Por Roberto Veiga González y Lenier González
1. En todos los países, aunque quizás de forma diferente, existen maneras establecidas para generar los discursos ideológicos y políticos. ¿Cómo ha sido esto en Cuba durante las últimas décadas?
En 1961, cuando era más intensa la confrontación con la contrarrevolución y el imperialismo, en vísperas de la invasión de Playa Girón, la Revolución cubana dio el paso más audaz, arriesgado y decisivo, al proclamarse socialista. De ese modo, las realizaciones políticas, económicas y sociales emprendidas en 1959 se insertarían en un empeño mayor. Cuba pasó a formar parte del Campo Socialista, lo que implicó asumir la concepción del mundo, el modelo económico, y el proyecto político liderado por la Unión Soviética, encaminado a construir una sociedad enteramente nueva, hacia cuya consecución, en diferentes momentos, se encauzaría la humanidad.
Ello implicó estatizar la economía y establecer la superestructura jurídica correspondiente. Presuntamente, ese curso conduciría a la supresión de las clases sociales y a la extinción del Estado. La idea incluía la formación de una nueva conciencia social, una nueva moral, y la transformación de los criterios acerca de lo ético y lo bello. La meta más ambiciosa era la formación de un hombre nuevo capaz de realizar tales transformaciones, construir la nueva sociedad, y vivir en ella. El proyecto incluía una labor de concientización destinada a persuadir a las masas, las vanguardias intelectuales, académicas, científicas y a toda la sociedad de su viabilidad. Se trataba de cambiar el modo de pensar de la sociedad respecto a prácticamente, todos los asuntos, incluida la fe.
En Cuba la experiencia se complicó cuando, por razones prácticas y conceptuales, se introdujeron los manuales soviéticos de Filosofía y Economía Política, que si bien hicieron posible la masividad de su enseñanza, y desempeñaron un importante papel en la difusión de la teoría revolucionaria, fueron portadores de enfoques que, a la larga, resultaron inconvenientes.En aquella etapa, el llamado “Trabajo Político e Ideológico” fue definido como la tarea principal del Partido, la juventud comunista, las organizaciones sociales y de masas, y del Estado, a través del sistema escolar y las políticas culturales.
La labor ideológica es todavía hoy el proyecto político y cultural de mayor envergadura realizado por la Revolución cubana. Como en todos los países socialistas, la adopción del Materialismo Dialéctico e Histórico como filosofía oficial se asoció a la crítica de prácticamente todas las ideas, valores, y cultura política preexistentes. Esa y otras confrontaciones, que abarcaron un amplísimo diapasón, fueron resumidas bajo el término de “Lucha Ideológica”.
En los años setenta, precisamente cuando la propia Unión Soviética y otros países socialistas se esforzaban por romper el cerco, en Europa se alcanzaban algunos entendimientos, y en Cuba se avanzaba en la institucionalización del país; el aparato ideológico soviético concibió la categoría de “Diversionismo Ideológico”, la cual aludía a la presunta intención de introducir de “contrabando”, de modo sutil y solapado, elementos considerados hostiles al socialismo. En esa categoría podían estar desde el liberalismo, el estructuralismo, el abstraccionismo en el arte, el llamado eurocomunismo, e incluso, el desarrollo del marxismo en Occidente y las alusiones al “Joven Marx” hasta algunas expresiones de la moda.
En esos contextos, fue imposible impedir manifestaciones de dogmatismo e intolerancia en diversos campos y áreas. Ese fenómeno perjudicó la actividad científica, la creación cultural, la investigación, y la crítica. El discurso ideológico se tornó excluyente. Aunque al respecto hay no pocas descontextualizaciones y equívocos, el llamado “Quinquenio Gris” ilustra algunas situaciones.
Las Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido testimonian el alcance que tales enfoques llegaron a tener, aunque, afortunadamente, no se incurrió en errores como pudo ser la imposición del realismo socialista en la literatura. En otra etapa, el Comandante Fidel Castro encabezaría una formidable cruzada denominada Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas.
No obstante, es preciso recordar que, mientras que en todos los tiempos las clases y las élites políticamente dominantes fueron sutiles hasta el engaño, y cubrieron los esfuerzos por alcanzar la hegemonía ideológica con consignas asociadas a la libertad de pensamiento, opinión, y conciencia; con una sinceridad y honestidad casi ingenua, los marxistas en el poder expusieron públicamente el objetivo de convertir a toda la sociedad a la ideología sustentada por los comunistas. Ningún liderazgo había exhibido nunca semejante transparencia.
