«Los estudiantes son el baluarte de la libertad, y su ejército más firme»
José Martí
Asalto a Palacio Presidencial 13 de Marzo de 1957, cartel de 99 Estudio
La ideología del Directorio Revolucionario*
El Directorio Revolucionario 13 de Marzo es un hijo de la inspiración socialista democrática al uso a mediados del siglo xx. Adscrito a esa filosofía, con carta de ciudadanía en la Constitución cubana de 1940, los miembros más intelectualizados del DR habrán leído a José Martí, Enrique José Varona, Julio Antonio Mella, Emilio Roig, y estarían muy influidos por Antonio Guiteras, muchos de cuyos textos inéditos y cuya memoria les serían allegados por colaboradores cercanos de Guiteras como Carmen Castro y Ayda Pelayo, así como por la lectura de Diálogos sobre el destino, de Gustavo Pitaluga, y los textos de José Antonio Ramos, Raúl Roa, Rafael García Bárcenas, Fernando Lles y Medardo Vitier.
El apego a la constitucionalidad, típico del consenso surgido de 1940 —aunque esa era una idea fuerte de la cultura política cubana en general—, guió desde 1952 las demandas de quienes serían luego miembros del DR. La evolución ideológica experimentada por este organismo con el decurso de la lucha, al modo en que la había experimentado el DEU de 1927, que llevó a este del combate por reivindicaciones estudiantiles hasta la propuesta de un “total y definitivo cambio de régimen» en la década de 1920, condujo al sector de la FEU que crearía el DR a repudiar tanto el 10 como el 9 de marzo, esto es, a hacer la denuncia integral del status al que habían conducido doce años de reformismo republicano.
La Carta Magna de 1940, una de las más avanzadas dentro de las constituciones promulgadas en su época, constituía el resultado de un equilibrio representativo de las fuerzas fundamentales del registro político cubano y así pudo inscribirse en la corriente del constitucionalismo social —de ahí que sancione en su parte dogmática los derechos económicos, sociales y culturales— anexa a la ideología del Estado de Bienestar.
A la altura de 1956, las causas de la inoperancia de la Constitución de 1940 para resolver los problemas nacionales iban más allá de los límites del reformismo cubano —con su enunciado de ampliar la distribución del ingreso sin afectar las bases económicas del sistema—, sino apuntaban hacia la crisis estructural de la política, hacia la fase crítica de la «frustración republicana», constatación que recorría una zona amplísima del arco ideológico nacional.
La frustración acumulada en el período 1940-1952, durante el mandato de ese propio texto legal, proveyó al cabo a la ciudadanía cubana de una enorme carga de cinismo político y de escepticismo ideológico. De hecho, el movimiento de masas que sería más popular en esos años, el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), ganó el favor popular con sus reivindicaciones éticas sobre la honestidad administrativa y la lucha contra la corrupción, junto al carisma de su líder Eduardo Chibás.[1] Como las elecciones eran la segunda zafra del país, la política quedaría arrojada al barro de la corrupción por sectores muy numerosos, incluida buena parte de la burguesía. De ese sumidero, la FEU de Echeverría podría rescatar a la política cuando demostrara que su lucha era una apuesta decidida por la Revolución y no parte del torneo republicano de gestos en busca de una silla curul.
Desde las batallas contra la dictadura de Gerardo Machado, la Universidad de La Habana había devenido un objetivo para todos los grupos políticos del país, asedio que trajo consigo la corrosión del carácter universitario. El golpe de estado de Batista sería el hito que necesitaba la Universidad para conocer la necesidad de un cambio radical. Por tanto, la convocatoria de la Universidad no se reducía a los estudiantes, sino se abría hacia todo el abanico de sectores con la esperanza puesta en cambiar el orden de cosas y devolver el status republicano a la nación. En el símbolo representado por la Universidad se refugió la zona más revolucionaria de la conciencia y la cultura nacionales. Aunque violada al menos en tres ocasiones, la autonomía universitaria volvió a desempeñar un papel capital, como lo había jugado también durante la vigencia de la Ley Docente de 1937. La autonomía habilitaba a la Universidad como el ideal moral de una República para la nación en el contexto de la Dictadura.
La radicalización revolucionaria de la presidencia de Echeverría pondría término a los posibles pactos de dirigentes de la FEU con el régimen, llamados «tramitaciones», y enarbolaría el ideal de intransigencia demostrando la imposibilidad de un diálogo con Batista —con la eliminación previa de los males de la política tradicional dentro de la FEU y de la Universidad, a través del recurso imprescindible de no recurrir a las armas—. La FEU y luego el DR llenarían en la práctica, hasta los primeros meses de 1957, el espacio dejado a la intemperie por la pseudo-oposición al dictador.
