Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al interés una parte de sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. […] El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno,
prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos…
José Martí
A propósito de las palabras del cubano universal José Martí, pronunciadas en mayo de 18911
–hace 121 años–, y pensando en la Cuba de hoy, se escribe este ensayo. Sobre todo, porque en la actualidad se debaten problemas que han sido inherentes al desarrollo en la Isla, reconocidos desde entonces, pero soslayados por distintas coyunturas en el devenir de la mayor de las Antillas.
Cuba es una unidad nacional en el sistema de interacciones globales. Relación matizada como es conocido por conflictos políticos e ideológicos ya históricos, donde sobresale la consabida contradicción con los Estados Unidos de Norteamérica. Con la reinserción al comercio mundial en la década de 1990 –proceso que Fernando Martínez Heredia describe como reconexión–, se hizo nítida la necesidad de superar específicos procesos en el desenvolvimiento económico como: el desarrollo de las fuerzas productivas, la innovación tecnológica, la necesidad de una inversión productiva generando círculos virtuosos que potenciaran la creación de industrias endógenas –que abarcarían a las empresas medianas y pequeñas–, la producción de bienes exportables con un valor agregado, entre muchos otros. Hecho que José Martí comprendió y ambicionó superar con el intento de erigir una República “con todos y para el bien de todos”, equilibrando el comercio para asegurar la libertad.
El contexto actual de Cuba exige desarrollar acciones concretas dentro de la estructura económica, según la opinión de diversos entendidos en el tema. Sin embargo, no es un cambio de políticas en relación a la acción del Estado-agencia sobre los sistemas de propiedad, ni tampoco exclusivamente un cambio de “mentalidad” lo que propiciaría expeditamente un crecimiento económico endógeno capaz de sostener orgánicamente –saliendo de las crisis– el desarrollo social alcanzado durante todos estos años. Sería efectivo más bien, un proceso de reorganización socioproductivo, con emergentes mecanismos de participación de diferentes actores sociales (cubanos) junto al Estado como agencia del desarrollo y ampliadas estructuras en la toma de decisiones, con especial énfasis en la descentralización organizada por un fin común.
Cuando se habla de productividad, eficiencia, crecimiento, encadenamientos productivos y la tipicidad de cada uno de ellos en el contexto cubano, se está haciendo referencia a un problema más cardinal: cómo potenciar un crecimiento económico que no redunde en la pérdida total o parcial del sistema social equitativo y solidario. Y este, no está de más decirlo, es un problema que trasciende en un sentido histórico al socialismo, dado que, sus bases fundamentales, se establecieron sobre una condición aun no superada: el subdesarrollo.
Aupando las siempre bien recibidas y omnipresentes palabras del ensayista Julio César Guanche, el análisis de “lo nuevo y lo viejo” es cardinal para el futuro de lo posible. Aunque en esa imaginación, no le corresponde sólo a los economistas discutir los pormenores, ni tampoco es válido la transformación pragmática –o la experimentación– sin la definición concreta de sujetos –quienes pueden participar o mejor quienes deberían hacerlo– conceptos, aspectos u objetos del cambio. Sino que es un ejercicio –teórico y empírico– de muchos en aras de que no sea el mercado el determinante principal en el sistema de las relaciones sociales. Lo cual tampoco debería ser una utopía.
Darel Avalus Zimertan, otro ensayista e ingeniero en telecomunicaciones según la revista Temas, parece coincidir con el primero al afirmar que las “nuevas políticas no han dejado atrás viejas lógicas […] que limitan el proceso de cambio”. Y es que el cambio no es un proceso abstracto. No es la “mentalidad” sobre los procesos que han ocurrido en una lógica de propiedad social y centralización en las decisiones la que limita la transformación. Sino aquella que no reconoce como transformación –y valores potenciales del cambio– el salto cualitativo en las relaciones sociales, los individuos que habitan en la Isla y el conocimiento como un proceso de ruptura necesariamente. Aspectos estos últimos, que necesariamente deberían incorporarse a la transformación económica en la búsqueda de innovación tecnológica y productividad.
