Escrito por Paquita Armas Fonseca/Especial para CubaSí
Foto: cortesía de la autora
La foto que ilustra este texto tiene las imágenes de Antonio Moltó Martorell y Caridad Fonseca, él, un periodista de buen tronco que se nos fue este 15 de agosto; ella, mi madre, Caridad, que partió hace cinco años. La escena es de cuando mi hermana, Irma, y yo le celebramos los 50 años de la petición de mano de mi papá, Ramón, de su novia, su querida Cary, sino me equivoco en 1979.
Ambas invitamos a los amigos de mami y papi, y a los nuestros. Moltó fue siempre otro hermano para Irma y yo lo conocía desde 1970, cuando recién puesto un pie en el periódico ¡Ahora! de Holguín, participé a una excursión a los carnavales santiagueros, las fiestas que más me gustan en Cuba, y a los que he renunciado por el calor.
¿Qué decir de un hombre al que de una manera u otro le he seguido la pista durante cinco décadas? Muchas veces supe algunas cosas por Irma, porque no todo fue un camino de rosas en su vida, en ciertas ocasiones lo vi como un Ave Fénix.
Con un historial que se inició en la lucha clandestina, se vincula a la prensa en 1967, cuando estuvo al frente de propaganda en los CDR de la antigua provincia de Oriente, en ese año pasó a trabajar en el entonces Instituto Cubano de Radiodifusión, como periodista, jefe de cierre informativo y director del noticiero informativo de la emisora CMKC, cadena provincial de Santiago de Cuba.
Fue subdirector del ICR en Oriente, director del noticiero de Tele Rebelde y de los servicios informativos de la radio. En 1975 pasó a ser subdirector general y luego vicepresidente encargado de los informativos, a nivel nacional.
Fue miembro de la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC, desde 1967, organización en la que llegó a ocupar el cargo de secretario general de la delegación provincial de Oriente Sur, mi hermana lo era de Oriente Norte. Junto a otros compañeros lograron que en la Facultad de Humanidades se iniciaran los estudios de Periodismo en la Universidad de Oriente.
Antes de llegar a la UPEC nacional en 1999, presidió la delegación de esa institución en La Habana, fue encargado del frente de superación y formación de periodistas, luego director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, hasta su elección como Presidente de la UPEC, en el noveno Congreso efectuado en el año 2013.
Su rico historial fue reconocido con el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida, el Premio Nacional de la Radio y la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez, pero especialmente hablaba de la llave de la Ciudad de Santiago de Cuba, su ciudad natal.
Como periodista fue director de Haciendo Radio y de Hablando Claro en los que la profesión tuvo en él una defensa permanente, por su amor al ejercicio del criterio y realizar un trabajo cercano al pueblo.
Hipertenso, cardiópata, con un infarto que le sacudió el corazón como para llevárselo, se aferró a la vida y a su trabajo como presidente de la UPEC, a la que le dio literalmente su último aliento.
Es increíble que con esa debilidad cardiovascular resistiera tantas semanas un avance de un cáncer, que evidentemente tenía agazapado desde unos años atrás, cuando se operó y quedó bien por… un tiempo. El permanente dolor, del que se quejaba aún cuando trabajaba y la depauperación diaria, fue el diario vivir de su esposa Rebeca Cabrales que se dedicó en cada minuto a atenderlo. Sus hijos pre(ocupados), cerca y todos los periodistas que vimos en él un hombre decente, estábamos pendientes de su evolución.
Hago mías estas palabras de Arleen Rodríguez que escribió en Facebook “Lo que acaba de irse ya no era él. A él tenemos la responsabilidad de mantenerlo vivo, con su don de gente, sus dotes de comunicador y ese sentido de servicio a la Revolución por encima de dolores físicos o de otro carácter. Nos toca hacer que jamás se pierda su capacidad para aglutinar, movilizar y entusiasmar en los momentos más críticos. Viva Moltó, viva la UPEC que engrandeció con su estilo¡¡¡¡¡¡”
Por eso, la foto del principio. Quiero recordarlo bailando con mi madre, bebiendo un trago de ron, como todo un buen jodedor santiaguero que eso era: un corajudo hijo de esta tierra capaz de enfrentar los reveses y celebrar los triunfos, Antonio Moltó Martorell, se entregó a la vida para transformarla no para contemplarla.