Jose Antonio Echeverría, presidente de la FEU y lider del Directorio Revolucionario
La definición ideológica primaria del DR se encuentra en su rechazo hacia los métodos corruptos, en su necesidad de desplazar del liderato de la oposición a Batista a las formaciones políticas tradicionales. De ellas, la corriente más fuerte correspondía al Partido Revolucionario Cubano-Auténtico (PRC-A) a quien le fuera arrebatado el poder por el golpe del 10 de Marzo de 1952
El PRC-A había devenido hegemónico en ese período, por su conexión con las necesidades de la sociedad civil cubana, pero su práctica de gobierno había provocado un rechazo tan abierto que, llevado el sistema al límite por Batista, abriría más tarde la puerta a la impugnación total del régimen político-económico republicano.
El PRC-A, lo más parecido que pudo haber en Cuba a una socialdemocracia, había reeditado en Cuba lo que Trostky apuntaba de los socialrevolucionarios rusos, quienes «se imaginaban que la futura revolución no sería ni burguesa ni socialista, sino ´democrática`», cuyo partido «se trazaba una senda, que pasaba entre la burguesía y el proletariado y se asignaba el papel de árbitro entre las dos clases». No obstante, las declaraciones del Autenticismo constituían en 1956 solo el recuerdo de una antigua ilusión. Las otras organizaciones que seguían un programa similar en sus términos al del PRC-A —con su consigna de 1934: «nacionalismo, democracia y socialismo»—, como era el caso del DR —y de la juventud ortodoxa, por ejemplo—, encontraban sus diferencias con el Autenticismo, más que en el nivel programático, en el contenido asignado a esos conceptos y en cómo pretendían llevarlos a vías de hecho en la política nacional. Por esos motivos, la línea ideológica que Echeverría configura discursivamente bajo la síntesis de «Revolución Cubana», según se integra y conforma en el tiempo, guarda distancia de los postulados Auténticos.
Desde el punto de vista ideológico, el DR estaba más cercano, como muestra la Proclama leída en su acto de constitución, al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), de Rafael García Bárcenas, quien afirmaba en su manifiesto programático: (El MNR) «se enfrenta en lo económico al comunismo, y se dirige a superar el capitalismo. Se opone, en lo social, a las exclusiones sociales o clasistas y a toda forma de totalitarismo»[2] y concretaba en «un trípode ideológico su pensamiento doctrinal: Nacionalismo, Democracia, Socialismo»[3], como por igual coincidiría la proyección del DR con las perspectivas sociales de la «Carta a la Juventud», de Aureliano Sánchez Arango, ahora líder de la organización conocida como Triple A y antiguo miembro del DEU de 1927, al igual que Bárcenas.
Sobre los tres pilares de Bárcenas, la libertad política (Democracia), la justicia social (Socialismo) y la recuperación de los bienes del país (Nacionalismo), inspirado esto último en el ejemplo hemisférico de la revolución mexicana, se asentaba también el imaginario del DR, donde los tres conceptos debían estar relacionados entre sí, y la ausencia de uno hacía imposible la existencia de los demás. En marzo de 1956 en la revista Alma Mater, órgano de la FEU, su presidente daría a conocer el «Manifiesto al Pueblo de Cuba», que afirmaba: «La Revolución Cubana va hacia la superación de las lacras coloniales y de los males de la independencia, hacia la liberación integral de la nación, libre de toda injerencia extranjera así como de toda perversión doméstica, hacia el desarrollo integral de las potencias materiales y espirituales del país y hacia el cumplimiento de su destino histórico. La revolución es el cambio integral del sistema político, económico, social y jurídico del país y la aparición de una nueva actitud psicológica colectiva que consolide y estimule la obra revolucionaria».[4]
En el año en que se daría a conocer el Informe Kruschov sobre los crímenes de Stalin y en el cual se produciría la intervención soviética en Hungría, la ideología del comunismo era rechazada con denuedo por la mayor parte de las fuerzas políticas cubanas, incluyendo a las de las nuevas hornadas revolucionarias. El DR era anticomunista por convicción, pero era socialista al modo en que había irrumpido en Cuba esa opción después de la Revolución de 1930 y que en los años cincuenta García Bárcenas definía de este modo: «Nuestro socialismo se opone a que los seres humanos sean considerados solamente como piezas necesarias para el soporte de la Producción o del Estado, pues advierte en cada hombre la dignidad y la libertad inherentes a su condición de persona humana».[5]
