Por Jesús P. García Brigos; Rafael Alhama Belamaric, Roberto Lima Ferrer; Daniel Rafuls Pineda
Al margen de diferencias en matices, a la situación encontrada en la obra internacional valdría aplicarle mutatis mutandi la consideración siguiente del argentino Atilio Borón: “Sea por ignorancia o por un arraigado prejuicio, lo cierto es que la flagrante deformación de lo que Marx dejó prolijamente escrito en buen alemán ha potenciado los gruesos errores interpretativos de una legión de críticos de la teoría marxista”.
“Concluimos, entonces, con una nueva cita del libro de Lukács,1 en este caso extraída de su capítulo dedicado al marxismo de Rosa Luxemburgo. Allí el teórico húngaro, con razón, afirma: "no es la primacía de los motivos económicos en la explicación histórica lo que constituye la diferencia decisiva entre el marxismo y el pensamiento burgués, sino el punto de vista de la totalidad. La categoría de totalidad, la penetrante supremacía del todo sobre las partes, es la esencia del método que Marx tomó de Hegel y brillantemente lo transformó en los cimientos de una nueva ciencia (Lukács, 1971: 27).
Esta primacía del principio de la totalidad es tanto más relevante si se recuerda la fragmentación y reificación de las relaciones sociales característica del pensamiento burgués. El fetichismo propio de la sociedad capitalista tiene como resultado, en el plano teórico, la construcción de un conjunto de “saberes disciplinados” como la economía, la sociología, la ciencia política, la antropología cultural y social, que pretenden dar cuenta, en su espléndido aislamiento, de la supuesta separación y fragmentación que existe, en la sociedad burguesa, entre la vida económica, la sociedad, la política y la cultura, concebidas como esferas separadas y distintas de la vida social, cada una reclamando un saber propio y específico, e independiente de las demás. En contra de esta operación, sostiene Lukács, “la dialéctica afirma la unidad concreta del todo”, lo cual no significa, sin embargo, hacer tábula rasa con sus componentes o reducir “sus varios elementos a una uniformidad indiferenciada, a la identidad” (Lukács, 1971).
Lukács está en lo cierto cuando afirma que los “determinantes sociales y los elementos en operación en cualquier formación social concreta son muchos, pero la independencia y autonomía que aparentan tener es una ilusión, puesto que todos se encuentran dialécticamente relacionados entre sí”. De ahí que nuestro autor concluya que tales elementos “solo pueden ser adecuadamente pensados como los aspectos dinámicos y dialécticos de un todo igualmente dinámico y dialéctico”. (Kosic,2 1967: 25-67).3
El reclamo de la atención a la totalidad, lamentablemente a veces por no haber sido atendido, es válido para cualquiera de los problemas particulares que enfrentamos en la actualidad.
En el tema de la propiedad la no atención a este reclamo objetivo, ni siquiera por los que se declaran partidarios de su validez, es quizás la causa esencial del constante “resurgir” y no “resolver”, de los debates acerca del socialismo de mercado, del papel del mercado en su relación con el Estado, de los “mecanismos de retribución”, las posibilidades de “combinar planificación y mercado” en pro de objetivos socialistas, y de otros muchos, de importancia teórica, pero sobre todo de trascendencia decisiva en el enfrentamiento práctico de la construcción socialista.
Es en estos aspectos del sistema de la propiedad que se cimentan mayormente los debates, y los riesgos de las acciones en la práctica. Tras la no atención a la totalidad que existe “objetiva e independiente de nuestra conciencia”, se precipitan las respuestas pragmáticas, con implementaciones en su esencia fragmentadas y fragmentadoras, que se expresan en comportamientos “de sentido común”, “realistas”, pero preñados de riesgos, como cuando se promueve acrítica y como acto de fe la búsqueda del “socialismo posible” en nuestras condiciones, concepto que ahora se introduce en el debate político público cubano, pero es tan viejo al menos como la obra de 1983 del británico Alec Nove a la que nos hemos referido en páginas anteriores, La economía del socialismo posible, con su propuesta del “socialismo que se puede concebir alcanzar dentro de la reproducción de una generación o durante los cincuenta años más próximos”.
