Imprimir artículo
Por MARJORIE PEREGRÍN Y ONEDYS CALVO
Por MARJORIE PEREGRÍN Y ONEDYS CALVO
Los
avatares de la sociedad cubana en los últimos años, a partir de la década de
1990, las limitaciones de la economía y a la vez los nuevos rumbos en ese
ámbito han creado realidades complejas ante las que hoy se manejan conceptos
como desigualdad y redistribución de la riqueza, economía solidaria y
compromiso social, temas que aborda en esta entrevista la doctora Mayra Espina,
socióloga e investigadora en temas de pobreza y desigualdad social, y oficial
de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, COSUDE.
Primero que todo, doctora, ¿podría definir el concepto de
desigualdad?
-El
término desigualdad, como palabra común, no tiene connotación negativa alguna,
pues significa diferencia, diversidad; compara objetos, personas… Pero en el
ámbito social sí tiene una carga de negatividad, pues su significado es que en
una sociedad concreta, histórica, los diferentes grupos sociales tienen niveles
diferentes de acceso al bienestar, oportunidades de vida y de ascenso social, y
se marcan entonces relaciones de inequidad.
Dado que el tema incita a la polémica y genera muchas opiniones,
queremos mencionar algunas de las impresiones que recogimos en las calles de La
Habana. Por ejemplo: la aparente igualdad genera desigualdad; el hecho de que
algunos tengan acceso a cosas como autos o casas de calidad crea una
desigualdad, y es algo normal en cualquier sociedad, porque está el hecho de
que unos tienen mejores salarios o ingresos que otros; es algo que existe en
cualquier sociedad, y es natural, y atañe a todo, incluido el pensamiento, los
gustos… Hay sectores de la población muy desprotegidos. Hay que mejorar la
situación del salario y que las cosas estén más equilibradas, pues hay una gran
desproporción entre ingresos y lo que se debe pagar por servicios y productos.
Unos opinaron que en Cuba hay desigualdad social y otros que no, porque hay igualdad
de derechos, como el acceso a la educación y a la salud… ¿Es ciertamente algo
intrínseco de las sociedades la existencia de la desigualdad?
-Me ha
sorprendido que algunos consideren la desigualdad como algo normal, natural. No
me gusta usar términos técnicos que enrarezcan la conversación, pero en
sociología llamamos a esto un proceso de naturalización. Es decir, las
sociedades comienzan a aceptar procesos que son negativos y los asumen como la
única manera en que puede existir la sociedad.
Lo
primero que me gustaría comentar es que en lo social no hay nada natural. No es
un orden natural. Somos seres biológicos pero esa es sólo una parte de nuestra
esencia. Todo lo que existe en la sociedad es construido, humanamente
construido, cultural; es una manera de relacionarse, y no la única.
Sobre
esa idea de que siempre ha habido desigualdad de pensamiento, de filosofía: no
nos estamos refiriendo a eso; claro que hay diversidad de maneras de pensar, de
gustos, de necesidades, intereses, ideas, y esa diversidad es lo típicamente
social. Lo que pasa es que esa diversidad no debe implicar diferentes accesos
al bienestar. Casi siempre se le ponen apellidos: desigualdad socioeconómica,
desigualdad racial, de género… Y lo que está queriendo decirse con esa desigualdad
al comparar grupos es que hay una ventaja para unos y una desventaja para
otros. Esa ventaja y esa desventaja no siempre están justamente explicadas, no
siempre tienen como base la justicia, sino que, como regla, hay una situación
de injusticia social. Y hacia ahí va la crítica, no a la diversidad de
pensamiento, de gustos, de ideas, de manera de vivir, sino a la desigualdad que
implica desventaja para uno.
Si comparamos a la Cuba de hoy con la de los ´80, con el ideal
social de la Revolución, pues podemos encontrar que las desigualdades son ahora
sustantivas
Algunos entrevistados en la calle dijeron que sí hay desigualdad
en Cuba; otros que no…
-Mi
punto de vista es que en Cuba en estos momentos existe un grado se desigualdad
significativo y creciente. Claro que aquí valdría aclarar que cuando uno mide
desigualdad también depende de con qué se compara. En la literatura y en la
prensa siempre se habla de Brasil como el campeón de la desigualdad; lo que
quiere decir es que la distancia entre las personas que mejor viven y las que
peor viven es muy grande, y hay desde la pobreza más extrema hasta la riqueza
más conspicua. Entonces, si comparamos a Cuba con casos como el de Brasil,
nuestro nivel de desigualdad podría ser pequeño; si comparamos a Cuba con otras
sociedades más de nuestra escala, digamos Centroamérica o República Dominicana,
nuestro grado de desigualdad es relativamente pequeño.
