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Ante la perspectiva de la complejidad de
todos los procesos y fenómenos que nos rodean, se impone un giro hacia la
pluralidad del talento en la actividad científica, sin obviar que la propia
dinámica social ha conllevado a la transformación de los modos de practicar la
ciencia, involucrada inevitablemente en la economía, la política y todo el
desenvolvimiento de la vida contemporánea.
La ciencia ha cambiado. Sus modos
de hacer evolucionan y el científico no es más aquel personaje iluminado y
solitario que encerrado en su laboratorio descifraba grandes enigmas. Las
investigaciones contemporáneas precisan de diversos especialistas para el
desarrollo de un mismo proyecto; generar nuevos conocimientos resulta con
frecuencia un objetivo inviable si no se cuenta al menos con un equipo
multidisciplinario.
Ante la perspectiva de la complejidad de todos los procesos y fenómenos que nos rodean, se impone un giro hacia la pluralidad del talento en la actividad científica, sin obviar que la propia dinámica social ha conllevado a la transformación de los modos de practicar la ciencia, involucrada inevitablemente en la economía, la política y todo el desenvolvimiento de la vida contemporánea.
Rutinas clásicas como la búsqueda de la verdad y el dominio de la naturaleza, propias de la ciencia moderna, conviven con otras más abarcadoras en las que el conocimiento deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio para otros fines. Tal transformación es definida por el filósofo español Javier Echeverría en su libro La revolución tecnocientífica como “la fase evolutiva más avanzada de la práctica de la ciencia”.
La inviabilidad de la investigación sin el apoyo de las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones, la producción de conocimiento científico-tecnológico como un nuevo sector de la economía y la presencia de una heterogeneidad de agentes, medios e instrumentos que integren los equipos investigadores, son rasgos fundamentales de la tecnociencia a la luz del citado autor.
En Cuba, la consolidación del llamado Polo Científico, hoy reintegrado en BioCubaFarma, como grupo empresarial, apunta a la presencia de estas características de la más evolucionada forma de actividad investigativa, si se toma en cuenta su estructura y dinámica muchas veces denominada de “ciclo completo”.
Apoyados en el impulso de un nuevo sector económico, este sistema científico-tecnológico ha conseguido mantener en el transcurso de más de tres décadas relaciones comerciales con más de medio centenar de naciones; contar con patentes registradas en alrededor de 60 Estados y proporcionar un notable aporte a los programas médicos y agrícolas internos.
Todo ello revela la existencia de un singular sector en la Isla identificado con la noción de “práctica tecnocientífica” y consiguientemente marcado por la perspectiva de que el “incremento del conocimiento, incluida la investigación básica, no es más que un medio para aumentar las capacidades de acción, en este caso las empresariales”.
La riqueza de esta experiencia trasciende la propia trayectoria del Polo Científico y deviene punto de partida para una deseable ampliación del modelo en el sistema de ciencia del país, que puede conducir al desarrollo de la llamada industria de alta tecnología y a su correspondiente impacto en la vida social.
A un cambio de mentalidad que desborde los valores del ámbito académico estarían expuestos entonces los científicos implicados, porque, al decir del propio Javier Echeverría, en la práctica tecnocientífica la interdisciplinariedad es una herramienta para incrementar la capacidad de innovación de los grupos que investigan y generan conocimiento, pero también de los que lo distribuyen, difunden y utilizan.
La carencia de este enfoque plural, visto desde el ámbito de la comunicación, se manifiesta en la sociedad a través del predominio de una imagen acrítica de la ciencia y la tecnología, sustentada en el presupuesto de la responsabilidad y ética de los investigadores, como garantía de sus valores morales. El público, cuando no es capaz de percibir los impactos nocivos que también implican las innovaciones tecnocientíficas, se comporta como un consumidor pasivo e inconsciente ante los nuevos productos que se integran a la vida cotidiana.
Se impone pues una mirada renovadora hacia nuestra actividad investigativa, centrada en su carácter social y en sus potencialidades económicas, porque el conocimiento en el ámbito de la ciencia y la tecnología constituye un medio encaminado a mejorar la salud humana o alcanzar beneficios económicos, entre un sinnúmero de transformaciones que la tecnociencia es capaz de provocar en la sociedad.
Ante la perspectiva de la complejidad de todos los procesos y fenómenos que nos rodean, se impone un giro hacia la pluralidad del talento en la actividad científica, sin obviar que la propia dinámica social ha conllevado a la transformación de los modos de practicar la ciencia, involucrada inevitablemente en la economía, la política y todo el desenvolvimiento de la vida contemporánea.
Rutinas clásicas como la búsqueda de la verdad y el dominio de la naturaleza, propias de la ciencia moderna, conviven con otras más abarcadoras en las que el conocimiento deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio para otros fines. Tal transformación es definida por el filósofo español Javier Echeverría en su libro La revolución tecnocientífica como “la fase evolutiva más avanzada de la práctica de la ciencia”.
La inviabilidad de la investigación sin el apoyo de las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones, la producción de conocimiento científico-tecnológico como un nuevo sector de la economía y la presencia de una heterogeneidad de agentes, medios e instrumentos que integren los equipos investigadores, son rasgos fundamentales de la tecnociencia a la luz del citado autor.
En Cuba, la consolidación del llamado Polo Científico, hoy reintegrado en BioCubaFarma, como grupo empresarial, apunta a la presencia de estas características de la más evolucionada forma de actividad investigativa, si se toma en cuenta su estructura y dinámica muchas veces denominada de “ciclo completo”.
Apoyados en el impulso de un nuevo sector económico, este sistema científico-tecnológico ha conseguido mantener en el transcurso de más de tres décadas relaciones comerciales con más de medio centenar de naciones; contar con patentes registradas en alrededor de 60 Estados y proporcionar un notable aporte a los programas médicos y agrícolas internos.
Todo ello revela la existencia de un singular sector en la Isla identificado con la noción de “práctica tecnocientífica” y consiguientemente marcado por la perspectiva de que el “incremento del conocimiento, incluida la investigación básica, no es más que un medio para aumentar las capacidades de acción, en este caso las empresariales”.
La riqueza de esta experiencia trasciende la propia trayectoria del Polo Científico y deviene punto de partida para una deseable ampliación del modelo en el sistema de ciencia del país, que puede conducir al desarrollo de la llamada industria de alta tecnología y a su correspondiente impacto en la vida social.
A un cambio de mentalidad que desborde los valores del ámbito académico estarían expuestos entonces los científicos implicados, porque, al decir del propio Javier Echeverría, en la práctica tecnocientífica la interdisciplinariedad es una herramienta para incrementar la capacidad de innovación de los grupos que investigan y generan conocimiento, pero también de los que lo distribuyen, difunden y utilizan.
La carencia de este enfoque plural, visto desde el ámbito de la comunicación, se manifiesta en la sociedad a través del predominio de una imagen acrítica de la ciencia y la tecnología, sustentada en el presupuesto de la responsabilidad y ética de los investigadores, como garantía de sus valores morales. El público, cuando no es capaz de percibir los impactos nocivos que también implican las innovaciones tecnocientíficas, se comporta como un consumidor pasivo e inconsciente ante los nuevos productos que se integran a la vida cotidiana.
Se impone pues una mirada renovadora hacia nuestra actividad investigativa, centrada en su carácter social y en sus potencialidades económicas, porque el conocimiento en el ámbito de la ciencia y la tecnología constituye un medio encaminado a mejorar la salud humana o alcanzar beneficios económicos, entre un sinnúmero de transformaciones que la tecnociencia es capaz de provocar en la sociedad.