Reconocer el sistema de relaciones sociales –con una fuerza de trabajo calificada y con altos niveles de salud– y el nivel de conocimiento como un proceso de ruptura cualitativamente superior de la unidad en el espacio de interacción global es una primera condición para la comprensión de “la cosa”2 en Cuba. Sobre todo, porque ello determina el modo en que se ha logrado y explicita las posibles vías para su sostenimiento sobre bases económicamente endógenas. Una ruptura con respecto al subdesarrollo, que evidencia como mejor ventaja: la capacidad intrínseca del conocimiento y capital humano o recursos cognitivos y capacidad de transformación e innovación por ellos acumulados. En ese sentido, la noción lógica de que “todos” deberíamos ser componentes articulados de una trama más general se siente incongruente con la percepción del ingeniero de marras, cuando hace referencia a los que considera artífices –cual magos– de la transformación: los cuadros.
A modo de propuesta –y que nos motiva más a presentar para un debate si se socializaran estas ideas–, consideramos posible mencionar algunas de las cuestiones que entendemos como necesarias en esta época histórica. En el reducido espacio que permiten estas páginas, proponemos repensar aspectos que matizan el subdesarrollo cubano y que son elementos –también– presentes en la región centroamericana y caribeña desde finales del siglo XIX. Los problemas de la productividad, la movilidad social, y el comercio internacional como condiciones que plantean una continuidad en las lides e itinerarios de las naciones que componen la región latinoamericana en los espacios de interacción globales.
La compleja dialéctica que dimana de las relaciones internacionales, evidencia una realidad que ha sobrevivido y que se resume en reiterados y renovados acoplamientos de la región al crecimiento económico de países dominantes. La mentada globalización neoliberal no es más que otro intento en la prosecución de la integración latinoamericana a los procesos supranacionales de crecimiento económico. Regionalmente el alcance de esa globalización evidencia la fractura entre los intereses contenidos por la unidad nacional y que deberían proponer un desarrollo social y económico endógeno, y los internacionalizados en los espacios más generales de interacción. En un sentido más amplio esa fisura amplia las brechas entre los intereses “comunes” de bienestar humano y los de ganancia económica. Lo cual es una contradicción teórica aun no superada por las ciencias sociales, ni por la “institucionalidad” predominante en la organización de las sociedades.
En el caso de Cuba inciden de manera particular procesos similares de acuerdo a su evolución socioeconómica. El subdesarrollo que pervive presenta problemas de productividad, recientemente en cuanto a la movilidad social; y su posición en el comercio internacional sigue siendo una condición que plantea serios retos al desarrollo humano contenido en las políticas públicas.3 Por otra parte,
existe una institucionalidad en la Isla que refleja una separación explícita hasta la fecha de las “normas” y “esquemas” predominantes en las relaciones internacionales. Modelos externos matizados por
una geofagia empresarial –y de acuerdo con las secuelas de pobreza, migración y violencia en el subdesarrollo centroamericano y caribeño, una antropofagia de tiempos modernos–, ajustada por el laissez faire neoliberal en la búsqueda de nuevos mercados y bajos costos de producción. Una de las expresiones más nítidas de cómo se generan conflictos desde el ambiente global hacia esa institucionalidad en la mayor de las Antillas, es el conocido conflicto con los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde nuestra óptica se podría definir un subdesarrollo humano socialista caracterizado por la existencia de una concatenación de etapas históricas y estrategias de desarrollo manifestadas en la Isla hasta nuestros días, donde la simbiosis de subdesarrollo y socialismo es una amalgama no caracterizada aun. El conjunto podría definirse por una fase inicial matizada por lo que Aníbal Quijano puntualiza como “la rearticulación de la colonialidad del poder sobre nuevas bases institucionales”.4
Una segunda donde se reconforma la autonomía sobre la base de la independencia política y el desarrollo social (bienestar) con la instauración del socialismo pero sobre un esquema económico incapacitado endógenamente para esos objetivos. Y una tercera donde el factor “dependencia” implícitamente genera la “inestabilidad” del bienestar social como estrategia de desarrollo.