Los representantes criollos del socialismo del Kremlin tampoco serían los grandes polemistas programáticos del DR, pues desde los cuarenta eran un Partido moderado en sus demandas económicas y políticas. El Partido Socialista Popular había sabido integrarse a la política liberal social burguesa en los primeros años de la década del cuarenta y desarrollado prácticas de sobrevivencia cuando el clima de la Guerra Fría y las circunstancias de poder domésticas en Cuba lo llevaron a perder posiciones, fuese el poder de los sindicatos —su plataforma preferente para hacer política—, o la propia posibilidad de su actuación legal bajo la dictadura de Batista. Sin embargo, en ese período la principal contradicción del DR con el PSP sería la estrategia de lucha y no las definiciones discursivas, amén de las «reservas históricas» del DR frente a ese partido por su accidentada trayectoria ideológica: «error de agosto» de 1933, pacto con Batista en 1938 y seguimiento del «browderismo» en los 1940. Echeverría, en medio del ambiente anticomunista de los años cincuenta, al declarar ante una acusación de penetración comunista en la FEU que esta « no era comunista ni anticomunista como no era católica ni anticatólica», esgrimía para ese contexto toda una declaración de principios, aunque no a favor del comunismo sino en contra del sectarismo. Con todo, el PSP combatiría durante años la táctica insurreccional del DR —y asimismo la del MR-26-7. En el «Llamamiento del Comité Nacional del PSP», de 26 de febrero de 1957 —dos semanas antes del asalto al Palacio Presidencial— este partido comentaba la situación política, denunciaba los crímenes y hacía un llamamiento a los partidos, sindicatos e instituciones del país y señalaba: «En realidad solo hay dos factores oposicionistas que actúan con intensidad, uno el ´26 de julio´, que lo hace a su manera, con su foco antigubernamental de la Sierra Maestra y sus erróneas ideas acerca de la acción política, y otro el nuestro, nuestro Partido Socialista Popular, que se esfuerza por mover a los obreros y al pueblo a base de las correctas tácticas de la unión y la lucha de masas».[6] Después, el ataque a Palacio sería calificado en la Carta Semanal de acto «putchista»,[7] como lo había sido por igual el ataque al cuartel Moncada. El PSP seguiría defendiendo la tesis de la lucha de masas y negándose a aceptar la insurrección armada hasta que el curso de los acontecimientos le obligó a cambiar de opinión.
La adherencia programática del DR a la democracia social, que defendía la soberanía nacional, el régimen democrático, la autonomía universitaria y la solidaridad americana sobre la base del pensamiento de José Martí, tampoco sería muy diferente a la de los atacantes al Moncada que en su «Manifiesto de los Revolucionarios del Moncada a la Nación», de 23 de julio de 1953, hicieron «suyo los programas de la Joven Cuba, ABC Radical y del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo)» —aunque los postulados del DR contra la injerencia norteamericana sobre Cuba no estaban presentes en dicho Manifiesto.
Si bien las ideas de la FEU y del DR sobre la necesidad para Cuba de «libertad económica y justicia social», hacia un régimen « libre de trabas con naciones extranjeras y libre de influencias también y de apetitos de políticos y personajes propios» podían comulgar con las de otros grupos revolucionarios, había otros asuntos que salían a relucir con la rúbrica entre Echeverría y Fidel Castro de aquel documento en México, algunos de ellos quizás imprevistos por los firmantes.
Echeverrìa José Antonio, Juan Pedro Carbó, René Anillo y otros compañeros en una manifestaciòn contra Batista
El papel de la FEU en la insurrección
La «Carta de México» fue la declaración insignia del ala insurreccional de la FEU nucleada en torno a José Antonio Echeverría, legitimada para ello por la presidencia ganada por sucesión reglamentaria en 1954 y en dos elecciones seguidas (1955-1956) dentro de la FEU de la Universidad de La Habana.
