Por Kathleen Madigan
La palabra "estanflación" se murmura como una posible amenaza para la economía de Estados Unidos. Aquellos que vivieron durante las décadas de los 70 y 80 saben que las condiciones actuales no están ni cerca del lamentable estado de ese entonces.
Es importante considerar que en estos días al generador de la inflación le está faltando un ingrediente clave: las presiones salariales. Basta con sólo mirar el informe de costos de em
pleo del viernes.
La palabra estanflación, que describe una situación donde la tasa de inflación es alta y el ritmo del crecimiento económico bajo, se hizo popular hace alrededor de tres décadas cuando la expansión económica de Estados Unidos se estancó y la inflación se disparó a la estratoósfera.
Desde 1979 a 1981, el producto interno bruto registró un crecimiento promedio de sólo 1,8% (incluyendo una corta recesión en 1980). La inflación anual, medida por el índice de precios al consumidor, promedió un altísimo nivel de 11,7%. La inflación básica, que excluye los alimentos y la energía, también experimentó un fuerte aumento promedio, de 10,9% durante esos tres años.
En la situación actual, el PIB real se desaceleró en el primer trimestre. Pero la mayoría de los problemas parecen ser temporales, y se espera que el crecimiento se sitúe por sobre 3% este año. El IPC ha registrado un alza de 2,7% en el año que finalizó en marzo. La inflación básica es de sólo 1,2%, nivel que difícilmente podría considerarse estratosférico.
Es probable que la inflación siga aumentando este año. Más compañías están traspasando a sus clientes las alzas en sus costos de bienes básicos. Y se espera que se incremente la protección contra la inflación.
Sin embargo, las alzas de precios actuales no se saldrán fuera de control como lo hicieron hace tres décadas. El ciclo inflacionario típico involucra aumentos de precios que impulsan al alza los salarios, los que a su vez generan más alzas de precios para cubrir los mayores costos salariales.
Al actual ciclo le falta el paso intermedio: hay demasiada holgura en el mercado laboral estadounidense. Como resultado, los costos laborales apenas se mueven.
El índice del costo del empleo —que mide los ingresos, salarios y
beneficios— subió sólo 2,0% en el año que finalizó en marzo. La tasa representa poca variación en relación al 1,9% promedio de 2010, y cayó en relación al alza de 3,3% justo antes de la recesión. Y debido a que el crecimiento de la productividad sigue siendo sólido, los costos unitarios por trabajador cayeron en 2010.
Aunque los aumentos de precios están reduciendo su poder de compra, los trabajadores no tienen el poder para negociar incrementos salariales.
Eso no era el caso tres décadas atrás. Cuando los precios comenzaron a subir, también lo hicieron los salarios. El crecimiento anual en el pago por hora aumentó desde 7,3% en 1977 hasta 9,0% a mediados de 1981. (De hecho, el índice de costo de empleo se creó para que los encargados de políticas pudieran tener un mejor manejo sobre las presiones que generan los costos laborales a la economía.)
Una importante razón estructural que se entrega para la falta de poder de negociación es la decreciente tasa de participación en los sindicatos. Los contratos sindicales generalmente incluyen un ajuste en los salarios por el costo de vida. En 1983, el primer año para datos comparables, 20,1% de los trabajadores asalariados eran miembros de sindicatos. En 2010, la tasa había caído a 11,9%.
Una importante razón cíclica es el actual alto número de desempleados. La cifra oficial de desempleados es de 13,5 millones. Otros 8,4 millones trabajan a tiempo parcial pero prefieren un trabajo a tiempo completo. Alrededor de otro millón de trabajadores simplemente se dieron por vencidos.
Cuando la oferta excede la demanda, los precios —en este caso, salarios— tienen que ajustarse a la baja. Hasta que los mercados laborales se ajusten significativamente, las empresas tienen mayor margen para manejar sus mayores gastos y costos laborales.
Por eso consideramos que los temores de estanflación son exagerados