Un pie forzado apropiado para adentrarse en el submundo de contradicciones inherentes a la unidad en el sistema de interacciones global que representa Cuba, sería el criterio sostenido por Celso Furtado de que a un nivel reducido de productividad, el excedente disponible para satisfacer formas diferenciadas de consumo o cubrir inversiones, es extremadamente limitado o prácticamente nulo; siendo difícil que se produzca, por acción endógena, un proceso de acumulación de capital. Génesis del círculo vicioso que tipifica al subdesarrollo actual de la Isla.
De acuerdo a ello, una baja productividad supone un bajo ritmo de acumulación. Cuando la productividad es baja, la satisfacción de las necesidades fundamentales de la población absorbe una proporción elevada de la capacidad productiva. En un contexto de amplios esfuerzos de satisfacción de las necesidades básicas de la población en cuanto a sus capacidades (bajo un prisma de desarrollo humano), la baja productividad es un freno sustancial que provoca la inestabilidad en los procesos de redistribución y de equidad. Sobre todo, porque la capacidad productiva y su incremento, carece de encadenamientos que sirvan como acicate para salir de círculos constreñidos en el orden productivo. Al competir como unidad en los espacios de interacción, el mismo contexto encuentra una desventaja en su crecimiento.
A modo de síntesis se podría afirmar que la Inestabilidad Estructural presente en Cuba se explica por medio de la correlación de elementos internos (heterogeneidad) y exógenos (intercambio desigual en los espacios de interacción globales), siendo la dependencia a los sectores externos un aspecto que plantea una vulnerabilidad en el acoplamiento eficiente de las estrategias de desarrollo en la Isla al ámbito internacional. Cuba ha mantenido una posición periférica hacia el sistema mundial
–suavizada por su experiencia de intercambio económico con los países socialistas desde los 70 y hasta finales de los 80–; empero, restablecida en los 90, con la inevitable reinserción al sistema de intercambio mundial.
Por una parte, se expresan rupturas con el subdesarrollo capitalista en relación a deficiencias superadas en los sistemas de relaciones sociales mientras que por otra, una continuidad en los problemas de cualidad económica mayormente. En estos últimos aspectos, sobresalen las problemáticas a resolver como la productividad, la relación entre los sectores productivos, la fuerza de trabajo, la innovación tecnológica, los ingresos y las características con que se enfrenta Cuba al comercio internacional. El desarrollo social como una ruptura con el subdesarrollo capitalista dependiente, evidencia valores como la capacitación de la fuerza laboral, el gasto social y la reserva de conocimientos.
En ese raciocinio se imbrican los aspectos internos y externos que tipifican al subdesarrollo en Cuba: el tipo de heterogeneidad estructural que prevalece. Cuyas particularidades se definen en el tránsito y pervivencia de la dependencia a los sectores externos, como un aspecto de legitimación de la condición periférica y subdesarrollada. Ha de notarse sin embargo, que esas propias características contienen cambios cualitativos por el tipo de sistema social que ha regido la organización de la sociedad y la economía. Por lo que el desarrollo social y la independencia política, así como aspectos relacionados con el sistema de propiedad componen un conjunto socioeconómico que requiere de una aproximación cercana a las dinámicas y componentes predominantes.
La interrelación entre los factores internos y externos como particularidades de la unidad nacional que representa Cuba, se manifiesta en concordancia con un nivel reducido de productividad que no permite un excedente utilizable en la satisfacción de formas diferenciadas de consumo y promover inversiones. Ni un proceso de acumulación de capital idóneo por acción endógena. Estructuralmente, una expresión de ese fenómeno es la presencia de una limitación relativa del consumo porque son los ingresos directos los que están generando procesos de desigualdad socioeconómica, corrupción y limitaciones en la movilidad social. Esa limitación relativa del consumo se refiere a la presencia de ingresos bajos homogéneamente igualitarios debido al exiguo excedente que permite la baja productividad y que afecta a una fuerza de trabajo con altas capacidades.
Provocando un agotamiento inherente a la exposición al intercambio internacional desigual mediante
la transferencia al consumo familiar o doméstico de los precios de las mercancías internacionales a través de las importaciones.