Pero
si comparamos a la Cuba de hoy con la de los ´80, con el ideal social de la
Revolución, pues podemos encontrar que las desigualdades son ahora sustantivas.
Y le pediría a quienes consideran que no hay desigualdad, por ejemplo habaneros
y habaneras, que miren a su alrededor, y se fijen en tres cosas: las casas, el
medio de transporte y (en la sociología hay una especialidad llamada
“sociología de la basura”, que estudia las desigualdades a partir de los
desechos de los barrios) los basureros, su contenido en los distintos barrios o
en las casas. Mi respuesta es esa: los estudios sociológicos indican que somos
hoy mucho más desiguales que en la década de 1980, si compramos niveles de
ingresos, salarios… Pero no hay que ser sociólogo. Caminando por la ciudad uno
puede ver a simple vista esas desigualdades.
Muchos mencionan los años de 1980 como un referente, un tiempo en
que se vivió de mejor manera y en el que se veía menos desigualdad… ¿Sería una
salida re-mirar a los ´80, replantearse el modelo de esa época?
-La
nostalgia de los ´80 tiene una cierta justificación, y todos los que tenemos
memoria de entonces, sobre todo los que fuimos adolescentes y jóvenes, no
podemos evitar cierta nostalgia, especialmente porque era una sociedad muy
diferente. La época de los ´80 es probablemente la expresión culminante de ese
logro del proyecto social cubano de alcanzar la satisfacción de las necesidades
básicas a un nivel decoroso para las grandes mayorías, prácticamente la
totalidad de la población. Y eso hace una diferencia, porque cuando la sociedad
no tiene que luchar individualmente por la subsistencia, las relaciones
sociales son menos violentas, menos competitivas… Creo que quienes podemos
recordar los ´80 sentimos esa añoranza: necesidades básicas cubiertas y un
nivel de competitividad relativamente bajo.
En ese
sentido, sí, los ´80 representan un avance de igualdad grande. Algunos estudios
señalan que en los ´80 la franja de población en situación de desventaja, lo
que podríamos llamar pobreza (quienes no pueden satisfacer sus necesidades
básicas a partir de sus ingresos y necesitan asistencia, amparo) era del 5-6%.
Era un momento de políticas sociales muy robustas: esas personas estaban
protegidas, tenían bajos ingresos, tenían necesidades no cubiertas pero había
una protección. La diferencia de ingresos entre las personas que eran
trabajadores estatales estaba entre 1 y 4,5%, lo que quiere decir que quienes
más ganaban lo hacían en un máximo de 4,5 veces por encima de los que menos
ganaban. Es una diferencia muy pequeña, y si además todos tienen cubiertas las
necesidades básicas, se convierte en una diferencia insignificante.
Es un reto que hoy está más vivo que nunca: la necesidad de que
las políticas sociales y el avance de la igualdad estén respaldados por una
economía fuerte.
Hay
que anotar un “pero”. ¿Por qué los ´80 no son un modelo para volver?
Primeramente, no son “reconstruibles”. Fueron fruto de una situación
internacional hoy inexistente. Y aun si pudieran reconstruirse, sigo pensando
que no es el modelo, por muchas razones, pero dos fundamentales: primero, no
había un sostén económico para esos avances sociales, y cuando uno revisa los
estudios económicos de aquellos años ve que la economía se iba debilitando, la
productividad del trabajo decaía… Hoy hablamos de la seguridad alimentaria,
pero los problemas de la productividad agraria venían de los ´80, y los de la
producción industrial… No había una economía robusta para sostener esos logros
sociales. Es un reto que hoy está más vivo que nunca: la necesidad de que las
políticas sociales y el avance de la igualdad estén respaldados por una
economía fuerte.
Segundo,
era una igualdad con poca sensibilidad para la diversidad. Parece un
trabalenguas, pero explico brevemente. En esa época, la igualdad estaba un poco
sostenida por una distribución igualitarista, una libreta de abastecimientos
que consideraba que todos tenían las mismas necesidades, y que incluso daba ron
y cigarros como productos subvencionados. Es un avance de igualdad que
desconoce la diversidad, el hecho de que no todo el mundo tiene las mismas
necesidades.