En el contexto de los debates que tuvieron lugar en las últimas décadas muy importante fue la crítica de Ernst Mandel en su artículo “En defensa de la planificación socialista”, 1986,4 seguida de la réplica de Nove El mercado en el socialismo (1987),5 y la vuelta a la carga de Mandel con El mito del socialismo de mercado, 1988.6 Intervinieron en esos debates con importantes argumentos P. Auerbach, M. Desai y A. Shamsavari, en La transición del capitalismo realmente existente, 1988, obra en la cual destacan cómo en el mundo real no ha existido una relación mutuamente excluyente, sino una conexión dialéctica simbiótica entre planificación y mercado.
En los planteamientos de Auerbach, Desai y Shamsavari la planificación tiene un papel intrínseco inevitable en el socialismo, no solo como respuesta a los “fallos del mercado” como sugieren los partidarios del socialismo de mercado, lo cual de hecho ocurre en el capitalismo realmente existente, especialmente mostrado, según ellos , en la experiencia japonesa. Según refiere Makoto Itoh: (…) La planificación de las inversiones y las investigaciones por las empresas, lo mismo que ayudan a coordinar la actividad de estas entidades en el futuro —se está refiriendo a empresas capitalistas—, permanece como una actividad relevante en el socialismo. Formas más innovadoras de planificación económica involucrarían la reconfiguración del trabajo para satisfacer las necesidades y los deseos de la población, lo que es ahora llamado “planificación del poder humano” (manpower planning). La realización del potencial humano es, por supuesto, el arma mayor y más valiosa en el arsenal socialista.7
A pesar de sus conclusiones acerca de la necesidad de la “planificación del poder humano”, que sugieren una interesante posibilidad de futuro, la mayoría de los comentarios de estos autores no son favorables al socialismo, al mismo tiempo que no examinan a profundidad los argumentos a favor del socialismo de mercado. Así están de nuevo sobre este tema los trabajos de Diane Elson, ¿Socialismo de mercado o socialización del mercado? (1988), quien comparte la visión de Mandel acerca de una alternativa ente el mercado y la planificación burocrática, apoya la idea de Nove en relación con el papel de los mecanismos de precios como instrumento de coordinación para las economías socialistas, pero argumentando que ello tiene que ser socializado, y presta especial atención al proceso de reproducción de la fuerza laboral, incluso desde el trabajo doméstico, con un marcado enfoque feminista.8 Muy importante para profundizar en este debate es la obra también referida en páginas anteriores, Comparando sistemas económicos. Una aproximación desde la economía políticas, de A. Zimbalist, H. J. Sherman y S. Brown.9 Más recientes son los trabajos a favor y en contra del mercado, compilados por P. K. Bardham y J. E. Roemer en el libro Market Socialism; the Current Debate (1993),10 y, de insoslayable consulta, la obra de David Mc Nally "Contra el mercado. Economía Política, socialismo de mercado y la crítica marxista (1993)",11 que somete a rigurosa crítica las concepciones de Elson y otros, y en sus conclusiones plantea algo de importancia cardinal en los momentos actuales cuando afirma que:
(…) no es la supervivencia de varios mecanismos de mercado en una sociedad que se está moviendo dejando atrás el capitalismo, sino si el mercado puede ser el principal regulador de una economía socialista, si los seres humanos son capaces de regular sus relaciones económicas de modo diferente a la ciega y elemental tiranía de las cosas. La elección se plantea entre la socialización de la vida económica (y la subordinación de los mercados a la regulación social) o la regulación del mercado y sus sistemáticamente antisociales efectos.