Esa exposición se manifiesta de acuerdo a las diferencias (deformaciones estructurales) en la estructura productiva con respecto a otras unidades que concurren al intercambio; que a su vez implica una tasa de ganancia insuficiente para procesos universales de redistribución. En este sentido, los salarios pagados en el socialismo subdesarrollado no cubren las transferencias de valor en la producción de mercancías de otras unidades estructurales. Tampoco se originan procesos endógenos capaces de competir en el intercambio. En esencia, la prevalencia de círculos viciosos en la economía cubana manifiesta una cualidad de subdesarrollo sobre la cual podría profundizarse más.
Por otra parte, contrariamente a lo que ocurre en su contexto regional, la institucionalidad cubana sí arroja luces sobre prácticas concretas en cuanto al logro de niveles reducidos de violencia, convenciones asentidas (que son aspectos cualitativos de libertad) de equidad racial y de género, alfabetismo, desarrollo tecnológico –aunque sin encadenamientos virtuosos de crecimiento hacia áreas más generales en su economía– y atención primaria de salud. Aspectos que en la época actual parecen soslayarse en las críticas y proposiciones que auguran (también aguardan según la última propuesta de un lampiño candidato presidencial mexicano a las elecciones del 2012) una transición hacia otro tipo de democracia (¿cuál?).
En la época actual un debate objetivo sobre la Isla, debería centrarse en cómo lograr círculos virtuosos de crecimiento aprovechando las potencialidades con las que cuenta, siendo una de las más importantes el recurso humano. Con inversiones focalizadas –en el ámbito local y de manera descentralizada– en proyectos productivos que ganen espacio en los servicios, pero inclinando la balanza a la producción de bienes para el mercado interno y exportables de una manera concatenada. Tal sería el caso por ejemplo de la superación de la inseguridad alimentaria, la biotecnología y producciones farmacéuticas, la ampliación del turismo, y de bienes intermedios de producción, viviendas e infraestructuras viales, comunicaciones, entre otras.
Conexamente, en un tema básico sería cómo crear mecanismos de inclusión a través de pragmáticos cambios en la visión doméstica e institucional sobre ciudadanía para el logro de esos aspectos, con la participación –además– de los cubanos de la Isla y los emigrados. En un proyecto común y no entendiendo a los migrantes como agentes del desarrollo sino como una parte de un todo más general.
Para entender a Cuba y su correspondencia con el ámbito latinoamericano es necesaria una visión más amplia a la que ha predominado en el tamiz político. Es necesario superar vicios institucionales que emanaron de una época de conflictos políticos y que restringen algunos aspectos de las relaciones sociales y económicas por la centralización de las decisiones.
Por último, sería válido terminar estas reflexiones con la siguiente idea. Los problemas actuales del desarrollo cubano no son achacables al socialismo exclusivamente. Fueron circunstancias
específicas, que reflejaron los conflictos entre países centrales y no dominantes, las que condicionaron el estado actual de “la cosa” en la calurosa isla. Coyunturas, en las que el traspaso de un capitalismo periférico y dependiente ocurrió, sin efectivamente borrar con todas las dinámicas que generaban una dependencia al comercio mundial. Entre las más ponderables después de cincuenta años, podríamos citar, la relación preferencial en el intercambio con el antiguo socialismo real, y el bloqueo injusto de los Estados Unidos –sufrido más por las personas comunes.
Cuba, no manifiesta una unión económica con proyectos más amplios de crecimiento económico, aunque sí aspectos de dependencia a superar que no le permiten cambiar su posición desventajosa en el comercio mundial. No deciden otros países en su proyecto de nación. Los actuales problemas de desarrollo que confronta son el resultado de concatenaciones históricas en las que el subdesarrollo y la dependencia no fueron superados. En esas sucesiones, el comercio internacional generó secuelas divergentes: con el socialismo real aspectos intermedios de desarrollo económico con procesos de estancamiento relativo en las capacidades endógenas para generar un excedente y círculos virtuosos de crecimiento y más ampliamente social; que con la reinserción al comercio mundial en la década de los 90, transcurren como elementos que provocan una inestabilidad al desarrollo social. Por ello y a propósito de las palabras de José Martí: “Hay que asegurar el comercio para asegurar la libertad”.