2. ¿Qué ha distinguido, en cuanto a contenidos y metodologías, los discursos ideológicos y políticos del PCC y del Estado cubano durante los últimos años? ¿Qué impacto han tenido en la sociedad cubana estos discursos?
A lo largo de más de 50 años, el discurso ideológico y político del Partido y el Estado cubano se ha desplegado sobre cinco ejes, interrelacionados. Contra viento y marea, por medio siglo, el liderazgo cubano ha sostenido las mismas banderas, y mantenido inalterables los contenidos, las formas, y los métodos de la labor ideológica.
Ese empeño probablemente explique, en parte, la estabilidad del proceso político cubano, que en el ámbito ideológico ha soportado pruebas tan decisivas como las batallas contra el imperialismo y la contrarrevolución, el desconcierto introducido por la confrontación ideológica y política entre China y la Unión Soviética, el fin del socialismo real y el encogimiento de la izquierda marxista tradicional. Los ejes de este esfuerzo han sido:
1- Defensa de la Revolución, acompañando la confrontación contra la burguesía, la oligarquía nativa, y el imperialismo norteamericano. Promoción del respaldo popular a las medidas adoptadas en diferentes momentos, alentando la participación y el protagonismo del pueblo, las clases populares, la juventud, la mujer, incluso, la niñez. La incorporación del pueblo a la defensa armada de la Revolución, y la disposición de sacrificarse por ella y dar incluso la vida, es un logro de dimensiones históricas. Perplejo ante la magnitud del hecho, Felipe González confundió virtud con defecto, y llamó a los cubanos a abandonar “el espíritu numantino”.
2- Promoción de las ideas del socialismo, enseñanza masiva del Marxismo-Leninismo y del Materialismo Dialéctico e Histórico, y la divulgación de la experiencia y los logros de la Unión Soviética, China, y el resto de los países socialistas; así como las conquistas y luchas del movimiento comunista internacional, particularmente la historia de los bolcheviques rusos, la epopeya de la Gran Guerra Patria, y el triunfo sobre el fascismo. Decisiva importancia tuvo el respaldo a los movimientos de liberación nacional, la solidaridad y el internacionalismo. Ese proceso en Cuba no estuvo exento de contradicciones, que afortunadamente fueron tratadas con el espíritu de la época, donde sustentar opiniones diferentes no conducía a rupturas. Las polémicas en torno al empleo de los manuales de marxismo, la orientación de la economía, las políticas de estímulo, la vigencia de la ley del valor, la pertinencia del realismo socialista y la divulgación de filmes y obras literarias occidentales, ilustran toda una etapa en la cual, incluso, florecieron proyectos como el Departamento de Filosofía de la Universidad de la Habana, las revistas Pensamiento Crítico y Cuba Socialista, así como otras publicaciones institucionales donde la diversidad de opiniones encontró espacios.
3- En respuesta a la agresividad de los Estados Unidos y el respaldo norteamericano a la contrarrevolución interna, el bloqueo, las acciones terroristas, el estímulo a la emigración, y los planes para atentar contra la vida del Comandante Fidel Castro, durante décadas se diseñaron acciones de todo tipo para profundizar la conciencia antiimperialista, y generar el rechazo al modo de vida norteamericano.
4- La apasionada defensa del socialismo se sustentaba además de en sus realizaciones, en la crítica a todas las manifestaciones de la ideología burguesa, en el enfrentamiento a sus valores, especialmente los asociados con el individualismo, la riqueza desmedida, el consumismo, la publicidad de sus símbolos, incluido el cine, la moda, así como el arte y la literatura.
5- Un elemento básico de la labor ideológica en Cuba a lo largo de más de cinco décadas lo ha constituido la divulgación y enseñanza de la historia, principalmente la de Cuba, pero también la historia universal, la de América, del movimiento obrero y comunista internacional, de Estados Unidos y naturalmente de la Unión Soviética y el socialismo mundial.
Partiendo del rechazo a las concepciones burguesas, se emprendió una revisión y una revalorización completa, a la luz de los conceptos del Materialismo Dialéctico e Histórico y la ideología marxista-leninista, de todos los elementos que conformaban esos meta-relatos, incluyendo las causas, consecuencias y hechos históricos, y naturalmente, el papel de los protagonistas y el contenido de las ideas dominantes.
