Por Miguel Febles Hernández
Como diría el célebre Sherlock Holmes: ¡Elemental, amigo Watson! Ningún negocio, establecimiento, entidad o timbiriche se crea para generar pérdidas. De ser así, su dueño no dudaría un segundo en cerrarlo o en transformar el perfil productivo o comercial para buscar la imprescindible solvencia económica.
A pesar de constituir tal aseveración una verdad irrebatible, clara y evidente, ha costado mucho trabajo hacerla parte consustancial de la gestión empresarial, enmarañada en viejas prácticas con resultados casi siempre cuestionables en materia de eficiencia y rentabilidad.
El primer golpe de aldaba para acabar de una vez por todas con el flagelo de las pérdidas económicas en las empresas estatales cubanas se dejó escuchar en el VI Congreso del Partido, al quedar refrendada tal decisión en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.
Plantea el documento que "las empresas estatales o cooperativas que muestren sostenidamente en sus balances financieros pérdidas, capital de trabajo insuficiente, que no puedan honrar con sus activos las obligaciones contraídas o que obtengan resultados negativos en auditorías financieras, serán sometidas a un proceso de liquidación o se podrán transformar en otras formas de gestión no estatal".
Sin embargo, transcurridos casi tres años de la aprobación de los Lineamientos, todavía existen empresas, sobre todo en el sector agropecuario, cuyo estado económico-financiero es lamentable y en algunos casos, a pesar de los reiterados llamados de alerta, no se vislumbra un cambio radical a corto plazo.
Todavía en la mente de ciertos directivos pe-san sobremanera experiencias ya vencidas por el tiempo, como el subsidio por pérdidas u otras formas de financiamiento, cual tabla salvadora del Estado para enmendar los descalabros en el cumplimiento de los planes y en el control sobre los gastos empresariales.
A la espera siempre del rescate desde "arriba", que les saque las castañas del fuego; en no pocos equipos de dirección se enraizó el inmovilismo, la rutina, el actuar negligente, la mediocridad y la falta de iniciativa, fenómenos que inciden negativamente en el buen desempeño de cualquier organización.
Cuando en determinado escenario se les escucha explicar la manera de sacar a flote las entidades que dirigen, queda claro enseguida que no tienen una visión exacta e integral de cómo salir del atolladero, solo proponen medidas coyunturales que apenas sirven para apuntalar los problemas sin ir a su solución definitiva.
Poco cambiará el estado de cosas si no se elimina el personal improductivo que todavía pulula por las entidades, el pago de salarios sin respaldo productivo, el inadecuado manejo de los créditos bancarios, los inventarios ociosos, los gastos por pérdidas de animales o cosechas, y la interminable cadena de impagos.
El asunto va más allá de un simple reacomodo: se trata de vincular los ingresos a los resultados que se obtengan, elevar la productividad, diversificar la producción y los servicios, incrementar los rendimientos, y buscar nuevas alternativas y variantes para desplegar al máximo las potencialidades de cada entidad.
Solo de esta manera, con mayor autonomía pero también con mayor responsabilidad, las empresas podrán "oxigenar" las cuentas y generar utilidades que aseguren el desarrollo endógeno, el cumplimiento de las obligaciones fiscales y la contribución al progreso y bienestar social de las localidades donde operan.
Amén de otras formas de gestión a asumir como parte del proceso de actualización del modelo económico cubano, la empresa estatal socialista es y será el corazón mismo de la base estructural del país: hacer de ella un ente fuerte y organizado constituirá, por tanto, el desvelo mayor de todos.
Como diría el célebre Sherlock Holmes: ¡Elemental, amigo Watson! Ningún negocio, establecimiento, entidad o timbiriche se crea para generar pérdidas. De ser así, su dueño no dudaría un segundo en cerrarlo o en transformar el perfil productivo o comercial para buscar la imprescindible solvencia económica.
A pesar de constituir tal aseveración una verdad irrebatible, clara y evidente, ha costado mucho trabajo hacerla parte consustancial de la gestión empresarial, enmarañada en viejas prácticas con resultados casi siempre cuestionables en materia de eficiencia y rentabilidad.
El primer golpe de aldaba para acabar de una vez por todas con el flagelo de las pérdidas económicas en las empresas estatales cubanas se dejó escuchar en el VI Congreso del Partido, al quedar refrendada tal decisión en los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.
Plantea el documento que "las empresas estatales o cooperativas que muestren sostenidamente en sus balances financieros pérdidas, capital de trabajo insuficiente, que no puedan honrar con sus activos las obligaciones contraídas o que obtengan resultados negativos en auditorías financieras, serán sometidas a un proceso de liquidación o se podrán transformar en otras formas de gestión no estatal".
Sin embargo, transcurridos casi tres años de la aprobación de los Lineamientos, todavía existen empresas, sobre todo en el sector agropecuario, cuyo estado económico-financiero es lamentable y en algunos casos, a pesar de los reiterados llamados de alerta, no se vislumbra un cambio radical a corto plazo.
Todavía en la mente de ciertos directivos pe-san sobremanera experiencias ya vencidas por el tiempo, como el subsidio por pérdidas u otras formas de financiamiento, cual tabla salvadora del Estado para enmendar los descalabros en el cumplimiento de los planes y en el control sobre los gastos empresariales.
A la espera siempre del rescate desde "arriba", que les saque las castañas del fuego; en no pocos equipos de dirección se enraizó el inmovilismo, la rutina, el actuar negligente, la mediocridad y la falta de iniciativa, fenómenos que inciden negativamente en el buen desempeño de cualquier organización.
Cuando en determinado escenario se les escucha explicar la manera de sacar a flote las entidades que dirigen, queda claro enseguida que no tienen una visión exacta e integral de cómo salir del atolladero, solo proponen medidas coyunturales que apenas sirven para apuntalar los problemas sin ir a su solución definitiva.
Poco cambiará el estado de cosas si no se elimina el personal improductivo que todavía pulula por las entidades, el pago de salarios sin respaldo productivo, el inadecuado manejo de los créditos bancarios, los inventarios ociosos, los gastos por pérdidas de animales o cosechas, y la interminable cadena de impagos.
El asunto va más allá de un simple reacomodo: se trata de vincular los ingresos a los resultados que se obtengan, elevar la productividad, diversificar la producción y los servicios, incrementar los rendimientos, y buscar nuevas alternativas y variantes para desplegar al máximo las potencialidades de cada entidad.
Solo de esta manera, con mayor autonomía pero también con mayor responsabilidad, las empresas podrán "oxigenar" las cuentas y generar utilidades que aseguren el desarrollo endógeno, el cumplimiento de las obligaciones fiscales y la contribución al progreso y bienestar social de las localidades donde operan.
Amén de otras formas de gestión a asumir como parte del proceso de actualización del modelo económico cubano, la empresa estatal socialista es y será el corazón mismo de la base estructural del país: hacer de ella un ente fuerte y organizado constituirá, por tanto, el desvelo mayor de todos.