Es por estas razones que la tendencia a abrazar el socialismo de mercado representa un profundo retroceso. Ella significa renunciar al corazón y al alma del proyecto socialista: la lucha por una sociedad más allá del trabajo alienado, la explotación, la competencia y las crisis, una sociedad en la cual los seres humanos dirijan sus relaciones económicas de acuerdo a un plan consciente. Lo que Rosa Luxemburgo le escribió a Eduard Berstein más de noventa años atrás se aplica con igual fuerza en este caso: el socialista de mercado no está escogiendo en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo. Él selecciona un diferente objetivo. En lugar de adoptar una posición por un nuevo orden social, está adoptando la posición a favor de modificaciones superficiales del viejo orden.12
En toda esta historia de discusiones acerca de mecanismos económicos y de las posibilidades del mercado para el logro de una racionalidad en el uso de los recursos económicos, incluso en un proceso de “construcción del socialismo”, se pone en claro la problemática de la existencia o no de “modelos de socialismo” diferentes, ¿qué entender por “modelos” de socialismo”?, la propia concepción de socialismo y como esencia subyacente, la concepción de “socialización” vinculada a ese nuevo tipo de sociedad, la concepción de propiedad social como esencia del socialismo, y las realidades de su materialización en las experiencias socialistas durante el siglo XX.
Pero más que las propias discusiones académicas, precisamente en el análisis de las experiencias reales de socialismo se ponen de manifiesto claros elementos acerca de la esencia sistémica, de transformación “metabólica” que es inherente a la transformación socialista, que va mucho más allá de los mecanismos económicos, indispensables pero no únicos definitorios de la nueva naturaleza a establecer en un complejo proceso de luchas contra siglos de desarrollo de naturaleza explotadora, reproductores de un proceso de producción y apropiación de la vida social excluyente, que es necesario trascender como totalidad, no mediante cambios parciales.
Ya a inicios de los años sesenta, en todos los países de Europa central y oriental —aparte de Yugoslavia y Albania—, se declaraba solemnemente haber creado las bases del socialismo y la entrada a la etapa de “construcción de socialismo desarrollado”.13
Pero, el inicio de estas “celebraciones victoriosas”, coincidió en esos países “con la aparición de los primeros signos de un empeoramiento cualitativamente nuevo de la situación económica”:14
Los arduos esfuerzos por salvar la situación en los países del campo socialista europeo tuvieron un doble efecto.
Por un lado, la movilización de las últimas posibilidades de “crecimiento de comando administrativo” de la producción social, completando la formación de la Economía planificada deficitaria, ayudó temporalmente a detener la caída e incluso a lograr ciertos aumentos de los ritmos de crecimiento. Pero esta vez ya el péndulo no podía ir en el sentido de la centralización tan sencillamente, como en los años anteriores. Desde el punto de vista conceptual presenta indiscutible interés la formación de cierto “contrato social” entre el poder y la población la conservación del partido en el poder a cambio de ciertas garantías socioeconómicas para la población.
Este contrato —escribe Valeri Bans—: (…) devino fundamento de la estabilidad política en la Europa oriental a principio de los años sesenta. Esto fue especialmente importante en países como Hungría, Polonia (…) Alemania oriental y Checoslovaquia, más desarrollados económicamente y, en consecuencia, con mayores posibilidades de satisfacer a su sociedad más exigente y más regañona. En Bulgaria y Rumania el contrato social fue menos elaborado, pero allí la sociedad no tuvo posibilidad alguna de mostrar su descontento.15
Por otra parte, las sociedades de los países de Europa centro oriental percibían cada vez más como se aproximaban a un callejón sin salida:
El pueblo veía que marchando hacia concesiones en la economía en aras de estabilidad política, frenando las reformas (en parte a causa de los temores reales al desempleo y la inflación, que de forma aterradora se habían manifestado en la vecina Yugoslavia, pero, principalmente, por el temor a destruir las bases económicas del poder político), y aumentando la deuda externa, el partido comunista lentamente pero con seguridad, iba a su bancarrota. Surgió la aguda necesidad de contraponer al modelo tradicional de socialismo algo nuevo, revitalizado, pero —en aquellas condiciones—, indiscutiblemente también un modelo de socialismo. La polémica que se desató en relación con esto en la primera mitad de los sesenta en relación con los vínculos plan mercado, tuvieron tiempo incluso en algunos países al verterse en documentos programáticos concretos, que fueron borrados por los sucesos de Checoslovaquia de 1968.16
La propia Checoslovaquia puede servir de claro ejemplo de los procesos antes señalados —continúan los autores de la obra que estamos citando en esta importante recapitulación histórica—. El crecimiento de la lucha de todas las capas de la población con los métodos de trabajo de la dirección partido-estatal checoslovaca, que constantemente y para todo miraba hacia Moscú, y la cada vez más clara exigencia de democratización política y económica de la sociedad está muy bien reflejada en las memorias de O. Schik “padre” de la reforma checoslovaca.