Aunque la revalorización de la historia de Cuba abarcó todas sus etapas, tuvo tres elementos básicos: (1) El pensamiento y la proyección política de José Martí. (2) Las relaciones con Estados Unidos. (3) El papel de las ideas socialistas y el movimiento comunista en Cuba.
Excepto esos tres elementos, prácticamente todas las demás áreas de la historia de la República fueron convertidas en un paréntesis. En muchos campos la revalorización se transformó en omisión y, según algunos criterios, en deformaciones.
En ese caso está no solo la historia, sino prácticamente todas las manifestaciones del pensamiento político y social, cuyo desarrollo probablemente ha sido perjudicado por la ideologización y la politización extrema, que conduce a apreciarlo todo a través de esos prismas, que no pocas veces ofrecen una visión distorsionada, entre otras cosas por la exageración del enfoque clasista.
Lo menos que se puede decir es que al convertir la propaganda, y en otro tiempo la “agitación”, en los principales recursos de la labor ideológica, se sacrificó el rigor.
Un problema difícil de resolver es que en Cuba nunca se ha realizado un examen a fondo de las causas que dieron lugar a la caída del socialismo real, y no pocos echan de menos una autocrítica. Todavía muchos militantes responsabilizan personalmente a Gorbachov y no faltan quienes lo consideran un traidor. Hay incluso personas que creen que “algún día” se hará justicia, y aquel estado de cosas retornará. Para muchos, Rusia es una especie de sucedáneo de la Unión Soviética. En cualquier caso la confusión es enorme. Se atribuye a Vladimir Putin haber comentado que: “Quien no lamente la desaparición de la Unión Soviética carece de corazón y quien aspire a que esa experiencia se repita, no tiene cerebro.…”
En las esferas de la historia y del pensamiento filosófico y político en general, tanto la academia como el aparato ideológico cubano tienen deudas que saldar, para lo cual tal vez sea preciso realizar una “ingeniería inversa” que dependiendo de cuándo se reconozca su necesidad, puede tomar décadas en fructificar.
3. ¿Qué nivel de conexión, y desconexión, existe actualmente entre los discursos ideológicos y políticos del PCC y del Estado cubano, y los actuales imaginarios populares?
La primera vez que escuché a Fidel Castro citar a Lenin fue en 1962, cuando en el contexto de la crítica a las corrientes sectarias introducidas en la Revolución recordó que: “La seriedad de un partido revolucionario se mide por la actitud antes sus propios errores…”
En muchos aspectos estructurales y funcionales, sobre todo institucionales e ideológicos, la sociedad cubana continúa funcionando como si las prácticas y métodos que condujeron a aquella hecatombe no hubieran ocurrido, o como si Cuba y su socialismo fueran inmunes a sus efectos. Esa extraña peculiaridad se percibe en el discurso ideológico y político actual, y en algunas prácticas que se mantienen vigentes cuando su ineficacia está probada.
En mi opinión el proceso de cambios que tiene lugar en Cuba encuentra barreras que provienen de factores culturales, cuya evaluación es compleja, entre otras cosas, porque es difícil percibir cuándo se trata de una oposición derivada de la ignorancia o de intereses creados, y cuándo obedecen a convicciones legítimas, aunque generadas por errores teóricos incorporados a la cultura política por el aprendizaje de conceptos erróneos.
A lo largo de medio siglo, en los militantes, las élites, la academia, la intelectualidad, los directivos de los medios de difusión, las jerarquías, el pueblo, incluso en la conciencia social en general, se han instalado conocimientos, ideas y convicciones, que a la luz de relevantes procesos y desarrollos científicos han perdido vigencia. No obstante, en Cuba continúan formando parte de la cultura política.
No me parece tan erróneo que en los años setenta del pasado siglo se hayan asumido como un credo las ideas y conceptos vigentes en la Unión Soviética, que entonces era una sociedad exitosa. Lo realmente grave es que 20 años después de la debacle, se sostengan y se defiendan contra viento y marea, y se continúen inculcando a las nuevas generaciones.
