Por Rafael Fraguas
Un ataúd con las iniciales M.C. correspondientes a las de Miguel de Cervantes,
que contenía restos de huesos en su interior, fue hallado este sábado
en la cripta de las Trinitarias, convento donde desde el pasado mes de
abril se buscan los restos del escritor universal, extraviados
intramuros del cenobio femenino, hace cuatro siglos. Las iniciales están
formadas con numerosas tachuelas de media pulgada de extensión cada
una.
El hallazgo del ataúd se produjo al mediodía del sábado, según
fuentes de la investigación, que mantuvieron un intenso hermetismo ante
las dudas que aún albergaban entonces. Sin embargo, todo indicaba este
domingo que el féretro, muy carcomido por la humedad y los xilófagos
salvo en su cabecera, donde se encuentran insertas las iniciales —que
presentan signos de oxidación de color verdoso— albergó el cadáver del
Príncipe de las Letras, allí enterrado el 23 de abril de 1616.
El equipo investigador que realiza la indagación, y que capitanea en
esta fase el médico forense Francisco Etxeberria, no se atreve todavía a
asegurar de manera incontestable que los restos óseos hallados dentro
del féretro pertenezcan a Cervantes.
En
un primer momento, al introducir un estilete rematado por una
microcámara en el interior de una de las sepulturas cuya erosión
permitió eludir su perforación previa, se detectó dentro de ella la
presencia de material osteológico. Estos restos no presentaban lo que
los forenses denominan posición primaria, es decir, exentos e
individualizados, sino que los huesos se encontraron mezclados con
otros, casi con plena certeza infantiles, que se hallaban a los pies del
ataúd y que fueron extraídos al principio de la operación, antes de
descubrir la cabecera del ataúd con las letras iniciales.
En un primer momento, la euforia se adueñó de los investigadores —más
de una decena de ellos se hallaba en el interior del la cripta
Trinitaria, situada a 4,80 metros bajo la cota del suelo de la iglesia
del convento, donde en la mañana del sábado se había autorizado por
primera vez en nueve meses la entrada de periodistas gráficos y
literarios a la cripta.
En un momento determinado, muchos de los investigadores se
congregaron en torno a una de las sepulturas halladas en el suelo de
barro, cercadas por un perímetro de ladrillos cocidos colocados de
canto. Aquel desplazamiento permitió sospechar que se trataba de un
hallazgo relevante, si bien se dijo entonces que tan solo se trataba de
unos huesos de un párvulo, como se denominaba en el siglo XVII a los
niños bautizados menores de siete años.
Los trabajos de arqueología y de medicina forense se enfrentan ahora
al examen detallado de los restos hallados dentro del féretro signado
por las iniciales M y C. Su primera tarea consistirá en segregar los
huesos infantiles de los procedentes de osamentas adultas. Luego, una
vez aislados los de los adultos, discriminarán los femeninos y los
masculinos, ya que acostumbran presentar importantes diferencias
anatómicas, como los arcos superciliares en los cráneos masculinos, que
no existen en los de las mujeres.
Más adelante, una vez seleccionados los restos óseos masculinos, se
procederá a descubrir si presentan algunas de las lesiones que
caracterizaron la osamenta de Cervantes. En aquella, pueden quedar
marcas de la atrofia ósea en los huesos del metacarpo de la mano
izquierda y los impactos de pelotas de arcabuz en el esternón,
procedentes de las heridas sufridas por Cervantes en la batalla de
Lepanto. Empero, el esternón, por ser parcialmente cartilaginoso, puede
presentar más dificultades para la posterior identificación. Hay dos
datos anatómicos más que pueden guiar a los forenses y arqueólogos, tras
la detección inicial del georradarista Luis Avial y su equipo dentro de
la sepultura. Además de la edad, de 68 años, a la que murió Cervantes,
sus restos habrán de presentar la dentadura plenamente desdentada
—conservaba al morir solo seis piezas— y una artrosis deformaba,
combándola, su columna vertebral.
Hay además otros indicadores que ya están siendo estudiados por los
investigadores: los restos textiles del sudario franciscano con el que
fue presumiblemente enterrado —se unió a la venerable Orden Tercera
tiempo antes de su muerte— y la propia madera del ataúd, pues puede
datarse su cronología mediante distintos procedimientos analíticos.
(Tomado de El País)