Estos
dos elementos indican que deberíamos ir hacia otro modelo para avanzar en la
igualdad.
En las entrevistas con ciudadanos en la calle algunos mencionaron
temas como el salario, los sectores más desprotegidos y el acceso a los
productos básicos. ¿Cuál es su visión al respecto?
-La
desigualdad en Cuba tiene hoy un patrón de distribución que hace que algunos
grupos sociales soporten el mayor peso. ¿Qué pasó desde los ´80 a la fecha?:
Una crisis muy profunda en los ´90, que afectó la capacidad del Estado para
mantener a plenitud aquel rol de amparo total, y que hizo que prácticamente de
la noche a la mañana todas las familias cubanas tuvieran que comenzar a vivir
de cara al mercado. Disminuyó considerablemente aquella parte de bienes y
servicios gratuitos o subvencionados y aumentó la proporción de las necesidades
que debemos satisfacer a través de nuestros ingresos y según las reglas del
mercado. Esto hace que no todos los grupos estén en la misma situación para
enfrentar tal circunstancia.
Cuando
uno mira cuáles son los grupos más afectados, la primera consideración que se
puede hacer es la de la historia: grupos que tienen una desventaja y que de los
´60 a los ´80 lograron avanzar, pero que regresan a la situación de desventaja
con la crisis. Los que más se vieron afectados por la situación de los ´90, y
que aún padecen esa situación de desventaja, son ancianos, negros y mestizos,
mujeres (especialmente las mujeres jefas de hogar, de baja calificación y con
varios hijos y pocas oportunidades para hallar un buen empleo).
La
desigualdad también tiene una distribución territorial inequitativa. Por
ejemplo, la zona oriental del país acumula el mayor peso de estas desventajas.
Y dentro de las propias provincias, en las ciudades, hay zonas más
desfavorecidas que otras. Ese es el sentido de la desigualdad: no todo el mundo
la padece igual, no está igualmente repartida, hay ganadores y perdedores.
Alguien
hablaba del tema del salario. Esa fue una de las grandes consecuencias de la
crisis. Un salario que deja de tener capacidad para satisfacer esas necesidades
individuales y familiares… Se ve incluso en la emergencia de verbos como
“resolver”, “luchar”, que apuntan a que la gente no puede vivir ya su vida de
la manera en que la vivía antes yendo a trabajar, cobrando su salario regular…
La
idea de la pirámide invertida, de la que se hablaba mucho en los ´90, y que
quiere decir que la sociedad se organiza teniendo arriba a los que más tienen y
abajo a los que menos. En los ´80, esa pirámide se distribuía más bien por
calificación –si usted tenía una alta calificación, tenía un buen trabajo y
ganaba más. De los ´90 en adelante, arriba puede estar el que tiene algo que
vender, el que monta un negocio, etcétera, y algunas profesiones muy
significativas para la sociedad, como la de maestro o médico, se han devaluado
en términos de retribución material.
Se empezaron a legitimar conductas que antes hubieran sido
inaceptables, socialmente negativas. Me parece que lo que hizo el lenguaje fue
“bajarle” carga crítica a esas conductas.
Hablaba de la pirámide invertida, y de los términos como
“resolver” y “luchar”, que también llevan implícitos cambios de valores…
-Es
una de las consecuencias de la crisis de los ´90 de mayor impacto, o más
compleja para superarla, aun cuando logremos levantarnos desde el punto de
vista económico. Hablamos de una sociedad que sufre un impacto muy grande, una
interrupción muy brusca de una realidad como la de los ´80, con un nivel
decoroso de satisfacción de las necesidades básicas para las grandes mayorías.
Hay una definición sociológica de crisis según la cual una crisis social es una
situación en que las prácticas cotidianas de las personas dejan de ser
eficientes para satisfacer sus necesidades básicas, para vivir una vida normal.
La nueva situación de los ´90 fue tan brusca, tan violenta, tan inesperada,
generó un escenario de incertidumbre tan grande, que las personas empezaron
entonces, con sus propios recursos, a encontrar maneras de satisfacer sus
necesidades. Se empezaron a legitimar conductas que antes hubieran sido
inaceptables, socialmente negativas. Me parece que lo que hizo el lenguaje fue
“bajarle” carga crítica a esas conductas.
¿Dónde estaría el modelo de igualdad legítimo?