Ya esto no eran preconcepciones de una ideología de otra realidad ajena, fraseología incomprensible que el hombre normal no asimilaba y no quería oír —escribe el autor del libro—. Nosotros creamos una teoría, que se correspondía con la experiencia de las personas, que les explicaba a ellos las causas de de aquellos fenómenos negativos, con los cuales se tropezaban a diario en su vida cotidiana, y por esto les indicaba el camino para eliminar esos fenómenos. Por esto las personas le prestaron atención y estaban cada vez más de acuerdo con ellas.17
En estas citas, un tanto extensas se resume, a nuestro modo de ver, la estrecha unidad entre la economía y la política en el desarrollo del proceso emancipatorio socialista, manifiesta en las experiencias reales en particular en Europa posteriores a la Revolución de Octubre, y en las reflexiones académicas que las acompañaron. Estamos ante un proceso de reapropiación por los individuos de su propia vida social, como totalidad cada vez más alienada hasta la ruptura que marca el inicio de la transformación socialista; una ruptura que es continuidad, en tanto se debe desarrollar necesariamente abriendo paso a la realización de todas las potencialidades de los individuos socializados, con todos los requerimientos materiales y espirituales que ello conlleva. Proceso que como sistema constituye, descansa, manifiesta, la compleja estructura funcional reproductiva de la propiedad social en su transformación socialista como nueva totalidad en construcción.
En los procesos transcurridos en el socialismo este europeo, y finalmente también en la URSS —“finalmente”, o tal vez más riguroso sería verlos como genéticamente primarios, como fundamento de todos ellos, aunque la reversión final se diera con posterioridad—, se manifiesta con toda claridad el carácter sistémico de la propiedad, en tanto portador del proceso de apropiación de la vida social de los individuos.
Y, sobre todo, su imposible reducción a los momentos distributivos de la producción —ni tan siquiera considerando el momento de la distribución en sus dos aspectos, como llega a considerarlo en su núcleo el mercado—, y mucho menos aún reducirlo al momento de distribución de los resultados de la producción directamente vinculado al consumo material individual.
En la transformación socialista —precisamente por sus ideales estratégicos anunciados, y asimilados como necesidad del desarrollo histórico por los seres humanos, aunque en medidas distintas por cada individuo y en un complejo proceso de legitimación—, se confirma el papel activo, incluso decisivo de la política: como actividad integradora, momento del proceso de identificación de necesidades, definición de cómo satisfacerlas, de las acciones prácticas para ello, su implementación, evaluación, control de la política que, como ya Lenin adelantara, es “expresión concentrada de la economía” (…) a la vez que su anticipación, y deviene decisiva en los momentos de transición entre dos estadíos diferentes como totalidades bien identificadas. Y así resulta insoslayable su lugar en la transformación de la propiedad como sistema, en el desarrollo del sistema de propiedad socialista.
No es casual que los cambios en Europa del este y la URSS se manifestaran tan rápidamente en cambios políticos, que derivaron incluso en cambios de reversión del sentido socialista de desarrollo un tanto paradójicamente desde la política —por donde mismo empieza la transformación socialista—, no desde la economía, la que siguió después la consolidacion de la reversión, manifestando una sui géneris contrarrevolución social “a semejanza” de lo que históricamente se adelantó por Marx y Engels como inicio de la revolución comunista: desde el poder político construir los fundamentos de un modo de apropiación diferente, cambiando las condiciones económicas, los fundamentos económicos del funcionamiento social.18
Para cerrar por el momento este análisis de la obra internacional, y por la actualidad del tema para nuestro país, permítasenos citar con extensión unos fragmentos acerca del modo en que tuvieron lugar esos procesos en los países de Europa del este, llamando la atención hacia un hecho nada casual: acerca del origen “en la academia” de los fundamentos de dichos cambios, en buena medida funcionando “en paralelo” con la vida política institucional de esos países, pero que llegado el momento pasa a ocupar con sus propuestas vacíos teóricos objetivos. Esto, en buena medida, ocurrió también en la URSS, con la propia concepción de la “Perestroika” y su giro definitivo en ese país y debe resultar una alerta para nuestro proceso, cuando desde todos los enfoques se reclaman cambios, que a la vez se subraya tienen que ser abordados sin improvisaciones, sin derecho a equivocarnos.