De hecho, para introducir cambios políticos y modificar el contenido y las formas de lo que hoy se llama “discurso ideológico y político”, ha de tener lugar un proceso de “desaprender”. No solo se trata de enriquecer la cultura política con nuevos conocimientos, sino que tal vez algunas ideas rechazadas en el pasado deberán ser recicladas. En cualquier caso habrá que desprenderse de pesados lastres.
4. En estos momentos Cuba intenta consolidar su inserción internacional. Se avanza decididamente hacia la integración latinoamericana, continúan los diálogos con la Unión Europea y comienza la reconstrucción de la relación bilateral con Estados Unidos. ¿Qué implicaciones tiene todo esto para el Estado cubano, para el PCC y para la sociedad toda?
El surgimiento en América Latina de un nueva izquierda, progresista, socialista y revolucionaria, que llega al poder por medio de la democracia tradicional, y que no obstante sus programas avanzados, logra convivir con la propiedad privada y el mercado, la oposición política, el poder mediático y la competencia electoral; evidencian cierta desactualización del discurso ideológico cubano.
Por añadidura, el regreso de Cuba al Sistema Interamericano, como acaba de ocurrir en la Cumbre de las Américas, y el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, plantea problemas, desafíos, y oportunidades nuevas. Lidiar con los políticos, diplomáticos y funcionarios norteamericanos; así como con empresarios, corporaciones, buscadores de talentos, lobistas, artistas, deportistas, y masivamente con turistas, son asignaturas para las cuales las contrapartes cubanas deben prepararse apresuradamente.
En los últimos veinte años, al amparo de la crisis y de otras circunstancias asociadas a malformaciones que restan eficiencia al modelo económico, los llamados delitos económicos y la corrupción han alcanzado una envergadura que no solo dañan la economía, sino que amenazan al sistema. A ello se suman conceptos y prácticas burocráticas, legislaciones obsoletas y prohibiciones absurdas.
Durante décadas al aparato ideológico cubano le resultó relativamente cómodo realizar su labor, porque los preceptos teóricos, los conceptos y los argumentos para la defensa del socialismo, la crítica al pensamiento burgués y al capitalismo, así como la condena al imperialismo estaban vigentes, y se amparaban en la experiencia de otros procesos y partidos de los cuales fueron heredados. No obstante, hubo innovaciones impulsadas por Fidel que se aplicaron en la construcción del Partido y la creación de los órganos de base del Poder Popular, y en otras áreas de la actividad social.
Actualmente no ocurre así. Muy pocos de los argumentos y las consignas de etapas pasadas sirven hoy, cuando tampoco se cuenta con referentes históricos, paradigmas culturales, o teorías probadas. En la nueva era, es preciso crear.
Al aparato ideológico de la Revolución, del Partido y del Estado cubano, le corresponde la tarea de generar los argumentos y los conceptos capaces de relanzar la participación popular, y dotar a militantes, líderes y activistas, de las herramientas para asumir con éxito la nueva realidad, defender los modelos económicos, políticos e institucionales que se desarrollen, así como justificar y promover las políticas estatales y partidistas.
Probablemente todo deba comenzar por reconocer la existencia de una nueva etapa, entre cuyas peculiaridades figura la necesidad de preparar a los gobernantes y líderes que reemplazarán a la generación histórica. Ingresar en la nueva era sin disponer de conclusiones científicas e históricamente fundamentadas acerca de las causas que motivaron la caída del socialismo, introducir las correcciones políticas e ideológicas necesarias, perfeccionar las instituciones y su desempeño, y tomar en cuenta todas las nuevas realidades, es una desventaja.
El hecho de que en apenas unos años asumirán la dirección del Estado y el Partido y de las Fuerzas Armadas líderes sin el aval y la autoridad que la lucha en la Sierra Maestra confirió a la generación histórica, hace imprescindible dotarlos de la legitimidad y la habilitación que solo el respaldo popular, expresado institucionalmente, puede otorgar.
Conozco opiniones acerca de que el sistema político cubano está requerido de una restructuración, no para dejar de ser socialista, sino para concebir de otra manera el socialismo. Como parte de ese empeño, probablemente se necesite redefinir el papel de las instituciones, formular nuevos conceptos acerca de cómo han de funcionar, y concebir fórmulas para que el liderazgo, que releva a la dirección histórica, se instale y asuma sus funciones, incluida la orientación ideológica de los procesos por venir.