-En
una sociedad de recursos limitados, donde no todos pueden acceder de igual
forma a esos recursos, pues la regla para acceder debería ser ese esfuerzo
personal, esa contribución al bien común… Hay otra regla de que no hemos
hablado, que es la solidaridad. No todo el mundo puede aportar al bien común,
por vejez, por incapacidad, por diferentes condiciones. Esas personas deben ser
atendidas, tener las mismas oportunidades. Digamos que ese aporte al bien común
y la solidaridad serían como las dos reglas para una igualdad legítima, o una
igualdad con un grado mínimo de injusticia social.
Estamos
viviendo un momento de expansión de oportunidades, a mi modo de ver aún
limitadas; creo que el listado de actividades por cuenta propia está por debajo
de las posibilidades de la sociedad cubana, que acumula tanta calificación y
creatividad. Creo que es un proceso, y pienso que el espectro se va a seguir
ampliando.
Es
fácil comprobar cómo este nuevo momento está cambiando la ciudad, no siempre
para bien: el proceso ha estado acompañado de desorden, arbitrariedad,
apropiación privada de espacios públicos y otros problemas, pero quiero pensar
que se trata de un momento inicial y que todo esto se someterá a un orden para
que esas nuevas oportunidades e iniciativas, además de proveer ingresos a
quienes lo hacen, generen un impacto más positivo en la sociedad.
Creo
que aquí hay una ventana de oportunidad que la sociedad cubana está
aprovechando con los recursos que tiene, sobre toda la ingeniosidad, el no
dejarse derrotar, el buscar siempre opciones. La parte preocupante es la
desventaja que se va acumulando en el otro polo. Permite que algunos prosperen,
y es una tendencia positiva que alguien pueda mejorar su vida y la de otros con
su trabajo, pero, por otra parte, se van acumulando estas desventajas de
algunos grupos que están en el otro lado de la línea.
Lo
importante en términos de política social es que ese acumulado de desventajas
no es casual: se acumula porque hay grupos que no pueden aprovechar las nuevas
oportunidades. Para avanzar, para hacer una movilidad social (cambiar de
ubicación en la sociedad para mejorar o empeorar) ascendente hay que tener
algunas cosas que se pueden presentar en el mercado: casa para alquilar, carro
para transportar, un familiar en el extranjero que mande un capital para
iniciar un negocio… Hay que tener un patrimonio, o dotes personales,
conocimientos o habilidades específicas con gran demanda. Nada de esto es
ilegítimo, pero no se puede olvidar que en el otro extremo hay grupos que no
tienen ninguna de estas condiciones, o ventajas. Estas son personas que necesitan
un apoyo especial: necesitan calificarse, pero no como todo el mundo, sino
tomando en cuenta sus especificidades (por ejemplo, cursos que tomen en cuenta
que las mujeres con niños pequeños no pueden ir a la misma hora que los demás,
o métodos que faciliten créditos con intereses muy bajos y muchas facilidades
de pago…). Hay herramientas para apoyar políticas que amparen especialmente a
aquellos con las menores condiciones para aprovechar las nuevas oportunidades.
En ese escenario de nuevos emprendimientos, algunos especialistas
e incluso emprendedores piensan que éste es el momento de crear el compromiso
social en todo ese nuevo sector no estatal emergente, con su comunidad, con las
personas que le rodean, con la sociedad de forma general…
-Creo
que es necesario. El momento que estamos viviendo exige un nuevo consenso
social o una nueva articulación entre el Estado, la ciudadanía y este pequeño
sector de emprendedores, el nuevo sector cooperativo, que implica un compromiso
solidario por el bien de la sociedad en su conjunto. Y hay muchas maneras de
hacerlo. Creo que el Estado requiere nuevos roles para apoyar a personas en
desventaja, mientras que los nuevos grupos deben tomar conciencia de que ellos
también viven beneficios de una sociedad que ampara: dígase gratuidades, salud
y educación para todos. Creo que ahí está el eje de ese compromiso: no es
pedirles un compromiso en el vacío, sino de una sociedad que también tiene
compromisos con ellos.
Hay
muchas maneras de retribuir, la primera es la de los impuestos, pero también
una mirada de lo que se llama la economía solidaria, la responsabilidad social:
estas pequeñas iniciativas tienen lugar en entornos comunitarios donde hay
grupos variados, y pueden mejorar sus ingresos y a la vez mejorar su comunidad.
Creo que es el camino, no es fácil pero debemos emprenderlo de esta manera
solidaria.
Tener
sensibilidad para encontrar las desigualdades, para hallar que vivimos con
ellas, y movilizarnos para superarlas es parte del compromiso individual de
cada uno.