Los vacíos teóricos fueron letales para la práctica social, en Europa del este y la URSS, sobre la base real de una insuficiente vinculación entre la obra científica y la política práctica, debido a muy diversas causas, y tal vez pudieron haber sido llenados de otro modo, con consecuencias totalmente diferentes.
Como se recoge en la obra Europa centro oriental en la segunda mitad del siglo XX:
(…) ¿Qué teoría crearon aquellos hombres que estaban a la vanguardia de las reformas. En su aspecto más general ella se presentaba en los conceptos populares y atractivos tales como “socialismo con rostro humano”, o “socialismo humano”. Fundamento económico de las transformaciones que se proponían era la concepción del “socialismo de mercado”, aunque el propio término en aquel tiempo aún no podía ser introducido a la cotidianeidad, en particular, a la circulación científica.
Veamos la interpretación de esta concepción desde las posiciones de etapas posteriores de la reforma en los países de Europa centro oriental. Un momento oportuno para esto fue el año 1989, cuando en honor al aniversario setenta de Ota Schik, en San Hallen (Suiza) se llevó a cabo una conferencia internacional dedicada al concepto en cambio de “socialismo”.
La conferencia una vez más subrayó el importante papel que jugó en la formación del nuevo modelo de economía socialista, el libro de W. Brus. En este trabajo, aparecido en 1961, por primera vez tuvo lugar un alejamiento parcial del marxismo: el así llamado “modelo descentralizado” presuponía la descentralización de la actividad económica en curso al tiempo que conservaba el control centralizado de las inversiones. Al mismo tiempo que se afirmaba el papel dominante de la propiedad social sobre los medios de producción,19 lo que daba el fundamento para hablar de “economía socialista de mercado”.
Hacia finales de los ochenta la mayoría de los teóricos de las reformas, incluyendo a Brus, ya tenían dudas acerca de los méritos de la centralización en las inversiones de capital, comprendiendo que el verdadero mercado es impensable sin mercado de capital y de otros factores de la producción.
Comentando este modelo L. Baltserovich, en particular, señalaba que de considerar tal modelo como socialista, entonces, por lo menos, no lo era en la concepción marxista, ya que, según Marx, la propiedad es social en la medida que ella supera el aislamiento de los productores, es decir, sus interacciones espontáneas de mercado. Entonces, de ser consecuentes, debía renunciarse además a la relación hostil hacia la propiedad privada sobre los medios de producción.
El obstinado uso del epíteto “socialista” aplicado al mercado y a la propiedad social sobre los medios de producción se explicaba, según Baltserovich, no tanto por el arrastre ideológico de los autores, cuanto por la utilidad política de tal formulación. Por esto es necesario, considera, sin prestar atención a esto, evaluar los diferentes esquemas de socialismo de mercado desde el punto de vista de “su capacidad de resolver los serios problemas económicos de los países socialistas”.20
No obstante, la primera mitad de los sesenta no dio posibilidades (si excluimos la RSF de Yugoslavia) de probar este esquema en la práctica, limitándose solamente a su elaboración conceptual. En tal sentido, a nuestro modo de ver resultan de interés los razonamientos acerca del socialismo de mercado del propio Brus en la conferencia antes señalada. Echando una mirada a un cuarto de siglo atrás, él declaró que “(…) hoy a para mí está claro, que las esperanzas, vinculadas al viejo esquema, no podían realizarse; en el mejor de los casos, si utilizamos la terminología de
J. Kornai ellas podían conducir a la substitución de la coordinación burocrática directa por la indirecta”. Y traía a colación como ejemplo la reforma húngara de 1968 que más llegó a avanzar en la práctica, refiriendo a ella su conclusión, añadiendo que reformas análogas en otros países “podrían convertirse en el primer paso exitoso en la dirección correcta, preparando y facilitando la ulterior evolución”.
