El nuevo récord registrado por Estados Unidos la semana pasada generó inquietud en todos los ámbitos. A la caída de un 33% de los bienes inmobiliarios desde su pico el año 2007 (una cifra mayor a la registrada durante la Gran Depresión, que llegó al 31%), se sumó el decepcionante dato del empleo. En lugar de los esperados 150.000 empleos para mayo, la economía apenas creó 54.000 nuevos puestos de trabajo. El desempleo en Estados Unidos regresó al 9,1% oficial, mientras el desempleo real (de acuerdo a Shadowstats.com) se ubica en el 22,2%. Uno de cada seis estadounidenses depende de los cupones de alimentos del gobierno. El presupuesto federal, que a fines de los años 90 registraba superávit, tiene ahora unos déficit colosales que son sólo comparables al caso griego. Y el índice de actividad industrial pasó de 60 a 53,5 puntos en la mayor caída mensual de los últimos 25 años.
Estados Unidos está en graves problemas. Y ni siquiera el señoreaje del dólar parece salvarlo de esta nueva recaída que para la economía mundial puede ser fatal. Que la mayor economía del planeta, que el único país con el alcance militar global y donde están la mejores universidades a las que acude a estudiar gente de todo el mundo; que el dueño de la divisa internacional y el cultor de la mayor cantidad de documentos de management, marketing, creatividad, liderazgo, ciencia, medicina y autoayuda esté en una crisis de esta envergadura debe dar qué pensar.
Estados Unidos se encuentra viviendo una enorme decadencia que sobrepasa todos sus méritos artísticos, intelectuales y científicos: es la crisis de un consumismo excesivo; una crisis que sólo puede compararse a la decadencia del Imperio Romano por su enajenación y ensimismamiento. El problema es que en este tren de vida Estados Unidos arrastró a toda la economía mundial, que ahora sufre la misma enfermedad y vive el viento en contra de los altos precios del petróleo, del aumento del precio de los alimentos y de las materias primas y de una enorme crisis de deuda originada justamente en esa etapa del despilfarro y del gran sueño, que ahora se ha convertido en pesadilla y que trata de hacerse ver como el problema más importante.
El necesario cambio de mentalidad
Si los datos de Estados Unidos y Europa son para olvidar, veamos los datos de Japón. El país que fue devastado tras el terremoto, tsunami y crisis nuclear se encuentra ahora en plena recesión. La economía nipona descenderá este año un 2%. Y si bien los daños materiales del terremoto y tsunami son cuantificables, abordables y superables, no lo son los daños del desastre nuclear y ambiental desatado por la fusión de los reactores de Fukushima a las pocas horas de su colapso. Tal como advertimos desde el primer momento, la crisis nuclear era de los eventos más serios registrados en los últimos años, y el gobierno nipón ha reconocido que el drama es cuatro veces mayor a lo reconocido en un principio. Se ha detectado plutonio a cinco kilómetros de la planta, y los niveles de radioactividad cubren 200 kilómetros a la redonda.
Si algo positivo arroja el desastre de Fukushima, es que está ayudando a cambiar la mentalidad de las autoridades mundiales. Ya el gobierno de Angela Merkel (y nótese que ella es ingeniero nuclear), ha decidido abandonar el desarrollo energético nuclear de aquí al año 2020. Japón, lo hará mucho antes, y es probable que Estados Unidos de el paso y siga esa línea. Cada año la participación de las energías limpias en la matriz energética aumenta en forma importante, y es cosa de dar el necesario empujón para que dominen toda la matriz. En ello España tiene un importante futuro y solucionaría de raíz el problema del desempleo.
En noviembre de 2008, y a pocos meses del estallido frontal de la crisis financiera, publicamos este artículo que quizá hoy adquiere más relevancia que en su momento: Para salvar la economía y el planeta, instando a repensar lo insostenible del salvaje regresionismo en que cayó la humanidad en la últimas décadas, y que existe un inmeso y fértil campo abierto al empleo y el desarrollo para las energías sustentables. Todas las formas de crisis que vive el mundo: financiera, laboral, ambiental, social, cultural, no hace más que demostrarnos que la crisis toma de punta a cabo nuestra propia humanidad, y por ello nos sacude con terremotos como el de Haití, Sumatra o Japón; catástrofes ambientales como los tornados de Estados Unidos, o la nubes de cenizas de Islandia que manifiestan la gran furia de la naturaleza.
Estamos viviendo las primeras etapas de un cambio global y profundo que, o nos sumerge a todos en la mayor de las crisis conocidas, o nos permite mirar más allá de nuestras mezquindades individuales y dar una vuelta de tuerca a la historia. Todo indica que el mundo que hemos conocido y en el cual nos hemos forjado y crecido, se desvanece. Es muy conocido el cuento de la rana que, dejada a fuego lento, no es capaz de detectar que la temperatura de la olla va en ascenso y cuando se da cuenta ya es demasiado tarde y está lista para ser servida en una mesa como ancas de rana. Debemos detectar a tiempo el síndrome de la rana hervida y saber escapar de la comodidad del agua tibia antes de ser devorados.
Por Marco Antonio Moreno.