Parece haber coincidencia en que se precisa de una nueva Constitución, redactada con conceptos modernos que, entre otras cosas, pudiera conducir a la separación de los poderes del Estado, con especial énfasis en el empoderamiento real de un parlamento redimensionado y una inequívoca independencia del poder judicial.
Habría que definir si ha llegado el momento de restablecer la elección directa del cargo de presidente de la República y de las autoridades locales, así como la profesionalización de los delegados y de los diputados, para que puedan dedicarse efectivamente a las labores para las cuales son electos.
El perfeccionamiento institucional pudiera aportar definiciones acerca de los mecanismos de toma de decisiones y regulaciones precisas para el manejo de los fondos públicos, y de las atribuciones para contraer compromisos internacionales en nombre del Estado y del pueblo de Cuba.
Es preciso establecer mecanismos de control social del poder, regular la transparencia y la obligación de rendir cuentas, no como actos ceremoniales sino como acciones vinculantes.
De alguna manera el sistema político cubano deberá generar espacios para que las opiniones diferentes, el pensamiento político alternativo, así como la iniciativa ciudadana, que de modo constructivo aporten al proyecto nacional, sin nexo alguno con intereses foráneos opuestos al proyecto socialista, cuenten con plena libertad de manifestarse.
Junto a la labor ideológica es preciso crear el marco jurídico apropiado, de modo tal que se excluya la influencia externa en los procesos políticos locales, y se prohíba constitucionalmente todo aporte monetario foráneo a la política nacional.
Obviamente, el inventario de lo que se está por hacer es voluminoso y complicado, pero más complejo y temerario fue establecer el poder revolucionario, crear una nueva institucionalidad, armar al pueblo, enfrentar a la contrarrevolución y neutralizar el anticomunismo, e implantar el socialismo, iniciando la difusión a escala social del Marxismo-Leninismo, todo ello con masivo respaldo popular, cosa lograda en apenas dos años.
Sin másteres ni doctores, sin parlamento ni comisiones, y sin estructuras legislativas, en su quinto mes (mayo de 1959), la Revolución redactó y aplicó la primera Ley de Reforma Agraria, y en un año nacionalizó toda la economía, pasando del régimen privado al estatal.
Lo verdaderamente preocupante no es que muchas transformaciones, obviamente imprescindibles, no se reconozcan como necesidades, sino que ni siquiera se hable o se medite sobre ellas. Por lo que se sabe, la democratización de la sociedad cubana, el perfeccionamiento de sus instituciones, y la actualización de la cultura política de la vanguardia, aún no figura en agendas a ningún plazo. Sin estudios y debates de esa naturaleza, difícilmente pueda perfeccionarse el socialismo que es la meta.
No caben dudas que las reformas desplegadas bajo el criterio de ajustar el modelo económico en marcha crean condiciones que favorecen la labor ideológica. A la inversa parece no suceder lo mismo. El trabajo ideológico se conforma con “acompañar esos procesos”, sin aportar iniciativas ni introducir debates o estudios capaces de producir esclarecimientos de carácter estratégico. La innovación no es una de sus características.
El hecho de que el proceso desplegado actualmente y otras facetas que habrán de sumárseles, se realice bajo la conducción del presidente Raúl Castro, también Primer Secretario del Partido, cuya preocupación por la labor ideológica y el desarrollo de la cultura política es conocida, ofrece expectativas positivas para dar a esta labor un rumbo apropiado y dotarla de un calado adecuado.
En el contexto de estas reflexiones me parece oportuno recordar que, en medio de las dramáticas circunstancias derivadas de la enfermedad del Comandante en Jefe Fidel Castro, y del alejamiento de sus funciones, la Revolución pudo contar con el talento, la experiencia, la autoridad, y la capacidad de convocatoria de Raúl Castro, que acompañado por los demás exponentes de la generación histórica, junto a las tareas del gobierno, avanzó en el diseño y la conducción del proceso de reformas llamado “actualización del modelo económico”. A esta histórica tarea se suma hoy la compleja apertura de las negociaciones para la normalización de las relaciones con Estados Unidos, y el retorno al llamado “sistema interamericano”.
Estoy persuadido de que reflexiones conducentes a reformulaciones renovadoras, trascienden la capacidad de una persona, máxime cuando ya vio pasar sus mejores momentos y actúa fuera de marcos institucionales. Hace poco un amigo, en broma, me llamó francotirador. No me sentí ofendido pero no puede evitar la imagen de una criatura solitaria, que agazapada, espera a que el blanco ofrezca su mejor perfil. No es mi caso. Creo que la necesaria “actualización” del discurso ideológico es una tarea histórica que corresponde al activo del Partido.