Como parteaguas entre los sistemas socialista y verdaderamente de mercado el autor mencionaba el mercado de capital, que operaba sobre tres pilares del sistema económico socialista: sobre el planeamiento centralizado como modo de formación exante de las proporciones materiales; sobre el mecanismo de distribución, tanto en el sentido de la división del producto nacional en uso y acumulación, tanto como en el sentido de legitimación de criterios de distribución no mediante el trabajo de la renta entre los individuos y los grupos; sobre las relaciones de propiedad (la separación del Estado de las empresas y la completa separación de las empresas entre sí). “Tal economía mixta no podía mirarse como un complejo indeterminado entre “mercado” y “plan”, desempeñando tanto uno como la otro función de coordinación. Esto es economía coordinada por el mercado (…)”. W. Brus revisó su anterior posición también con respecto al pluralismo político como simplemente factor de racionalización del papel de conductor supremo del centro: ahora él nombraba al pluralismo político como “elemento indisoluble de tránsito del viejo al nuevo sistema económico, y además garante de este último”.
A partir de su nueva aproximación al socialismo de mercado, el autor valoraba algunas otras concepciones no marxistas de socialismo, planteadas ya en los años ochenta. En particular sometió a crítica la teoría del conocido sovietólogo Alec Nove del “socialismo posible” con su inequívoco acento en el predominio de la propiedad estatal, la limitación de las dimensiones de las empresas privadas, etcétera. Evaluó negativamente Brus el libro de O. Sik La tercera vía por su intento de “ver algo, colocado entre dos ismos (por definición no se podía encontrar nada complejo e internamente consistente). El socialismo autogestionado yugoslavo también resultaba en la práctica nada mejor que el socialismo real. Los modelos suecos y otros semejantes, que no con poca frecuencia se tratan de presentar como variantes exitosas de socialismo de mercado, el autor completamente en lo justo los consideraba modelos dentro del capitalismo.21
Coincidimos completamente con los autores que referimos, cuando afirman que las discusiones de principios de los sesenta no han perdido en nada su actualidad.
Para ellos, con relación a los intentos de vincular las reformas en Rusia en los noventa con las reformas en la República Popular China, que pasan a analizar desde el ángulo del carácter extensivo o intensivo del desarrollo,22 en particular de la industrialización, en Rusia y los países de Europa centro oriental (a lo que hemos hecho referencia en páginas anteriores).
Para nosotros, porque con respecto a Cuba a cincuenta años de iniciado el camino de la transformación socialista, el análisis debe ser mucho más cuidadoso, y no limitarse solamente a aspectos vinculados de modo estrecho a la salida material del sistema de las fuerzas productivas, tales como el logro de niveles productivos más eficientes, un desarrollo intensivo más que extensivo, más productividad, rentabilidad, competitividad, etcétera, que podría inducir a algunos a la búsqueda de soluciones a semejanza de la experiencia China.
La discusión tiene actualidad, por la indiscutible necesidad de elevar los niveles de la salida material de nuestro sistema de las fuerzas productivas, en volumen, eficiencia y eficacia, como respuesta a las necesidades de la reproducción ampliada de las propias potencialidades individuales y sociales alcanzadas en cincuenta años de Revolución, pero indefectiblemente conservando y fortaleciendo de modo sostenido, el sentido emancipador socialista de nuestra sociedad, cuyos fundamentos abarcan mucho más allá de los indispensables pilares de la apropiación directa objetual, y es inseparable de la condición de nuestra propia existencia como nación.
Notas
1 Se refiere a History and Class Consciousness, y cita por la edición de 1971, Cambridge: MIT Press.
2 Karel, Kosik: Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, México, 1969.
3 Atilio, Borón: “Clase Inaugural. Por el necesario (y demorado) retorno al marxismo”, en La Teoría Marxista hoy, problemas y perspectivas, compilado por Atilio A. Borón, Javier Amadeo, Sabrina González, Colección Campus Virtual, CLACSO, Libros, 2006, p. 49.