Debido a la diversidad ideológica del organismo estudiantil, Echeverría, conociendo que la oposición a su figura era de distinta procedencia, unos de filiación de derecha, otros comunistas, otros más cercanos al ideal democrático del MR-26-7 , y aún comprendiendo el alcance de las reacciones en su contra, firmó la Carta a nombre de la FEU, con toda su tradición y representatividad en Cuba, y no del DR, un órgano que con solo seis meses de creado no podía contar con la significación nacional de la Federación Estudiantil Universitaria. Al prestigio nacional de la FEU se añadía que, a la firma de la Carta, Echeverría venía de un congreso estudiantil en Chile y participaría a continuación en otro similar en Ceilán y su dimensión internacional como dirigente estudiantil ya era también significativa. Por su parte, era previsible que, por similares motivos, el MR-26-7 estuviese interesado en co-protagonizar la Carta con la FEU y no con el DR, todavía prácticamente desconocido en Cuba.
Con todo, el conocimiento en el seno de la FEU del llamado a la insurrección representado por la «Carta de México» provocó un conflicto. En la Universidad de La Habana, varios presidentes de Escuela alegaron que tal decisión no había sido, ni comunicada primero, ni colegiada después, en el pleno de la Dirección de la FEU, como exigirían los estatutos de la organización y René Anillo, su secretario general y participante con Echeverría en la reunión de agosto en México, fue increpado con violencia. «La reacción nuestra fue de asombro. No sabíamos ni sobre la firma de la Carta ni a qué nos comprometía» —asegura Elvira Díaz Vallina, una de los cuatro presidentes de Escuela opuestos a la firma de la Carta.[8] Esa zona de los críticos a la declaración alegaba que debió ser firmada a nombre del DR y no a nombre de la FEU, pues Echeverría ostentaba, en efecto, el cargo de secretario general del DR. La crisis fue zanjada, bajo el impulso de Fructuoso Rodríguez, vicepresidente de la FEU, con una declaración de la FEU en apoyo a Echeverría ratificando el contenido de la Carta.
El Directorio Revolucionario, cuya creación fue anunciada oficialmente el 24 de febrero de 1956, había tenido sus primeras reuniones de constitución a partir de julio de 1955. Su propia fundación había contado con un ala de críticos, la misma que volvió por sus fueros tras la firma de la Carta. En sus albores, esa posición alegó que el DR no podía ser un instrumento «de la FEU», porque la FEU no tenía ni conocimiento sobre su fundación ni había otorgado consenso para sus fines y medios de lucha. Esta tendencia consideró que era una nueva organización la que surgía, similar a algunas fundadas con anterioridad, como el MNR, la Triple A, o la Organización Auténtica (OA), y que se afilió a la FEU en busca del prestigio que esta podía transferirle. De hecho, una zona de estos críticos, que luego desembocará en el MR-26-7 (Marcelo Fernández Font, Omar Fernández, Germán Amado Blanco, entre otros) podrían haber estado preocupados por lo que entendían como «proximidad» entre el DR con la Triple A y, más adelante, con la Organización Auténtica (OA).[9]
Heredero del nombre y de la tradición del Directorio Estudiantil Universitario, en sus sucesivas versiones de 1927 y 1930, el DR de 1956 buscaba no repetir el error de aquel. Donde el DEU de 1930 no pudo canalizar el concurso de la ciudadanía no universitaria por no contar con un aparato apto para convocarla y organizarla, base social que al fin quedó sin posibilidad de alinearse en una militancia específica en medio de la crisis de la política existente, el DR de 1956 proveía a la lucha estudiantil de un canal de convocatoria hacia todos los sectores de la sociedad cubana, erigiéndose además en instrumento de lucha asociado a la FEU, sin quedar supeditado a las responsabilidades representativas de una organización de membresía abierta como lo era esta. Así, una década antes de mayo del 68, en que el movimiento estudiantil francés deviniera movimiento universal al salirse de las aulas, entrar en comunión con otros sectores sociales y convertir a la sociedad entera en su interlocutor, en Cuba había sucedido ya algo similar.«No cederemos ni ante la fuerza ni ante la dádiva» hasta reivindicar la constitucionalidad cubana, había anunciado la FEU tras el golpe de Estado, pero el decurso de 1952 a 1956, específicamente una vez que fuera tomada la presidencia por Echeverría a partir de 1954, había convertido a la FEU no solo en la vanguardia del enfrentamiento revolucionario a Batista a la altura de 1955 y 1956, sino en la única que daba batalla al dictador en las calles de La Habana. De ahí las razones de otra zona de los críticos de la firma de la Carta para dudar de las condiciones en las cuales esta fue suscrita, al colocar en «paridad de condiciones» a la FEU y al MR-26-7. El exilio de la mayoría de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio y la presencia todavía novel de dicho Movimiento en la Isla, hacía que solo Frank País en Santiago de Cuba, fuerza que se integraría al MR-26-7 a finales de 1955, estuviese en condiciones de producir un alzamiento en esa ciudad. Con varios de sus dirigentes sufriendo prisión en México y con la confiscación de sus armas, ciertamente el MR-26-7 no contaba en la Isla —a la altura de agosto de 1956— con presencia significativa como para estar en condiciones de gestar un levantamiento insurreccional a escala nacional, a lo que se comprometían con la Carta.
