounidense, medida descrita por un destacado comentarista chino como "irresponsable".
"Ahora nosotros somos los amos". Eso fue sin duda lo que escuchaba una y otra vez en mi cabeza durante mi reciente visita a China. No fue tanto la fastuosa fiesta a la que asistí en el Templo Tai Miao, cerca de la Ciudad Prohibida, la que me dio esta impresión. Fue la confianza en sí mismos, subestimada pero inconfundible, de los economistas con los que hablé la que me dijo que algo había cambiado en las relaciones entre China y Occidente.
Uno de ellos, Cheng Siwei, explicó durante la cena cuál es el plan de China para convertirse en un líder de la tecnología de energía verde. Entre tragos de vino de arroz, Xia Bin, un asesor del Banco Popular de China, delineó la necesidad de un amplio programa de privatización. Y en un inglés perfecto, David Li, de la Universidad de Tsinghua, confesó que no estaba satisfecho con la calidad de los doctorados chinos.
No se podría pedir gente más inteligente para debatir sobre las dos preguntas más interesantes en la historia económica actual: ¿por qué Occidente llegó a dominar no sólo a China sino al resto del mundo en los cinco siglos posteriores a la construcción de la Ciudad Prohibida? y ¿ha llegado a su fin ese período de dominio occidental?
En un brillante ensayo que aún no ha sido traducido al inglés o al español, Li y su coautor, Guan Hanhui, echan por tierra la idea de que China estaba económicamente a la par con Occidente hasta por lo menos principios del siglo XIX. El Producto Interno Bruto per cápita, señalan, se estancó en la era Ming (1402-1626) y fue significativamente más bajo que el de la Gran Bretaña preindustrial. La economía de China seguía siendo abrumadoramente agrícola, donde los cultivos de baja productividad representaban 90% del PIB. Durante un siglo después de 1520, la tasa de ahorro nacional china de hecho fue negativa.
La historia de lo que Kenneth Pomeranz, un profesor de historia de la Universidad de California, denominó "la Gran Divergencia" entre Oriente y Occidente comenzó mucho antes.
Entre 1600 y 1800, China continuó estancándose y, en el siglo XX, incluso se contrajo, mientras el mundo angloparlante, seguido de cerca por el noroeste de Europa, se abría camino. Para 1820, el PIB per cápita de EE.UU. era el doble que el de China y para 1870 era casi cinco veces mayor; para 1913, la proporción era de casi 10 a 1.
A pesar de la dolorosa interrupción de la Gran Depresión, EE.UU. no sufrió nada tan devastador como la odisea de China de mediados del siglo XX: primero una revolución, luego una guerra civil y una invasión japonesa, seguidas de más revolución, una hambruna y aún más revolución (cultural). En 1968, el estadounidense promedio era 33 veces más rico que el chino, según cifras calculadas sobre la base de paridad de poder de compra (que contempla los diferentes costos de vida en ambos países). Calculado en términos actuales de dólar, el diferencial en su momento álgido llegó a ser de 70 a 1.
Tras dos años de investigaciones para mi próximo libro, concluí que Occidente desarrolló seis "aplicaciones infalibles" que "el Resto" no tenía. Eran las siguientes:
Competencia: Europa estaba fragmentada políticamente y dentro de cada monarquía o república había múltiples entidades corporativas que competían.
La Revolución Científica: Todos los descubrimientos clave del siglo XVII en matemáticas, astronomía, física, química y biología se produjeron en Europa Occidental.
El imperio de la ley y el gobierno representativo: Este sistema óptimo de orden social y político surgió en el mundo anglosajón, basado en los derechos de propiedad y la representación de propietarios en legislaturas electas.
Medicina moderna: Todos los grandes avances en salud de los siglos XIX y XX, incluido el control de enfermedades tropicales, fueron logrados por europeos occidentales y norteamericanos.
La sociedad de consumo: La Revolución Industrial cobró fuerza donde coincidían la oferta de tecnologías que mejoraban la producción con una demanda de más y mejores productos más asequibles.
Ética laboral: Los occidentales fueron los primeros en combinar trabajo más extendido e intensivo con tasas de ahorro más altas, lo que permitió una acumulación de capital sustancial.
Esas seis "aplicaciones infalibles" fueron la clave para el ascenso de Occidente. La historia de nuestro tiempo es que "el Resto" finalmente comenzó a descargarlas, en un proceso que no fue nada fácil. Japón no tenía ni idea de cuáles eran los elementos cruciales de la cultura occidental y acabó copiándolo todo, desde la ropa a los peinados. Desafortunadamente, emprendieron la construcción de imperios en un momento en que los costos del imperialismo empezaron a superar las ventajas. Otras economías asiáticas, especialmente India, perdieron décadas sobre la premisa de que las instituciones socialistas de la Unión Soviética eran superiores a las de Occidente, basadas en el mercado libre.
A comienzos de la década de los 50, sin embargo, un grupo creciente de países del Este de Asia siguió a Japón al copiar el modelo industrial de Occidente, primero con los textiles y el acero, para luego ascender por la cadena de valor. La descarga de "aplicaciones occidentales" se volvió más selectiva. La competencia y el gobierno representativo no figuraban mucho en la receta del desarrollo asiático. Hoy, Singapur ocupa el tercer puesto en el ránking del Foro Económico Mundial de competitividad. Hong Kong es el número 11, seguido de Taiwán (13), Corea del Sur (22) y China (27). En términos generales, es el orden en el que históricamente estos países occidentalizaron sus economías.
Hoy, el PIB per cápita de China representa 19% del de EE.UU., comparado con 4% cuando comenzó la reforma económica hace más de 30 años. La revolución de la industrialización china fue la más rápida de todas. Según el Fondo Monetario Internacional, la participación de China en el PIB global (medida en precios actuales) pasará la marca de 10% en 2013. Goldman Sachs sigue pronosticando que China superará el PIB de EE.UU. en 2027, igual que superó hace poco a Japón.
Pero, en algunos aspectos, el siglo asiático ya está aquí. China está a punto de superar la participación estadounidense de manufactura global, habiendo adelantado a Alemania y Japón. Pero nada acelerará de forma más certera el traslado del poder económico global que la crisis fiscal de EE.UU., un país que tiene una proporción de ingresos-deuda de 358%, según Morgan Stanley.
Si tuviera que resumir la nueva gran estrategia de China, lo haría al estilo chino, con los cuatro "Más": consumir más, importar más, invertir más en el extranjero e innovar más. En cada caso, un cambio de la estrategia económica se traduciría en un buen dividendo geopolítico.
Lo que estamos viviendo es el fin de 500 años de supremacía occidental. Quizás los chinos no sean todavía los amos. Pero algo es seguro: ya no son los aprendices.
—Niall Ferguson es profesor de la Universidad de Harvard. Su nuevo libro, "Civilization: The West and The Rest", será publicado en EE.UU. en marzo.