No obstante, al tratar de cumplir el encargo de Cuba Posible, un interesante proyecto, estoy obligado a intentar un resumen en el que también seguramente habrá involuntarias omisiones, asuntos cuyo calado no alcanzo a captar o que simplemente ignoro.
Ante todo, no es ocioso enfatizar el liderazgo y el papel de Fidel Castro en la historia de Cuba y en la gesta de la Revolución, trayectoria que rebasa cualquier calificativo. Antier y ayer por su presencia, su conducción, y su increíble capacidad para anticiparse, Fidel es el líder que condujo, tanto batallas históricas, como el que con incomparable sensibilidad se identificó con las necesidades del pueblo.
El mismo hombre que dirigió una guerra de liberación, fundó un ejército y un partido, confrontó al imperio de Estados Unidos, y condujo el avance en la construcción del socialismo, se consagró en cuerpo y alma a los esfuerzos por asegurar la alimentación popular, se desveló por el futuro de los niños y la suerte de los ancianos, dedicando nadie sabe cuántas horas a empeños aparentemente tan nimios como dotar a las amas de casa de comodidades para cocinar, o preocuparse porque las niñas fueran a la escuela con escarpines.
A lo largo del proceso revolucionario, la labor ideológica y política se realizó desde plataformas como el apoyo a la Reforma Agraria, las nacionalizaciones, la formación de las Milicias Nacionales Revolucionarias, la Campaña Nacional de Alfabetización, la Lucha contra Bandidos, la exaltación de la victoria de Playa Girón, la movilización, la resistencia, y la apasionada defensa de los Cinco Puntos durante la Crisis de los Misiles.
Particular significado tuvo el método para la construcción del Partido, concebido por Fidel, que no solo dio respuesta a los intentos por introducir corrientes sectarias en el proceso revolucionario, sino que colocó la ejemplaridad, la actitud revolucionaria, y la limpieza en la vida pública y privada como requisitos en los que se han sustentado hasta hoy una ética en la gestión del poder, y una intachable administración de los recursos del Partido y del país.
No por superada ninguna enumeración puede dejar de mencionar la confrontación con los dirigentes de algunas denominaciones religiosas, especialmente con la jerarquía de la Iglesia Católica, incluyendo la nacionalización de sus propiedades que, en parte, justificó políticas erróneas, como fue la promoción del ateísmo.
Los esfuerzos por profundizar la comprensión del pueblo y apoyar a quienes asumían las posiciones avanzadas, estuvieron presentes en el apoyo al Movimiento de Liberación, la justificación conceptual e histórica de la lucha armada como método para la toma del poder, el respaldo a las misiones internacionalistas (civiles y militares), y el apoyo concreto a la causa de los pueblos como el de Palestina, las epopeyas de Angola, Etiopía, Nicaragua, los heroicos esfuerzos del Che Guevara, y el respaldo a la lucha de los pueblos de Centroamérica, especialmente a El Salvador.
La lucidez por rectificar errores y tendencias negativas, y la energía desplegada al absorber, y a la vez, rechazar las devastadoras consecuencias ideológicas de fenómenos como la confrontación chino-soviética y la Perestroika, y apoyar al pueblo en la épica resistencia durante el Período Especial, son momentos estelares de la batalla de ideas.
De igual forma lo fueron la defensa política de la Revolución frente a la emigración masiva inducida por Estados Unidos, en la cual hubo episodios como la “Operación Peter Pan”, los éxodos de Camarioca, Mariel y la Crisis de los Balseros. De gran significación fueron los diálogos de 1978 con personas representativas de la Comunidad Cubana en el exterior y las conferencias de la Nación y la Emigración, la reanudación de los viajes de los emigrados, la normalización de las relaciones familiares, y los reajustes políticos y conceptuales que ello conllevó.
Coincidiendo con esos procesos tuvieron lugar eventos de tanta trascendencia como la lucha contra engendros imperiales, como Radio y Televisión Martí.