No obstante, la crisis en la FEU se debía, en el fondo, al explícito carácter insurreccional de este documento, cuando los insurreccionales que reclamaban la acción inmediata constituían minoría tanto entre los estudiantes como en la propia dirección de la FEU. El requisito reglamentario aludido, según el cual la FEU debió antes conocer de ese documento y haber brindado su aprobación, si bien cierto, posponía la cuestión fundamental en debate: la aceptación inmediata o no de la lucha armada general como vía para acabar con el régimen.Con una masa estudiantil en su mayoría anómica —los siempre mal llamados «apolíticos»—, la FEU personificada en José Antonio Echeverría se identificó sobre todo por dos rasgos: mantener abiertamente la tesis insurreccional y una postura unitaria hacia los revolucionarios insurreccionales. Esa línea, representada en la «Carta de México», debía batallar duramente para imponerse en el conjunto de la organización estudiantil. De hecho, hasta finales de 1955 la dirección de la oposición contra Batista no estuvo en manos siquiera de los revolucionarios, ya no de los insurreccionales, quienes además de ser minoritarios, se encontraban aislados dentro del mapa general de la oposición. Luego, con la salida de prisión de Fidel Castro, las grandes huelgas estudiantiles y obreras de diciembre de 1955 y la creación del DR, la situación comenzaría a cambiar a partir de 1956. La definición de la táctica de lucha.
La discusión ideológica central, que podía significar la medida de todas las cosasentre aquellos que tuvieran «una inquietud revolucionaria», ponía en aquella fecha en primer orden el método de lucha, mucho más que el programa político futuro.
La «Carta de México» comprometía a sus firmantes a seguir la vía insurreccional, pero el planteo de constituir una guerrilla rural, preconizada por el MR-26-7, debió resultar por lo menos extraño al DR, con su tradición de lucha urbana y su convencimiento de que el futuro de Cuba se jugaba por entero en La Habana. En la ciudad, el DR había ganado su prestigio combativo y allí estaba inscrita la memoria de sus compañeros caídos.
Aunque asentado en la tradición política insular, el recurso de alzarse en el campo, siempre utilizado como instrumento provisorio de presión política, parecía superado después de la Revolución de 1930, que jugó sus destinos entre la huelga revolucionaria, la Universidad, Columbia, Palacio Presidencial, y con la «urbanización» y modernización de la vida política cubana.
La táctica de «golpear arriba» fue considerada por el DR como el detonante del desmembramiento del régimen que, seguida por la insurrección general y la huelga, arrastraría el fin de la dictadura. Apenas regresó Echeverría a Cuba, después de suscrita la «Carta de México», el DR continuó con sus métodos de lucha armada y llevó a la élite del régimen a un verdadero estado de guerra, sobre la base de atentados, sabotajes y acciones urbanas diversas.
Para aquellos jóvenes que atacaron el 13 de marzo de 1957 el Palacio Presidencial «el poder» se localizaba en la oficina de Batista. La tesis de la lucha armada contra la Dictadura en la ciudad tenía en esa acción la posibilidad, a la vez heroica y trágica, de demostrar ser el túnel largamente ansiado hacia la victoria, o de concluir finalmente en el sacrificio por la Patria. Cuando en la alocución que leería Echeverría por Radio Reloj, como parte imprescindible de la operación contra Palacio, su redactor había escrito: «Somos nosotros, el Directorio Revolucionario, la mano armada de la Revolución Cubana, los que hemos dado el tiro de gracia a este régimen de oprobio que aún se bate en los estertores de su propia agonía»,[10] el DR mostraba su convencimiento de que la muerte de Batista arrastraría consigo la victoria revolucionaria.