4 E., Mandel: “In defense of Socialist Planning”, en New Left Review, 159, september/ october 1986.
5 A., Nove: “Markets and Socialism”,en New Left Review 161, january/february, 1987.
6 E., Mandel: “The Myth of Market Socialism”, en New Left Review, 169, May/June 1988.
7 P., Auerbach, M., Dessai, y A., Shamsavari: “The transition from actually Existing Capitalism”, en New Left Review, 170, july/august, 1978, p. 78, citado por Itoh, Makoto, op. Cit., pp 121-122.
8 Diane, Elson: “Market socialism or Socializatioon of Market?, en New Left Review, 172, november-december, 1988.
9 Andrew, Zimbalist, Howard J., Sherman, Stuart, Brown: Comparing Economic Systems. A political economic Approach, second Edition, Harcourt Brace Jovanovich, Publishers, 1989, primera edición, 1984.
10 P. K., Bardham, y Roemer, editors: Market Socialism; The Current Debate, New York and Oxford: Oxford University Press, 1993.
11 David, Mc Nally: Against the Market. Political economy, Market Socialism, and the Marxist Critique, Verso, London, New York. 1993.
12 Ibídem, pp. 223-224.
13 Con sus matices en los distintos países, como se señala en el libro Europa centro oriental en la segunda mitad del siglo XX, tomo I, Sección Séptima, capítulo XXXIII, “Las concepciones del ‘socialismo renovado’”, ed. cit., p. 344. “La RDA se había apresurado a declarar esto antes que la URSS, por lo cual fue llamada al orden por el ‘hermano mayor’. En Checoslovaquia indirectamente se declaró que en realidad ellos podrían entrar en el socialismo desarrollado solo dentro de unos diez años después de la fecha señalada, cuando la ‘Primavera de Praga’, de 1968, dio paso al largo invierno de los años setenta. Polonia, a causa de la relativamente elevada proporción del sector privado en la economía, y lo más importante, en una situación de un estado de ánimo antigobierno que no disminuía, no se decidió a grandilocuentes declaraciones oficiales. Y solamente en Bulgaria y Rumania la ‘nueva aurora’ suergió sin grandes complicaciones, aunque también allí después se introdujeron correcciones en el contenido y los plazos de las tareas grandiosas planteadas”.
14 “… la producción socialista extensiva por su naturaleza empezó a dar lugar a la seudo extensiva o, según Keynes, cuasiestacionaria, vinculada con la culminación de la industrialización masiva primaria. Tal regularidad de cambio del estado de la economía se caracterizaba ya no por la detención de la industrialización acelerada e incluso no por la disminución indetenible de la salida productiva que ya había comenzado por unidad de capital invertido, sino por la sobre acumulación, cuando los medios de capital de la producción social son tan grandes, que ya ella misma comienza a actuar en calidad de factor de aceleración de la caída de la efectividad hasta alcanzar crecimientos negativos del PIB en los años 80”, ver: Europa centro oriental en la segunda mitad del Siglo XX, tomo I , Sección Séptima, capítulo XXXIII, “Las concepciones del ‘socialismo renovado’” , p. 344.
15 Europa centro oriental..., ed. cit., pp. 344-345.
16 Ibídem, p. 345.
17 Ibídem, pp. 345-346.
18 Es muy importante profundizar en el análisis de los procesos de descomposición del socialismo en la URSS y los países de Europa del este. Sobre el fundamento objetivo de una reproducción social fragmentadora y alienante que no trascendió el orden metabólico del capital, la solución a las contradicciones presentes en el proceso transcurrió precisamente apoyada en el propio poder político centralizador absolutizante.
19 El resalte en cursivas es nuestro, de los autores de este trabajo, aquí y en los casos posteriores, si no se aclara lo contrario.
20 Ver: Socialism today? The Changing Meaning of Socialism, editorial Por Ota Sik, Mac Millan, 1991, p. 71.
21 La Europa centro oriental en la segunda mitad del siglo XX”, ed. cit., tomo I, pp. 346-347.
22 Ibídem, pp. 348-349.