Entre los aportes de índole conceptual figuran, ante todo, La historia me absolverá, la labor de Radio Rebelde y El Cubano Libre desde la época de la Sierra Maestra, las dos Declaraciones de La Habana, las comparecencias y discursos de Fidel, el libro El Socialismo y el Hombre en Cuba, y la obra educacional y cultural de la Revolución. Particular significado tiene la definición del concepto de Revolución elaborado por Fidel.
Al margen de estos antecedentes magníficos y de una tradición creadora y polémica de la intelectualidad militante, el aparato ideológico, en ninguna etapa, fomentó ni auspició suficientemente la colaboración sistemática ni divulgó las reflexiones teóricas, y críticas, sobre la experiencia revolucionaria, y de la construcción socialista de académicos e intelectuales.
Hay quienes sostienen que Cuba dispone de un enorme capital humano que, al menos en el área de las ciencias sociales, subutiliza. Todavía aportes como los de las revistas Temas y Espacio Laical, para mencionar solo ejemplos muy notables, del ámbito habanero, no son justamente estimados.
No fue de rosas el camino. Hubo también que argumentar la resistencia frente a situaciones adversas como fueron el abandono de la dirección soviética durante la Crisis de los Misiles, el fracaso de la Zafra de los Diez Millones, la perseverancia frente a actos de traición y el abandono de las filas, incluyendo la necesidad de aplicar, con mucho dolor, la pena de muerte a personas que hasta hacía poco tiempo habían servido ejemplarmente a la Revolución.
No obstante, tal vez en más de medio siglo de intenso batallar, no hubo una coyuntura tan dramática y peligrosa como la caída de la URSS, para muchos algo semejante a que no saliera el sol o el planeta dejara de girar. En sus inicios, la caída de la Unión Soviética pareció desmentir todo en lo que habíamos creído, haciendo aparecer como inútiles los sacrificios, las cárceles, las batallas de clase, desmintiendo el Marxismo-Leninismo y la historia misma de los bolcheviques. Unido a ello, y sin ocultar sus carencias, difícilmente haya otras circunstancias en las que la eficacia de la labor ideológica se haya mostrado más plenamente que en la lucha por el regreso del niño Elián González, el respaldo a la Revolución Bolivariana durante el golpe de Estado y el rescate del presidente Hugo Chávez, así como la batalla por la liberación de nuestros Cinco Héroes y el apoyo a su resistencia; son páginas que pudieran llenar un siglo.
Ayer porque fue omnipresente en la vida de la nación; ahora cuando desde la pausa a que la salud y la edad lo obligan, sigue orientando, y mañana porque inevitablemente se le echará en falta, no habrá manera de encuadrar el liderazgo de Fidel Castro en los límites de una biografía. A fin de cuentas, tendrá que asumirse la fórmula de Raúl Castro, su hermano y mejor colaborador: “Fidel es Fidel”.
Soy consciente de que carezco de la capacidad, la experiencia, el espacio y el tiempo para abordar en solitario la riqueza, singularidades, aciertos, carencias y las manifestaciones de obsolescencia de lo que denominamos “discurso ideológico y político” de la Revolución cubana, esfuerzo requerido de aproximaciones que lo aborden en su historicidad y contenidos diversos.
Tratándose de asuntos concernientes al destino de la sociedad cubana, no basta una experiencia personal ni una perspectiva académica. El uso y la interpretación de categorías sociológicas y políticas utilizadas en este análisis transitan, aún sin proponérselo, a través de diversas y no pocas veces contradictorias vivencias.
Bajo esas premisas, con enormes limitaciones y consciente de que omito problemas, tensiones y etapas del proceso revolucionario, he tratado de aportar a la búsqueda de respuestas que realiza Cuba Posible. Si alguien me reprochara que incurro en simplificaciones que otras veces he criticado, les daría sinceramente la razón. Como la mayoría de los hombres y mujeres de mi generación, soy de los militantes revolucionarios que no tienen a quien culpar. Actuamos conscientemente, no como observadores o actores de reparto, sino como protagonistas.
Cuando hace diez años Fidel reveló que: “Entre los muchos errores cometidos, el más importante era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo…” tal vez la modestia le impidió añadir que, no obstante, avanzamos. Su huella y la nuestra están presentes tanto en las realizaciones como en los cuestionamientos, críticas, y objeciones al desempeño. Alivia asumirlas como una autocrítica, y creer que aún podemos contribuir a la obra de perfeccionamiento y viabilidad de un proyecto socialista emancipador, participativo, y democrático. De eso se trata.