Aún en la situación de abierta represión vivida después del 13 de marzo, el Ejecutivo del DR rehusó el ofrecimiento de Fidel Castro de dirigirse hacia la Sierra Maestra,[11] que le hubiera asegurado la vida tanto a la organización como a muchos de sus miembros, convencido de que la lucha solo alcanzaría fin de ser librada en la ciudad. Ni siquiera un representante del DR partió hacia la Sierra Maestra, hecho que devendría usanza ya a finales de 1958, con las representaciones ante el MR-26-7 de la FEU, del Partido Socialista Popular, del Movimiento de Resistencia Cívica y de Manuel Urrutia Lleó como presidente del Gobierno Provisional, reunidos todos en el macizo montañoso gracias a la plataforma unitaria sostenida desde la Sierra Maestra por Fidel Castro.
La muerte de José Antonio Echeverría el 13 de marzo de 1957, unida a las de Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado y Joe Westbrook, poco más de un mes más tarde, fueron golpes demoledores para el DR, que marcaron el declive de su protagonismo político y de los cuales no podría recuperarse sin cambiar su fisonomía. Siendo la ciudad un territorio totalmente ocupado por los servicios represivos de Batista y con el devenir militar y político de la lucha en la Sierra Maestra —y el enorme peso simbólico alcanzado por ella como representación de la oposición a Batista—, triunfaría al fin la tesis guerrillera como la vía más eficaz de conducir hacia la Revolución. Bajo la dirección de Faure Chomón, que gozaba de gran prestigio en las filas insurreccionales aunque no era un dirigente estudiantil, el DR conseguiría reevaluar su política y decidir, tras un debate en el seno de su Ejecutivo entre criterios que sostenían dos posiciones diferentes, la solución ecléctica de mantener dos frentes abiertos: el clandestino en La Habana y el guerrillero en la sierra de El Escambray, que gracias a un eficiente trabajo organizativo pudo crear en febrero de 1958. En rigor, hasta marzo de 1958, cuando le fue ocupada al DR un gran cargamento de armas en Santa Fe, La Habana —que les cerró la posibilidad de una acción urbana a gran escala—, el frente guerrillero dejó de ser visto como una opción secundaria, como hasta entonces lo había sido por la mayoría de la dirección del DR. La apertura de ese frente le permitiría al DR re-situarse en los planos centrales de lucha, aunque siguió combatiendo en las ciudades y realizó acciones de gran importancia política para el ambiente de resistencia a la Dictadura, como el atentado al Ministro de Gobernación Santiago Rey, el ataque a la Quince Estación de Policía y el frustrado intento de ajusticiamiento a Luis Manuel Martínez, vocero de Batista.
La muerte de Jose Antonio Echeverrìa. “Que nuestra sangue señale el camino de la libertad”. (fragmento)
* Hoy 13 de marzo se conmemoran 56 años del épico asalto al Palacio Presidencial, por parte del Directorio Revolucionario, una de las acciones cimeras del combate contra la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba. Reproduzco aquí un fragmento de un texto inédito sobre esta organización política cubana, que aparecerá el año próximo en un libro que acaba de recibir el Premio UNEAC de Ensayo 2012.
[1] Ver, en este volumen: «El compañero señor Chibás. Un análisis del nacionalismo populista cubano».
[2] García Bárcenas, Rafael. “Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Historia, doctrina, estrategia, principios…..abril 1953”. En 13 documentos de la insurrección, Selección de impresión Capitolio Nacional, La Habana, diciembre de 1959, p. 11
[4] Echeverría, José Antonio. “Manifiesto al Pueblo de Cuba”, Alma Mater, marzo de 1956, p. 1
[5] García Bárcenas, Rafael. “Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Historia, doctrina, estrategia, principios…..abril 1953”. En 13 documentos, ibid, p. 13
[6] Carta Semanal, 26 de febrero de 1957
[7] Carta Semanal, 20 de marzo de 1957
[8] En la FEU, “no había armas, por lo menos en lo que nosotros conocíamos como FEU y nos preocupaba. Quisimos prevenir a Fidel de que nosotros no teníamos ninguna preparación material, como la vida demostró que era verdad, la vida demostró que Fidel no tuvo apoyo en La Habana en el desembarco, y eso era un acuerdo de la «Carta de México». Entrevista de Eloise Linger con Elvira Díaz Vallina. Archivo del autor.
[9] Debo esta observación al investigador Frank Josué Solar Cabrales, profesor de la Universidad de Oriente, un estudioso de la historia de la FEU y del DR, a quien le agradezco la atenta lectura que hizo de todo el texto y sus múltiples sugerencias de revisión.
[10] “Alocución al pueblo de Cuba”. 13 Documentos…., ibid, p. 43